Las madres negras que adoptan en España: "La gente da por hecho que soy su cuidadora"
Encontrar a madres negras con hijos adoptados de tez blanquecina sigue siendo poco habitual en España. Esta es la historia de África y su hijo Efraín, al que adoptó hace 4 años
Hace mucho tiempo que en España ya no resulta desconcertante ver a una madre blanca con un hijo negro. Pero ¿qué pasa si la historia sucede al revés? "Recuerdo un día en un semáforo que una señora no podía dejar de mirarme hasta que me dijo: ‘Pero bueno, qué blanco es tu hijo, ¿no?’”, explica África a El Confidencial. Es afrodescenciente y vive en Móstoles con su marido Salva y su hijo Efraín, que llegó a la casa con tan solo ocho meses de vida tras un proceso de adopción nacional que duró cuatro años. La crónica de esta familia podría –o debería– ser la misma que la de cualquier familia adoptiva, pero el color de piel sigue siendo motivo de diferencia en muchos aspectos de la vida cotidiana. “Si yo no digo nada, la gente da por hecho que soy su cuidadora, no su madre”, lamenta mientras su hijo se aferra a ella como un koala.
Viendo la ilusión con la que el pequeño –que ahora tiene cuatro años– monta su puzzle de 'Frozen' en la mesa del comedor, las preguntas sobre la integración del pequeño quedan resueltas de forma natural. “Efraín sabe que es adoptado, pero eso no quita que en unos años tendrá que pasar por un doble proceso de aceptación, primero por no haber crecido con sus padres biológicos y, segundo, para entender por qué su madre es negra”, detalla África con un halo de preocupación en los ojos.
Los padres de esta luchadora emigraron de Guinea Ecuatorial a España en la década de los 80. Procedían de la tribu bantú –como la familia del juego de cartas que marcó la infancia de los niños de la generación X– e inculcaron a su hija algunas de las tradiciones procedentes del África negra. Por ejemplo, el concepto de ‘hermano’ para referirse a sus seres queridos o los ritmos coloridos de Maele y Bebe Manga que sonaban en casa cuando era pequeña. Pero su educación siempre estuvo marcada por la occidentalización, de manera que no volvió a sus raíces hasta que fue madre. Era la hora de quererse por sus propias diferencias.
“La única forma de facilitarle la vida a mi hijo era mostrándole que estaba orgullosa de ser mujer, madre, pero también negra”, explica con firmeza. Por ser negra en un país de blancos se había alisado el cabello y utilizar productos que nada tenían que ver con lo que su pelo afro necesitaba: “Con Efraín me animé a usar turbantes africanos y poner en valor un físico que siempre había sentido inferior”, relata entre lamento y alivio.
Una opción familiar habitual en otros países
Anticiparse a las situaciones ha sido la tónica habitual de África durante toda la vida. Más ahora que es madre. Siempre la han señalado, primero por ser negra, después por casarse con un blanco y ahora por adoptar a un pequeño de piel clara: “En Estados Unidos hay muchísimos casos como el nuestro pero en España sigue sorprendiendo cuando andamos por la calle porque hay una cierta sospecha hacia lo negro y la mezcla”, analiza su marido Salvador.
Él es español y también tiene que hacer frente a determinados estigmas: “Parece que seamos muy mediterráneos y estamos muy acostumbrados al turismo pero luego no existe la mezcla de razas entre la gente de aquí”. Antes de estar con África pensaba que el racismo ya no existía en España pero “al final ves que los negros se juntan con los negros y los blancos con los más blancos”. Salva propone un reto: “Debemos plantearnos que existen muchos tipos de familias más allá de la tradicional y están igualmente basadas en el respeto”.
África participa en foros de afrodescendientes y está preparando un blog donde recoger sus propias vivencias. “Es curioso porque Efraín ahora tiene más amigos negros que blancos”, apunta. Siempre le quedó la espina de adoptar un niño negro para ayudarle a quitar las piedras que ella ya golpeó de pequeña: “Muchas madres que han adoptado niños africanos me dicen que no se integran bien y pienso que quizá, si me lo hubiesen asignado a mí, el bebé lo hubiese tenido más fácil”, añade.
Le dio el pecho de forma natural
Otro pequeño de acogida temporal llegó a la casa de este matrimonio hace unos meses. Ya no era un bebé pero Efraín –”tierra de las frutas” en hebreo– sí, y cuando África se enteró de la posibilidad de amamantar a su hijo adoptivo de forma natural no lo dudó. Unos meses antes de la llegada del pequeño se sometió a un proceso de inducción de la lactancia estimulando el tejido mamario mediante la succión para poner el pecho a trabajar. Tan en serio se tomó el tratamiento que hasta pudo donar leche a otras madres de tanta cantidad que logró extraer.
“Había leído que el trauma en niños adoptados por la separación de la madre queda registrado en el subconsciente y pensé que una forma de compensarlo era darle de mamar”, cuenta mientras retoma su antiguo sacaleches. Otras técnicas que utilizó para estimular el vínculo materno que sin duda ha logrado establecer con Efraín: dormir pegados y llevarlo colgado en un fular para intercambiar olor y sudor.
Incomprensión entre la comunidad africana
Un problema en el útero fue la causa que impidió a África ser madre biológica. No quiso someterse a ningún sistema de fecundación alternativo y la adopción nacional fue siempre su opción para ser madre.
Ser negra y adoptar a un pequeño blanco no solamente sorprende entre los españoles sino también entre sus propios compatriotas: “Es cierto que entre las mujeres africanas todavía siguen arraigadas muchas creencias tradicionales y adoptar no está bien visto para muchas”, lamenta África. Su marido Salva insiste en que “la normalización tiene que empezar por los propios negros". El color va mucho más allá de lo puramente superficial y, si algo han aprendido y desean compartir, es que hay muchas formas de amor, familia y maternidad con un largo camino todavía por recorrer.
Hace mucho tiempo que en España ya no resulta desconcertante ver a una madre blanca con un hijo negro. Pero ¿qué pasa si la historia sucede al revés? "Recuerdo un día en un semáforo que una señora no podía dejar de mirarme hasta que me dijo: ‘Pero bueno, qué blanco es tu hijo, ¿no?’”, explica África a El Confidencial. Es afrodescenciente y vive en Móstoles con su marido Salva y su hijo Efraín, que llegó a la casa con tan solo ocho meses de vida tras un proceso de adopción nacional que duró cuatro años. La crónica de esta familia podría –o debería– ser la misma que la de cualquier familia adoptiva, pero el color de piel sigue siendo motivo de diferencia en muchos aspectos de la vida cotidiana. “Si yo no digo nada, la gente da por hecho que soy su cuidadora, no su madre”, lamenta mientras su hijo se aferra a ella como un koala.