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Miseria para sentirse bien
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estreno de 'trash, ladrones de esperanza'

Miseria para sentirse bien

La nueva película de Stephen Daldry ('Billy Elliot'), pretende repetir el éxito que obtuvo 'Slumdog Millionaire'

Foto: Fotograma del filme
Fotograma del filme

Tres niños de una favela se enfrentan a la corrupción policial y política de su ciudad con la única ayuda de unos misioneros norteamericanos. Trash, ladrones de esperanza, la nueva película de Stephen Daldry (Billy Elliot), pretende repetir el éxito que obtuvo Slumdog Millionaire en 2008 de forma descarada.

Esta película ambientada en Brasil no solo guarda evidentes similitudes en su planteamiento con el filme de Danny Boyle. También reproduce la mayoría de lugares comunes de un cine que hurga en la miseria ajena para emocionar sin incomodidades a los espectadores de Occidente.

La mirada occidental

Aunque situada en una urbe brasileña sin nombre, Trash, ladrones de esperanza se basa en una novela del británico Andy Mulligan que ha adaptado Richard Curtis, guionista de comedias románticas como Cuatro bodas y un funeral o Love Actually, que también dirigió.

Daldry y Curtis trasladan este realismo colorista made in England a su retrato del Brasil de las favelas. Y añaden al cartel un par de nombres de Hollywood, Martin Sheen y Rooney Mara. El resto del reparto lo componen intérpretes brasileños, entre ellos Wagner Moura (Tropa de élite) y los debutantes Gabriel Weinstein, Rickson Tevez y Eduardo Luis.

¿Quién no llora ante un niño?

Daldry, que tiene experiencia de sobras en trabajar con niños, consigue que a pesar de todo la interpretación de los tres jóvenes protagonistas resulte lo más convincente de la película. Junto a Richard Curtis, convierten Trash en una aventura dickensiana donde los tres chavales van resolviendo una serie de rocambolescos misterios relacionados con una cartera que encuentran en el vertedero hasta poner en evidencia a un político corrupto y sus secuaces en la policía.

De política, ni hablar

Los malabarismos que llevan a cabo los autores de Trash para no abordar de forma frontal cuestiones sociopolíticas dan vértigo. Mientras eluden cualquier contextualización de la realidad de las favelas, dibujan un orden mundial en el microcosmos del filme donde la presencia estadounidense funciona como única ayuda para unos chicos desamparados por su propio país.

En la favela no existe otro apoyo que el ofrecido por el cura y la maestra (¡de inglés!) norteamericanos, a quienes los muchachos acuden una y otra vez recordándoles lo mucho que les necesitan. También se perfila la figura de un veterano militante local encarcelado, pero nunca se llega a concretar su biografía política. Como ya sucedía en Slumdong Millionaire, cualquier atisbo de ideología, de denuncia de la pobreza como fruto de la injusticia social, desaparece en pro del mero sentimentalismo.

Cine de favelas sin favelas

Trash es una película ambientada en un barrio de favelas... que apenas se intuye. Daldry renuncia a rodar en localizaciones reales y se ha contentado con unos decorados mínimos que dieran la idea general de suburbio. Sin barrio, no se muestra apenas ningún tipo de vida comunitaria. Paradójicamente, el elemento más interesante del filme es la relación de los niños, sobre todo del marginado entre marginados Rat, con el espacio urbano. Los protagonistas se mueven siempre por la ciudad desde los márgenes y se adentran en el resto de barrios como si fueran unos intrusos. Se deslizan por las ventanas en lugar de franquear las puertas, se cuelan en el metro, saltan por los jardines de atrás, atajan por callejones desconocidos...

Realismo videoclipero

Danny Boyle dio un tumbo a la tradición realista del cine británico con Trainspotting, donde la estética del Free Cinema se daba la mano con la del videoclip. En Slumdog Millonaire, introdujo además el colorista exotismo de Bollywod. En 2002, Fernando Meirelles y Kátia Lund ya habían demostrado con Ciudad de Dios que se podía rodar una película de favelas con una puesta en escena más cercana al cine postmoderno que al documental. En Trash, Daldry se decanta por una realización más clásica (por momentos incluso parece un filmE de los ochenta), excepto en algunas secuencias trepidantes como la de la persecución con la Biblia. La estética del filme mantiene ese punto de exotismo de postal que la acerca más al cuento que a la dura realidad.

Un final de anuncio de lotería

Como en los anuncios de lotería en España, en este tipo de películas solo se sale de la miseria gracias al azar, a una ayuda externa, a algún recurso de índole “milagroso” o “al destino” (la idea más perversa que entrañaba el film de Boyle). Es decir, gracias a circunstancias o agentes ajenos y fuera del control de los protagonistas, y no a través de méritos propios o luchas colectivas. La imagen final de Trash, la misma del póster, ilustra muy bien la idea de un dinero que llega a las favelas como caído del cielo.

La metáfora de fácil lectura

El título de la película se refiere, por supuesto, a los vertederos donde trabajan y prácticamente viven los jóvenes protagonistas. Pero también funciona como una metáfora evidente sobre la consideración que de estos niños y niñas tienen las autoridades brasileñas: la de seres humanos desechables. La película subraya esta idea en varios momentos tanto a través de expresiones explícitas de los policías como de identificaciones visuales. Quienes escogieron el título quizá no pensaron en que también servían en bandeja un calificativo rápido para la propia película.

Tres niños de una favela se enfrentan a la corrupción policial y política de su ciudad con la única ayuda de unos misioneros norteamericanos. Trash, ladrones de esperanza, la nueva película de Stephen Daldry (Billy Elliot), pretende repetir el éxito que obtuvo Slumdog Millionaire en 2008 de forma descarada.

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