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Agustín Maravall: el sabio se jubila
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PRIMER ESPAÑOL EN LA RESERVA FEDERAL

Agustín Maravall: el sabio se jubila

La frase preferida de Agustín Maravall la pronunció Descartes. ‘Para poder vivir bien’, sostenía el filósofo francés, ‘hay que vivir sin ser visto’.

Foto: Agustín Maravall recibe el Premio de Economía Rey Juan Carlos.
Agustín Maravall recibe el Premio de Economía Rey Juan Carlos.

La frase preferida de Agustín Maravall la pronunció Descartes. ‘Para poder vivir bien’, sostenía el filósofo francés, ‘hay que vivir sin ser visto’. La elección de ese enunciado no es casual. Descartes es el padre del pensamiento racional. Y Maravall (Madrid, 1944) no ha hecho otra cosa en su vida que espantar demonios y prejuicios al margen de la fama. Incluso en una disciplina como la economía, contaminada como ninguna otra por todo tipo de comportamientos irracionales. Principalmente, la economía política.

Maravall es el maestro de generaciones de especialistas en econometría y en modelos de desestacionalización de series temporales. Algo que puede parecer un horror sólo con decirlo de un tirón, pero que es la base de la economía ya que con esos instrumentos se pueden detectar los errores de observación. No se puede entender la realidad si previamente no se extrae toda la información que esconden los datos.

La estacionalidad explica, por ejemplo, que un aumento del paro de 100.000 personas signifique, en realidad, una disminución de 50.000. Lo observable a primera vista, por lo tanto, no siempre dice toda la verdad. Y a eso se ha dedicado Maravall durante más de 40 años. A hacer hablar los datos. Pero sin torturarlos, como hacen los malos estadísticos. Como decía Henry Miller,hay que dar un sentido a la vida, porque obviamente la vida no lo tiene”. Y, como reconoce el propio Maravall, “en ocasiones ese sentido se puede buscar en los números”.

Ahora acaba de jubilarse del Banco de España tras recibir el Premio de Economía Rey Juan Carlos, el galardón que más brilla en la ‘ciencia lúgubre’ española. Y no ha sido por casualidad o porque cuando él entró en el servicio de estudios del Banco de España apenas trabajaban allí 25 titulados, que se decía por entonces. Ha sido por sus aportaciones a la creación de conocimiento. Hasta el punto de la propia Reserva Federal y prácticamente todos los bancos centrales y oficinas estadísticas del mundo utilizan sus programas para el análisis de series temporales. Maravall, que fue el primer español que trabajó en el banco central de EEUU cuando este país se quitaba el hambre como podía, no presume de ello. Al fin y al cabo, como asegura con humildad franciscana, en la vida sólo ha aspirado a “no tener a nadie por arriba ni a nadie por debajo”.

Los prejuicios y la historia de España

Y básicamente lo ha conseguido pese a que durante muchos años tropezó con serias dificultades dentro y fuera de España. Los prejuicios, como asegura Maravall, forman parte de la historia negra de España. Y sin entrar en más detalles, recuerda que el pensamiento científico fue vilipendiado durante siglos porque el contraste empírico no daba los resultados que quería la religión. Así es como España se fue apartando de forma paulatina del progreso.

Maravall, curiosamente, aprendió que había que no tener prejuicios durante el año que pasó en un batallón disciplinario en el entonces Sahara español. Fue condenado a dos años castigado por oponerse al franquismo como simpatizante de la FUDE, una organización muy activa en la Universidad durante los primeros años 60.

Como el propio Maravall contó en su discurso de aceptación del premio, entre Cabrerizas y El Aaiún conoció a un admirable militar, el coronel Sandoval, que le enseñó a quitarse prejuicios de la cabeza. El coronel era buena gente. Y lo que es también importante. A finales de los años 60 se cercioró de que España estaba cambiando tras 30 años de dictadura. Tanto que el propio coronel Sandoval fue padrino de su boda. Un militar de la época de Franco asistiendo a la boda del hijo de una eminencia progresista como era el historiador José Antonio Maravall. Educado, además, en el heterodoxo Colegio Estudio. Su propio hermano, José María, fue ministro de Educación en el primer gobierno de Felipe González.

Acababa de licenciarse como ingeniero agrónomo y el destino que se le encomendó en el Sáhara español fue mitad ganadero y mitad agricultor. Aunque en realidad hacía de todo. Incluido trabajar en un instituto de enseñanza media instalado en medio del desierto por la España colonial, y que hoy califica como “estupendo”.

Cuando acabó el castigo en el Sahara encontró un empleo en el Ministerio de Agricultura, y fue allí donde comenzó a estudiar la economía como un proceso científico basado en los datos y no sólo en las ideas. Su trabajo en el Ministerio era simple: averiguar lo que se podía plantar en las tierras de regadío tras el trasvase Tajo-Segura o la demanda previsible de consumo de vino. En una palabra, la solución pasaba por entender qué querían decir los datos. Le fue tan bien que fue uno de los primeros españoles que publicó un trabajo en Journal of Econometrics, la biblia del sector.

Un economista de ‘interés nacional’

Un viaje a la Universidad de Wisconsin, donde llegó con una desamparada maleta en medio de la nieve, hizo el resto. Su esposa falleció y un nuevo matrimonio, esta vez con una estadounidense, le hizo ver que EEUU era, como dice el tópico, la tierra de las oportunidades. Trabajó en la Reserva Federal después de que las autoridades le declararan de “interés nacional” para poder trabajar allí, como dice con cierta sorna.

Fue el primer extranjero empleado en el staff de los gobernadores de la Reserva Federal sin que nadie le preguntara por su origen. Allí comenzó a convertirse en una eminencia. El resto es conocido. Multitud de trabajos de economía relacionados con los análisis de series temporales llevan su inspiración. Uno de sus legados ha sido la identificación de errores estándar que convierten a la economía en una pseudociencia. Y la mejor prueba es que la Oficina del Censo de EEUU ha añadido a su programa, X13-ARIMA el modelo TRAMO-SEATS creado por Maravall y el estadístico Víctor Gómez.

Hoy observa la economía con la distancia que le da la ventaja de entender los datos. Y piensa que el euro -esta vez recurre a las leyes de la física- es una especie de agujero negro del que es muy difícil salir. Se ha creado un instrumento cuyas fuerzas son demasiado pesadas para países como España que históricamente ha salido de las crisis ’a su manera’. Con su propia política. Y hoy la austeridad llevada al extremo lo que ha hecho en realidad es generar más pobreza.

Su análisis es muy claro. El paradigma del mercado libre es de un interés limitado porque simplemente no se puede cumplir. Y aunque se cumpliese nos llevaría al célebre ‘óptimo de Pareto’, según el cual basta con que una persona salga un poco perjudicada para que no se pueda decir que la situación es preferible aunque todos los demás ganen.

“El dato es lo fundamental”, proclama desde su humildad bíblica. ‘Y no el dinero’, remacha, “que no crea empleo”. Sólo riqueza personal. Y es que Maravall no parece comprender que el dinero sea hoy más que nunca el auténtico becerro de oro al que las sociedades adoran sin rubor. Su desconfianza en la economía se fraguó cuando observó que el dinero no era producto del trabajo sino de manejar más dinero.

Tal vez por eso se ha jubilado del Banco de España sin hacer ‘ruido’. Ese maldito concepto que manosean los estadísticos y especialistas en econometría, y del que no se puede sacar nada en provecho. Tampoco se puede sacar partido de eso que Maravall y otros economistas denominan ‘pensamiento rápido’. La mayoría de las veces, burda manipulación del saber científico. Con razón, sostiene con ironía, “todo el mundo sabe y habla de economía, pero casi nadie estadística”.

La frase preferida de Agustín Maravall la pronunció Descartes. ‘Para poder vivir bien’, sostenía el filósofo francés, ‘hay que vivir sin ser visto’. La elección de ese enunciado no es casual. Descartes es el padre del pensamiento racional. Y Maravall (Madrid, 1944) no ha hecho otra cosa en su vida que espantar demonios y prejuicios al margen de la fama. Incluso en una disciplina como la economía, contaminada como ninguna otra por todo tipo de comportamientos irracionales. Principalmente, la economía política.

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