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Desconfianza del electorado: uno de cada tres andaluces aún no sabe a quién votar
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LA DERECHA PIDE UN CAMBIO; LA IZQUIERDA VENDE SEGURIDAD

Desconfianza del electorado: uno de cada tres andaluces aún no sabe a quién votar

A sólo dos semanas de las elecciones andaluzas, el electorado encierra la mayor incógnita de todas las que se reflejan en las prospecciones sociológicas, sea cual

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Desconfianza del electorado: uno de cada tres andaluces aún no sabe a quién votar

A sólo dos semanas de las elecciones andaluzas, el electorado encierra la mayor incógnita de todas las que se reflejan en las prospecciones sociológicas, sea cual sea el sesgo que presenten. Casi uno de cada tres andaluces aún guarda en secreto a quién va a votar, y el electorado ha incrementado su desconfianza hacia la clase política arrastrado por los escándalos de corrupción y la ineficacia. En este escenario, los papeles se han cambiado.

La izquierda que presume de progresista se apoya en el mensaje conservador de la seguridad, el “camino seguro” del PSOE, que descansa en la dependencia de un gran porcentaje de andaluces del dinero de la Junta en sus más variados aspectos, y el centro-derecha del PP pide un cambio de régimen contra ese inmovilismo conservador, tratando de convencer de que una nueva etapa después de treinta años de socialismo no encierra riesgo alguno.

Lo que la clase política no quiere ver

El electorado andaluz está agotado después de un año de procesos electorales y campañas interminables, en el que se han sucedido comicios municipales, generales y autonómicos, sin que por el contrario la realidad haya cambiado ni los problemas sean ahora menos graves. En todo este tiempo, la Administración autonómica ha estado bloqueada, tanto por la batalla electoral permanente como por la sucesión de escándalos de corrupción.

El mensaje principal de las encuestas que se han venido haciendo en los últimos tres meses es precisamente el que la clase política no quiere ver: más abstención –la participación puede llegar a caer diez puntos-, y mayor desconfianza hacia los políticos, aún más acusada que en resto de España, pasando en algunos sondeos a convertirse en el segundo problema de los andaluces, inmediatamente después del paro, si se observan las encuestas cuyo universo supera las tres mil personas preguntadas.

El mercado electoral se reduce sensiblemente, si por ello se entiende el volumen de votantes que no tiene dudas en ir a las urnas. Y esa franja que se estrecha, que es en la que se hacen recuentos de escaños, configura hoy el pañuelo en el que la clase política se juega conseguir el poder de la autonomía más poblada del Estado. 

La dependencia y el voto del miedo

Frente a ello, la mayor paradoja del 25-M está en el cambio de discursos de los dos grandes partidos en relación con su supuesta contextura ideológica. El PSOE se ha convertido en un partido extremadamente conservador, apela a la seguridad y es consciente de que un gran número de andaluces tienen algún grado de dependencia del presupuesto público, que en esta comunidad administra el PSOE.

El voto del miedo que hace años se basaba en las pensiones, recurre ahora a un magma abstracto sobre el que los líderes socialistas, como ocurre con el propio José Antonio Griñán, apoyan el temor a que un cambio ponga en riesgo la garantía de esa dependencia, más acusada en momentos de crisis económica.

El PP, por el contrario, trata de rebelarse como un partido que pide que se asuma el riesgo del cambio. “El único miedo que se puede tener es a que todo siga igual, paro, corrupción e ineficacia”, repite Javier Arenas. Este mensaje puede ser asumido por los sectores urbanos, los jóvenes y las capas profesionales, pero es difícil de sembrar en la Andalucía rural, donde el PSOE defiende a capa y espada el voto dependiente.

Desde Juan Guerra, la corrupción no se castiga como cabría esperar

El argumento que en ocasiones se suele hacer valer desde la izquierda se torna falso. En Andalucía, el electorado de izquierda no ha castigado jamás la corrupción en los términos que se podían esperar. Desde el caso Juan Guerra, el primer gran escándalo de la democracia en Andalucía, que supuso la caída del todopoderoso Alfonso Guerra, hasta los ERE –sobre el que ya se han pronunciado dos elecciones- el resultado electoral no se compadece con lo esperado.

Tras Juan Guerra, el PSOE mantuvo su mayoría absoluta, y los ERE han arrojado para el PSOE los mejores resultados allí donde el escándalo ha estado más presente, como es el caso de las zonas de la provincia de Sevilla más “agraciadas” por los fondos de reptiles del ex director general Javier Guerrero, hoy en prisión. Esos enclaves fueron precisamente los que ayudaron a Alfonso Guerra, número uno en las pasadas generales por Sevilla, a alzarse con una de las dos únicas listas vencedoras frente al PP en toda España.

El hartazgo y el “¿antes no robaban ellos?”

Se da así la circunstancia de que mientras una parte del electorado puede sentir hartazgo de la clase política, el granero socialista se mantiene firme en gran parte, anclado en la dependencia de la Junta y sus terminales de influencia, sea cual sea el nivel de la basura que puebla la realidad. Como consecuencia, el PP sólo capta una pequeña parte del electorado que duda entre los dos grandes partidos, mientras que otra parte va a la abstención y sólo un resto opta por IU. Esta otra pata de la izquierda se presenta con promesas de barrer el patio, pero tiene un pasado de colaboración con el PSOE en otras instancias de las administraciones públicas, como ayuntamientos y diputaciones, que hace difícil que se pueda sustraer al abrazo del oso socialista si Griñán necesita sus votos para mantener la Junta.

En el entorno del PP se confía en que ese tercio del electorado andaluz que aún no desvela en las encuestas cuál va a ser su voto contenga un sufragio oculto de quienes en Andalucía aún sienten reparos a decir que no van a votar a quienes controlan no sólo el poder político sino gran parte del financiero y social. Y en el fondo de algunas previsiones, aún suenan frases como las de quienes hace años, cuando trataban de justificar los desmanes de Juan Guerra, decían con la mayor naturalidad: “¿y antes no robaban ellos?”, entendiéndose por ellos esa abstracta clase que en el subconsciente colectivo une a ricos, guerra civil, terratenientes y demás espantajos de una Andalucía que en el contexto urbano muestra siglos de distancia respecto de su población rural.

A sólo dos semanas de las elecciones andaluzas, el electorado encierra la mayor incógnita de todas las que se reflejan en las prospecciones sociológicas, sea cual sea el sesgo que presenten. Casi uno de cada tres andaluces aún guarda en secreto a quién va a votar, y el electorado ha incrementado su desconfianza hacia la clase política arrastrado por los escándalos de corrupción y la ineficacia. En este escenario, los papeles se han cambiado.