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Así purgó Benidorm 'sus pecados' para poder hacer la vista gorda con las suecas en bikini
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LA GRAN CRUZ QUE PRESIDE LA CIUDAD

Así purgó Benidorm 'sus pecados' para poder hacer la vista gorda con las suecas en bikini

Una enorme cruz lleva 60 años presidiendo la ciudad. Mide 14 metros de altura y el brazo horizontal alcanza los 7 metros. Es uno de los puntos mas fotografiados e instagrameables de la localidad

Foto: Turistas en bañador en la playa de Benidorm. (Francisco Amillo)
Turistas en bañador en la playa de Benidorm. (Francisco Amillo)

La cruz de Benidorm es ahora un reclamo turístico y un punto de referencia visible desde casi todo el municipio. Pero no deja de ser lo que es, una cruz, un enorme símbolo religioso que vigila la ciudad del pecado, el bikini y los rascacielos. Y un símbolo que permanece inamovible desde hace seis décadas. Tras su colocación inicial, allá por 1961, ha habido dos ocasiones para retirarla, pero no solo no se ha hecho, sino que se ha consolidado con una estructura de hormigón y hierro que se ilumina por las noches. Esta es una historia de leyendas, escándalos, intereses económicos y pulsos entre los estamentos del poder, con un protagonista: el mítico alcalde Pedro Zaragoza.

Foto: Dos turistas se sacan una foto en Benidorm. (EFE/Morell)

Benidorm, fiel a su historia, ha hecho de la necesidad, virtud y despojado del significado religioso a este símbolo para atribuirle el de la única fe que conoce la ciudad: el turismo. Pocos en la localidad lo recuerdan, pero la cruz fue un glorioso ejemplo de la doble moral franquista. Un gran símbolo religioso que protagonizó una Santa Misión para demostrar que los benidormenses eran fieles devotos y escrupulosos, cumplidores de las normas morales reinantes, para así poder hacer la vista gorda ante el comportamiento liberal y nada recatado de los turistas europeos que llenaban las playas con sus shorts y bikinis.

La doble moral

En los 60, Benidorm había dejado de ser un pequeño pueblo de pescadores para ser destino predilecto de veraneantes europeos que traían divisas, además de costumbres y vestimentas escandalosas para la época. El bikini estaba prohibido, según la normativa de moralidad en las playas, dependiente de la Dirección General de Seguridad del Gobierno franquista. Sin embargo, Zaragoza optó por hacer la vista gorda y su uso era habitual entre las turistas europeas.

placeholder Cruz de madera utilizada para purgar los pecados de los turistas. (Cedida)
Cruz de madera utilizada para purgar los pecados de los turistas. (Cedida)

El alcalde nunca llegó a autorizar expresamente el bikini, ni tampoco viajó en su Vespa hasta el palacio del Pardo para pedirle al Generalísimo que lo permitiera y evitara así la excomunión con la que le amenazaba el obispo de Valencia. Estas historias que contribuyeron a agrandar la leyenda de uno de los alcaldes más famosos y queridos de la ciudad son fabulaciones del propio Zaragoza inventadas a posteriori, según apunta el historiador Francisco Amillo. No hay ningún registro ni prueba en el Ayuntamiento que demuestre que estos hechos ocurrieron, puntualiza el especialista.

Foto: Francisco Jackson actuando sobre el escenario. (Cedida)

Lo que sí ocurrió y así está documentado es el altercado entre una turista británica de 21 años, Judith Marjorie Roberts, y un policía de Madrid que había sido enviado a Benidorm como refuerzo en el verano de 1959. La joven fue apercibida por usar el bikini en la playa y posteriormente el incidente se trasladó al bar Tugart donde la discusión terminó con un bofetón de la joven hacia el agente, una denuncia contra la británica por agresión a la autoridad y una multa de 10.000 pesetas de la época.

El asunto terminó en el juzgado y hasta intervino el cónsul británico, que envió una carta a Zaragoza por considerar “desproporcionada” la sanción. Pero el alcalde cambió su discurso dependiendo del interlocutor. Ante el cónsul aseguró que rogaría al juez la máxima benignidad para la joven, pero ante al gobernador civil y el Obispado Orihuela-Alicante pidió un castigo ejemplar. Finalmente, la Audiencia Provincial impuso a la joven una multa de 4.000 pesetas.

Toparse con la iglesia

El incidente sirvió para que el Obispado contestara a Pedro Zaragoza recriminando la inmoralidad que los sacerdotes de refuerzo que enviaba cada verano relataban haber visto en las playas de la ciudad. “El Prelado es el que más deplora tanta inmoralidad convertida ya en pecado colectivo posible por tanta omisión”, reprochó el obispo Pablo Barrachina. Para los defensores de la moralidad de la época, el uso del bikini era algo casi anecdótico. Las críticas más duras que recibió Benidorm hacían referencia a que la ciudad era “un lupanar de homosexuales europeos que están corrompiendo a la juventud” donde las “mujeres mayores seducían a jóvenes” y donde se veían escenas dantescas y absolutamente indecentes en las playas.

Para purgar los pecados de los turistas, los benidormenses sacaron en procesión una enorme cruz de madera

El alcalde, que quería congraciarse con la iglesia, pero no perder los beneficios económicos del incipiente turismo, terminó tirando por el camino del medio. Siguió tolerando el bikini y haciendo la vista gorda, pero solo para los turistas extranjeros. Argumentaba que los españoles y, especialmente, los benidormenses respetaban las normas tradicionales a pesar de la actitud libre de los turistas.

placeholder Otra foto de las playas de la época de Benidorm. (Cedida)
Otra foto de las playas de la época de Benidorm. (Cedida)

Zaragoza defendía que el despegue económico del turismo y los valores tradicionales eran compatibles. Podían continuar siendo tolerantes con las costumbres liberales de los turistas, pero siempre y cuando eso no afectara a la moral de la población local. El viraje del Gobierno franquista hacia posturas más tolerantes para favorecer el turismo dentro del Plan de Estabilización, y la desaparición de la prohibición expresa del uso del bikini de los bandos de moralidad reforzaron los argumentos del alcalde.

En 1961 esta tesis alcanzó su máxima expresión cuando la ciudad fue sede de una Santa Misión que sirvió para defender que la moralidad de la población se había mantenido intachable pese al comportamiento frívolo y relajado de los turistas. Para purgar los pecados de los visitantes, los benidormenses hicieron penitencia sacando en procesión una enorme cruz de madera fabricada con dos postes. Partió del centro del pueblo en la calle Alameda para recorrer la pecaminosa Playa de Levante (mientras los turistas en bikini seguían tomando el sol y dándose sus baños) y llegar a lo alto de Serra Gelada donde se colocó, y allí sigue, para recordar a los vecinos las normas de moral y decencia.

La cruz eterna

A la cruz original se la llevó por delante un temporal en 1975 y fue sustituida por otra más resistente fabricada con traviesas ferroviarias. En los primeros años de la Democracia su continuidad fue objeto de debate porque había perdido su sentido religioso, pero finalmente se decidió no retirarla porque se había convertido en un símbolo turístico. Posteriormente, el Ayuntamiento sustituyó la cruz de traviesas por una estructura de hormigón y hierro a la que dotó con iluminación nocturna.

Hasta que en 2017 el Ayuntamiento decidió peatonalizar la calle Taiwan que da acceso al mirador de la cruz, el enclave servía frecuentemente para dar cobijo nocturno a parejas de enamorados que daban rienda suelta a su amor en sus vehículos. Hoy en día la cruz es solo un punto de afluencia turística y de inicio de rutas senderistas, desprovisto de cualquier connotación religiosa para la mayoría de la población. Aun así, sigue vigilante en lo alto de Serra Gelada. Y eso que tras el bikini llegó el tanga, el topless, las discotecas, los festivales... Y el turismo se convirtió en la religión que todos profesan en Benidorm.

La cruz de Benidorm es ahora un reclamo turístico y un punto de referencia visible desde casi todo el municipio. Pero no deja de ser lo que es, una cruz, un enorme símbolo religioso que vigila la ciudad del pecado, el bikini y los rascacielos. Y un símbolo que permanece inamovible desde hace seis décadas. Tras su colocación inicial, allá por 1961, ha habido dos ocasiones para retirarla, pero no solo no se ha hecho, sino que se ha consolidado con una estructura de hormigón y hierro que se ilumina por las noches. Esta es una historia de leyendas, escándalos, intereses económicos y pulsos entre los estamentos del poder, con un protagonista: el mítico alcalde Pedro Zaragoza.

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