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La decadencia de la Copa Davis obliga a unas decisiones que nadie quiere afrontar
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La decadencia de la Copa Davis obliga a unas decisiones que nadie quiere afrontar

Los jugadores más representativos evitan acudir a las primeras rondas de la competición. Quieren cambios en el formato, pero las federaciones nacionales se resisten por cuestiones económicas

Foto: La ensaladera, el trofeo que se da al campeón de la Copa Davis (EFE)
La ensaladera, el trofeo que se da al campeón de la Copa Davis (EFE)

La Copa Davis dejó hace mucho tiempo de ser una competición interesante. Ya ni siquiera son muchos los que la defienden públicamente. Fue un proyecto de muchos años, apasionante en ocasiones, un motivo para luchar y no para quejarse. Los tiempos han cambiado, el tenis es radicalmente diferente a lo que se vio antes, el profesionalismo se ha extendido como una mancha de aceite y los réditos que da una ensaladera son más bien escasos. Si acaso la final, el hecho de ser campeón o no serlo, saber que es un título que queda bien en un historial pero no es un objetivo en sí mismo.

Foto: En septiembre de 2015, Nadal participó en la eliminatoria contra la India en la que España logró el ascenso al Grupo Mundial (Rajat Gupta/EFE-EPA)

Es un caos, todos lo saben, pero nadie parece dispuesto a tomar decisiones. Si por los jugadores fuese, hace mucho tiempo que se hubiese cambiado el formato. Lo demuestran temporada tras temporada, borrándose de una u otra manera de las primeras rondas. Suiza acudirá a su duelo contra Estados Unidos sin Wawrinka ni Federer. A cambio presentan a Laaksonen y Chuidinelli, ambos por debajo del cien del mundo. Croacia, la rival de España, no tiene ni a Cilic, ni a Karlovic ni a Coric. Su estrella, por decirlo de alguna manera, será Skugor, 223 del mundo. España no lleva a Nadal, aunque su ausencia esta vez sí es excusable, pues su país no le necesita en absoluto. No verán jugar a Murray, ni a Berdych, ni a Nishikori, ni a Raonic, ni a... se hacen una idea.

Lo lógico es pensar que esto es algo a solventar, pero no lo esperen, no conviene. La clave, para variar, está en el dinero, y es que la Davis no genera demasiado, pero sí lo suficiente para hacer de las estructuras menores del tenis algo solvente. La Federación Internacional de Tenis, en otros tiempos boyante institución, vive en buena parte de los ingresos que generan los patrocinadores principales del evento, fundamentalmente el banco francés BNP. En el caso de que no hubiese Davis, o de que la Davis se jugase en un formato más escueto, perderían una vía de ingresos y solo quedaría lo que genera el COI en los Juegos Olímpicos.

Pero hay un problema mayor, que son las federaciones nacionales. Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Australia no tienen ningún problema de dinero, pero son las únicas. Los Grand Slam son un vestigio del pasado, pues no tienen el control de la ATP sino de los entes nacionales, que consiguen pingües beneficios gracias a ser los propietarios de los torneos más importantes del tenis mundial, algo que se ve fácilmente cuando uno repasa sus estructuras tenísticas, enormes en todos los casos, muy superiores a las de las otras federaciones nacionales.

placeholder El banquillo español de la Davis (EFE)
El banquillo español de la Davis (EFE)

Los patrocinadores

Son el resto las que no quieren ni oír hablar de cualquier posibilidad que implique la supresión de partidos en esta competición. Porque, a los países más grandes, les conviene generalmente hacer eliminatorias en casa. La venta de entradas repercute directamente en las arcas de la federación nacional, pues es algo en lo que la ITF ordena pero no recibe. A España, por ejemplo, los años dorados le hicieron tener unos recursos para ampliar su base, alimentar el CAR e, incluso, soñar con tener algún torneo de titularidad propia que les hubiese dado una mayor estabilidad presupuestaria. Llegó la crisis y aquella idea se aparcó. La reducción de dinero público en el deporte, que no es algo exclusivo de este país, profundiza aún más el problema.

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Tienen, además, la sartén por el mango en una cosa: ellas eligen a los representantes de la federación internacional. Raro sería que el presidente de la ITF se inmolase cambiando el formato de la Davis sin dar una alternativa económicamente atractiva para los organismos nacionales, pues tendrá en cuenta que un cambio en ese sentido supondrá muy probablemente un descalabro electoral en los siguientes comicios. Los dirigentes deportivos tienden a eternizarse y nada les horroriza más que una rebelión.

También depende de la Davis buena parte de los patrocinios de las federaciones, pues empresas como Mapfre pagan, fundamentalmente, por tener visibilidad en esta competición. La ITF, además, tiene estrictas normas televisivas que obligan a conseguir retransmisiones íntegras de los partidos, pensando fundamentalmente en esos esponsors que, por descontado, no pueden competir con los suyos propios.

Los jugadores, que en el tenis trabajan bien en equipo por más individual que sea el deporte, llevan años reclamando cambios. Es más, ya se empiezan a ver competiciones pensadas para rivalizar con la Copa Davis. Es el caso de la Copa Rod Laver, donde se intentará hacer una especie de Ryder mundial con un equipo europeo que rivalice con otro del resto del mundo. La ATP, que no colabora en esto pero a la que tampoco gusta la Davis, planea hacer algo parecido para quedarse con ese mercado. La Davis suena a obsoleta, sin duda está atacada, pero su solera la hace más resistente de lo que parece.

placeholder Argentina, la última campeona (EFE)
Argentina, la última campeona (EFE)

El problema del tenis base

La miniaturización de la Davis tiene consecuencias directas en el tenis de base. Con todos sus problemas, que son muchos, las federaciones nacionales suelen ser el primer flotador para los niños disfruten del tenis. Y el camino más sencillo para llegar a la élite. Es un trabajo que no se ve, pero que cuesta dinero, apoyar torneos satélite para que los tenistas puedan competir, poner dinero en los centros de alto rendimiento con la idea de tecnificar a los jugadores más prometedores, invertir en preparación física y técnica, formar a los monitores... la base de todo.

Foto: Nadal y Rod Laver, los que están por debajo de Federer (Reuters)

Ese sistema, tan productivo durante años, tiene visos de caer. Los premios de los jugadores en la competición son muy escasos, sobre todo si se comparan con lo que ganan normalmente en el circuito, que ha visto una escalada de emonumentos en los últimos cinco años. La Fed Cup aún es rentable para las jugadoras, pues los torneos de fuera del Grand Slam siguen sin dar cantidades exorbitadas de dinero. La Davis no. A la competición por equipos solo le queda apelar al orgullo nacional, a los intangibles de jugar por tu país y con compañeros que, normalmente, suelen ser amigos. Los jugadores, cuando van, remarcan estos factores. Pero son volubles, tienen una aproximación emocional cada vez menos en boga.

Las leyes de algunos países, entre ellos España, pueden interpretarse para forzarles a acudir so pena de multas y sanciones. Italia, de hecho, ha tomado esa decisión hace unos días con Camila Giorgi. Es, sin embargo, un camino poro habitual y casi nada explorado. Entre otras cosas, porque los tenistas son bastante populares y, por lo general, tienen una imagen impoluta ante el aficionado, que tiende a sospechar, no pocas veces con razón, de las federaciones. Al fin y al cabo, nadie se ha emocionado nunca con una decisión de un organismo deportivo y sin con, por ejemplo, una derecha de Rafa Nadal. La pelea de la opinión pública, como se ha demostrado en multitud de ocasiones, está perdida.

La Copa Davis dejó hace mucho tiempo de ser una competición interesante. Ya ni siquiera son muchos los que la defienden públicamente. Fue un proyecto de muchos años, apasionante en ocasiones, un motivo para luchar y no para quejarse. Los tiempos han cambiado, el tenis es radicalmente diferente a lo que se vio antes, el profesionalismo se ha extendido como una mancha de aceite y los réditos que da una ensaladera son más bien escasos. Si acaso la final, el hecho de ser campeón o no serlo, saber que es un título que queda bien en un historial pero no es un objetivo en sí mismo.

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