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Cannes se rinde a la historia de amor lésbica de Cate Blanchett
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'carol', de todd haynes se convierte en favorita

Cannes se rinde a la historia de amor lésbica de Cate Blanchett

La adaptación de la novela de Patricia Highsmith despierta entusiasmo en el festival, mientras que Maïween no se muestra capaz de pasar del cliché en 'Mon roi'

Foto: Rooney Mara y Cate Blanchett en Cannes (EFE)
Rooney Mara y Cate Blanchett en Cannes (EFE)

En 1952 una todavía desconocida Patricia Highsmith publicaba bajo el seudónimo de Claire Morgan El precio de la sal, una historia de amor entre dos mujeres insólita para la época. La novela relata la fascinación de Therese, una joven dependienta de unos grandes almacenes, por Carol (nombre con que se reeditó más tarde el libro), una mujer a la que atiende un día antes de las vacaciones de Navidad. Ambas inician una relación amorosa que se ve truncada cuando el marido de Carol la utiliza como arma para quedarse con la custodia exclusiva de la hija de ambos durante el proceso de divorcio. A pesar de ello, la novela de Highsmith dejaba la puerta abierta a la posibilidad de que ambas protagonistas vivieran su amor desde la felicidad, en un momento en que las escasas ficciones con mujeres homosexuales como protagonistas las condenaban a la frustración y a la amargura. Highsmith anticipó de esta manera uno de los preceptos de la cultura queer: no solo visibilizaba el lesbianismo, también lo liberaba de la estigmatización y la condena moral.

Todd Haynes, quien fue precisamente uno de los principales representantes del New Queer Cinema, se ha encargado de llevar la obra de Highsmith a la gran pantalla, en una soberbia película que ha recibido la primera ovación unánime del Festival de Cannes. El director de Velvet Goldmine plantea muy pocos cambios respecto al libro. El más importante, una variación sobre el punto de vista. Mientras la novela se desarrolla siempre desde la perspectiva de Therese, la muchacha que se descubre alimentando una pasión por otra mujer más madura, el film combina los dos puntos de vista de manera que la vida de Carol lejos de Therese y los problemas con su marido cobran mayor presencia.

También varía el oficio de la joven una vez abandona su trabajo como dependienta, mientras en el texto original es diseñadora de escenografías teatrales, aquí ejerce de fotógrafa. Este cambio no resulta gratuito ya que el hecho de que en la película Therese observe el mundo desde detrás de una cámara acentúa las características de una relación que, a fuerza de no poder explicitarse en público, se nutre de miradas. También permite trazar mejor la evolución de este personaje, una muchacha al principio dubitativa que madura a través de su relación con Carol. Como le comenta un colega, Therese pasa de interesarse solo por fotografiar animales y plantas a fijar su atención también en las personas.

No es la primera vez que Todd Haynes retoma cierta idea de melodrama clásico para hacer visibles las tensiones sexuales que el cine de la época silenciaba. Ya en Lejos del cielo (2002) versionaba clásicos de Douglas Sirk como Imitación a la vida y Sólo el cielo lo sabe para añadir a los conflictos derivados del clasismo, el machismo y el racismo que ya aparecían en los films originales el elemento de la homosexualidad reprimida del protagonista masculino. En el caso de Carol, Haynes y su habitual director de fotografía Edward Lachman no toman un referente tan identificable como Sirk, por lo que la película adquiere una personalidad cinematográfica más autónoma.

Rodada en 16 mm, Carol se aleja de esa fotografía tan reluciente que se asocia a los melodramas de Douglas Sirk, quien otorgaba a sus films la estética del lujo propio del estilo de vida de la América de los cincuenta que oprimía a sus personajes. Haynes y Lachman han optado por una puesta en escena más intimista, donde se privilegian los primeros planos de los personajes, de sus miradas y de sus gestos, tan cargados todos ellos de emociones silenciadas. Los planos cerrados transmiten también la represión de la época, esos Estados Unidos de principios de los años cincuenta en el umbral de la era Eisenhower. La película recrea con riguroso detalle y una atención casi fetichista por los objetos el ambiente de ese momento de transición para la sociedad norteamericana.

La pasión de Therese por Carol también se traduce en la imagen que el film construye de esta última. Cada plano con Cate Blanchett en el papel de Carol es como un capítulo de un tratado sobre la elegancia femenina de los años cincuenta. Desde Deseando amar de Wong Kar-wai, ningún melodrama había conseguido tal grado de preciosismo y de expresividad en los detalles que hablan de lo que los personajes y su entorno callan.

Carol no es una película sobre la homosexualidad sino sobre el amor. Todd Haynes nos regala en el fondo ese gran melodrama romántico protagonizado por dos mujeres que el cine clásico jamás se atrevió ofrecer. También ofrece una de las primeras películas de Hollywood que presenta sin ambages ni morbo una relación sexual femenina. Con dos intérpretes de primer calibre como Blanchett y una espléndida Rooney Mara, Carol se dibuja como una de las películas que probablemente acapare más premios de la temporada, no solo en Cannes. El intercambio final de miradas entre Therese y Carol se los merece todos.

Pasiones autodestructivas

La sección oficial también ha presentado Mon roi, el seguimiento de una historia de amor autodestructiva dirigido por Maïwenn, quien ya presentó en 2011 a competición el thriller Polisse. La protagonista Tony recuerda, mientras se recupera de un accidente de esquí, la tormentosa relación con su marido Georgio a lo largo de varios años. En un momento de la película, Tony comenta que aquello que le seduce más de un hombre es que le haga reír, en una charla llena de tópicos similares. La declaración explica muy bien por qué Mon roi no consigue funcionar como esa drama intenso sobre dos personas que se hieren cuando creen que se quieren. Maïween no se muestra capaz de dibujar unos personajes que vayan más allá del simple cliché: el hombre seductor pero tóxico y la mujer que se deja encandilar por su encanto. A partir de aquí, el problema de su relación no radica tanto en las turbulencias del amor si no en su propia simpleza.

En 1952 una todavía desconocida Patricia Highsmith publicaba bajo el seudónimo de Claire Morgan El precio de la sal, una historia de amor entre dos mujeres insólita para la época. La novela relata la fascinación de Therese, una joven dependienta de unos grandes almacenes, por Carol (nombre con que se reeditó más tarde el libro), una mujer a la que atiende un día antes de las vacaciones de Navidad. Ambas inician una relación amorosa que se ve truncada cuando el marido de Carol la utiliza como arma para quedarse con la custodia exclusiva de la hija de ambos durante el proceso de divorcio. A pesar de ello, la novela de Highsmith dejaba la puerta abierta a la posibilidad de que ambas protagonistas vivieran su amor desde la felicidad, en un momento en que las escasas ficciones con mujeres homosexuales como protagonistas las condenaban a la frustración y a la amargura. Highsmith anticipó de esta manera uno de los preceptos de la cultura queer: no solo visibilizaba el lesbianismo, también lo liberaba de la estigmatización y la condena moral.

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