El gol de Perisic nos mandó de nuevo a la época en la que éramos vulgares
El ambiente en Saint-Denis no fue tan bueno como dentro de la concentración de la Selección. Mucho silencio, indignación y, sobre todo, incredulidad por la triste psicología del equipo
Silencio. No se escuchaba ni el aleteo de los mosquitos que atestaban Saint-Denis. Se oían los gritos de los aficionados italianos, e incluso los de Conte ahí abajo, desgarrándose la garganta mientras saltaba sobre el techo del banquillo para celebrar el gol de Pellè. Pero en la tribuna de prensa sólo se escuchaba el silencio. Alguna mirada de soslayo al compañero, pero no se podía pronunciar palabra. Era dramático y sobrecogedor al mismo tiempo. No se daba abasto en la acumulación de sensaciones, todas negativas. Habíamos visto todos a España hacer un fútbol delicioso en los dos primeros partidos y ahora, poco más de una semana después de aquello, ese mismo equipo estaba eliminado de la Eurocopa que tenía ‘tan fácil’ ganar tras superar a Turquía. Resultaba inexplicable y a la vez comprensible.
Había dolor por todas partes. Cierto es que a alguno se le estaba haciendo ya larga la estancia en Francia, las semanas lejos de casa, pero nadie quería irse tan pronto, en octavos, y de esta manera. En el campo, la decepción era similar, pero pocos fueron los que se fueron al suelo destrozados. Los futbolistas se lo vieron venir desde que Chiellini le ganó en reactividad a toda la defensa española (lo cual es definitorio de la concentración del equipo en la falta de Éder). Posteriormente, en las zonas de prensa, los rostros eran los mismos que habíamos visto tantas veces en otras ocasiones, pero hace ya tanto que ni nos acordábamos. España había vuelto de repente a los años 70, 80 o 90, cuando lo normal era caer a estas alturas.
Pocos se pararon a hablar con la prensa, como si no hubiera cosas que comentar, que analizar y entender de lo visto. Lo hizo Piqué, al que se le vio reventado, no físicamente, sino mentalmente. Piqué entró en la Selección en la época gloriosa y ganó un Mundial y una Eurocopa, y ha caído ahora, como todos, en una ronda demasiado temprana como para aceptarlo. “Hay que reflexionar sobre todo, el juego, el estilo, los jugadores”, soltó. Y no es cualquier cosa que lo diga él, que tiene muy claro su mensaje. Hay que reflexionar, son momentos para pensar, pero saldremos adelante, vinieron a decir tanto él como Juanfran, los que tuvieron la amabilidad de atendernos.
El resto fueron saliendo a cuentagotas. Pasaban ya más de dos horas desde el término del partido y aún quedaban unos 20 jugadores por salir. No pudimos saber qué los retrasó, pero así ocurrió. Salieron después algunos por grupos. Otros por separado. Y el capitán en esta Eurocopa, Sergio Ramos, fue el más sonriente, el que a primera vista parecía menos afectado de lo que había sufrido en el campo y las consecuencias que suponían para él y para el equipo nacional. "No sé si hay que cambiar o no. Desde el sillón, con una bolsa de papas es fácil hablar", dijo el sevillano. "He visto jugadores rendir muy bien aún teniendo una edad. Yo tengo la ilusión intacta. Claro que podemos optar al Mundial. Algunos se alegrarán de que algunos no hayamos rendido al mejor nivel, pero no siempre se puede estar bien".
“Los españoles estaban diciendo ‘vaya mierda de equipo tenemos’”, decían unos contentísimos periodistas italianos, que no podían quitarse la sonrisa de la cara. Suele pasar que la alegría es mayor cuando no es esperada, cuando hay que esperar casi un milagro, o algo “más allá de la razón”, como predijo Conte. Hasta hubo cola para hacerle alguna pregunta a Graziano Pellè, que en condiciones normales habría importado bien poco. Y el más feliz de todos era el propio Conte. Un hombre al que se le está dando de maravilla coger equipos moribundos y convertirlos en rocas más duras que el diamante.
Y lo cierto es que se hablaba menos del gol de Chiellini que del gol de Perisic. Por descontado que el gol de Pellè se mentaba bastante poco. “Es el gol de Perisic el que nos mató”, decía un periodista que no paraba de caminar como desorientado, perdido en un mar de dudas. Cómo de débil psicológicamente debe ser esta selección para que un gol en los últimos minutos de un partido te haga perder el siguiente, rumiaban otros, desengañados de los primeros partidos, en los que creíamos todos que España se iba a comer el mundo, y que tenía tan fácil el camino hasta la final de la Eurocopa que resultaría hasta aburrido alcanzarlo. Y así, de repente, ya había que mirar billetes para volver a casa.
Pero el sentimiento más compartido fue, sin duda, que Perisic nos mandó de nuevo a la época en la que España no ganaba, en la que era un equipo muy vulgar que se creía mejor que los demás, mejor de lo que era. Que cuando íbamos a una Eurocopa con Manjarín o a un Mundial con Engonga también nos sentíamos favoritos. Italia, un gol fallado y la sentencia poco después. ¿A qué les recuerda eso? Exacto, Mundial 94. También con la camiseta blanca con triangulitos. Piqué fue Salinas y Pellè fue Baggio. Italia fue Italia, pero una Italia mejor, bonita, superior que hizo a todos equivocarse en sus apuestas para este partido. España jugó en el Stade de France, pero dos semanas antes de lo previsto, y no lo volverá a hacer.
Silencio. No se escuchaba ni el aleteo de los mosquitos que atestaban Saint-Denis. Se oían los gritos de los aficionados italianos, e incluso los de Conte ahí abajo, desgarrándose la garganta mientras saltaba sobre el techo del banquillo para celebrar el gol de Pellè. Pero en la tribuna de prensa sólo se escuchaba el silencio. Alguna mirada de soslayo al compañero, pero no se podía pronunciar palabra. Era dramático y sobrecogedor al mismo tiempo. No se daba abasto en la acumulación de sensaciones, todas negativas. Habíamos visto todos a España hacer un fútbol delicioso en los dos primeros partidos y ahora, poco más de una semana después de aquello, ese mismo equipo estaba eliminado de la Eurocopa que tenía ‘tan fácil’ ganar tras superar a Turquía. Resultaba inexplicable y a la vez comprensible.
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