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Vida de un tomate: especulación, abusos y geopolítica en la bolsa que se lleva a casa
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ASÍ FUNCIONA LA HUERTA DE EUROPA

Vida de un tomate: especulación, abusos y geopolítica en la bolsa que se lleva a casa

Pocos sectores son tan complejos como la agricultura de invernadero. Viajamos al mar de plástico de Almería para entender cómo se producen y venden las hortalizas que compramos

Foto: Vista áerea del 'mar de plástico' en la provincia de Almería. (D.B.)
Vista áerea del 'mar de plástico' en la provincia de Almería. (D.B.)

Los tomates son como las acciones. La misma unidad puede valer un euro o 20 céntimos en función del contexto. La demanda, la escasez, el pánico, la previsión de futuro, la guerra entre compradores, la astucia del comercializador. Hay infinitas variables que afectan al precio de un simple tomate, y por extensión al del resto de hortalizas. Una carrera muy compleja que empieza el día en que el agricultor abona la tierra y termina en cuanto el consumidor, es decir usted, coge un puñado de tomates, los mete en una bolsa y paga el precio por kilo que marca ese día el cartel del supermercado (o el de la frutería de su barrio). Nos adentramos en la ‘ruta del tomate’, donde la supervivencia de más de 100.000 personas en España depende de los caprichos de la globalización, la especulación financiera, el cambio climático y hasta la geopolítica.

Primer acto: la producción

Almería, la mayor huerta de Europa. Más de 25.000 hectáreas de invernaderos, el mar de plástico que inspira series criminales y leyendas que aseguran que el blanco brillo de su silueta se ve desde el espacio. Dos hemisferios con la ciudad de Almería como eje. El poniente, que acumula el 80% de los cultivos con El Ejido como centro, y el levante, menos abarrotado a lo ancho del campo de Níjar. Es precisamente ahí donde se produce la hortaliza más consumida en España. Por la salinidad del agua, por el terreno, nadie lo sabe, pero los agricultores aseguran que los tomates salen más jugosos y consistentes. Por eso concentra la mayor producción intensiva de toda Europa.

El campo de Níjar, en el levante de Almería, concentra la mayor y más apreciada producción intensiva de tomate de toda Europa

Hasta ahí la teoría. La práctica es mucho más cruda. Las dos últimas campañas (2015 y 2016) han sido una tragedia para los agricultores, y la crisis de precios se alarga ya más de una década, con tomates vendiéndose a precio de coste o incluso a pérdidas. El año pasado, el precio medio de venta en origen de todas las variedades fue 0,53 euros por kilo. Muchas no superaron los 0,40 euros. “Un desastre”, resume Daniel Sánchez, tercera generación de tomateros. “Producir un kilo de tomate cuesta entre 40 y 50 céntimos. A 50 céntimos de venta estamos cambiando el dinero. O traes un colchón de otros años o tienes que cerrar. Un precio bueno para poder vivir serían 1,50 euros el kilo, y yo hay muchas semanas que estoy vendiendo a 30 céntimos”.

¿Cómo se explica que el mejor tomate intensivo del continente se venda muchas semanas como alimento para ganado? “Por la globalización y el cambio climático”, aclara Andrés Góngora, responsable nacional del sector de frutas y hortalizas del sindicato agrario COAG. “Las suaves temperaturas de los últimos inviernos han permitido a Europa producir tomates en invierno y primavera. Eso ha inundado de producto los mercados y ha tirado los precios”. A eso hay que añadir la competencia feroz (y desleal) de Marruecos. Un clima gemelo al de Almería que cuenta con una gran ventaja competitiva: allí hay barra libre para explotar a los trabajadores. “Marruecos produce en las mismas fechas y para los mismos mercados que nosotros. Hay mucho capital europeo invertido allí, que es quien le da a su producto acceso a la Unión Europea junto a los acuerdos preferenciales con Bruselas. Pero mientras a mí un trabajador me cuesta 60 euros las ocho horas, con su seguridad social y coberturas, en Marruecos se paga por debajo de 60 céntimos la hora en jornadas infinitas”, se lamenta Góngora.

"Esto es como la bolsa. Yo llevo seis aplicaciones en el móvil para ver cómo están los precios. Los agricultores estamos muy informatizados"

Los ojeadores de los monstruos de la distribución (Carrefour, Alcampo, Lidl, Aldi y otros) rastrean Europa y el Mediterráneo en busca de las cosechas más rentables. Almería, Murcia, Turquía, Marruecos, Egipto, Polonia, Italia. Y en función de ello calculan cuánto les va a costar cubrir sus necesidades. Si el volumen que necesitan se ve comprometido, los precios que ofrecen a los agricultores suben. Es lo que ocurrió a finales de enero con el calabacín y otras hortalizas, que se dispararon por culpa de las heladas que asolaron Europa. Pero si el clima es cálido, los precios se hunden por la sobreoferta. Sin olvidar la geopolítica, que también entra en juego. El último ejemplo es el enfrentamiento de Rusia con Turquía por el asesinato de su embajador. Moscú dejó de comprar hortalizas a Turquía y estas terminaron en los mercados de la Unión Europea. “Esto es como la bolsa. Yo llevo seis aplicaciones en el teléfono móvil para ver cómo están los precios al minuto. Los agricultores estamos muy informatizados”, confirma el responsable de frutas y hortalizas de COAG.

Al final de la temporada, a inicios de junio, es el momento de hacer balance. “Mi hectárea tiene que darme 100.000 euros esta campaña. Si me da eso, pago bien a los trabajadores, al de las semillas, el agua, puedo cambiar los cobertores del invernadero… Y me quedan unos 25.000 o 30.000 de beneficio. Pero si en vez de eso facturo 80.000, me quedo en blanco. Y si bajo de 75.000 directamente no como. Si pasa eso hablas con el banco, renegocias el préstamo, y a por la siguiente campaña. Así es como subsistimos”, relata Góngora.

Sánchez confirma ese extremo: “El margen es cada vez más estrecho, igual ganas un céntimo por kilo. ¿Entonces qué haces? Aumentas el volumen de producción y vas comprando fincas para que ese céntimo se vaya multiplicando. Y eso es muy peligroso”. Solo el año pasado quebraron en Almería 3.000 hectáreas de cultivo, cientos de agricultores que tuvieron que tirar la toalla. “Esta temporada, con los precios que ha habido en invierno, igual tenemos un respiro. Son precios que no teníamos desde la campaña 2002-2003. Pero si volvemos a pasar 14 años seguidos de malos precios, la producción hortofrutícola en Almería tal vez deje de ser un negocio”, advierten desde la cooperativa CASI, la mayor entidad tomatera de Europa.

En la relación de gastos para producir un tomate, la mano de obra es clave. Ibrahim lleva siete años metido en los invernaderos de Almería. Si echa la vista atrás se siente feliz de lo que ha conseguido: duerme bajo techo sobre un colchón y gana lo suficiente para comer caliente varios días a la semana. En los primeros años vivía al borde de la mendicidad, en especial cuando llegó a España, en una patera a la isla de Gran Canaria. No es que su salario de temporero indocumentado haya mejorado mucho. Sigue cobrando entre 30 y 35 euros por jornada y nunca sabe si hoy va a trabajar. Pero ha hecho buenas relaciones entre la comunidad inmigrante y se ha instalado, junto a otra veintena de temporeros, en una amplia casa okupada en la entrada de San Isidro de Níjar. Casi todos duermen hacinados en un sótano infecto, pero él comparte colchón arriba, en el suelo, con otro paisano de Mali. Un claro símbolo de estatus.


“Cada mañana salgo a la misma rotonda a las siete de la mañana. Si hay suerte, aparece una furgoneta y nos sube a unos cuantos para ir al invernadero. Si no, me vuelvo a casa. Hay semanas que trabajo dos días, otras trabajo cinco, nunca lo sé. Lo que ahorro lo mando a mi familia. Tengo mujer y tres hijos que dependen de ese dinero”, cuenta. Fuera, cientos de temporeros regresan a sus hogares pedaleando sus bicicletas por los arcenes. Muchos dormirán en uno de los 60 asentamientos ilegales que hay en la comarca. Unos pocos, los que tienen papeles y un contrato de trabajo, podrán regresar a una vivienda en condiciones.

“Para un inmigrante se ha vuelto muy difícil regularizar su situación. Los requisitos de Extranjería son cada vez más exigentes”, explica Eva Moreno, directora en Almería de la Fundación CEPAIM. “Hace unos años pedían un compromiso de contratación de diez meses porque las campañas agrícolas duran diez meses. Ahora piden un año. Es imposible que nadie contrate a un trabajador por ese tiempo”, denuncia.

CEPAIM ayuda a Ibrahim y a otros centenares de inmigrantes (la mayoría subsaharianos) a obtener el permiso de residencia. Es la única manera, argumentan en la fundación, de terminar con los abusos laborales y la miseria en la que viven muchos de ellos. Sin papeles, ningún agricultor puede contratarlos, y sin un contrato y un salario digno no pueden alquilar una vivienda e integrarse en la sociedad. Una pescadilla que se muerde la cola. “No es un problema de los agricultores, sino estructural. La huerta de Almería la sacan adelante los inmigrantes, y eso no va a cambiar. Mientras haya invernaderos, habrá inmigración. No podemos darles la espalda a esa realidad, sino buscar soluciones”, considera Moreno.

Tanto el responsable de COAG como la cooperativa CASI advierten: el uso de mano de obra irregular ha disminuido mucho en los últimos años. “El trabajo en negro tiene los días contados. Puede haber agricultores que siguen pagando 30 euros por jornada, pero la mayoría no se la juega. Primero porque las inspecciones de trabajo han aumentado, y luego porque las cooperativas y las cadenas de supermercados piden ver los contratos. Se aprieta cada vez más en temas sociolaborales igual que antes se hizo con temas medioambientales”, indica Góngora.

La sanción por ser ‘cazado’ con un trabajador sin contrato asciende a 6.000 euros. “Sería un loco si tuviera aquí gente sin contrato, con todo el dinero que le debo al banco. Pon que un día aparece un inspector por aquí y me pilla con cinco. Son 30.000 euros de multa, me supone cerrar el negocio. O uno solo, 6.000 euros, quizá el beneficio de toda la campaña”, señala Sánchez. “Hubo un momento hace 10 o 15 años que faltaba mano de obra y no había una regulación tan estricta. Mucha gente se la jugaba. Pero hoy, yo no conozco a nadie en mi entorno que no tenga a sus trabajadores en regla”.

Desde CEPAIM discrepan de la visión optimista de los productores. “No tenemos constancia de que las inspecciones de trabajo vayan a más. Un agricultor recibe una al año, dos como mucho. Hay muchísimo trabajo puntual esporádico sin contratación. No decimos que los agricultores quieran abusar, sino que los requisitos son tan exigentes que aunque quieran, no pueden contratar mano de obra en los picos de la campaña”, sostiene Moreno.

Segundo acto: la comercialización

Hay 300 centros de comercialización hortofrutícola en toda Almería, el lugar donde el agricultor lleva su producción para darle salida. La mayoría se congrega en el poniente, pero los centros especializados en tomate se extienden principalmente en La Cañada, al este de la ciudad de Almería. Agrupalmería, Vegacañada o la Cooperativa Agraria San Isidro (CASI) son algunos exponentes. Esta última es, además, la mayor entidad tomatera de Europa: no solo es la que más tomate vende en el continente (230 millones de kilos al año), sino la que más produce, ya que lo que allí se mueve es lo que recolectan sus 1.700 agricultores afiliados.

Los intermediarios ofrecen a sus agricultores dos vías para vender los tomates. La llamada venta directa, en la que los comerciales de la empresa pactan por adelantado precios y volúmenes con los grandes distribuidores (es decir, los supermercados); y la subasta, donde el precio fluctúa según el interés de los compradores y da algo de margen al agricultor para controlar la venta. La primera opción es ideal para los productores que tienen mucho volumen y calidad estándar, perfecta para surtir los supermercados. La subasta, en cambio, permite obtener mejores márgenes a quienes buscan algo menos de volumen pero mayor calidad o variedades menos populares, que luego terminarán en mercados y fruterías.

La subasta: “Se trata de una subasta a la baja. Comenzamos con un precio máximo y vamos bajando”, explica Esther Oliva, portavoz de CASI. En las gradas, pendientes de las características de cada lote (calibre, variedad, color, precio inicial, demanda) están los corredores de subasta. Bolígrafo, libreta y 'smartphone'. Silencio y concentración. Pueden ser corredores exclusivos de un gran mayorista o cadena de fruterías o corredores que trabajan a comisión para varios clientes, entre ellos los mayoristas de Mercamadrid y Mercabarna. Esos 'brokers' se llevarán entre dos y tres céntimos por kilo comprado.

Los precios bajan veloces y los corredores pulsan el botón cuando les convence el precio. “Si hay mucha demanda de tomate de invernadero el precio no baja mucho, y eso suele ocurrir en invierno. Pero si hay poca, ya sea en verano o porque hay sobreproducción en Europa, los precios se desploman”, explica Oliva. El primero en pulsar tiene derecho a seleccionar primero qué cajas de ese lote se va a llevar, el segundo viene después y así sucesivamente. Una vez vendido todo el lote, CASI cobra al agricultor un 9% del precio obtenido. “Ese dinero nos sirve para cubrir gastos de las instalaciones, técnicos, comerciales, todo lo necesario para que la empresa funcione”, prosigue la portavoz.

La subasta en CASI comienza a las 9 h y se prolonga entre una y dos horas. Una vez asignados todos los lotes, que se encuentran en el almacén y ya han sido inspeccionados antes de la puja por los 'brokers' para hacerse una idea de lo que hay hoy en la cooperativa, comienza el reparto. Los camiones se van llenando durante todo el día de palés que zarpan con destino Madrid, Fráncfort, París o Ámsterdam, adonde llegarán los tomates a lo largo de ese día o en la madrugada del siguiente.

La venta directa: Toneladas de tomates, vendidos ya de antemano, pasan a toda velocidad por las cintas transportadoras, uno tras otro como balas rojas. Es el centro de clasificación de CASI, donde los tomates se agrupan en cajas uniformes, todos del mismo calibre, y también se envasan en plástico, los famosos ‘flowpacks’ o barquetas que cada vez se venden más en los supermercados para preservar el producto y agilizar la venta.

“Clasificar el tomate es fundamental. El mercado no acepta que metas en una caja todo el tomate de golpe. Un ejemplo: McDonalds quiere tomate gordo que no tenga mucho líquido. Y otras empresas y distribuidores tienen otras exigencias. Si no les das lo que quieren, directamente no lo pagan”, explica Oliva. “Que un productor en su finca seleccione y clasifique los tomates parece fácil, pero no lo es. Lleva mucho trabajo. Y un error supone que una caja de tomates de primera calidad pase a segunda. Por eso nosotros ofrecemos ese servicio a los afiliados”, detalla.

El precio de los tomates que pasan por venta directa ya están pactados con el cliente (Lidl, Aldi, Carrefour, Alcampo y muchos otros), pero antes la negociación ha sido dura: “La gran distribución está muy concentrada, ese es su poder, y nosotros en cambio estamos muy desagregados, por eso pueden apretarnos con los precios”, resume Oliva. “Para venderles hay que ajustarse al volumen y el tipo de producto que necesita cada uno bien sea semanal, mensual o anual. Y sobre ese plan tienes que hacer un seguimiento periódico. Ellos te dicen, por ejemplo, que necesitan cinco camiones semanales, y tú te comprometes o no. La tendencia es ir a cerrar volumen, y luego el precio exacto queda un poco en el aire en función de cómo vaya la campaña. Las temperaturas, los virus, cómo está el resto de Europa… Los supermercados necesitan tener garantía de abastecimiento, esa es su prioridad por encima del precio, y nosotros tratamos de dársela”, prosigue la representante de CASI.

Los jefes de compra de las distribuidoras tratan de aplastar los precios. Y Almería, en su caso, se defiende con el arma de la calidad. “Tenemos la mejor calidad (de invernadero) de Europa, y por eso podemos luchar con los precios. Pero eso no es suficiente cuando Marruecos te mete 50 barcos en Perpiñán al mismo precio de venta que aquí en Almería. Es el país que nos hace más daño”, admite Oliva. “Intentamos defendernos en Bruselas mediante los sindicatos agrarios, pero poco poder tienen los productores españoles contra los acuerdos de la UE con terceros países”.

Fuentes del sector discrepan de esta visión victimista y aseguran que Almería no tiene competencia. “Marruecos es un problema solo algunas semanas, en cuanto les llega el frío dejan de ser competencia. Lo mismo para Europa. Almería domina la producción de invernadero de tomate casi todo el invierno y primavera. Son insustituibles y lo saben. Es imposible que nadie les vaya a quitar su posición dominante”.

Lo cierto es que cuando los agricultores denuncian el abuso de los distribuidores, suelen referirse a los gigantes europeos, no tanto a los españoles. Sus enormes volúmenes de compra les dan un poder de negociación enorme. Y también les permite estrangular a aquellos agricultores que, atraídos por la garantía de que su producción va a tener comprador, aceptan convertirse en proveedores únicos de una marca. “El distribuidor europeo trata de garantizarse productores en exclusiva. Enganchan a los agricultores con cosechas compradas de antemano pero les obligan a certificar el producto de una forma determinada, y cuando ya has invertido mucho dinero en adaptarte a la forma de trabajar de esa marca, es muy difícil volver atrás. Ahí es cuando el agricultor está indefenso ante las presiones de la cadena”, confirman expertos en producción.

Tercer acto: la distribución

21 horas. Es el tiempo que pasa desde que los tomates y el resto de frutas y hortalizas son metidos en el camión hasta que usted los coge en el supermercado, los mete en una bolsa y se los lleva a casa. Lo mismo con las fruterías, con la diferencia de que entremedias su tomate pasará por manos del mayorista. Este lo compra en la subasta de Almería a través de su corredor, un camión lo lleva al centro de venta (por ejemplo a Mercamadrid) y allí el frutero lo compra antes del amanecer para exponerlo en su local a primera hora de la mañana. En Europa, los tomates españoles llegan a los supermercados y tiendas de barrio en menos de 48 horas.

“Europa es nuestro gran cliente. El 80% del tomate que produce Almería no se queda en España”, advierte Góngora, del sindicato COAG. “Aquí hay 12.000 productores y 300 comercializadores, pero cadenas hay cuatro”, continúa. Aldi, Lidl, Socomo (central de compras de Carrefour), más los gigantes minoristas Edeka en Alemania y Tesco en Gran Bretaña, dominan la distribución. A nivel español, Mercadona es el referente. No todos compran en Almería, pero todos se surten de productores españoles. Ninguna cadena de supermercados ha querido atender preguntas para este reportaje, alimentando la denuncia de agricultores y sindicatos de operar con opacidad, aplastar a los productores con precios de miseria y llevarse todos los márgenes de beneficio.

“Quien conoce el sector sabe que eso no es cierto. España es uno de los países donde existe mejor información sobre la formación de precios en cada eslabón, sabemos cómo repercuten todos los gastos en el valor de un tomate”, se defiende Ignacio García, director general de Asedas, la patronal de los supermercados. Y señala: “En España no hay márgenes abusivos, en cada eslabón los márgenes son muy ajustados porque trabajamos con una fuerte competencia de supermercados, autoservicios y tiendas de barrio. Estamos hablando de una media de beneficio (para el supermercado) de un 1%”.

La patronal de los supermercados españoles asegura que el margen de beneficios en frutas y hortalizas es del 1% debido a la competencia

España es, ciertamente, un oasis en el sector de la distribución en Europa. Mientras en el resto del continente las grandes cadenas dominan el 90% del sector alimentario, en nuestro país resisten los grandes mayoristas (los llamados ‘mercas’, como Mercamadrid, Mercabarna y otros 21 centros agrupados en Mercasa) y los mercados de abastos y fruterías. Ellos aglutinan un 50% de la distribución, aunque la balanza se está decantando rápidamente en favor de los supermercados. “Si tradicionalmente un tercio de los tomates pasaban por supermercado y dos tercios por mayorista, ahora es al revés”, afirma el responsable de COAG. El director de Asedas confirma la tendencia: “El peso de frutas y hortalizas en los supermercados es cada vez mayor. Eso tiene que ver con unos hábitos de consumo cada vez más saludables, lo que hace que las cadenas mejoren la oferta y variedad de producto fresco”.

Uno de los formatos que diferencian al supermercado es la cuarta gama: hortalizas envasadas en barquetas de plástico y frutas ya peladas y troceadas listas para consumir. En el caso de los tomates, hay envases de 250 gramos, 500 gramos o más. Todos del mismo color y tamaño en cada barqueta o ‘flow pack’. Esa oferta diferencial ha puesto en guardia a Mercamadrid, que consciente de su pérdida de peso en la cadena de distribución de frutas y hortalizas ha optado por adaptarse al consumidor y comenzar a ofrecer producto envasado. Entre 2012 y 2015, Mercamadrid ha aumentado un 822% la comercialización de frutas y hortalizas de cuarta gama, hasta alcanzar 1,6 millones de kilos.

Pese a todo, el producto tradicional sigue inundando cada madrugada las naves de Mercamadrid. Y el tomate, con un aumento de venta de un 10% en 2016 respecto al año anterior, sigue siendo la hortaliza reina, con 146 millones de kilos facturados. La competencia entre mayoristas es feroz. El cliente (es decir, el frutero) es infiel, siempre buscando la mejor oferta. Eso desploma los precios, si bien hasta un límite. Todos los mayoristas juegan con márgenes de beneficio de entre el 10% y el 12%. “Al precio por kilo que paga tu corredor en subasta, tienes que sumar 12 céntimos por gastos de manipulación y transporte, más los dos céntimos del corredor. Si pagas 50 céntimos en subasta, te sale en verdad a 64 céntimos. A eso le añades ese 10 o 12%”, explica Sergio Bouhaben, mayorista de frutas y hortalizas en Mercamadrid.

Márgenes de un 0% para el productor, de un 1% para el supermercado (que luego compensa por otros lados), de un 12% para el mayorista. ¿Y para el frutero? “Tratamos de sacarle entre un 20% y un 30%”, afirma José Luis Díaz, frutero de Madrid. “Según la temporada puedes subir más o menos. En verano es cuando conseguimos los mejores márgenes porque la gente arrasa con los tomates. Ahora, el consumo es más moderado”, explica mientras atiende a una clienta que se lleva una bolsa de tomate raf-kumato, que hoy está a 3,99 euros/kilo.

Otros, en lugar de porcentajes se manejan en céntimos. “A todo le subo entre 20 y 30 céntimos”, explica Luis Caro, frutero especializado en gama alta. Tomate rama a 2,99 euros/kilo o “pintón” a 7,99 euros/kilo. A la pregunta de si es el frutero el que se lleva la mayor tajada del pastel, Caro protesta: “Aquí los precios son caros porque esta mañana he comprado caro en Mercamadrid. Esto que ves tiene el margen normal, yo también los he pagado caros. ¿Que hay tomate a 50 céntimos? Claro, si quieres un tomate que no sepa a nada ahí lo tienes. Pero si me pongo a ofrecer eso no me vuelve nadie a la tienda”.

Entre acusaciones cruzadas aparece la figura del consumidor, que se divide, como en la producción, en dos perfiles: el mayoritario, que busca una calidad aceptable al mejor precio (por algo el tomate de ensalada es el más vendido en España), y el que busca máxima calidad sin ser muy exigente con el precio. Hortalizas a precio de lujo cuyo máximo exponente es el tomate Raf, que apenas producen un puñado de familias en el cabo de Gata (Almería) a más de 10 euros el kilo. Gustos y bolsillos de todo calibre para llevar a la mesa los más de 300 millones de kilos de tomates que se consumen cada año en nuestro país.

Los tomates son como las acciones. La misma unidad puede valer un euro o 20 céntimos en función del contexto. La demanda, la escasez, el pánico, la previsión de futuro, la guerra entre compradores, la astucia del comercializador. Hay infinitas variables que afectan al precio de un simple tomate, y por extensión al del resto de hortalizas. Una carrera muy compleja que empieza el día en que el agricultor abona la tierra y termina en cuanto el consumidor, es decir usted, coge un puñado de tomates, los mete en una bolsa y paga el precio por kilo que marca ese día el cartel del supermercado (o el de la frutería de su barrio). Nos adentramos en la ‘ruta del tomate’, donde la supervivencia de más de 100.000 personas en España depende de los caprichos de la globalización, la especulación financiera, el cambio climático y hasta la geopolítica.

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