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El día que Bilardo y Maradona vencieron al Estado en los tribunales con su '¡pisalo!'
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Un año de la muerte del Diez

El día que Bilardo y Maradona vencieron al Estado en los tribunales con su '¡pisalo!'

La célebre bronca del entrenador a un masajista del Sevilla por atender a un rival en lugar de al astro argentino le costó una multa de un millón de pesetas. Recurrió ante la Justicia y le dieron la razón

Foto: Carlos Bilardo, entrenador del Sevilla, da instrucciones a Diego Maradona en una imagen de archivo de 1992. (Getty Images/ 'El Gráfico').
Carlos Bilardo, entrenador del Sevilla, da instrucciones a Diego Maradona en una imagen de archivo de 1992. (Getty Images/ 'El Gráfico').

A Carlos Salvador Bilardo, ingresado en un hospital, sus hijos le quitaron hace un año la televisión para regatearle la noticia de que el Diego había muerto. Fue como en la película Good Bye Lenin en la que los hijos hacían creer a su madre, una ferviente comunista enferma del corazón, que el muro de Berlín seguía ahí y su revolución proletaria duraría mil años. Casi como un padre y un hijo, Bilardo y Maradona formaron una dupla heroica que trascendió al fútbol. Se pelearon y se reconciliaron muchas veces, se rescataron siempre. Entrenador y jugador, su gran epopeya es el mundial de México 86, el de la mano de Dios y el gol de todos los tiempos a los ingleses. El de las mil cábalas y supersticiones de Bilardo. Pero en su trayectoria acumularon muchas otras batallas, alguna pasó desapercibida como esta que ganaron en los tribunales españoles con su célebre “pisalo” (pronunciado así, como palaba llana).

Año 1992. Sevilla. Era la ciudad de moda en España, por la Expo, la llegada del AVE y porque el Sevilla Fútbol Club había fichado al mejor jugador de la historia. Le esperaba Bilardo para dirigirle una vez más desde el banquillo. Aunque ya en su declive profesional y personal, Maradona seguía siendo el centro de atención de las cámaras -también fuera del campo- y de las patadas de los defensas. La escena sucedió en el estadio de Riazor, La Coruña. El 6 de febrero de 1993, el Sevilla visitó al Dépor en la jornada 22 del campeonato Nacional de Liga. En un lance del partido, Maradona intentó una chilena en tres cuartos de campo y golpeó la naríz de Albístegui, un zaguero vasco de los de antes. Los dos cayeron al suelo y el masajista del Sevilla saltó corriendo al campo para atender a su estrella, pero el argentino estaba bien.

El incidente

Maradona se levantó antes incluso de que llegase el sanitario que, al ver al otro jugador sangrando, procedió a atenderle sin importarle los colores de su camiseta. Es ahí cuando Bilardo explota con el “pisalo”, una reacción captada por las cámaras del programa de Canal+ El día después y que ya es historia del fútbol español:

“¡Domingo (el masajista), la concha de tu madre!. Ay… en vez de agarrar al Diego, agarra al otro. Me quiero morir. ¡Los de colorado son los nuestros, los de colorado son los nuestros! ¿Cómo vas a agarrar al otro? Al Diego. Por Dios, qué carajo me importa el otro. PISALO! PISALO!”.

Los movimientos de Bilardo son de estar fuera de sí. Se levanta y se sienta nervioso. Grita, mueve las manos con esos gestos que evidencian la influencia italiana en muchos argentinos. Se da cuenta de que le están filmando pero no le importa. Los ojos se le salen de las órbitas. Podría entenderse como un enfado más de un entrenador cualquiera, pero Bilardo era Bilardo. Sus formas y su manera de entender el fútbol y la rivalidad dieron lugar a una corriente. Alguien invoca el bilardismo y no hace falta explicar nada más. Al Narigón, uno de sus motes, se le atribuyen todo tipo de leyendas, algunas confirmadas por él mismo o sus pupilos. Quizá la más conocida sea la de que le echaron somníferos a unos bidones de agua y se los dieron a los jugadores brasileños en el enfrentamiento de octavos de final del Mundial de Italia 90. Ganó Argentina, claro. Se dice que Bilardo, en su época de jugador, se escondía un alfiler en las medias para pinchar a los rivales en los saques de esquina. Como esas, muchas.

La sanción

Lo cierto es que en la España de los noventa, la escena del “pisalo” en Riazor ofendió al Comité Español de Disciplina Deportiva, que sancionó a Bilardo por considerar que sus comentarios fueron “contrarios al buen orden deportivo”. La Federación Española le impuso una multa de un millón de pesetas (6.000 euros). El Narigón recurrió la decisión en los tribunales con la Abogacía del Estado en frente. Argumentó que el castigo incumplía el artículo 24 de la Constitución que regula el derecho a la libertad de expresión. También el artículo 14 sobre los derechos de los ciudadanos extranjeros y el artículo 13, según el cual, nadie puede ser discriminado por “razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. A juicio del entrenador, “las frases proferidas deben entenderse en sentido figurado y de acuerdo con la terminología futbolística usual”.

Los jueces: "El deber de un masajista, salvo caso grave, es el de atender a su equipo, no al equipo contrario”

Para acreditar que el “pisalo” formaba parte de la "terminología o jerga del mundo futbolístico, y en concreto, la empleada en Argentina”, aportó “profusa documentación relativa a las expresiones que, con carácter usual, se emplean en el mundo del fútbol”, según recoge la sentencia de la Sección Novena de la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal de Justicia de Madrid a la que ha tenido acceso El Confidencial. Adjuntó artículos de la prensa argentina con titulares de crónicas deportivas con títulos como "Boca pisó a River". Aclaraba que eso no quería decir que los jugadores del Boca Juniors "pisaran" a los del River Plate. También presentó otro recorte del diario deportivo El Punto Deportivo de Zaragoza o del “prestigioso” periódico AS, con frases como "y los pisamos, los pisamos, Marbella caza a los escapados".

En su defensa recordó las palabras de un entrenador del Real Madrid que dos años antes había sido captado diciéndole a uno de sus jugadores “matale, matale” en referencia a un rival y aquello no había sido sancionado. La Federación, aun admitiendo que el mundo del fútbol tiene ciertos códigos a la hora de expresarse, insistió en que las palabras de Bilardo denotaron “una conducta contraria a aquel que no resiste el más benigno baremo de medidas de la deportividad (ya que se trata de una reprensión de una actitud de ayuda al jugador herido por el masajista del equipo propio)”.

Los jueces del Tribunal Superior de Justicia de Madrid le dieron la razón a Bilardo y anularon la sanción en una resolución dictada seis años después del incidente, el 27 de abril de 1999. Entre sus argumentos, expusieron que “el Acta arbitral, que se reconoce como el documento oficial del partido de fútbol, y que todavía hace fé, incluso contra los medios técnicos de reproducción (televisión, cine), no recoge el incidente”. La sentencia, redactada por el juez Fernando Ortiz Montiya hizo esta bilardista descripción de la escena: “Como al jugador Albístegui se le reventaron las narices y el color de la sangre es muy llamativo, el masajista del Sevilla, Domingo, acudió en un gesto que le honra a atender al jugador del equipo contrario, pero una vez atendido Albístegui por sus propios masajistas, Domingo volvió a su banquillo, y en él Bilardo, mucho más curtido, le reconvino su gesto espontáneo, con expresiones que están en el argot futbolístico y aun deportivo, pues el deber de un masajista, salvo caso grave, que no lo hubo, es el de atender a su equipo, no al equipo contrario”.

“Así pues, --añade la sentencia- las palabras del recurrente, fuera de la cancha, en el banquillo reservado para técnicos, tiene el contenido de una reconvención, que debe considerarse y estimarse en relación con lo que efectivamente había ocurrido, y en este sentido las palabras de Bilardo carecen del espíritu antideportivo que se el achacan. Si Albístegui, de verdad, hubiera resultado gravemente lesionado, las palabras de Bilardo tendrían otra estimación, pues, aunque otra cosa pueda parecer, el fútbol es un deporte y en él, todavía, debe primar la deportividad (FAIR PLAY), pues una derrota no es una calamidad, ni una victoria un don celeste, y por ello todos sin excepción deben correr al lugar donde se produce la catástrofe, sin distinción de equipos, personas ni lugares”.

Los jueces del Tribunal Superior de Justicia de Madrid zanjan que “una rotura de las venículas de la nariz no es motivo suficiente para que un masajista asalariado corra en auxilio del contrario, que tiene su propio masajista y médico y en este inferior sentido, esta Sala cree que la reconvención de Bilardo no pasa de ser una recriminación privada que fue amplificado y magnificada por el deseo de los periodistas de vender palabras y periódicos”. Bilardo y Maradona, en los tribunales, también ganaban.

Desde entonces y hasta hoy, a partir de aquel reportaje de televisión, el grito de “¡pisalo, pisalo!” se extendió por las gradas de los campos de fútbol cada vez que un rival caía tendido sobre el césped. Especialmente si los aficionados locales interpretan que el jugador trata de perder tiempo. El cántico, importado de Argentina, ha dado lugar incluso a leyendas rocambolescas como la que alude a los hinchas ingleses del Chelsea que viajaron a La Romareda para enfrentar al Zaragoza en 1995. Se dice que los maños pasaron por encima a los británicos y sus hooligans cabalgaron la frustración iniciando incidentes en la grada visitante. Desde el otro lado del campo, los zaragocistas respondieron con el “¡pisalo, pisalo!”. Contra todo pronóstico, lejos de empeorar la situación, los londinenses depusieron su actitud. Se volvieron a las islas con un 3-0, pero pensando que aquellos españoles les habían dedicado un cántico de amor en su idioma que decía: “peace and love”.

A Carlos Salvador Bilardo, ingresado en un hospital, sus hijos le quitaron hace un año la televisión para regatearle la noticia de que el Diego había muerto. Fue como en la película Good Bye Lenin en la que los hijos hacían creer a su madre, una ferviente comunista enferma del corazón, que el muro de Berlín seguía ahí y su revolución proletaria duraría mil años. Casi como un padre y un hijo, Bilardo y Maradona formaron una dupla heroica que trascendió al fútbol. Se pelearon y se reconciliaron muchas veces, se rescataron siempre. Entrenador y jugador, su gran epopeya es el mundial de México 86, el de la mano de Dios y el gol de todos los tiempos a los ingleses. El de las mil cábalas y supersticiones de Bilardo. Pero en su trayectoria acumularon muchas otras batallas, alguna pasó desapercibida como esta que ganaron en los tribunales españoles con su célebre “pisalo” (pronunciado así, como palaba llana).

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