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'Danzad, danzad, malditos': nadie gana en el juego de la vida
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ESTRENO VIEJUNO

'Danzad, danzad, malditos': nadie gana en el juego de la vida

Filmin añade a su catálogo una de las películas que dieron el pistoletazo de salida al Nuevo Hollywood pesimista y cáustico, uno de los primeros éxitos de Sydney Pollack

Foto: Jane Fonda, en una de las escenas de 'Danzad, danzad, malditos' (1969), de Sydney Pollack. (Filmin)
Jane Fonda, en una de las escenas de 'Danzad, danzad, malditos' (1969), de Sydney Pollack. (Filmin)

Seguramente, los años sesenta en Estados Unidos fueron una época de filtro felicidad Instagram: mucha juventud, bastante carne tersa, sonrisas generadas artificialmente —químicamente, muchas de ellas— y una despreocupación frente a un futuro que prometía un bienestar permanente. La prosperidad tras la Segunda Guerra Mundial dio lugar a la generación 'flower power' hasta que la Guerra de Vietnam acabo con la fantasía juvenil de vivir en una fiesta permanente. Como cuenta Tarantino en 'Once Upon a Time in Hollywood' el jipismo acabó en 1969 con el asesinato de Sharon Tate, pero el cambio de aires se venía cociendo en el último lustro, cuando la lucha entre lo viejo y lo nuevo se saldó en la industria cinematográfica con la decadencia de los grandes estudios y la irrupción a la fuerza de los jóvenes talentos independientes, un cine de autor rebelde, descreído y marginal ejemplificado en 'Cowboy de medianoche', de John Schlesinger, en el posmodernismo literario de Pynchon o en el realismo sucio de Bukowski.

Uno de los primeros exponentes de ese Nuevo Hollywood escéptico fue Sydney Pollack, quien con su 'Danzad, danzad, malditos' —en inglés, 'They Shoot Horses', refiriéndose a la práctica veterinaria de disparar a los caballos para acabar con su sufrimiento— adaptó la obra homónima de Horace McCoy, escritor de pulp de los años treinta que llegó al punto álgido de su carrera con este drama existencial ambientado en los años de la Gran Depresión. El enfermo no sabe que padece una depresión hasta que o la ha pasado o está metido bien dentro de ella. Pero es fácil encontrar similitudes entre la novela de McCoy, el filme de Pollack y la realidad cotidiana de hoy para muchos, no para todos y, sobre todo, no para la mayoría visible.

placeholder Quien deje de bailar, perderá la posibilidad de llevarse los 1.500 dólares. (Filmin)
Quien deje de bailar, perderá la posibilidad de llevarse los 1.500 dólares. (Filmin)

No tiene mucho sentido escribir una crítica sobre una película que, objetivamente, ostenta la categoría de clásico indiscutible del cine moderno, a no ser que el objeto sea la reivindicación ahora que llega al catálogo de Filmin. Pero 'Danzad, danzad, malditos' también admite una relectura social que puede entroncarse con la crisis social de nuestro momento, las perspectivas de una juventud poscrisis que no encuentra salida a su sufrimiento salvo a través del espectáculo o la suerte. La película viene a reflexionar, algo pesimista, sobre esa improbable zanahoria que el sistema nos pone frente al hocico para que sigamos dando vueltas al molino, porque alguien tiene que pagar las facturas del dueño. Y ese alguien es el propio burro.

Es 1932, tres años después del 'crash' del 29 y uno antes de que Roosevelt inyectase un poco de liquidez y alegría en la vida de los estadounidenses más empobrecidos y hambrientos. En aquella época, en Estados Unidos, que empezaba a aventurar lo lucrativo del negocio del espectáculo, proliferaron las maratones de baile en las que un grupo de gente bailaba hasta la extenuación para ganar un premio económico, arriesgándose a enfermar en el camino. Pollack toma como partida este tipo de concursos para mostrarnos un abanico de personajes representativos de aquella sociedad famélica que intentaba ocultar cantando el ruido de sus tripas. Al mismo tiempo que los grandes estudios exportaban al mundo las comedias de alta sociedad, la cola del hambre daba la vuelta al banco de alimentos entonces —escenas que vuelven a ocurrir hoy en muchos estados tras la crisis del covid—. Y Pollack lo cuenta sutilmente, con la mirada de una Jane Fonda famélica que saliva al escuchar el anuncio de "perritos calientes" que gritan los vendedores ambulantes dentro de la carpa.

placeholder Otro momento de la carrera de 'Danzad, danzad, malditos'. (Filmin)
Otro momento de la carrera de 'Danzad, danzad, malditos'. (Filmin)

Con la mente fija en el premio de 1.500 dólares que se llevará la última pareja que quede en pie tras días y días de baile ininterrumpido —apenas lo justo para descansar los ojos—, varias decenas de parejas se apuntan a una maratón de baile que tiene lugar en Los Ángeles. Allí se juntan actrices que no han alcanzado el éxito y que, aunque vistan de seda y mantengan un platino perfecto, debajo esconden penurias. Por allí también pasan embarazadas, paletos de pueblo y veteranos de la Gran Guerra. "Esperemos que no haya otra", escribe con ironía el guionista James Poe, quien había ganado un Oscar en 1958 por 'La vuelta al mundo en ochenta días' y quien también estuvo nominado por 'La gata en el tejado de zinc' (1958), 'Una voz en las sombras' (1963) y la película que nos ocupa.

El hombre ha sofisticado sus actitudes sádicas desde la era de los gladiadores y aquí Pollack señala el espectáculo en el que, como en 'La isla de las tentaciones', convertimos el dolor ajeno. Cómo nos place que un necesitado baile por cuatro monedas. Y, cuanto mayor sea el riego, mayor sea el drama, mayor es la recompensa, para el concursante como para el espectador. "¿Por qué vas a tener un hijo si no tienes dinero para criarlo?", le pregunta Gloria (Fonda), la protagonista, a la embarazada dispuesta a participar a pesar del bombo. "Lo tengo porque no tengo dinero para no tenerlo [para abortar]", contesta en una respuesta-mazazo que resume el círculo vicioso de la pobreza y el hambre.

placeholder Jane Fonda es Gloria, una aspirante a actriz procedente de Dallas. (Filmin)
Jane Fonda es Gloria, una aspirante a actriz procedente de Dallas. (Filmin)

Después de días y días de baile, de dolores, falta de sueño y humillaciones, después de sentirse parte de un juego en el que quienes marcan las reglas lo hacen en favor propio, la visión pesimista de Pollack pone fin a la visión esperanzadora y alegre de los años 60. Una lectura que podría hacerse hoy, donde en cualquier reality que se tercie un grupo de personas se someten a vejaciones en diferentes grados para recibir un cheque. Y muchos de nosotros, la que escribe incluida, entra al juego de tirar cacahuetes. Hoy el sistema se ha refinado tanto —hoy no permitiríamos que dos hombres se batiesen a muerte en la arena— que la normalización del sadismo está plenamente integrada y se despliega a la luz del día para las grandes audiencias. Los que se lucran son los de arriba mientras el resto intentamos mantenernos en pie y seguir moviéndonos por un cheque de menos de 1.500 euros.

Foto: Un fotograma de 'The Assistant', una película inspirada en el #MeToo. (Filmin)
Foto: Una imagen de Mikel Zabalza, asesinado en 1985.

Seguramente, los años sesenta en Estados Unidos fueron una época de filtro felicidad Instagram: mucha juventud, bastante carne tersa, sonrisas generadas artificialmente —químicamente, muchas de ellas— y una despreocupación frente a un futuro que prometía un bienestar permanente. La prosperidad tras la Segunda Guerra Mundial dio lugar a la generación 'flower power' hasta que la Guerra de Vietnam acabo con la fantasía juvenil de vivir en una fiesta permanente. Como cuenta Tarantino en 'Once Upon a Time in Hollywood' el jipismo acabó en 1969 con el asesinato de Sharon Tate, pero el cambio de aires se venía cociendo en el último lustro, cuando la lucha entre lo viejo y lo nuevo se saldó en la industria cinematográfica con la decadencia de los grandes estudios y la irrupción a la fuerza de los jóvenes talentos independientes, un cine de autor rebelde, descreído y marginal ejemplificado en 'Cowboy de medianoche', de John Schlesinger, en el posmodernismo literario de Pynchon o en el realismo sucio de Bukowski.

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