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Piratas de gominola en busca del tesoro guiri: "No te imaginas lo rentable que es esto"
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LAS CHUCHES 'PREMIUM', VIENTO EN POPA

Piratas de gominola en busca del tesoro guiri: "No te imaginas lo rentable que es esto"

Empresarios de origen albanokosovar han desembarcado en España para vender a los turistas 'chuches' a precios estratosféricos. Y el caso es que funciona

Foto: El interior de una de las tiendas, en la calle Fuencarral. (EC)
El interior de una de las tiendas, en la calle Fuencarral. (EC)
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Hace unos días, un amigo chileno me envió un whatsapp solo para quejarse de lo caro que es Madrid. "¿Te puedes creer que me cobraron 29 euros por una bolsita de chucherías?", decía el mensaje. Me contó que paseaba por el centro de la capital cuando su hijo se metió corriendo en una tienda. Era un local de ambientación pirata que, no obstante, vende chucherías. "Era una tienda preciosa. El niño estuvo llenando una bolsita, cogiendo de todos los barriles, y ni me fijé en los precios, porque al final era una bolsa minúscula de golosinas. Calculé que serían 5 ó 6 euros. Cuando lo pesaron, llegó el susto: ¡Casi 30! Y, claro, ya era demasiado tarde para devolverlas".

A poco que busque en Google, notará que la opinión de mi amigo es bastante común. Las reseñas se dividen en tres categorías: las que se sorprenden del encanto del local, las que critican los precios y, sobre todo, las que afirman que todo lo anterior es correcto.

Las boutiques de la gominola llegaron a España poco antes de la pandemia y han ido cogiendo tracción. Solo en Madrid, en los 200 metros que separan la Gran Vía de la Puerta del Sol, hay seis tiendas, pero se pueden encontrar sucursales en los núcleos de Ibiza, Benidorm, Salou, Sevilla, Granada, Valencia, Málaga, San Sebastián, Marbella o Zaragoza.

Una incursión pirata en toda regla que tiene claro el botín: el dinero de los turistas.

El modelo de negocio está a la vista. Se trata de sorprender a los viandantes con las mismas golosinas que conocen de toda la vida, solo que bien presentadas y en tamaño enorme. Gracias al volumen que manejan, estas tiendas consiguen mercancía a precio competitivo y la venden a precio prohibitivo. Por ejemplo, un solo osito gigante en estas boutiques cuesta 80 céntimos, mientras que la bolsa de un kilo en internet, que incluye veinte unidades, sale por 5 euros. Esto es, el triple del precio minorista que marca el fabricante.

"No te puedes imaginar lo rentable que este negocio", dice Enrique Viejo-Fluiters, abogado y miembro de Caigen Capital, un fondo que en 2020 compró el 50% de Captain Candy Shop. "Compramos al por mayor grandes cantidades y obtenemos precios muy buenos. ¿Que si somos caros? Claro que sí. Pero no te voy a engañar: no aspiramos a que un cliente venga todos los días. Vivimos de los turistas, de la rotación, de la compra única", continúa.

"Yo no quiero que un cliente venga a diario, sino que entren los turistas y compren"

La dependienta de una de las tiendas de Madrid, que no quiere revelar su identidad, es más explícita: "Esto es una trampa para guiris, no creo que sorprenda a nadie", explica. "Hay que tener en cuenta que 50 euros en chuches es una locura en España, pero para un grupo de noruegos, americanos o franceses, por mencionarte los que más vienen, tampoco es un robo. Están de vacaciones y vienen dispuestos a gastar dinero en experiencias. Y te diré que la mayoría se van encantados", dice.

Hay otro truco crucial que nos desvela la dependienta. "¿Te has fijado en que no hay precios? Aquí todas las chuches cuestan lo mismo, se paga al peso, la gracia es que los clientes no saben cuánto cuesta el kilo. De modo que, una vez están en la caja, pocos se echan atrás. Han tocado la mercancía con sus manos y, además, tendrían que devolver una a una cada gominola a su urna".

Alquileres desorbitados

En estas tiendas el ticket promedio es de 12 euros. La misma cantidad que se gastan los clientes en un McDonald's o un KFC, pero con un porcentaje ínfimo de los gastos del fast food. Las chuches no hay que cocinarlas, ni mantenerlas en frío, ni hay que sentar a los clientes para que se las coman. Basta con unos recipientes y un trabajador por tienda. "Y luego está la cuestión de la caducidad. En España estamos acostumbradísimos a ver chuches duras en los establecimientos de alimentación. En nuestras tiendas siempre están blandas, en perfecto estado. Es impresionante lo que tarda en caducar esta mercancía si se mantiene en buenas condiciones", afirma Viejo-Fluiters.

Llegar a los turistas tiene una contrapartida: es necesario alquilar locales céntricos, que son los más caros. En ciudades como Málaga o Madrid, se pagan espacios en la calle Larios o Gran Vía a más de 35 euros el metro cuadrado, unas cantidades a los que normalmente solo pueden acceder las grandes franquicias. Además, a menudo la rentabilidad se somete a estrés, ya que compiten entre ellas por los locales vacíos, como sucedió con el de la calle Fuencarral 2. Captain Candy tenía el acuerdo cerrado, pero Sweet Pirate sobrepujó y se hizo con el espacio.

placeholder La tienda de Captain Candy en la calle Larios, en Málaga. (Captain Candy)
La tienda de Captain Candy en la calle Larios, en Málaga. (Captain Candy)

"Las calles turísticas son la clave. Nosotros tenemos una tienda en la calle Goya, que no tiene apenas turismo, como experimento. Queríamos saber si el negocio funciona fuera del centro, y lo que hemos visto es que, bueno, se mantienen unas cifras de venta estables, pero los picos de venta solo se experimentan en el centro", afirma Viejo-Fluiters, de Captain Candy. "Aunque son alquileres caros, se vende mucho y se rentabilizan rápido".

Esta circunstancia, junto al hecho de que las tiendas apenas tienen unos barriles que sostienen las golosinas, hace que el negocio funcione de forma parecida a las tiendas flash. Aparecen de un día para otro y, si las ventas no alcanzan un mínimo, cierran y buscan otra ubicación. En seis meses, o prueban su rentabilidad, o echan el cierre. La mercancia, el atrezzo y los empleados se reubican en poco tiempo en otra tienda. Así, las tres principales cadenas, que pese a lo publicado no funcionan como franquicias, cuentan con más de 40 tiendas por toda España y van a anunciar nueva aperturas después del verano.

Piratas de Istria

Piratear está en la naturaleza de los piratas, incluso si son de gominola. El mercado en España se lo dividen tres empresas que se copian entre ellas: Captain Candy, con más músculo financiero y presente en las principales ciudades; Sweet Pirate, que se ha especializado en localidades de menor tamaño como Segovia o San Sebastián, y Tesoro de Piratas, con base en Salou y que se ha extendido por toda la costa catalana.

Se han pirateado la imagen tanto entre ellas que, sin los logotipos, es imposible distinguir a las unas de las otras. Todas están decoradas como la bodega de un barco pirata y tienen las mismas gominolas sobre barriles. Incluso los empleados visten igual, de negro, con símbolos como la calavera de tibias cruzadas o la cimitarra pirata. Incluso la prensa confunde las aperturas de Sweet Pirate con las de Captain Candy y viceversa. Pertenecen a dueños diferentes pero, mientras haya pastel para todos, no tienen intención de demandarse.

Benidorm es el epicentro de las tiendas de chuches piratas... y también de la mafia albanesa en España

Para conocer el origen del concepto hay que viajar hasta una callejuela de Poreč, en la costa de Croacia. En 2008, el francés Guillaume Moustier, de ascendencia croata, decidió abrir una tienda de golosinas con ambientación pirata. Nada extraño para una ciudad que, como miembro de la República de Venecia, sufrió a los corsarios del alto Adriático durante siglos y que cuenta con un minigolf pirata, una pizzería pirata y una pastelería pirata.

Moustier escogió la avenida Domanus para Il tesoro dei pirati, en el casco antiguo de Porec, una zona controlada por la inmigración albanokosovar llegada en los años 60, dedicada principalmente a la hostelería y a los metales preciosos, en especial a la plata. La tienda del francés fue un éxito desde el primer día: "Pasaba todos los días y veía unas colas larguísimas, estábamos todos fascinados con ese negocio", dice el empresario Adrian Bytyqi, natural de Porec. "No se hablaba de otra cosa en la zona y allí el 80% somos albaneses, nos gusta montar negocios", dice a este periódico.

De aquel negocio surgieron tres cabezas albanokosovares que confluyen en Alicante. Una de ellas, liderada por alguien llamado Tony que no aparece en ningún registro, marchó a Praga y fundó Captain Candy en 2014 y ha abierto sucursales en Países Bajos, Alemania, Italia y Suiza. Es, además, la única que ha conseguido convertirse en una franquicia.

En paralelo, Bytyqi se asoció con su suegro y buscó un lugar de Europa donde hubiera turismo durante todo el año para abrir su tienda. "Miré muchísimo y al final me decidí por Benidorm", explica el empresario, propietario de la cadena Sweet Pirate. Al poco llegó el también albanokosovar de Porec Gjon Gjergji, que montó su Captain Candy en Benidorm. Aunque los nombres sean iguales y compartan accionistas como Tony, el Captain Candy español no pertenece a la vertiente checa; de hecho, tienen un conflicto de marcas en la Oficina de Propiedad Intelectual Europea. Por último llegó a Benidorm el francés Moustier, que también abrió su Tesoro de Piratas en el centro de Benidorm.

Juntos, los tres, dominan el mercado de la gominola en España, desplazando paulatinamente a clásicos como Belros, establecida en 1982. La situación hará levantar la ceja a más de uno, en tanto que Alicante es uno de los epicentros europeos de la mafia albanesa. "Apenas nos conocemos, hemos terminado en Benidorm por casualidad. Yo no pensaba vivir aquí, pero la ciudad me encanta. Hay turismo y oportunidades de negocio, aunque tengamos las tiendas muy cerca el uno del otro. La competencia es buena, te hace sacar lo mejor de ti", concluye Bytyqi.

Hace unos días, un amigo chileno me envió un whatsapp solo para quejarse de lo caro que es Madrid. "¿Te puedes creer que me cobraron 29 euros por una bolsita de chucherías?", decía el mensaje. Me contó que paseaba por el centro de la capital cuando su hijo se metió corriendo en una tienda. Era un local de ambientación pirata que, no obstante, vende chucherías. "Era una tienda preciosa. El niño estuvo llenando una bolsita, cogiendo de todos los barriles, y ni me fijé en los precios, porque al final era una bolsa minúscula de golosinas. Calculé que serían 5 ó 6 euros. Cuando lo pesaron, llegó el susto: ¡Casi 30! Y, claro, ya era demasiado tarde para devolverlas".

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