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ANÁLISIS

El PNV, prodigio de supervivencia

Los nacionalistas logran una de sus victorias más difíciles el 21-A y dejan a EH Bildu sin margen de maniobra para condicionar al futuro Gobierno vasco

Foto: Pradales y Ortuzar celebran los resultados del PNV el 21-A. (Europa Press)
Pradales y Ortuzar celebran los resultados del PNV el 21-A. (Europa Press)
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En las últimas cuatro décadas y media el PNV ha sorteado todo tipo de dificultades. Al comienzo de la transición se ponía en duda si sería capaz de convertirse en hegemónico tras el dilatado paréntesis de la dictadura y la pujanza de quienes pretendían sustituirle engrosando las filas de ETA y la izquierda abertzale. Lo logró. En 1986 padeció una escisión que le partió prácticamente en dos mitades y le llevó al borde del precipicio, en un contexto económico atroz en Euskadi, con el paro desbocado y su tejido industrial deshilachado. Pero ensanchó progresivamente su espacio político hasta volver a ser el que fue. Gracias, entre otras cosas, a una acción de gobierno que puso las bases de las actuales cotas de bienestar y dinamismo de la sociedad vasca.

El escenario político actual carece de semejante épica. Por eso resultaba hasta cierto punto insondable que el partido ganador de todas y cada una de las elecciones autonómicas en Euskadi, y con ocho de cada diez vascos dando por buena la gestión del lehendakari, Iñigo Urkullu, viera amenazada su hegemonía por parte de EH Bildu. Pero las sociedades pospandémicas se caracterizan por un grado de irritación e insatisfacción creciente. Y en Euskadi lo que más cojeaba era la valoración de Osakidetza, el Servicio Vasco de Salud, cuya excelencia había sido unánimemente loada años atrás.

Foto: Otxandiano y Otegi se abrazan y celebran los resultados electorales. (Reuters/Vincent West)
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A criticar el deterioro de los servicios públicos se encomendó EH Bildu para tratar de cercar al PNV. Y, según detectaron las encuestas hace tiempo ya, le estaba dando tan buen resultado que parecía en disposición de arrebatarle el liderazgo político vasco. De hecho, al comienzo de la campaña electoral se rozaba el sorpasso; y la izquierda abertzale, sabedora de que no iba a gobernar Euskadi ni ganando las elecciones por carecer de aliados, acariciaba al menos la posibilidad de condicionar la acción del próximo Gobierno vasco desde la atalaya de partido ganador en votos y en escaños.

Nada de eso ha sucedido. El PNV ha logrado sobreponerse una vez más a un contexto adverso. Los que anunciaban un nuevo ciclo político se están viendo obligados a matizarlo con expectativas de futuro. Además, los jeltzales suman mayoría absoluta con el PSE-EE, lo que dotará de estabilidad suficiente al próximo gobierno de Imanol Pradales para acometer las reformas de calado demandadas por la ciudadanía. En ese sentido, a pesar de la cercanía en votos y el empate en escaños de EH Bildu, las bases de largo recorrido de la gobernabilidad del País Vasco permanecen incólumes.

Ni suman ni pueden

Los de Arnaldo Otegi se nutren, sobre todo, del naufragio de la llamada izquierda confederal, enfrascada en una lucha sin cuartel que se antoja letal para ambos contendientes. Sumar retiene sólo uno de los seis escaños que logró Podemos en 2020, cuando ya menguaron desde los 11 de 2016, mientras que los morados se quedan con su casilla en blanco. La división les ha penalizado por una doble vía: la de la ley D’Hont y la de la desafección ciudadana ante tanto despropósito. Parece difícil la enésima reconstrucción de ese espacio político cuando ya no quedan ni los cimientos. De ello se aprovecha EH Bildu, a costa de no tener prácticamente ningún aliado en el Parlamento vasco.

A corto y medio plazo parecen destinados a la soledad política. La enésima negativa a caracterizar la actividad de ETA como terrorista les impide establecer alianzas de gobierno. Y eso no va a cambiar, porque para la izquierda abertzale dar ese paso supondría un cataclismo interno y una enmienda a la totalidad de su propia historia. Así las cosas, le quedan muchos años de oposición en el Parlamento vasco. Tal vez confían en que, más adelante, en otro contexto, los socialistas se vean tentados a cambiar de socio y reposicionarse a costa de rebajar su suelo ético.

Por el momento el PSE-EE está cómodo donde está. La hecatombe de Sumar y Podemos también le ha podido beneficiar, aunque en mucha menor medida que a EH Bildu. El flujo electoral de los partidos no nacionalistas vascos siempre está al albur de las dinámicas globales a nivel de España, pero los de Eneko Andueza han logrado hacer frente a esa inercia. Estar en el Gobierno vasco y centrar su campaña en cuestiones de índole social les ha ayudado. Queda la incógnita de si el aspirante a la Lehendakaritza compagina la secretaria general del partido con una de las vicepresidencias del futuro Ejecutivo de Imanol Pradales o si es el anterior delegado del Gobierno en el País Vasco Denis Itxaso quien asume las principales responsabilidades institucionales en nombre de los socialistas, estableciendo una especie de bicefalia al estilo del PNV.

El viento sí soplaba a favor del PP vasco por el crecimiento sostenido del partido a nivel estatal en los últimos tiempos pero, partiendo de muy abajo, no logran ser influyentes ni decisivos en la Cámara de Vitoria, ni hacen desaparecer a Vox. La reconstrucción de la que llegó a ser segunda fuerza política en el Parlamento vasco en 2001 apenas ha comenzado. El presidente de la formación desde el año pasado, Javier de Andrés, ha debutado con unos resultados prometedores, pero claramente insuficientes para hacerse un hueco entre quienes trazarán el devenir político de Euskadi.

Cuando parecía que la política vasca entraba en una nueva fase, apenas nada va a cambiar en la próxima legislatura. No obstante, el PNV es consciente de que debe echar el resto para responder a las demandas ciudadanas en ámbitos como el de la sanidad, la vivienda o la seguridad. De ello dependerá que pueda frenar o revertir la escalada de la izquierda abertzale. Pero los jeltzales son especialistas en reinventarse y en voltear los malos augurios. Que nadie apueste contra ellos.

En las últimas cuatro décadas y media el PNV ha sorteado todo tipo de dificultades. Al comienzo de la transición se ponía en duda si sería capaz de convertirse en hegemónico tras el dilatado paréntesis de la dictadura y la pujanza de quienes pretendían sustituirle engrosando las filas de ETA y la izquierda abertzale. Lo logró. En 1986 padeció una escisión que le partió prácticamente en dos mitades y le llevó al borde del precipicio, en un contexto económico atroz en Euskadi, con el paro desbocado y su tejido industrial deshilachado. Pero ensanchó progresivamente su espacio político hasta volver a ser el que fue. Gracias, entre otras cosas, a una acción de gobierno que puso las bases de las actuales cotas de bienestar y dinamismo de la sociedad vasca.

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