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De La Zarzuela a un polígono industrial: así se marchitó el deporte de los yupis
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De La Zarzuela a un polígono industrial: así se marchitó el deporte de los yupis

El squash se puso de moda en los 80, lo practicaba Juan Carlos I y los mejores jugadores venían a España a disputar torneos. Pero con el cambio de década comenzó a decaer hasta casi desaparecer

Foto: El Rey Juan Carlos muestra su alegría al conseguir un tanto en el partido de squash que jugó con el primer ministro de Nueva Gales del Sur, Nick Greiner (EFE)
El Rey Juan Carlos muestra su alegría al conseguir un tanto en el partido de squash que jugó con el primer ministro de Nueva Gales del Sur, Nick Greiner (EFE)

Pocos sitios menos atractivos que un polígono industrial. Európolis, en Las Rozas, no es una excepción. Aquí no se viene a pasear, sino a trabajar. Entre naves y restaurantes de menú barato, escondido tras una entrada estrecha que es fácil pasarse con el coche, se encuentra Rackets Madrid, uno de los pocos clubes de squash que quedan en España y donde da clases el presidente de la federación española y entrenan varios campeones infantiles. Los mejores jugadores madrileños de este deporte no acuden por razones misteriosas. Simplemente no hay mucho más donde elegir. Las pistas del Rackets están muchas mañanas vacías, pero sus dueños no se rinden. Este verano, sin ir más lejos, recurrieron a una campaña de 'crowdfunding' hasta que lograron encontrar nuevos inversores para aguantar un tiempo más.

Un polígono es un entorno muy diferente al que vio florecer al squash en los 80, cuando las pistas se multiplicaban por Madrid y Barcelona en clubes privados. Fue un deporte que empezaron a jugar directivos y que luego atrajo a personalidades tan importantes como el rey Juan Carlos I o Manolo Santana. Carlos Sainz fue campeón de España de squash antes de empezar su carrera en los 'rallyes'. En pocos años pasó de ser algo totalmente desconocido a convertirse en el deporte de la 'jet'.

La luna de miel no duró mucho. Su caída fue tan rápida como su auge. En diez años, el squash pasó de estar de moda a caer en el olvido. A principios de los 90, decenas de pistas acabaron reconvertidas en espacios que daban más dinero, como gimnasios o salas de fitness. Así comenzó el declive de un deporte que parecía a punto de explotar, pero que en la actualidad es bastante minoritario hasta el punto de luchar para evitar su extinción.

placeholder Mural en Rackets Madrid. (EC)
Mural en Rackets Madrid. (EC)

El Rackets Madrid es un sitio singular. No solo porque aquí se pueda jugar al squash, difícil de practicar por la escasez de instalaciones. Sino porque a sus cuatro pistas va a sumar otras tres donde ahora hay dos de pádel, mucho más practicado en España. Es una decisión a contracorriente que nace del amor por ese deporte y el vicio de no hacer cuentas rentables. Hoy en día, el squash no es la mejor manera de ganar dinero con un club deportivo.

Lo saben en Rackets, pero eso no les frena. Aquí juegan de manera regular unos 200 jugadores, entre los niños que aprenden en la escuela y los adultos que participan en su liga o que acuden a jugar solo por diversión. A pesar de eso, explica el director del club, Enrique Lamas, cuesta mucho mantenerlo abierto. "Podríamos replantearnos reconvertir algunas pistas. Pero seguimos apostando por el squash porque nos gusta".

Lamas dice que en los últimos años ha subido un poco la afición, empujada por el ejemplo de Borja Golán, bicampeón de Europa, pero señala varios obstáculos para la expansión de este deporte. "No es vistoso en televisión excepto en las retransmisiones de PSA (Asociación Profesional de Squash), que se hacen en las pistas de cristal. Y no es deporte olímpico", recuerda. Hay un obstáculo mayor: la falta de sitios para jugar. "Los ayuntamientos buscan que haya muchos niños y a un precio muy barato. Y el squash es muy limitado. Puedes meter a 20 niños en una pista, pero para jugar no pueden ser más que cinco a seis. Eso limita a los ayuntamientos. No es lo mismo una piscina o que jueguen a baloncesto o a fútbol". Tampoco la oferta privada es amplia.

"Los metros cuadrados de una pista de squash son mucho más rentables si los llenas con unas cuantas bicis de 'spinning' y das una clase", dice Lamas

El coste de una pista de squash ronda los 35.000 euros, señala Eduardo Palanca, presidente de la Real Federación Española de Squash (RFES), pero no basta con construir solo una. Hay que empezar al menos con tres o cuatro, lo que disminuye el coste hasta los 25.000. Sigue siendo más caro que una pista de pádel convencional, por ejemplo, que además puede ser construida al aire libre. El squash exige unas condiciones (a cubierto, con un techo alto) que lo hace aún más difícil.

"La caída desde el noventa y pico hasta hace poco es porque a los empresarios les da miedo construir pistas y que no se utilicen. Y van a lo seguro. Y por otro lado, las federaciones autonómicas y los clubes, que se desviven, no han tenido contacto con los políticos. La única que lo ha hecho es Galicia, que tiene a Borja Golán. Están a punto de inaugurar un centro de tecnificación con cinco pistas. Castilla y León tiene un centro de tecnificación en Palencia con tres pistas", explica Palanca, presidente desde 2016.

Menos de 2.000 licencias

Las estadísticas muestran un deporte marginal en España. Según la última Encuesta de Hábitos Deportivos, realizada en el año 2015 por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte junto al Consejo Superior de Deportes (CSD), solo el 1,9 % de la población que practicó deporte jugó al squash. Es un porcentaje inferior al de otros deportes de raqueta como el tenis (14 %) o el pádel (16,8 %). Entre los practicantes de squash, más de la mitad respondió que lo jugó al menos una vez al año y poco más del 15 % lo practicó una vez a la semana. Las cifras también son muy modestas en competición: en 2017, último año con estadísticas disponibles, había en España 1.807 licencias y 70 clubes. Son números mejores que los de 2016. El squash tocó su techo en 1988, con más de 10.000 licencias. En 1992 apenas superó las 5.000 y en 1996 rondó las 2.000. Desde entonces se ha mantenido en una horquilla de entre 1.500 y 2.500.

Palanca tiene una teoría sobre el bajón de squash a mitad de los noventa, y no señala al pádel. "Hay una causa fundamental: la mayor parte de los clubes se construyen dentro de las ciudades en un momento en el que no existe el fitness. Y cuando de repente empiezan a ofertarlo, ven que pueden meter a 10 o 12 personas en el mismo espacio y les da más rendimiento por metro cuadrado. Es simple y llanamente eso", analiza. "Mucha gente dice que el pádel le quitó sitio al squash, pero no fue así. Cuando yo iba en los 80 al Castellana, en la estación de Chamartín, había 20 pistas y en hora punta conseguías sitio a duras penas. Y de fitness había unas cuantas barras con pesas debajo de las gradas, medio escondidas. De repente se empezó a poner de moda el fitness. Y no tenían espacio para meter más gente y solo tenían las pistas de squash". "Los metros cuadrados de una pista de squash, que son más o menos 70, son mucho más rentables si los llenas con unas cuantas bicis de 'spinning' y das una clase. O si pones a gente a hacer yoga", apunta Enrique Lamas. Los dos coinciden en señalar que la mayor parte de los jugadores que se quedaron sin pistas para jugar no se movieron buscando otras, sino que abandonaron el deporte.

placeholder Uno de los primeros equipos españoles de squash, con Carlos Sainz entre sus integrantes (segundo por la derecha). (Foto cedida por Concha Galatas)
Uno de los primeros equipos españoles de squash, con Carlos Sainz entre sus integrantes (segundo por la derecha). (Foto cedida por Concha Galatas)

Los 80: el rey, Santana y el 'Hola'

El squash siempre fue minoritario en España, pero en los 80 logró cierta popularidad. "En esa década había muchos clubes privados con ocho o diez pistas. El Castellana tenía 20. Había mucho movimiento", recuerda Paloma González, secretaria general de la RFES desde 1986. La primera pista que se conoce se construyó a finales de los 70 en el Club Financiero, en la Calle Genóva. Luego le siguieron el citado Castellana, el Gimnasio Andrómeda, el Club Internacional de Tenis, el Club de Campo, el Abascal... En Barcelona, Can Mèlich se convirtió rápido en una referencia y luego le siguieron el K-18 o el Squash Barcelona.

El problema entonces no era sacarles rentabilidad a las pistas, sino encontrar espacio para construir más. "En aquella época había bandadas de empresarios buscando locales en Madrid. Y no había, porque era necesario un sitio con mucha altura", recuerda Concha Galatas, que en aquellos años hizo de todo en el squash: fue jugadora, capitana de equipo, directora de torneo, editora de una revista, tesorera de la federación... Ella fue protagonista de los primeros momentos del squash en España, que resultaron ser los mejores.

Todo empezó en el Club Financiero, donde dos ingleses, Charles Davies y Simon Mundi, ejercieron de maestros para los primeros jugadores españoles. "Allí iba gente de la banca. Algunos jugaban con la mano. Muchos eran vascos y no sabían que se jugaba con raqueta", dice Eduardo Palanca, que empezó a jugar en aquella época. Poco a poco, el deporte se fue expandiendo gracias a dos figuras fundamentales: Antonio Sainz y Eduardo Góngora. "Sainz era el entusiasta, el que tiraba del carro. Y Eduardo Góngora era el currante. Era un tío trabajador, honesto, con espíritu deportivo tremendo (fue internacional en tres deportes)", dice Galatas.

placeholder Merry Martínez-Bordiú también jugó al squash en los 80. (Foto cedida por Concha Galatas)
Merry Martínez-Bordiú también jugó al squash en los 80. (Foto cedida por Concha Galatas)

No se puede entender aquella época en el squash español sin ellos. Góngora fue el primer presidente de la RFES, mientras que Sainz se volcó para impulsar el deporte gracias a sus contactos. Contagió la afición a sus hijos, Antonio y Carlos (sí, ese Carlos Sainz). "Empecé a jugar por mi padre con 15 años. Lo practiqué hasta los 22, más o menos. Fui el primer campeón de España absoluto. Y luego jugamos cuatro o cinco campeonatos de Europa por equipos. Mi hermano también jugaba", dice Sainz. En la final del primer campeonato venció a Ignacio Adarraga, un niño australiano de 12 años que estaba de visita en España para ver a su familia. "Su tío lo apuntó y llegó a la final contra Sainz. Pedía faltas y nosotros no sabíamos que existían las faltas. Éramos una panda de indocumentados", dice Galatas.

Fama de elitista y peligroso

Antonio Sainz llegó a construir en su casa la mejor pista de squash de España por aquel entonces. "Era la única que tenía la pared de atrás de cristal. Para filmar y para verlo, tenía esa ventaja", recuerda Carlos Sainz. En ella se llegó a jugar algún campeonato. La foto de Merry Martínez-Bordiú que acompaña este texto es de un partido en esa pista, confirma Galatas. "Nos sacaban en el 'Hola' por ella".

La nieta de Franco no era la única persona conocida que lo practicaba. El rey Juan Carlos I se aficionó y ordenó construir una pista en el Palacio de la Zarzuela, donde jugaba partidos con algunos invitados (tras un partido con Santana en 1981 sufrió un accidente que le provocó varias heridas). En 1982, 'El País' decía del squash que era "el deporte de moda entre la jet-society española". Ese mismo año, Jahangir Khan, el mejor jugador de la historia, dio una exhibición en Barcelona. En los años siguientes volvió a España para participar en varios torneos que fueron naciendo.

"El squash sí fue un poco elitista", dice Galatas. "Pero por la situación de las pistas. ¿Dónde estaban? En los clubes privados". "Hubo unos años en que se llamaba el deporte de los yupis o de pijos. El pádel empezó así, al principio era un deporte de pijos. El squash tuvo esa etiqueta también", señala Enrique Lamas.

Hubo otra etiqueta que dañó al squash: se extendió la opinión de que era un deporte malo para el corazón. "El squash, el fisicoculturismo, la halterofilia, el tenis y el footing configuran el cuadro de mayor peligrosidad", decía un informe del Hospital Ramón y Cajal de Madrid y la Sociedad Hispana de Cardiología en 1993. "Se murió una persona que era bastante conocida, Iñaki Ortuzar, y a partir de ahí cogió mala fama", recuerda Carlos Sainz. "Pero creo que es un deporte fantástico. Siempre digo que a mí me ha ayudado tremendamente en los coches. Porque físicamente tienes que estar como un toro a nivel aeróbico, tienes que ser supercoordinado, muy rápido de reflejos. Sales con el corazón funcionando a tope. Es un deporte de los más apasionantes y duros que he practicado, y he practicado muchos". Esa mala fama sigue presente hoy en día, explica Luis Richi, de Rackets Madrid. "Pero podemos luchar diciéndole a la gente que es un deporte sano. Mi labor es recorrerme toda la zona para convencer a la gente de que lo practique".

"Cuando llegué programé más de 20 o 30 reuniones con posibles patrocinadores, y más de la mitad me preguntó que qué era", dice Eduardo Palanca

El milagro de Borja Golán

En su club lo están consiguiendo, pero es una excepción en Madrid, donde solo hay 30 jugadores federados y unos 500 practicantes, según datos de la RFES. En Galicia, Andalucía, Cataluña o Castilla y León, los números son mejores, dentro de la modestia del squash. "En Galicia funciona muy bien porque la federación funciona muy bien. Ahora está haciendo una promoción con pistas móviles para niños en los colegios. Y tiene relación con los ayuntamientos, que están apostando por el squash", apunta Paloma González.

"Hay dos partes. Por un lado, el jugador de club. Habrá unos 10.000 o 15.000 practicantes en España. Que se federen, muchos menos. No lo hacen al menos que les des algo que valga más que la licencia", explica Eduardo Palanca. "Luego está la parte de federados, que está consiguiendo unos resultados brutales. ¿Cómo? No por nosotros, sino por sus padres y entrenadores", reconoce. La RFES solo paga viajes a los campeonatos internacionales, el resto de gastos corre a cargo de las familias. A nivel europeo, España está consiguiendo buenos resultados en categorías de formación. Además, en categoría senior tiene a cuatro jugadores y una jugadora entre los 100 primeros del mundo. El más destacado es Borja Golán, que como Carolina Marín es un pequeño milagro del deporte español. "Es la bomba, inigualable. Yo aluciné con su nivel de exigencia y concentración", dice Palanca.

placeholder Borja Golán, dos veces campeón de Europa, es el mejor jugador español de squash. (EFE)
Borja Golán, dos veces campeón de Europa, es el mejor jugador español de squash. (EFE)

Tanto en Rackets como en la RFES ven el vaso medio lleno y creen que la situación del squash es mejor que hace unos años. Los primeros detectan un aumento de la afición y los jugadores; los segundos han dejado atrás problemas que casi se llevan por delante el organismo dos veces. Una desastrosa gestión dejó la federación al borde de la desaparición en 2005 y casi tuvieron que empezar de cero. "Estamos mucho mejor que entonces. Se nota más ruido, pero no repercute en licencias", dice Paloma González.

Hacer más ruido es el objetivo que se marcó Eduardo Palanca cuando llegó a la presidencia en 2016, pero no está siendo fácil. "Cuando llegué, dije que quería que el squash saliese en los medios. Programé más de 20 o 30 reuniones con posibles patrocinadores, y creo que más de la mitad me preguntó que qué era. Y uno me preguntó si era un deporte de agua. Nadie tenía ni idea".

Pocos sitios menos atractivos que un polígono industrial. Európolis, en Las Rozas, no es una excepción. Aquí no se viene a pasear, sino a trabajar. Entre naves y restaurantes de menú barato, escondido tras una entrada estrecha que es fácil pasarse con el coche, se encuentra Rackets Madrid, uno de los pocos clubes de squash que quedan en España y donde da clases el presidente de la federación española y entrenan varios campeones infantiles. Los mejores jugadores madrileños de este deporte no acuden por razones misteriosas. Simplemente no hay mucho más donde elegir. Las pistas del Rackets están muchas mañanas vacías, pero sus dueños no se rinden. Este verano, sin ir más lejos, recurrieron a una campaña de 'crowdfunding' hasta que lograron encontrar nuevos inversores para aguantar un tiempo más.

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