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¡Cierren los balcones! Pidcock gana en Alpe d'Huez y Vingegaard controla a Pogacar
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¡Cierren los balcones! Pidcock gana en Alpe d'Huez y Vingegaard controla a Pogacar

Se lo llevo advirtiendo varios días. Este Tour de Francia es como el Tour de Francia del 86. De momento, dos british salen aupados del Alpe d'Huez y el líder sostiene a la bestia

Foto: Pidcock celebra su primera victoria en el Tour. (REUTERS/Christian Hartmann)
Pidcock celebra su primera victoria en el Tour. (REUTERS/Christian Hartmann)

¿Recuerdan lo que llevo varios días contándoles? Lo de que este Tour es como el Tour 86. Pues bien, aquel año se llegaba al Granon, con cambio de líder, después de que el “tipo-que-todo-lo-puede” cediera ante un rubito que hizo segundo doce meses antes. Y, veinticuatro horas, La Grande Boucle rindió visita habitual al Alpe d´Huez. Etapón bien serio. Galibier sur, Croix de Fer, las veintiuna curvas.

Vamos, exactamente igual que hoy.

Se lió gorda aquel día. Se lió gorda porque Bernard Hinault siempre fue un tío... difícil. Con su aquel de agresividad, con su airecito psicópata. Con esas cosillas de “hasta que no pueda respirar seguiré atacando”, o el punto ese de “cuando te duelen las piernas debes acelerar, porque eso significa que los otros también van sufriendo”. Ya ven, encantador. El caso es que Le Blaireau nunca había conquistado el Alpe, y hasta en uno de sus Tours victoriosos (fueron cinco) cierto periodista poco avispado le preguntó, recién cruzada línea de meta, si no sentía su victoria poco adornada al no haber ganado en ese monte supremo. Bernard lo miró fijamente, se bajo el coulotte, alzó con su mano derecha los testículos y respondió, muy sereno. “Mira, solo tengo dos cojones, como el resto”.

Ya ven... corderillo.

Pues aquel año, ese 1986 que les digo, anduvo caliente Bernard. Atacó casi en la cima del Galibier, luego descenso suicida camino Valloire. Las risas. Lemond que no sabe, Lemond que duda. Al final... lanzado tras él. Por ahí pululaba Peio Ruíz Cabestany, que lo vio todo en primera persona y hasta tiró un poco para Greg, porque las perrillas nunca vienen mal (por cierto, jamás cobró, se hizo el longuis Lemond, cómo, ¿pasta?, no, no, tío, no sé de qué me hablas). Bueno, al final los dos entran de la mano en el Alpe, con una foto tan bonita como falsa (pero es que igual todas las fotos bonitas son falsas... repase, repase lo guapines que salen ustedes en algunas bodas).

Historietas.

placeholder Vingegaard controló a Pogacar. (EFE/EPA/ Yoan Valat)
Vingegaard controló a Pogacar. (EFE/EPA/ Yoan Valat)

La etapa de hoy daba para excitación severa, advertimos. Galibier, Croix de Fer, Alpe. Si llegan a cambiar el orden de los dos primeros hubiese confiado ciegamente en el Jabato (en serio, lean esa novela). Altitud, dureza, kilómetros cuesta arriba, hasta calor. Hostias, si es que a ratos parece un Tour de los de siempre (no miren el fuera de control, se lo ruego, no me jodan las ilusiones).

Llegaba, además, tras una de las jornadas más legendarias en los últimos años de estos asuntos. Una que entrará, por méritos propios, en el Gotha chiquituco donde guardamos las cosas de recordar (junto a su primer beso, su primera bici, su primer orujo con miel). La victoria de Vingegaard, las hostias endemoniadas de Jumbo desde la mismísima Maastricht, el carajón que se pilla Tadej, que entra haciendo eses y adelantado por Eros Poli, Martín Farfán y Rochemback, aquel medio centro del Barça que solo sabía dar leña. De lo que acabas contando años más tarde (o escribiendo, si tienen ustedes jeta bien gorda), y luego imitas con tus colegas sobre la bici allí, en San Cipriano, la curva que hay después de Cohicillos, ataca Vingegaard, mira, allá abajo hacen romería, ¿recuerdas cuando se subió Tuten al escenario con un sombrero?

Y esas cosas.

Pero vaya, que ayer fue un día de leña gordísima, con cierto fondo (no absoluto, porque era etapa de cuatro horas y media, pero sí relativo, que estuvieron lanzándose hadōkens casi dos), brea derretida (ya no hay brea y las carreteras no se derriten, pero entendemos símil) y exigencia máxima. Que llegaron de uno en uno, copón, y eso habría de notarse hoy. Sumen las ganas de Tadej (que parece de los que no se rinden), sumen que su equipo es un establecimiento con lucecitas rojas, sumen que es catorce de julio, y...

Buuum.

Pero no. Bienvenidos, de nuevo, a 2022.

Foto: Vingegaard celebra su victoria y el liderato. (Reuters/Christian Hartmann)

Porque sí, coleguillas, ayer nos pusimos en plan años ochenta, que están muy de moda por la serie esa pestiño de los chavales y los monstruos. A ver, están de moda los ochenta yanquis, que todo lo que sale allí jamás se vio por estos lares. Pero, oigan, no quiero ser yo quien les chafe las fiestas (solo que sí). Y eso, que hola 2022, y no está del todo mal, porque andamos ya acostumbrados, pero tras la orgia ciclista de ayer sabe a poco. ¿En palabras breves? Pestiño. Pestiño gordo. Pestiño de esos que se hacen a golpe de equipo dominador, ritmos imposibles que aguantan demasiados y un trenecito chucuchú (si al menos hubiese sido Blaine el Mono pues tendría gustirrinín el tema, por lo de la demencia y tal). Tampoco es cosa de estar exigente con Pogačar o Bardet (esperar, a estas alturas de vida, ataques loquísimos de Geraint o Nairo es como meter pasta a que Jesé juega el próximo Mundial). Un dato... coronan Croix de Fer unos cincuenta tíos, que son demasiados, sí, pero es que en cabeza tira un tal van Hooydonck, que es, en pocas palabras, el menos escalador de los compis que tiene Vingegaard. Uhhh, Edvald Boasson Hagen. Uhhh, Pavel Padrnos. Que nadie descontextualice la comparación, se lo ruego. Y eso, que sonaba a suicidio el tensar antes del Alpe. Ojo, que si algo nos ha demostrado la historia (aparte de que se puede matar a cualquiera, como decía Michael), es que un buen estacazo te deja el pelotón en cuatro tíos. Pero oye, que si tres van a ser de Jumbo pues...

Así que bueno... escapada. Que ganar en Alpe d´Huez siempre da prestigio. Y, oigan, fuga con calidad. Y nombres. Menudos nombres, oh yeah. Tom Pidcock, Giulio Ciccone, Nelson Pouwless. Y ellos dos. Louis Meintjes, esa extraña aparición que es Louis Meintjes, el mismo Louis Meintjes que iría cerrando su grupeta de amigos, sufriendo como un perro, pero sin descolgarse jamás. El Meintjes que chupa rueda al panadero de su barrio, al que reparte comida rápida, al afilador (¿sigue habiendo afiladores por esos mundos?, yo a veces aun lo oigo, el afilaaaadoooor, el afilaaaadoooor). Grandísimo Meintjes. Y luego él. Él. Aplausos, gritos, fans que se desmayan, la peña gritando Chris, Chris. Sale Mick Jagger, sale Axl Rose.

Él, Chris Froome. Que no estaba muerto, que estaba de parranda. Bueno, a ver, de parranda y metiendo un sablazo intergaláctico a su equipo por cerrar pelotones, poner buena cara y mostrarse de lo más polite ante la prensa. Que, miren, yo encantado, porque cada cual cobra lo que pone en el contrato (salvo golferías fuera de lugar), y no soy quien tiene que pagarle, pero... Rendimiento flojete, por ser tierno, desde aquella caída en Delfinado (me la jugué poniendo Croix de Fer, no quiero forzar mi suerte). Y miren, allí está, compitiendo una etapa reina en el Tour de Francia. A Froome se le esperaba por estas lides menos que a El Cepa por Osa de la Vega, pero, en fin, a veces ocurren milagros. Y este tío de milagros sabe un rato. Cuando, subiendo las veintiuna curvas, agachó la cabeza, empezó a mover todo el cuerpo como desarmándose, mirada en el potenciómetro, la estética desmadejada de una mantis religiosa... joder, déjà vu. Agradable o no, cada uno con lo suyo... pero déjà vu.

placeholder Los viejos rockeros... (REUTERS/Marco Bertorello)
Los viejos rockeros... (REUTERS/Marco Bertorello)

Pasa que los recuerdos no ganan carreras (tampoco arreglan madrugadas, queridos lectores, no caigan en fullerías), y por delante marchaba Tom Pidcock. Tom Pidcock es... peculiar. A ver, cómo explicarles... el tío tiene un ego tan grande como las resacas el 16 de agosto por Torrelavega. Vamos, que lo mismo te cuenta, oye, he batido el récord mundial de 5000 metros lisos corriendo por mi calle, esquivando cacotas de perro y saltando viejas con bastón (viejas malhumoradas, porque Pidcock es británico, y allí calzan mala hostia); o dice que vale, que quiere ganar el Mundial de ciclocross, el de Mountain Bike, el de carretera, algo en pista, Gran Maestro de Ajedrez y, qué coño, la Bota de Oro, ya puestos... Es tan fanfarrón, tan arrogante... es tan pequeñajo, tan Francis Begbie o Tommy de Vito que, coño, le pillas afecto. Porque va de frente. Un sobrao de los de antes, una mezcla de Rivaldo y Ronaldo, un “meteré 35 goles en Liga”. Solo que Tom, además, es bueno. Muy bueno. Campeón olímpico de montaña... cómo no iba a ganar en otra montaña. Si esto es el Tour, colega, venga, ponme dos birras. Espero que su hotel hoy no tenga piscina y balcones, porque está desatao...

Dos british han triunfado en Alpe d´Huez. Los dos últimos. Pidcock, de Leeds. Y antes, en 2018, Geraint Thomas. Que nació en Cardiff, que ganó el Tour, que tiene más flow, y más estilo, y más carisma que todo el casting de Operación Triunfo (de cualquier Operación Triunfo). Digamos que lo de 2018 ya sorprendió un poco bastante, pero es que el tío se planta en 2022 y parece cerca del pódium. Sale de los Alpes en puesto virtual, al menos. Ojito.

Porque, entre los buenos, poca cosa. En la subida final, digo. Acelerones tímidos de Pogačar (tímidos o que no podía más, oigan, quién sabe), respuestas fáciles de Vingegaard (o aparentemente fáciles, oigan, quién sabe), Roglič haciendo de gregario supersónico, la aparición estelar de Sepp Kuss para rendir sonrisas y plantarse allá por diciembre diciendo que sí, joder, que yo trabajo, que soy un equipier de la hostia. Algunos se quedan, otros mejoran lo de Granon (como Enric Mas, que lo tenía fácil), Quintana es el más perjudicado. Segundines entre los buenos y sensación de que, joder, lo de ayer fue la hostia, pero la hostia.

Y hoy... vuelta a la normalidad.

¿Recuerdan lo que llevo varios días contándoles? Lo de que este Tour es como el Tour 86. Pues bien, aquel año se llegaba al Granon, con cambio de líder, después de que el “tipo-que-todo-lo-puede” cediera ante un rubito que hizo segundo doce meses antes. Y, veinticuatro horas, La Grande Boucle rindió visita habitual al Alpe d´Huez. Etapón bien serio. Galibier sur, Croix de Fer, las veintiuna curvas.

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