Casillas quiso consolar uno por uno a todos los azulgrana antes de celebrar el éxito
La Copa del Rey fue la fiesta del fútbol, en la que los dos grandes pelearon con deportividad. Y al frente de esos gestos estuvo el capitán blanco Iker Casillas
Sin tristes imágenes del pasado y sin la euforia madridista de hace tres años después de derrotar al que parecía invencible Barcelona, la Copa del Rey fue la fiesta del fútbol, en la que los dos grandes pelearon con deportividad por un título, sin dejar heridos ni huellas para un futuro inmediato. Y la responsabilidad de eso fue de técnicos y jugadores y de unas aficiones que sólo fallaron cuando tanto a Alves como a Pepe les recordaron el ruido de los monos en un par de momentos del partido.
Repartiendo abrazos y felicitando al ganador, así terminó la final de la Copa del Rey. Y al frente de esos gestos de deportividad estuvo el capitán del Real Madrid. El portero blanco tuvo tiempo, antes de compartir la victoria con sus compañeros, de ir buscando uno a uno a todos los jugadores, auxiliares y miembros del cuerpo técnico del Barcelona para estrecharles las manos, en un sano intento de consolar al derrotado. Martino fue el último de todos ellos y lo hizo acompañado de un mensaje. Le respeta y sabe que lo ha pasado mal.
La Copa era la competición de Casillas y lo demostró del primer al último día. Arrancó en Xàtiva y la terminó en Valencia, levantando su segunda Copa, ante el mismo rival de tres años atrás. En el recuerdo quedan nueve partidos y un solo gol recibido. Pero antes de dar rienda suelta a la euforia de la celebración buscó al derrotado, tal y como hizo Cristiano Ronaldo con Messi, queriendo demostrar que todo vuelve a su ser, que la tensión y las declaraciones de los últimos días pertenecen al recuerdo. No hay rencillas.
Gerard Piqué fue otro de los jugadores que dio ejemplo, como también hicieron Ramos y su capote o Diego López celebrando como el que más una Copa en la que no ha aparecido por el césped, pero sí en el trabajo diario. El central del Barcelona saltó enseguida al campo, en cuanto Mateu Lahoz pitó el final del partido. Buscó a sus compañeros, especialmente a Bartra, que por unos minutos se ha había convertido en el héroe del partido. A su lado, Puyol, dando normalidad a una derrota, que nadie buscó empañar.
Unos los derrotados esperaron a que Casillas recibiera el trofeo de manos de Su Majestad el Rey y los otros, los ganadores, aplaudiendo y consolando a un Barcelona que vive los momentos más complicados de la última década. A falta del dictamen definitivo de la Liga, el equipo azulgrana puede cerrar la temporada con el único consuelo de la Supercopa de España, muy duro cuando se está tan acostumbrado a ganarlo todo.
Sin tristes imágenes del pasado y sin la euforia madridista de hace tres años después de derrotar al que parecía invencible Barcelona, la Copa del Rey fue la fiesta del fútbol, en la que los dos grandes pelearon con deportividad por un título, sin dejar heridos ni huellas para un futuro inmediato. Y la responsabilidad de eso fue de técnicos y jugadores y de unas aficiones que sólo fallaron cuando tanto a Alves como a Pepe les recordaron el ruido de los monos en un par de momentos del partido.
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