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José Luis San Juan, el abuelo del rugby español que suspira por ver a los All Blacks
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Una historia familiar

José Luis San Juan, el abuelo del rugby español que suspira por ver a los All Blacks

Tres generaciones de la familia San Juan encontraron su sitio en el rugby. José Luis, el abuelo, quiere ver a los All Blacks en Madrid en su visita al Wanda Metropolitano

Foto: José Luis, en una imagen reciente. (Cedida)
José Luis, en una imagen reciente. (Cedida)

La familia San Juan lleva el rugby en su ADN. El abuelo, José Luis, tiene 96 años y, como reflejan los periódicos de la época, fue un tercera línea “batallador”, se supone que en el más amplio sentido de la palabra, y “efectivo”. Así lo atestiguan viejos recortes de prensa que aún conserva. Sus ojos todavía se iluminan cuando narra “batallitas” de aquellos campos donde el barro llegaba hasta más arriba de los tobillos en sus tiempos mozos. Dispara como una metralleta una retahíla de anécdotas que hacen más amena la conversación. Da la impresión de que si alguien le presta un par de botas, una camiseta y un pantalón es muy capaz de reverdecer laurales “a pesar de que hace tiempo que perdí la condición física”, afirma. Ese espíritu de jugador veterano, que no de exjugador, le hace mantener vivo el sueño de volver a disfrutar de cerca un partido de los All Blacks. Lo podrá hacer el próximo 21 de mayo en Wanda con su familia. La entrada ya la tiene comprada desde hace meses.

placeholder La tradicional haka de los All Blacks. (REUTERS)
La tradicional haka de los All Blacks. (REUTERS)

Muchos años practicando al deporte que tanto le apasiona, y tuvo que ser durante su época futbolera la que le pudo costar un disgusto. Como la mayoría de los adolescentes de su edad, José Luis jugaba al fútbol “y a las canicas” en la calle. El joven San Juan ya apuntaba por aquel entonces maneras que invitaban a quitar el “san” de su apellido. Y es que durante un partido amistoso recibió una entraba “bastante fea” de un rival. Le cogió la matrícula y el azar, si es que se puede llamar así, quiso que poco después el agresor sintiera una caricia en su cuerpo. Nada violenta, eso sí. Solo era para marcar territorio. El receptor de la caricia se llamaba José María Gil- Albert Velarde (1925-2007), esto es, la persona que en 1980 la Unión de Centro Democrático (UCD) nombró como fiscal general del Estado en sustitución de José Manuel Fanjul Sedeño. De haber sido rencoroso, y de no estar prescritos los hechos, le podría haber acusado de la comisión de un delito de lesiones leves.

En 1944 el más veterano de la dinastía se trasladó de Logroño a Madrid para matricularse en Ingeniería. “Los estudios siempre fueron mi prioridad”, aclara. Tan es así que después de su etapa en el ICAI, un equipo que durante la posguerra estuvo patrocinado por el Atlético de Madrid, consiguió sacarse el doctorado. Antes de tener entre sus manos un balón ovalado, José Luis ya había practicado en su ciudad natal atletismo, fútbol, algo de baloncesto o pelota a mano, “pero del rugby no sabía nada hasta que vine a Madrid”. Al más veterano de la dinastía le motivó aquel deporte que en aquella época estaba reservado casi en exclusiva a los universitarios. Fue como una especie de flechazo. “Si hay un deporte constructivo y que merece la pena practicar por su carácter formativo, ese es el rugby”, espeta.

placeholder La imagen, guardada como un tesoro por la familia. (Cedida)
La imagen, guardada como un tesoro por la familia. (Cedida)

Ha pasado más de medio siglo desde que uno de los más fervientes seguidores de Los Leones y de Las Leonas se cortara la coleta. Comparado con su época, el rugby ha evolucionado mucho, y siempre para bien, porque “ahora las normas aportan más seguridad a los jugadores”, reflexiona. A pesar del origen anglosajón de su deporte favorito y de que se juega, sobre todo, en países de habla inglesa, José Luis siempre fue de la opinión de que el rugby encaja “muy bien” con el carácter español y sostiene que cuando se conozca mejor en nuestro país “va a tener mucha acepción”. De hecho, pone como ejemplo la emoción que produjo a los miles de aficionados ver que “por fin” España se clasificaba de nuevo para la Copa del Mundo del próximo año en Francia. Si hubiera podido, seguro que hubiera saltado al campo junto a los chicos y chicas que lo hicieron para abrazarse con los jugadores o para pedirles que le firmaran algún balón.

Llegó a ganar en 1949 por un ajustado 8-3 a los catalanes de la Santboiana una Copa del Generalísimo con los rojiblancos. Por cierto, la única que tienen. Sin embargo, ese no es el mejor recuerdo que tiene del rugby. No se olvida de que “en estos tiempos en los que se habla de que existen tantas diferencias”, el equipo catalán del BUC invitó a cuatro madrileños a participar en una gira por Dinamarca y Suecia. Por tierras suecas se deshicieron del Attila F.C. (25-20) y del Abvsje R. F. C. (18-15) y contra los equipos daneses también dieron el do de pecho al imponerse 22-6 en Kalstaup al Speed R. F.O y al Speeokartrup (22-6).

La crónica periodística de aquel partido disputado en Copenhague relataba que los españoles habían ganado gracias a una “brillante” exhibición en el juego a la mano. El reportero, además, hacía hincapié en que los madrileños “tuvieron parte muy principal en el triunfo” porque anotaron 16 de los 22 puntos: Jesús Morales (6), Rodrigo (5), San Juan (3) y Pololo (2). “Ese agradecimiento que tuvimos de los catalanes es también parte de la esencia del rugby”. Aquellos éxitos a nivel deportivo y humano le sirven de reflexión a punto de cumplir un siglo de vida: “Lo importante no es echar de menos el rugby cuando te retiras, sino mantener vivos los valores que te han servido como ejemplo a seguir a lo largo de todos estos años”.

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A José Luis le falla un poco el oído, pero tiene una memoria privilegiada. Pese a ello, en un cajón de su casa almacena por si acaso los recortes de prensa de la época para que nadie ose corregirle. Lo guarda todo. Los de las victorias y los de las derrotas, como una frente a la Santboiana (12-6 ), el 1 de noviembre de 1952, sobre la que el periodista V. Hernández dejó escrito que “sin ningún género de dudas”, San Juan fue el más “batallador” y “efectivo” de su equipo. Años atrás, y también otro 1 de noviembre, pero esta vez de 1947, el ICAI llegó a ser portada del Marca, con foto de toda la plantilla incluida, que acompañaba al anuncio de que iban a participar en un torneo universitario. El reconocimiento a su actitud en el campo llegó también meses más tarde de la mano de otro periodista tras una nueva derrota: “Fallaron bastantes ocasiones y solo podemos salvar del desastre a Nicolás Fuster, que derrochó coraje en competencia con el tercera línea San Juan”.

Luis, su hijo, recuerda que ve partidos de rugby “desde que tengo uso de razón”. Herencia paterna. “Es que nos ponía los partidos del V Naciones y nos contaba tantas historias que, al final, eso engancha”, señala. No es extraño, por tanto, que a los 14 años empezara a jugar con la Unión Deportiva Salamanca y que cuando vino a Madrid se enrolara en un equipo universitario. “No pasé de ese nivel porque aunque lo intenté con el Arquitectura eran demasiadas horas de entrenamiento”. Ahora, a sus 54 años, mata el gusanillo del rugby con el equipo de veteranos del San Isidro, “que estuvieron lo suficientemente locos como para aceptarme”, y como ayudante del entrenador de niños de seis o siete años. “Estoy aprendiendo a gestionar todo eso”, dice.

Y es que no es fácil inculcar a niños de tan corta edad los valores del rugby. “Lo primero que les decimos es que allí están para pasárselo bien y disfrutar”. El paso siguiente, al margen de los aspectos técnicos del juego, es algo tan complicado como explicarles que se trata de un deporte de equipo “donde hay que pasar el balón y donde sus colegas están para echarles una mano y no para competir con ellos”. Luis aprendió estas cosas de su padre mientras le hablaba de sus viajes por el extranjero “en una época tan complicada donde la gente apenas salía del país” y de lo importante que era formar una “piña” con sus compañeros, con muchos de los cuales trabó una buena amistad durante muchos años.

A nivel familiar, Luis se enorgullece de haber llegado a jugar hace un año junto a su hijo Martin un partido oficial con el San Isidro. “Es una de las cosas más gratificantes que me han ocurrido en esta vida”. Fue como una tormenta perfecta. El equipo b estaba plagado de bajas y el primer equipo les cedió varios jugadores como refuerzo, entre ellos su hijo. “Y allí, en la grada, estaba mi padre viéndonos”, subraya. Acumula menos recuerdos que su progenitor, aunque los que atesora pueden llegar a ser la envidia de muchos. Al cumplir 50 años su esposa le regaló cuatro entradas para presenciar in situ en París un Francia-Nueva Zelanda. “Y allí que nos fuimos mi padre, mis dos hijos y yo”.

Daniel es nieto de José Luis, sobrino de Luis y primo de Martín. Así que tenía complicado abstraerse del espíritu deportivo de la familia San Juan. Comenzó con el rugby, “simplemente entrenando”, mientras cursaba el bachillerato en Inglaterra, en el colegio Canterbury. Al matricularse en la universidad de Westminster para estudiar Negocios Internacionales siguió jugando unos años más en el equipo universitario, hasta que decidió enrolarse en el HAC, un club federado “con el que jugué también algún torneo de seven en verano”. Justo antes de comenzar la pandemia regresó a Madrid, “y ya aquí mi tío y mi primo me llamaron para que me metiera en el San Isidro”.

placeholder José Luis San Juan, junto a sus nietos. (Cedida)
José Luis San Juan, junto a sus nietos. (Cedida)

Ahora mismo su abuelo vive con ellos en casa. Hasta allí se ha llevado buena parte de sus recuerdos que los tiene a la vista de cualquier persona que les visita. Suele mostrar con orgullo una placa que le dieron en una de las empresas donde trabajó. La inscripción que figura en el obsequio, como no podía ser de otro modo tratándose de José Luis, hace referencia al rugby. En concreto, a la melé. Todo fruto de su empeño por tratar de inculcar los valores de trabajar en equipo y de la responsabilidad que tiene cada uno porque “sabiendo que si uno fallaba, fallaba el resto”. No muy lejos de la placa está un balón de rugby de cuero marrón “que no sé cuántos años tiene y es una de las primeras cosas que ves cuando entras en mi casa” y una fotografía haciendo un saque con el pie desde el medio campo.

La parte romántica de la historia, que también la tiene, se remonta a hace muchos años. Fue un día en que Blanca, madre de Luis y abuela de Daniel y Martín, acudió a ver un partido de rugby casi obligada por una amiga porque jugaba su novio. Y allí estaba José Luis. A la mujer aquello le debió parecer un espanto porque solía contar a su nieto que cuando acabó el partido se dijo a sí misma: “vaya animales, yo nunca acabaré con alguien así”. Es obvio que el poder de convicción del mayor de la dinastía San Juan no conocía de barreras. Estuvieron casados durante más de sesenta años, “hasta que mi abuela falleció hace un par de años”, añade Daniel.

La familia San Juan lleva el rugby en su ADN. El abuelo, José Luis, tiene 96 años y, como reflejan los periódicos de la época, fue un tercera línea “batallador”, se supone que en el más amplio sentido de la palabra, y “efectivo”. Así lo atestiguan viejos recortes de prensa que aún conserva. Sus ojos todavía se iluminan cuando narra “batallitas” de aquellos campos donde el barro llegaba hasta más arriba de los tobillos en sus tiempos mozos. Dispara como una metralleta una retahíla de anécdotas que hacen más amena la conversación. Da la impresión de que si alguien le presta un par de botas, una camiseta y un pantalón es muy capaz de reverdecer laurales “a pesar de que hace tiempo que perdí la condición física”, afirma. Ese espíritu de jugador veterano, que no de exjugador, le hace mantener vivo el sueño de volver a disfrutar de cerca un partido de los All Blacks. Lo podrá hacer el próximo 21 de mayo en Wanda con su familia. La entrada ya la tiene comprada desde hace meses.

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