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"Vivimos encerrados en la burbuja de nuestros iguales, por eso desconocemos la realidad"
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"Vivimos encerrados en la burbuja de nuestros iguales, por eso desconocemos la realidad"

Esteban Hernández, jefe de Opinión de El Confidencial, acaba de publicar 'El corazón del presente. Mapa de una sociedad desconocida', un libro en el que afirma que los políticos no comprenden la sociedad actual

Foto: Esteban Hernández.
Esteban Hernández.

Esteban Hernández, jefe de Opinión de El Confidencial, acaba de publicar El corazón del presente. Mapa de una sociedad desconocida (Círculo de Tiza, 2023). Hernández, al que el lector de esta casa conoce sobradamente por sus columnas de análisis político —que procuran siempre escapar de lo accesorio y coyuntural para enfocarse en lo profundo, estructural y disruptivo—, bucea en su último libro entre aquellas cuestiones que, a su modo de ver, configuran una realidad social que en su conjunto resulta desconocida e ignota para la clase política.

PREGUNTA. Si leo tu libro, ¿entenderé mejor la sociedad en la que vivo?

RESPUESTA. Tendrás elementos y ángulos de análisis que te harán reflexionar sobre algunas cuestiones que, en medio de la refriega política e informativa del día a día, acostumbran a pasarse por alto. Elementos, interacciones, relaciones que conforman el mapa complejo de una sociedad como la española en 2023 y que pueden ayudar a explicarnos mejor muchas de las cosas que nos suceden. Cuestiones sobre las que no dejamos de inquirirnos, pero que exigen respuestas complejas, las únicas que pueden resultar satisfactorias y que no caben en los argumentarios de partido. El corazón del presente es un intento de aportar reflexión honesta y de fondo sobre cuestiones que considero de gran relevancia. Páginas escritas con la voluntad de ser sumadas al revelado de una fotografía de alta definición de nuestra sociedad y los motivos por los cuales la política y las instituciones no acaban de atinar a la hora de escucharla y comprenderla.

P. Una de las tesis que desarrollas en el libro es que desde la política se desconocen la complejidad de la sociedad y los cambios de fondo que operan en ella. Y que, sin ese conocimiento, es imposible acertar con las políticas.

R. Así es. Y tenemos un ejemplo reciente en el último ciclo electoral de España. En las municipales y autonómicas, el PSOE descubrió con el escrutinio que existía un país al cual no había sabido tomarle la temperatura. Lo mismo, pero todavía más acusado, le ocurrió al PP en las pasadas elecciones generales. ¿Cómo puede ser que no se hayan cumplido las previsiones? ¿Qué ha pasado? La explicación está en el hecho de que vivimos, los individuos y los partidos, en cajas de resonancia habitadas únicamente por nuestros iguales. Eso nos hace impermeables a quienes no piensan y viven exactamente igual que nosotros. Pasa con los partidos respecto al conjunto de la sociedad, pero pasa también entre los individuos respecto a sus conciudadanos.

placeholder 'El corazón del presente', de Esteban Hernández.
'El corazón del presente', de Esteban Hernández.

P. ¿Los ciudadanos tampoco se conocen entre ellos?

R. En la gran ciudad, por descontado que no. La sociedad en la que había interacciones sólidas y afecto nacido del contacto habitual entre personas de distintas clases sociales se agotó hace tiempo. La tendencia es vivir encerrado en la propia burbuja de lo igual. Y eso hace que los grupos de afinidad social vivan, en la práctica, de espaldas unos a los otros. Hay cada vez menos interacción social entre personas de clases sociales diferentes. Nos organizamos para estar con los nuestros, cada uno con los suyos y, de este modo, en el desconocimiento, y acabamos creyendo que la sociedad es únicamente aquello que percibimos. Somos cada vez más esclavos de nuestra individualidad e identidad.

P. ¿Pero ha habido algún momento en el que esto no fuera así? ¿No es más una acentuación que una novedad?

R. No, no ha sido siempre así. Las grandes ciudades no siempre han repartido el espacio físico en función de la clase social y el poder adquisitivo. Con anterioridad a los ascensores, por ejemplo, en una misma escalera vivían personas de diferente extracción social. En el Eixample barcelonés, el piso principal era para las familias adineradas, y cuantas más escaleras había que subir, hasta llegar al ático, más pobreza. Otro ejemplo en el que se observa claramente la tendencia a aislarnos en burbujas son las escuelas. Siempre ha habido centros educativos para la élite. Pero ahora la mayoría de las escuelas son burbujas de clase casi perfectas donde se agrupan hijos de padres y madres de extracción social muy similar. Siempre ha habido tendencia a relacionarse con mayor intensidad con los iguales, eso es cierto. Pero la sociedad actual ha ido mucho más allá. Y prácticamente ha sellado las zonas de porosidad entre diferentes. Y todo nos lleva a lo mismo: creer que el mundo es aquello que vivimos y pensamos nosotros. A no conocernos, en resumen.

Hay cada vez menos interacción social entre personas de clases diferentes. Somos cada vez más esclavos de nuestra individualidad

P. En este último libro, pero también en publicaciones anteriores tuyas como El rencor de la clase media alta y el fin de una era (Foca, 2022), se invita al lector a entender el presente como un momento crítico desde el punto de vista histórico. Grandes cambios sociales, geopolíticos, etc., que quizá no son reconocibles a primera vista en su complejidad, pero que están cambiando nuestras vidas. ¿Hay algún momento igualmente crítico del pasado en el que creas que la política ha leído mejor el tipo de sociedad en el que operaba y las medidas que debía poner en marcha para hacer frente a los riesgos del momento?

R. Creo sinceramente que sí. En el periodo de entreguerras del siglo pasado, se observa claramente. El riesgo de contagio del autoritarismo, más allá de los países que acabaron cayendo en él, era real. En Estados Unidos, la tentación autoritaria, fruto de un gran malestar en una sociedad en la que millones de personas se precipitaron a la pobreza, existió. El New Deal de Roosevelt fue un claro ejemplo de asunción de riesgos políticos para hacer frente a riesgos sociales muy serios que se auditaron correctamente. De igual modo sucedió en Europa Occidental después de la II Guerra Mundial. Para asentar el sentir democrático liberal, izquierdas y derechas sabían que debían dar un gran impulso al estado de bienestar, por ejemplo. Podríamos hablar también del nacimiento de la idea de Europa como entidad política. Sí, ha habido momentos de la historia en los que la política ha sido más consciente de los riesgos que operaban en las sociedades a las que servía. Ahora no estamos en uno de ellos, aunque el momento histórico sea igualmente cambiante, por no decir disruptivo.

P. A mí, el libro a veces me ha parecido intencionadamente pesimista. ¿Qué dice su autor?

R. En absoluto, no es pesimista. Constatar los cambios que se están produciendo en nuestras sociedades no es pesimista, es únicamente analítico. Porque solo a través de un análisis adecuado de la realidad es posible tomar decisiones correctas. Si el diagnóstico de una enfermedad es equivocado, también lo será el tratamiento. Igualmente sucede en política. El pesimismo es abandonarse a la creencia de que las cosas no tienen solución y solo pueden empeorar. El libro no dice eso, más bien al contrario. Saber qué nos sucede es el primer paso para que las cosas nos vayan mejor, como españoles, como europeos, como ciudadanos, a fin de cuentas. No creo en la inevitabilidad. El libro quiere ser una apelación a la razón.

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P. Hay una frase del libro que funciona como un perfecto aforismo: "Lo humano siempre busca su camino en los tiempos de las grandes transformaciones". ¿Qué quieres decirnos?

R. Lo que dice, ni más, ni menos. Las cualidades antropológicas que acompañan a nuestra especie siempre acaban encontrando la manera de abrirse camino. Por volver a la pregunta anterior, esta sería la demostración de que el libro no es en absoluto pesimista. Si uno cree en las personas, en los atributos esenciales del ser humano, sabe que de un modo u otro acabará por encontrar el modo de hacer frente a los cambios a los que va a enfrentarse.

P. En el libro hay reflexiones de gran calado que pueden dejar al lector en estado de shock. En mi caso, por ejemplo, las páginas en las que hablas de la "vergüenza" de la clase media me han interpelado muy profundamente.

R. La clase media corre un serio riesgo de desclasamiento de muchos de sus integrantes. El ascensor funciona hacia abajo, para entendernos. Hace ya un tiempo, me causó un gran impacto el suicidio de una señora a la que iban a desahuciar. Nadie de su entorno sabía nada de sus dificultades económicas. Su apariencia era la de siempre, la de una persona de clase media. Pero había dejado de serlo. Se había deslizado hacia abajo. Pero lo había hecho en silencio, intentando guardar las apariencias. Y eso, guardar las apariencias, es lo que mucha gente intenta hacer hoy en día para mantenerse en el relato y la creencia de que sigue perteneciendo a una clase media de la que ha sido expulsada. El desclasamiento produce vergüenza, porque se vive como un fracaso al que acompaña también la sensación de culpabilidad en muchas ocasiones. Por eso, las dificultades no se muestran, se esconden. Y se mantienen las apariencias. Eso genera mucho estrés social. Y es una de las tarjetas de presentación de nuestro tiempo presente.

A la mayoría de la población, ni se la conoce ni se la quiere conocer. Es invisible para la política

P. Otro concepto muy interesante que desarrollas en el libro es el de los "básicos". ¿A qué te refieres exactamente con esa idea?

R. Personas que resultan invisibles para la política, pero que, en cambio, son la mayoría de la población. Las políticas deberían enfocarse en dar solución a sus problemas, pero no son tenidos en cuenta porque en cierto modo se les desprecia y caricaturiza. La gente básica, desagradable porque no tiene finos modales, no tiene tampoco una gran apetencia intelectual, no se pelea por una mesa en los restaurantes de moda, sin un gran gusto en el vestir. Añade lo que quieras a la caricatura. Son la mayoría, pero sus circunstancias y sus dificultades no son el motor de la acción política en nuestras sociedades. Solo se repara en ellos para culpabilizarlos o cuando, desde posiciones extremistas, como la ultraderecha, se les convierte casi en objeto de idolatración interesada. Solo entonces merecen la atención del resto de formaciones políticas. Pero como no se les conoce ni se les quiere conocer, es difícil que puedan atenderse de un modo racional sus necesidades y confortarlos lo suficiente para que sientan que de verdad las instituciones los protegen.

P. En el libro operan por contraste los binomios. Uno de ellos es el de optimistas-hartos. ¿De qué estamos hablando?

R. La manera de articular políticamente el descontento no es el pesimismo: es el hartazgo, la indignación. Y eso es lo que estamos viviendo en las sociedades occidentales. Mientras unos hablan de avanzar a través de la agenda verde, la digitalización, etc., aparece en el lado contrario un frente de indignación pura y dura. En una palabra: hartazgo. Esta es una de las brechas que operan actualmente en nuestra sociedad, de ahí el binomio optimistas-hartos. En España, advertimos una curiosidad, que es que el hartazgo cuaja preferiblemente en las clases medias y las medias altas. Opera ahí también la nostalgia por los buenos tiempos perdidos. El proceso catalán también puede explicarse, junto a otros elementos, por esta respuesta en forma de hartazgo, de indignación. Tampoco en este caso provenía de las capas más populares de la sociedad, sino de las clases medias y medias altas.

Aprovechar el pasado

P. En el libro, podemos leer también la cita gramsciana de que este es un momento de la historia en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Podemos añadir una pregunta: ¿hay cosas que no deberían nacer y otras que no deberían morir?

R. Por supuesto. Volvamos a lo que decíamos un poco más arriba: lo humano siempre se abre camino. En la música, se ve claramente que los periodos de máximo esplendor suceden cuando, sin escupir sobre el pasado, sino más bien aprovechándolo, se evoluciona y experimenta con nuevos ritmos. Hay cosas que siempre son las mismas. Y en este momento de grandes cambios en el mundo y polarización en nuestras sociedades, hay que encontrar nuevas salidas, pero sin renunciar a los aprendizajes que nos brinda el pasado. Pero insistamos una vez más sobre ello: hay que partir de análisis correctos, de auditorías acertadas de la sociedad y de lo que está ocurriendo en el mundo. Y eso nos está costando demasiado.

P. Antes hablábamos del riesgo de desclasamiento de la clase media. ¿Europa, como actor político, también corre el riesgo de desclasarse de su posición en el mundo?

R. Todavía somos preeminentes. Solo que, en lugar de tomar decisiones buenas para seguir siéndolo en el futuro, estamos tomando aquellas que nos hacen más débiles en el tablero geopolítico mundial. Corremos el riesgo de acabar jugando un rol como el de Sudamérica. Y eso, partiendo de una posición de ventaja, solo podría atribuirse a los errores que hemos cometido y a los que vayamos a cometer en el futuro. A Europa le toca ser ambiciosa, sí.

Esteban Hernández, jefe de Opinión de El Confidencial, acaba de publicar El corazón del presente. Mapa de una sociedad desconocida (Círculo de Tiza, 2023). Hernández, al que el lector de esta casa conoce sobradamente por sus columnas de análisis político —que procuran siempre escapar de lo accesorio y coyuntural para enfocarse en lo profundo, estructural y disruptivo—, bucea en su último libro entre aquellas cuestiones que, a su modo de ver, configuran una realidad social que en su conjunto resulta desconocida e ignota para la clase política.

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