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Rodrigo siempre quiso ser el sucesor
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AZNAR ELUDE EN SUS MEMORIAS EL FONDO DE SU RUPTURA CON RATO

Rodrigo siempre quiso ser el sucesor

Rodrigo Rato era el sucesor ‘natural’ pero dijo dos veces que no quería, Roca pudo ser ministro de Asuntos Exteriores pero Pujol no le dejó y

Foto: Rodrigo siempre quiso ser el sucesor
Rodrigo siempre quiso ser el sucesor

Rodrigo Rato era el sucesor ‘natural’ pero dijo dos veces que no quería, Roca pudo ser ministro de Asuntos Exteriores pero Pujol no le dejó y Mayor Oreja pretendió acudir a las conversaciones con ETA en Suiza. Son algunas de las perlas que José María Aznar incluye en el primer tomo de sus memorias, material administrado con habilidad periodística: en el prólogo cuenta lo más jugoso (la sucesión) aunque con escasos detalles, repasa luego minuciosamente el arranque de su carrera política y corta en ‘la tregua-trampa’ de ETA (1999) para dejar sembrada la expectación ante el segundo tomo, el que abarcará su segunda legislatura en el poder.

La versión del exjefe del Ejecutivo sobre el proceso sucesorio que él mismo abre y cierra en el Partido Popular entre el 29 de agosto y el 2 de septiembre de 2003 para nombrar presidente y candidato es inevitablemente parcial, pero reveladora del grado de autoridad que tuvo sobre el partido. En José María Aznar, Memorias I (Planeta) explica que eligió a Mariano Rajoy porque respetaba así la jerarquía natural del PP, garantizaba la continuidad del proyecto político y ofrecía al tiempo un cambio de personalidad (“Lo contrario a mí”) al frente del Gobierno que le parecía adecuado ante la previsible ofensiva radical de la izquierda y de los nacionalistas.

Lo que más ha chocado en el PP sobre la narración que hace su exjefe de aquellos hechos es que describa el progresivo distanciamiento que se da entre Rodrigo Rato y él casi desde el principio de la segunda legislatura como un rechazo del entonces vicepresidente a la posibilidad de ser el heredero. Sus más directos colaboradores y testigos de la época no lo recuerdan así. Es sabido que después de la victoria electoral de 2000, Aznar ofrece a Rato ser lo que quiera en el nuevo Gobierno y que elige seguir de vicepresidente económico, pero dejando Hacienda en manos de Cristóbal Montoro.

A partir de la formación de ese Ejecutivo, Aznar y Rato, amigos íntimos desde que juntos se inician en Alianza Popular 18 años atrás, empiezan separarse. Evita el expresidente del Gobierno referirse a las discretas maniobras internas que se suceden en el gabinete, en el Grupo Popular y en la dirección del partido a partir de 2002, precisamente para preparar la sucesión. El equipo económico y la mayoría de la dirección del Grupo Popular confiaba en el heredero ‘natural’: Rato. El ‘aparato’ de la Moncloa prefería la alternativa que, además, ya era vicepresidente primero: Rajoy.

Es cierto que a mitad de la legislatura Rato empezó a ‘hacerse el interesante’, como si hubiera perdido la ambición de ser presidente del Gobierno. Entonces, con el PSOE de Zapatero enfrente, la aspiración a ser candidato del PP equivalía a convertirse en el próximo jefe del Ejecutivo. Las encuestas pronosticaban la segunda mayoría absoluta del partido en el poder. El responsable de la política económica triunfaba en su terreno y prefería esperar su momento. Confiaba en que era ese sucesor natural. Pocos en el PP creyeron que fuera cierta la teoría de que “Rodrigo no quiere”. Otra cosa es que le interesara que se difundiera la idea. No se molestó en desmentirlo.

Aznar cuenta en su libro que Rato le dijo dos veces ‘no’, pero también reconoce que la segunda contó “a un periodista” lo que a él, su jefe, no se había molestado en responder. Es evidente que le dolió. Llegaron las discrepancias por la participación en Iraq (queda para el segundo tomo de las memorias), el distanciamiento personal después de la separación matrimonial del vicepresidente y las maniobras de los fontaneros de La Moncloa para que el vicepresidente económico no fuera el sucesor.

Continuidad sin rupturas: Rajoy

El ‘aparato’ de Presidencia no quería a Rato ni en pintura. Sabían que si era nombrado heredero desembarcaría con todo su equipo (numeroso, preparado y fiel) en todas las estructuras de poder, en el Ejecutivo y en la dirección del partido. La opción de Mariano Rajoy era la contraria: significaba y significó la continuidad casi absoluta. Fue la fórmula por la que se decantó Aznar al final, o más bien casi desde el principio, como ahora se deja entrever en sus memorias.  De hecho, el expresidente cuenta que buscaba “continuidad básica de las políticas”, “respeto a la jerarquía interna sin rupturas generacionales” y que el elegido no fuera percibido como una “prolongación personal”.

Rato se llevó en agosto de 2003 una relativa sorpresa y un severo disgusto. Siempre quiso ser el sucesor, aunque no lo dijera, y lo daba por hecho por el mismo principio esgrimido por Aznar: era el heredero ‘natural’. Rajoy figuraba a continuación, disimuló mejor, no presentaba aristas y supo esperar.

En Ávila, a pisar boñigas como diputado cunero

Al margen del capítulo de la sucesión, las memorias de Aznar son más prolijas en el repaso por los orígenes de la carrera política de su autor o detalles sobre el paso por la presidencia de la Junta de Castilla y León. Sacan a la luz un expresidente del Gobierno detallista y cariñoso con todos los que le ayudaron al principio, como Feliciano Blázquez, exdiputado por Ávila, que le enseñó a ganarse el escaño de cunero por la provincia pisando “el barro y las boñigas” en los mercados de ganado.

Sobre Fraga, da una cal y otra de arena. Reconoce discrepancias de fondo y malas relaciones cuando llegó a la presidencia del Gobierno, pero lo hace de forma muy elegante. También apunta Aznar su intento por integrar a los nacionalistas catalanes en su Gobierno. Cuenta que en la segunda legislatura ofreció a Miguel Roca la cartera de Asuntos Exteriores. “Es que no me atrevo a decírselo a Pujol”, le respondió el dirigente de CiU. “Pujol se enteró y le sentó fatal”, recuerda Aznar.

De Jaime Mayor Oreja, el expresidente admite que hubiera contado para la sucesión de haber conquistado antes el poder en el País vasco en las elecciones autonómicas (Nicolás Redondo se hubiera quedado de lehendakari). En el capítulo de los ‘contactos’ con ETA a consecuencia de la ‘tregua-trampa’, Aznar aporta el dato de que su entonces ministro del Interior quiso acudir a la cita con los cabecillas terroristas fijada en Suiza, pero que fue él quien le sugirió que mandara al secretario de Estado. En ese punto anota que Mayor Oreja, al que llena de elogios, estaba muy preocupado por si el Gobierno quedaba enredado en unas conversaciones “sin salida a ninguna parte”. Daba por hecho que ETA sólo pretendía una operación de propaganda.

Rodrigo Rato era el sucesor ‘natural’ pero dijo dos veces que no quería, Roca pudo ser ministro de Asuntos Exteriores pero Pujol no le dejó y Mayor Oreja pretendió acudir a las conversaciones con ETA en Suiza. Son algunas de las perlas que José María Aznar incluye en el primer tomo de sus memorias, material administrado con habilidad periodística: en el prólogo cuenta lo más jugoso (la sucesión) aunque con escasos detalles, repasa luego minuciosamente el arranque de su carrera política y corta en ‘la tregua-trampa’ de ETA (1999) para dejar sembrada la expectación ante el segundo tomo, el que abarcará su segunda legislatura en el poder.

Rodrigo Rato