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'Mister 10%': la turbia historia del hombre que impulsó el 'soccer' en Estados Unidos
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chuck blazer y su amor por el dinero

'Mister 10%': la turbia historia del hombre que impulsó el 'soccer' en Estados Unidos

Tras más de 20 años como gerifalte de la CONCACAF y vicepresente del comité ejecutivo de la FIFA, la vida de Chuck Blazer habla de desmanes y corruptelas

Foto: Chuck Blazer en una imagen de archivo.
Chuck Blazer en una imagen de archivo.

Estados Unidos vive en medio de una pasión inusitada. El empate in extremis ante la Portugal de Cristiano Ronaldo (2-2) certificaba el pase a los octavos de final del combinado estadounidense. En un país donde hay un dicho que reza “empatar es como besar a tu hermana”, al término del choque, la CNN tuvo que explicar que la igualada era una opción posible. Un momento de exaltación que desató la euforia en todo el país. Un duelo que congregó frente al televisor (sumando la ESPN y Univisión) a 25 millones de telespectadores. El partido más visto en la historia de Estados Unidos. Una cifra excepcionalque supera los registros de los cincos partidos de las pasadas Finales de la NBA o las World Series de la MLB. La emergencia de la población hispana está dibujando un escenario desconocido hasta la fecha. En una reciente encuesta publicada en los medios estadounidenses, el 9% de los adolescentes de 17 años juegan al fútbol. Sólo el baloncesto supera en esa franja de edad la popularidad del fútbol.

Aunque el seleccionador, el alemán Jurgen Klinsmann, calificó de"descabellada" la posibilidad deganar el Mundial, pronto reculó para no frenar la corriente de júbilo que invade el país de las oportunidades. El clásico ‘U-S-A’ y el alarido de nueva adquisición ‘I believe that we can win’ inundan las calles. Poco ha importado la no inclusión del eterno Landon Donovan entre los 23 que jugadores que hicieron la maleta rumbo a Brasil. El sueño debe continuar. Si obviamos el vetusto Mundial de Uruguay celebrado en 1930 donde acabaron terceros, el combinado yanqui, ése que vivió 40 años sin pisar un Mundial (1950-1990), tiene ante la sí la oportunidad de igualar los cuartos de final que logró hace 12 años en la cita de Corea y Japón (2002).

En comparación con otros deportes, el ‘soccer’ siempre ha sido considerado un apestado, un cachorro hambriento incapaz de sobrevivir sin la inestimable ayuda de una madre que le amamantara. En una entrevista publicada hace un año en El Periódico, Gay Telese comentaba que el papel residual del fútbol en Estados Unidos porque el descanso de 15 minutos a mitad de un partido sabe a poco para las ambiciosas miras de los anunciantes. Más allá de la controvertida irrupción de los tiempos muertos en el presente Mundial, la opinión de uno de los grandes maestros del periodismo ha quedado anticuada. El ‘soccer’ ya no es lo que era.

Parte de esa fiebre por el deporte rey reside en la opaca figura de Chuck Blazer (Nueva York, 1945), el hombre que consiguió rescatar del ostracismo y guió los destinos del fútbol estadounidense durante casi 25 años. Todo, valiéndose de oscuras artes que le han forjado una posición de privilegio. De ser un padre desempleado del Nueva York más deprimido a finales de los ochenta a pagar 18.000 dólares por el alquiler de un pomposo apartamento en la Quinta Avenida, acumular más de 20 millones de dólares en paraísos fiscales o volar en avión privado. Una historia de ambición desmedida, desfalcos a manos llenas y conflictos de intereses con la Confederación de Fútbol de Norte, Centroamérica y el Caribe (CONCACAF), la FIFA (y la prosperidad del fútbol estadounidense de fondo) como protagonistas.

Corría noviembre de 1989 cuando Blazer, un padre neoyorquino sin oficio conocido, se encontraba en Puerto España para presenciar el EEUU-Trinidad y Tobago clasificatorio para el Mundial de Italia. Más allá del triunfo yanqui, su visita rebasaba los márgenes de lo estrictamente deportivo. Buscaba encontrarse con Jack Warner, viejo amigo y máximo dirigente de la CONCACAF en el país caribeño. Ambos hicieron buenas migas cuando en 1984 Blazer dirigía la CONCAFAF estadounidense. Tras consolarle por la derrota, le dijo que se presentara a las elecciones para hacerse con la presidencia de la entidad. En abril Warner arrolló en las elecciones a la presidencia de la CONCAFAF y propuso a su camarada como Secretario General. En sus manos quedaba dirigir las operaciones financieras diarias de la institución.

Nada más asumir el cargo, Blazer tiró de patriotismo y mudó las oficinas centrales de la entidad desde Ciudad de Guatemala hasta la ciudad que le vio nacer hace 69 años. Algo que en su día achacó a “una intervención divina”. Poco después, el 31 de julio de 1990, el orondo Chuck firmó un contrato que cambiaría por completo su destino. Un acuerdo que fue firmado con ‘Sportvertising’, empresa propiedad de Blazer con domicilio social en las Islas Caimán. En las ocho páginas que componían el escrito se fijaba una curiosa cláusula por la que la compañía recibiría el 10% de cada dólar que se generara en el seno de la organización. Un documento que probó el incentivo para respaldar de forma deliberada el crecimiento del fútbol. Nacía el fenómeno ‘Míster 10%’. Se abría un periodo de expolio y de infamia, el origen de una gran impostura.

Del ‘ghetto’ a la cima con un balón forrado de billetes

Hasta que vislumbró la manera de levantar una fortuna sin apenas esfuerzo, Blazer nunca fue un gran aficionado al fútbol. Criado en el seno de una familia de clase media, creció detrás del mostrador del quiosco que sus padres regentaban en el barrio judío de Rego Park (Queens). Tras graduarse en el prestigioso instituto de Forest Hill, centro en el que también se formaron los Ramones, Simon y Garfunkel así como el polémico secretario del tesoro norteamericano Jack Lew, no le hizo falta completar su MBA (Master in Business Administration) en una escuela de negocios de la Gran Manzana.

En la década de los setenta dirigió con cierto éxito una fábrica de chapas propiedad de su yerno. Las emblemáticas insignias del ‘Have a Happy Day’ patentadas por dos hermanos de Philadelphia eran manufacturadas bajo su ojo clínico para los negocios. En 1976, su hijo Jason (luego fisioterapeuta empleado en la CONCAFAF durante tres años a razón de 110.000 dólares al año) empezó a jugar al fútbol en un equipo local. Un deporte que por entonces apenas era practicado por 100.000 personas en la nación. Su afición nació al albor del sonado fichaje de un tal Pelé por el New York Cosmos. Convertido en entrenador de su vástago, su conocimiento del juego y la ayuda del astro brasileño grajearon la oportunidad de ponerse a los mandos de la Federación Estadounidense de Fútbol (USSF) en 1984. Un hecho que le abrió de par en par las puertas de la CONCACAF y propició una envenenada amistad con su “mejor amigo” Jack Warner.

En ese tiempo el ‘soccer’ gozó de un desarrollo importante. De los dos tristes partidos que disputó la selección entre 1981 y 1983, pasó a jugar 19 en poco menos de dos años, sentando los cimientos para que el combinado nacional consiguiera su primer billete mundialista (1990) en cuatro décadas. Del mismo modo, bajo su influencia se creó la selección femenina, equipo que hoy en día luce en lo más alto del ranking FIFA y su mediación fue determinante para que Estados Unidos acogiera el Mundial de 1994, una demostración de la madurez del deporte rey en la primera potencia mundial.

En medio de esta vorágine de difusión, en 1988 creó la American Soccer League (ASL). Con él se perseguía reparar el rotundo fracaso de su predecesora, la National American Soccer League (NASL). Pero pronto Blazer dejó entrever sus turbias intenciones y transformó la competición en su cortijo. Como comisionado estableció en 50.000 dólares anuales el límite salarial de cada equipo mientras su retribución era de 48.000, revisable hasta los 65.000 en función del ingreso o no de nuevos equipos. Antes de desaparecer un año después con una ristra interminable de facturas impagadas, Blazer se autoimpuso el cargo de presidente de los Miami Sharks, uno de los diez equipos que formaron la Liga. Su salario era de 72.000 dólares y la estancia en un hotel de lujo junto a su perrito, además de sus viajes mensuales a Nueva York, corrían a cuenta del equipo.

Tras una efímera fuga, en 1991 regresó con energías renovadas para dar un nuevo pelotazo: la Gold Cup, versión moderna de la Copa CONCACAF que con el paso del tiempo se ha erigido en la mayor fuente de ingresos de la organización. Previa firma de un contrato televisivo con el gigante mexicano Televisa, la fábrica de billetes empezó a funcionar. Blazer, que controlaba todas las operaciones, se apuntó el 10% de cada dólar que se generaba en los eventos: entradas, parkings, palcos VIPS, incluso perritos calientes. Dinero que se facturaba a través de empresas pantalla. Auténticos entramados de ingeniería financiera con los que seguir ganando dinero a espuertas de forma impune escapando al control del fisco. Se calcula que hasta 2011, año en que Blazer abandona su puesto en la secretaría general de la CONCACAF, la Gold Cup generó unos beneficios de 29 millones de dólares.

Como premio a su ‘brillante’ labor, el triniteño Warner le estaba esperando para mantener viva la llama de la corruptela. En 1997, ya divorciado de su mujer y con predilección por rodearse de bellas compañías, Blazer era nombrado miembro del Comité Ejecutivo de la FIFA, selecto grupo de 24 miembros que gobiernan con mano de hierro en guante de seda el billonario negocio del fútbol. Una posición de poder que le llevó a codearse con altas personalidades a lo largo y ancho del globo. De Putin a Mandela, pasando por Hillary Clinton o Juan Pablo II, un blog personal colma su ego y da fe de sus habilidades socializadoras. Simultaneando sus cargos, vivía inmerso en el frenesí que provocaban los billetes. En 2006, la FIFA dio tres millones de dólares a la CONCAFAF para que construyera un estudio de televisión en las oficinas de su sede en Nueva York. Como era de esperar, el 10% del total fue desviado al bolsillo de Blazer.

Los negocios con Warner fueron a más. Se sentían los reyes del mundo. En 2009, en plena cumbre para decir que acogería el Mundial 2018, Australia regaló a los miembros del Comité un generoso bolso. Warner evidenció su decepción al ver que Inglaterra no tuvo tal detalle. “Este son el tipo de cosas que te hacen perder una candidatura”, replicó Blazer. Un año después, antes de enfilar el epílogo de su tenebrosa carrera, Blazer fue nombrado presidente del Comité de Marketing y Televisión de la FIFA. Tras echar por tierra los 325 millones de dólares que la NBC puso sobre la mesa para retransmitir los Mundiales de 2010 y 2014, acordó con ESPN y Univisión un contrato conjunto de 425 millones. Además, ESPN se comprometía a pagar por cubrir los partidos de la Major League Soccer (MLS) cuando hace una década la Liga pagaba a la cadena para que diera bombo a la competición. De hecho, a finales de abril la MLS rubricó un triple compromiso durante los próximos ocho años con ESPN, Fox y Univision a razón de 720 millones de dólares. Una muestra más del progreso del ‘soccer’ dentro del deporte estadounidense, gracias, en parte, a la voracidad del estridente Chuck Blazer.

Impunidad como forma de vida

Más de dos décadas después de su meteórico ascenso, el presidente del órgano de decisión de la Comisión de Ética de la FIFA, Hans-Joachim Eckert, anunciaba la inhabilitación de Blazer durante noventa días en virtud de un demoledor informe publicado por la Comisión de Integridad de la CONCACAF. Finalmente Warner y Blazer fueron acusados por dirigentes de este organismo de malversar al menos 57 millones de dólares durante el tiempo en que ejercieron como presidente y secretario general respectivamente. Algo sin efectos en la práctica, pues ese mismo febrero Blazer rechazó su reelección en el Comité Ejecutivo de la FIFA. Su puesto lo ocupó el actual presidente de la Federación estadounidense, Sunil Gulati, uno de sus grandes aliados durante los años de impunidad y descontrol. En un arranque de transparencia, Gulati prometió hacer públicos los emolumentos que recibe de la FIFA. Seguimos esperando.

Retirado del frente, su perfil ha bajado y su salud también. Aquejado de algún achaque del que poco ha trascendido, encara su vejez con el buche y la saca a rebosar. En una de sus últimas declaraciones públicas se mostraba feliz con la labor desempeñada durante los años que pasó arrimando el ascua. “Estoy completamente satisfecho con el excelente trabajo que hice. Pasé 21 años construyendo la Confederación, sus competiciones y sus ingresos. Soy el principal responsable de sus buenos niveles de ingresos”. “El fútbol significa unidad y trabajo en equipo. Aunar esfuerzos individuales y colectivos en pos de objetivos comunes. Una parte de la vida”. De esta forma sintetiza Blazer la esencia del balompié en la ficha personal que le asigna la web de la FIFA. ‘¿Dónde está mi 10%?’, pensaría con una inocente sonrisa.

Estados Unidos vive en medio de una pasión inusitada. El empate in extremis ante la Portugal de Cristiano Ronaldo (2-2) certificaba el pase a los octavos de final del combinado estadounidense. En un país donde hay un dicho que reza “empatar es como besar a tu hermana”, al término del choque, la CNN tuvo que explicar que la igualada era una opción posible. Un momento de exaltación que desató la euforia en todo el país. Un duelo que congregó frente al televisor (sumando la ESPN y Univisión) a 25 millones de telespectadores. El partido más visto en la historia de Estados Unidos. Una cifra excepcionalque supera los registros de los cincos partidos de las pasadas Finales de la NBA o las World Series de la MLB. La emergencia de la población hispana está dibujando un escenario desconocido hasta la fecha. En una reciente encuesta publicada en los medios estadounidenses, el 9% de los adolescentes de 17 años juegan al fútbol. Sólo el baloncesto supera en esa franja de edad la popularidad del fútbol.

Jesús Velasco Nueva York
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