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El milagro de Klieger, superviviente de Auschwitz y 'descubridor' de Corbalán
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da testimonio del holocausto EN MADRID

El milagro de Klieger, superviviente de Auschwitz y 'descubridor' de Corbalán

Noah Klieger, superviviente de Auschwitz y luego directivo del Maccabi. El Confidencial vive su encuentro con Juan Antonio Corbalán, a quien señaló como una estrella cuando era solo un cadete

Foto: Klieger y Corbalán, tras el desayuno.
Klieger y Corbalán, tras el desayuno.

Noah Klieger tiene 14 años y trata de volver a casa en bicicleta. Es 1942, Bélgica está invadida por los alemanes y él es judío. No lleva la preceptiva estrella de David en el pecho y se ha saltado con bastante el toque de queda. A pocos metros vislumbra un control de la guardia alemana. Por su cabeza pasan un montón de opciones y ninguna parece aceptable. Si le cogen los alemanes, sufrirá. "No sabíamos que en el este de Europa ya habían matado a dos millones de judíos, pero sí que lo que pasase no iba a ser bueno". Se fija de que en un lado del camino hay una multitud de gente. Engancha la bicicleta a un árbol y se mezcla con ellos. Están viendo un partido de un deporte del que él no tiene referencia ninguna, solo está allí porque cree que los alemanes no se van a molestar en pedirle la documentación a toda esa gente. Ese deporte es el baloncesto, que esa tarde le salvará la vida, porque efectivamente los guardias no le piden nada a nadie. Él no lo sabe aún, ni si quiera es capaz de comprender las reglas, pero acaba de descubrir algo que le acompañará el resto de sus días.

"Era una especie de anfiteatro excavado en el suelo, pero yo no entendía nada. Había jugadores, unas canastas y llevaban el balón entre las manos. A mí me gustaba el deporte desde pequeño, pero no sabía que era, y quería saberlo pero no podía preguntar, porque podían pensar que era un alemán infiltrado o que se lo iba a contar a ellos, podía ser peligroso. Al final del partido sabía más o menos de qué iba. En otras palabras, el baloncesto salvó mi vida". En ese momento él, como su padre, ya formaba parte de la resistencia.

Foto: El de 2018 es el primer 'draft' de la NBA al que puede presentarse Luka Doncic. (ACB Photo/A. Martínez)

"Ese base español sería el mejor en 10 años"

Klieger está en Madrid para dar testimonio. Aquel partido de baloncesto solo fue la primera vez que salvó su vida, pero en los años siguientes llegarían unas cuantas más. Pasó por Auschwitz, y salir de allí es hablar de supervivencia. "Tuve mucha suerte, salir vivo de un campo solo puedes hacerlo con un milagro tras otro milagro. No es porque seas más listo o más fuerte, es por un milagro. Solo por milagro", rememora. No le queda mucho tiempo para contar su historia, cumplirá 93 años en julio, aunque las ideas siguen lúcidas en su cabeza. "¿Hasta cuándo puede vivir un hombre? en realidad estoy bastante sorprendido de haber vivido hasta ahora", confiesa en una pequeña mesa donde toma café.

Frente a él está Juan Antonio Corbalán, una leyenda del basket cuya presencia está más que justificada. Porque Klieger, ese chico que a los 14 años no sabía de la existencia del deporte, se convirtió con los años en un aficionado, en un periodista y en un dirigente muy relacionado con el Maccabi y la FIBA. Y no es casualidad que sea precisamente Corbalán quien está allí con la admiración en el rostro al mirar al superviviente. "No recuerdo que año fue, pero en un campeonato europeo de cadetes le vi jugar. Yo soy periodista, lo sigo siendo, y escribí sobre él, aunque ahora no pueda encontrarlo. Dije que ese base español sería lo mejor de Europa en los siguientes diez años". Y acertó, como acertó con Dino Meneghin, otro al que su ojo experto pronosticó gloria. Años siguiéndole, pero no se conocían.

El basket moderno

El deporte ha cambiado desde que Klieger y Corbalán, cada uno en su posición, mandaban en Europa. La evolución es grande, y no siempre para bien. Hay momentos en los que la nostalgia invade la conversación, los recuerdos de esos nombres del pasado, muchos que ya no están, de partidos y rivalidades, de amistades que hoy serían imposibles porque los jugadores cambian cada año de camiseta. "Ya no existen jugadores así, el baloncesto de hoy es todo un 'show', ya no es un deporte, ahora juegan diez americanos contra diez americanos. Ya no hay israelíes en el Maccabi, el otro día jugábamos contra Estrella Roja y solo había dos yugoslavos, el resto eran de fuera, y lo mismo pasa en el Maccabi, hay dos israelíes que además están sentados en el banquillo", explica Klieger.

Los dos sentados frente a frente son ejemplos en una de las más grandes rivalidades europeas en el baloncesto, pero también forman parte de una de las mayores historias de amistad del deporte continental. "Un año jugamos una eliminatoria y os enfadasteis porque allí os ganamos por dos y dijisteis que había sido por los árbitros, desde entonces nos llevamos muy bien", dice Klieger entre risas. "También influye la buenísima relación que tenían Tal Brody y Wayne Brabender, eran el enlace de ambos equipos. Y la historia, yo siempre he pensado que los españoles tenemos una cierta conciencia de la historia de los judíos y eso nos acerca", explica Corbalán.

Brody es el primero de los nombres que cae en la conversación. Su presencia en el Maccabi, en la que tuvo mucho que ver Klieger, fue la que cambió para siempre la historia del equipo israelí. "Yo era presidente del equipo, lo fui 18 años, y cada año mandábamos a dos entrenadores a Estados Unidos para que se formasen. Cada uno por su lado me contaron que habían visto en los Juegos Macabeos [donde solo participan judíos] un jugador fantástico, que no era de este mundo. Les dije que teníamos que intentar que viniese a Israel y se quedase. Nunca antes habíamos tenido un extranjero". Consiguieron que fuese, y eso que había sido número 12 del draft. Tuvieron, eso sí, que presionar a la federación para ello.

El baloncesto de hoy es todo un 'show', ya no es un deporte, ahora juegan diez americanos contra diez americanos

Su liderazgo en el Maccabi

"Brody vino en una gira veraniega con un equipo que había montado un señor para sacar dinero vendiendo jugadores. Me dijo que vendría a Israel cuando terminase el 'tour' pero cuando llegó la temporada ya había empezado y en teoría no podíamos inscribirle. Le dije a la federación que era bueno que un jugador judío se estableciese en Israel, que tenían que darle la oportunidad. En el baloncesto en el país hay dos épocas, antes y después de Brody". No fue del todo sencillo convencerle, porque tampoco andaban sobrados de dinero para ello, pero quizá decirle que iba a ser el rey de Israel ayudó a terminar de convencerle. "Me miró y me dijo que no podía ser, pero yo le dije que sería el rey. Fue el primer jugador al que pagamos. Yo había detectado que teníamos buenos jugadores locales, pero que en Europa ya jugaban con dos americanos y no podíamos destacar". Brody fue al Maccabi lo que su amigo Brabender era al Real Madrid, el baloncestista que cambió todas las dinámicas. "Lleva 50 años en Israel, pero aún no habla bien hebreo", dice entre risas del jugador que ahora es embajador de buena voluntad de la ONU y, sobre todo, un buen amigo suyo.

Klieger tiene en la memoria la historia del basket europeo. Habla de Berkovich, de Gomeleski, de Jamchi, de Meneghin y de Corbalán. También de sus dirigentes, y ya que está en Madrid recuerda a una leyenda. "Raimundo Saporta era de los mejores amigos que tuve, yo le conocí en Francia, cuando trabajaba para un banco, estaba involucrado en el fútbol y el baloncesto, era una persona importante en la FIBA y hablaba un francés perfecto", explica el superviviente, que nació en Estrasburgo y maneja cinco idiomas. "Cuando yo llegué al Madrid, en 1970, todo el club era suyo. Bernabéu era la cara, pero Saporta era muy trabajador y el cerebro de todo esto", apunta Corbalán.

placeholder Klieger y Corbalán departen animadamente.
Klieger y Corbalán departen animadamente.

Boxear en Auschwitz

Y con Saporta llegó también la FIBA, el organismo que propulsó el deporte. "Mi primer Europeo fue en 1951, en París. Había 19 equipos y se jugaba en un solo pabellón, el Velodrome d’hivern, estábamos allí desde las 8 de la mañana hasta la medianoche, porque se jugaban nueve partido seguidos. Así que los dirigentes y los entrenadores, que estábamos juntos, nos hicimos amigos. Me empecé a llevar bien con William Jones, el secretario general, y me propuso que entrase en la comisión técnica con Saporta, que por supuesto era el más joven, el francés Robert Busnell [que entrenó al Madrid], el doctor Hepp de Hungría, Bora Stankovic...". Los nombres que, con el tiempo terminarían construyendo el baloncesto actual.

Recuerda algunos jugadores por encima de otros. Como el muy antiguo Kovac, al que Corbalán recuerda también aunque era muy anterior a su tiempo. "Era un yugoslavo que jugaba de alero, pero en realidad podía jugar en cualquier posición". Otro más, quizá el más obvio, Petrovic. "Era un jugador excepcional", dice el dirigente. "Anda que no le sufrí yo", replica Corbalán, que salió del Madrid justo antes del que el croata llegase.

Ese hombre enjuto podría pasar horas y horas hablando de baloncesto, del de antes, el que el aficionado aún sentía como propio. Pero su vida y su carrera van más allá y aquella vez que le salvó el baloncesto no sería la última en la que el deporte le mantendría con vida. "Yo boxeé en Auschwitz, pero tampoco era un boxeador". Fue una manera como otra cualquiera de poder alimentarse un poco mejor, pues uno de los guardias era un apasionado del combate y quería formar un equipo. A él le fue bien disimulando ser uno más.

Se hizo periodista, fue corresponsal de 'L'Equipe', lo que le terminaría dando la legión de honor, el máximo reconocimiento de la república francesa. Todavía hoy escribe en prensa. "Pero solo opiniones, ya no hago reportajes", apunta. Su pasión por el baloncesto nunca terminó. Después de la guerra se enroló en asociaciones macabíes, sionistas, en Francia y Bélgica. Él fue quien pidió que el baloncesto fuese una de sus actividades. "Pero yo no jugaba, es un deporte sin contacto, ahí no se puede tocar a nadie", ríe. No se quedó ahí, su labor periodística le llevó a juicios en los que se juzgaba a sus captores en Auschwitz, también al de Eichmann.

Y, con tantos años alrededor del parquet, terminaron reconociéndole por su aportación. "Entré en el 2015 en el 'hall of fame', me introdujeron con Tatchenko y el deportista más famoso de la historia, Michael Jordan. No está mal ¿eh?". Nada mal. Una existencia para dar testimonio.

Noah Klieger tiene 14 años y trata de volver a casa en bicicleta. Es 1942, Bélgica está invadida por los alemanes y él es judío. No lleva la preceptiva estrella de David en el pecho y se ha saltado con bastante el toque de queda. A pocos metros vislumbra un control de la guardia alemana. Por su cabeza pasan un montón de opciones y ninguna parece aceptable. Si le cogen los alemanes, sufrirá. "No sabíamos que en el este de Europa ya habían matado a dos millones de judíos, pero sí que lo que pasase no iba a ser bueno". Se fija de que en un lado del camino hay una multitud de gente. Engancha la bicicleta a un árbol y se mezcla con ellos. Están viendo un partido de un deporte del que él no tiene referencia ninguna, solo está allí porque cree que los alemanes no se van a molestar en pedirle la documentación a toda esa gente. Ese deporte es el baloncesto, que esa tarde le salvará la vida, porque efectivamente los guardias no le piden nada a nadie. Él no lo sabe aún, ni si quiera es capaz de comprender las reglas, pero acaba de descubrir algo que le acompañará el resto de sus días.