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Susanne Bier se pasa de frenada con su drama social
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estreno de 'una segunda oportunidad'

Susanne Bier se pasa de frenada con su drama social

La directora de 'En un mundo mejor' (2010) dirige a Nikolaj Coster-Waldau ('Juego de tronos') en un melodrama al límite

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No es novedad decir que las películas de la danesa Susanne Bier son retorcidas y tremendistas. No sólo no es novedad, sino que son dos de las cosas que mejor las definen y que se han convertido en los rasgos autorales más representativos de la cineasta. Pero, por increíble que parezca, en Una segunda oportunidad fuerza aún más la máquina del delirio, el exceso y el mal rollo. La fuerza tanto que la rompe.

La directora de En un mundo mejor (2010) suele extremar en sus filmes sin ningún tipo de pudor la casualidad y la desgracia, describiendo el mundo como un lugar donde es imposible estar seguro y transmitiéndole al espectador la necesidad de vivir en un estado permanente de alerta. Hermanos (2004), Después de la boda (2006) o Cosas que perdimos en el fuego (2007) venían cargaditas de tragedias inesperadas, desdichas en cadena, relaciones y revelaciones familiares chocantes, pasados imposibles de purgar… Obviamente, ese festival de tragedias y esa invitación a la paranoia no son del gusto de todos. Pero, hasta ahora, a Bier le habían servido más o menos para contar lo que quería contar. Era su elección.

No puede decirse que sus películas estén mal medidas o tengan desajustes de tono porque, precisamente, se basan en las salidas de madre y la exageración. Pero, ¿qué pasa cuando se te sube a la cabeza la fórmula que siempre te ha funcionado? ¿Cuándo la utilizas sólo porque te da la gana, sin preguntarte el porqué o cuestionártela? Pues que puedes cargártela. Y Bier se ha cargado definitivamente la suya con Una segunda oportunidad.

En este caso, la ausencia radical de credibilidad y los niveles disparatados de delirio y truculencia no le sirven para explorar emociones desde una posición extrema o buscar en los límites nuevas maneras de contar una historia. De hecho, lo más molesto de Una segunda oportunidad, en la que las vidas de dos policías cambian al cruzarse con una pareja de yonquis, es que retuerce las cosas hasta el absurdo para acabar ofreciendo una reflexión de manual sobre la frágil frontera entre el bien y el mal. En este caso, los insólitos niveles de despropósito y espanto a los que llegan Bier y Anders Thomas Jensen, guionista del filme, para armar su relato son tremendamente deshonestos y muy ofensivos con el espectador, al que se permiten el lujo de poner mal cuerpo sin darles nada a cambio.

Es difícil hablar de Una segunda oportunidad sin hacer spoiler porque, desde el minuto uno, viene hasta arriba de giros y revelaciones de no dar crédito. Pero sí se puede aludir a las reflexiones y moralejas que destilan sus quiebros y sorpresas. Se trata de argumentaciones y lecciones de saldo sobre la condición humana, la justicia, los tópicos sobre las diferencias de clase y la maternidad. Tanto forzar la máquina, tanto provocar al espectador, para regalarle al final las conclusiones más obvias, algunas de ellas muy dudosas.

Sin exagerar, Una segunda oportunidad, que no se merece la entrega de sus actores (Nikolaj Coster-Waldau, de Juego de tronos, encarna al protagonista), tiene el nivel de retorcimiento de los filmes coreanos más extremos. La diferencia es que la mayoría de esos filmes suspenden la realidad en el proceso y encuentran revelaciones en lo extremo, y la película de Bier tiene el descaro de ir de cine social y sólo utiliza lo radical para impresionar gratuitamente a quien se atreva con ella.

No es novedad decir que las películas de la danesa Susanne Bier son retorcidas y tremendistas. No sólo no es novedad, sino que son dos de las cosas que mejor las definen y que se han convertido en los rasgos autorales más representativos de la cineasta. Pero, por increíble que parezca, en Una segunda oportunidad fuerza aún más la máquina del delirio, el exceso y el mal rollo. La fuerza tanto que la rompe.

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