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Un aborto, drogas y espionaje: la novia de los Trinitarios que lo dejó todo por Dios
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CIENTOS DE JÓVENES EN BANDAS LATINAS

Un aborto, drogas y espionaje: la novia de los Trinitarios que lo dejó todo por Dios

Ana se infiltraba en los DDP para pasar información a los Trinitarios, se metía en reyertas donde los cuchillos volaban y pegaba palizas con sus amigas, pero un día todo cambió

Foto: La extrinitaria que cambió el machete por la paz interior. (Jorge Álvaro Manzano)
La extrinitaria que cambió el machete por la paz interior. (Jorge Álvaro Manzano)

Ana nació en la República Dominicana hace 23 años en una familia "destruida", como ella misma la define. "Mi padre pegaba a mi madre", resume la joven al tiempo que se le entristece el rostro de golpe. No le gusta mirar atrás, pero sabe que contar su historia reconfortará a muchos y, sobre todo, animará a algunos a salir de la miserable vida de la violencia callejera de las bandas latinas. O eso espera ella. Por eso se recompone y continúa. Cuenta que su padre tenía trabajo allí, pero que no ganaba demasiado. "Éramos pobres", añade para explicar que por ese motivo su madre tuvo que emigrar a Madrid, donde se puso a trabajar en un Burger King.

"Los demás nos quedamos allí", afirma en referencia a su padre, sus dos hermanos y ella. "Yo veía cómo mi padre engañaba a mi madre con otras mujeres y eso me generaba mucha rabia interior", recuerda. "Cuando uno de mis hermanos murió por una enfermedad que aún hoy desconocemos, todos nos vinimos a España, esperábamos que ahí la familia se uniera, pero no fue así", relata aún con el gesto desolado. "Mi padre y mi madre se peleaban mucho; él además no trabajaba y pagaba esa frustración con los demás: nos pegaba mucho", insiste Ana, que comenzó yendo a "un colegio de monjas" con gran esfuerzo económico de la familia.

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Pero ella ya tenía una rabia contenida que le generaba un nudo en el estómago. "Allí me sentía fuera de lugar, inferior a los demás, y pedí irme; luego mi padre se fue de casa y yo me entregué a la calle", ahonda en el mismo tono apesadumbrado y poco orgullosa de su decisión. "Con 12 años empecé a fumar y a beber; entonces conocí a uno de los jefes de los Trinitarios", admite la joven, que buscó en aquella peligrosa relación el reconocimiento social que no encontraba en su interior. Sin embargo, pronto vio que el vacío dentro seguía y que, aún peor, aquella nueva vida le estaba llevando a un pozo sin fondo del que cada vez era más difícil salir.

"Con 14 años comencé a vivir lo mismo que mi mamá con mi papá: él me pegaba, me engañaba, abusaba de mí, me maltrataba", relata con cierta vergüenza, pero pronunciando todas las sílabas. "Quedé embarazada", apostilla con mirada resignada. "No sabía cómo contárselo a mi madre, así que miré por internet y busqué unas pastillas, las conseguí a través de un conocido; aborté en casa, lo pasé muy mal, perdí el conocimiento, me arrastré hasta el baño, me dolió muchísimo el estómago, el feto se desprendió, me quedé traumada, había matado a un inocente", afirma Ana, que se hundió entonces en una profunda depresión. "Intenté quitarme la vida cinco veces", confiesa la joven, cuyo corazón comenzó a transformar la tristeza en odio.

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"Me involucré más en la banda, iba a las casas de okupas, cada día salía de mi casa sin tener claro si esa noche volvería, vivía con mucho peligro y lo peor es que me daba igual lo que pasara", narra con visible humildad. "Una vez, al salir de una discoteca, un chico me comenzó a decir piropos cerdos, yo me molesté, le empujé, él siguió, llamé a dos amigas trinitarias y le pegamos una paliza, le quitamos todo, los zapatos, la cartera, el móvil, le dejamos ahí tirado y nos fuimos corriendo; por supuesto, yo estaba drogada", cuenta Ana, que admite que ella estaba "gran parte del día" colocada. "En el instituto pillaba gratis; de hecho, me fui al instituto para pillar gratis", afirma la joven, que un día sí y otro también estaba involucrada en peleas con bandas rivales.

Cuando venía la Policía, los chicos entregaban los cuchillos y las pistolas a las compañeras y a los menores, porque sabían que los agentes no registraban a estos últimos. Ella colaboraba en este juego, pero sobre todo en otro aún más peligroso. "Yo me llevaba bien con algunos de los Dominican Don't Play, estaba con ellos, me enteraba de cosas y luego pasaba la información a los Trinitarios: cuándo se reunían, dónde iban a actuar, etc.", recuerda Ana, que estuvo haciendo de espía hasta "el día del metro".

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"Estuve en una fiesta de los DDP con otras trinitarias que hacíamos la misma labor; cuando terminó, nos fuimos las cuatro que íbamos a la zona de los Trinitarios y nos metimos con ellos en el metro para volver a casa; entonces, en una parada, se subieron de repente todos los DDP con los que nosotras habíamos estado horas antes, que evidentemente se dieron cuenta de que yo era una infiltrada; entonces todos sacaron los cuchillos y empezaron a pelear; a partir de ese día comencé a tener mucho miedo", admite la chica. "Empecé a recibir mensajes de WhatsApp amenazantes, me decían que iban a hacer daño a mi familia, que sabían dónde vivía", rememora todavía con pavor. "Incluso me seguían o enviaban chicos para que ligaran conmigo y me sacaran información", agrega.

"Yo tenía mucho miedo, porque además mi novio era muy conocido como uno de los jefes de los Trinitarios y le tenían muchas ganas; temía que fueran a por mí solo para hacerle daño a él", reflexiona. "Entonces mataron a un amigo mío", apostilla Ana, que sintió entonces un zarpazo en el corazón que le hizo ver que tenía que salir de ese mundo como fuera. Sin embargo, la cosa no era sencilla. "Una vez que te metes, no hay vuelta atrás, tu eres trinitario hasta la muerte, yo además tenía mucha información sobre ellos que si salía a la luz les obligaba a crear un montón de cosas de nuevo", contextualiza la joven con frialdad.

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"Yo no pensaba que saldría", descubre hoy la chica, que sin embargo experimentó un giro vital que jamás podría haber imaginado. Llegó una chica nueva al instituto, se hizo amiga de Ana y un día la invitó a un coro de una iglesia evangélica llamada Centro de Ayuda Cristiano. La trinitaria fue solo por ayudar a su colega, que argumentó que se sentía más segura con su presencia, pero al final la ayudada fue ella. "Vi que aquí podía estar sin miedo", asegura precisamente desde las instalaciones que la organización tiene en el centro de Madrid. "Fueron muy pacientes y comprensivos conmigo, me ayudaron, me hicieron ver que podía salir de la banda, empecé a dormir bien, cosa que no podía hacer desde el tema del aborto, que me había traumado", explica ahora ya con la cara iluminada.

La nueva Ana fue a por sus antiguos amigos trinitarios y les dijo que iba a dejar la banda, que quería un cambio y que se disponía a buscar a Dios. Sorprendentemente, ellos no pusieron demasiadas pegas. "Me dijeron que podía irme, aunque solo por un tiempo, no para siempre", revela. Pero la transformación de la extrinitaria no era temporal. "Los borré de mis redes sociales, dejé de acudir a las discotecas que ellos frecuentaban", relata la joven, que poco a poco torna su triste expresión por una blanca sonrisa. El cambio de Ana coincidió además con la detención por parte de la Policía de un buen grupo de pandilleros de la banda rival vinculados al asesinato del amigo de la chica, lo que provocó un terremoto tanto en esa organización como en los propios trinitarios. "Muchos querían salir, pero tenían miedo", desvela consciente de que sus palabras pueden animar a otros a dar el salto.

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La actuación policial supuso un importante golpe para los DDP, pero ni mucho menos definitivo. Los 'dominican' seguían vivos y Ana aún era un objetivo clave, además el Centro de Ayuda Cristiano al que acudía con frecuencia se encontraba en Aluche, conocido territorio DDP. "Pusieron un vigilante frente al Centro para ver qué pasaba conmigo, si realmente había abrazado a Dios o era algún tipo de tapadera; unos días después, se convencieron de que era verdad, que yo había cambiado y que no suponía ninguna amenaza para ellos", cuenta la Ana cristiana, que ahora trabaja en Burger King, aunque no en el establecimiento que ocupa a su madre, que ya es la segunda de abordo del local, como recuerda ahora sí con orgullo su hija.

Ana compagina su empleo en la hamburguesería gringa con el trabajo de limpiadora en algunas casas por horas, dos duras tareas que a la joven la hacen feliz. "Tengo muy buena relación con mis compañeros del Burger King", admite. "Hace unos días le conté mi pasado a los dueños de una de las casas en las que trabajo y no podían creerme; llevo años con ellos y no han echado en falta nada y están muy contentos conmigo", añade con la cabeza alta y a modo de muestra de lo que es su nueva vida. Al mismo tiempo, cuenta con orgullo que su madre ahora está radiante de alegría. "Antes sufría mucho por mí", se vuelve a entristecer.

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Pero la pena le dura menos de un segundo en su rostro, porque inmediatamente se da cuenta de que está contando su historia precisamente por esas madres que lo pasan tan mal injustamente. "Mi objetivo ahora es ayudar a muchas otras madres que como la mía has sufrido tanto", se propone en voz alta. "No quiero que salgas del Centro de Ayuda Cristiano, me dice mi madre, que sabe que yo aquí es donde conseguí cambiar; ya no fumo ni me drogo, soy feliz; ahora hablo con naturalidad de lo que antes era un trauma para mí, porque me ayudaron a superarlo; soy natural, transparente, no robo, no miento, porque en la Biblia pone que no hay que hacerlo; antes había oído hablar de Dios como algo teórico, pero aquí yo conocí a Dios", relata Ana con asombrosa rapidez.

"En las bandas hay muchas chicas que se sienten sin valor, una basura... La mayoría están ahí porque tienen problemas en casa y arrastran un terrible sentimiento de inferioridad", cuenta la joven, que tiene claro que al contar su historia se expone quizá demasiado. "Yo no sé lo que va a pasar, pero me arriesgo porque sé que así ayudo a muchos chicos que quieren salir y también a esas madres que no saben qué hacer con sus hijos, que los echan a la calle porque están desesperadas", subraya la chica en un nuevo baño de realidad.

Ana nació en la República Dominicana hace 23 años en una familia "destruida", como ella misma la define. "Mi padre pegaba a mi madre", resume la joven al tiempo que se le entristece el rostro de golpe. No le gusta mirar atrás, pero sabe que contar su historia reconfortará a muchos y, sobre todo, animará a algunos a salir de la miserable vida de la violencia callejera de las bandas latinas. O eso espera ella. Por eso se recompone y continúa. Cuenta que su padre tenía trabajo allí, pero que no ganaba demasiado. "Éramos pobres", añade para explicar que por ese motivo su madre tuvo que emigrar a Madrid, donde se puso a trabajar en un Burger King.

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