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La fábrica en Sevilla donde se realizaba esta famosa cerámica (y en tu casa tienes piezas)
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'la dama de la cartuja'

La fábrica en Sevilla donde se realizaba esta famosa cerámica (y en tu casa tienes piezas)

Hablamos con Inma Aguilera, que acaba de escribir una novela centrada en la antigua fábrica de cerámica y monasterio de la Cartuja, lugar fundamental para los sevillanos

Foto: Vajilla de La Cartuja. (EC)
Vajilla de La Cartuja. (EC)

A principios del siglo XIX, un inglés procedente de Liverpool llamado Charles Pickman acababa de perder a su hermano William. Quizá este parezca un dato irrelevante, pero en un curioso efecto mariposa marcaría la industria alfarera andaluza de aquel siglo. En 1810, William se había establecido en Cádiz, desde donde vendía a toda España loza y cristalería extranjera, a precio asequible, en aquellos años en los que la cerámica y porcelana china causaban estragos en Occidente. Al morir diez años después, su hermano Charles tuvo que continuar con el negocio familiar y viajó a Sevilla, donde puso una tienda en la calle Gallegos.

Sin embargo, ante la enorme demanda, el político Cea Bermúdez decidió prohibir la importación de la cerámica inglesa con la idea de fomentar la industria alfarera nacional. La medida proteccionista llevó a Pickman a crear una fábrica en Sevilla: la Cartuja. “A Charles Pickman se le conocía en Sevilla como Carlos, lo que para él era sin duda un orgullo” explica la escritora Inma Aguilera. “La fábrica se abrió en 1841 y él vivía aquí, de hecho todos los directivos tenían aquí su residencia”.

En la Isla de la Cartuja, a orillas del Guadalquivir, todo parece un poco abandonado, quizá porque es un caluroso día de mayo al mediodía y no camina mucha gente por la calle. La realidad es otra: en los 90 la intención era convertir la zona en un centro cultural y artístico y se construyó para ello (y entre otras cosas) el parque temático Isla Mágica. Cuenta también con el Pabellón de la Navegación, el Estadio Olímpico de Sevilla y el Centro de Alto Rendimiento de Remo, además de algún vestigio prácticamente arqueológico de la expo del 92. Aunque cerrada ahora por reformas y vacía, la Cartuja no ha dejado de ser un edificio imponente en estos dos siglos, y probablemente también lo fue antes de que llegara Pickman, cuando era un monasterio de monjes cartujos.

Las políticas proteccionistas de la época llevaron a que, en 1841, se abriera una fábrica de colza en la Cartuja. Antes había sido un monasterio

Quizá por ello el ambiente de la antigua fábrica tiene algo de ancestral, conjugando a la perfección pasado y presente: mientras caminamos por ella, observamos varias esculturas de artistas contemporáneos que han querido dejar su granito de arena en este edificio mítico para los sevillanos. Inma Aguilera se pasea como si fuese su casa y nosotros, simplemente, nos dejamos llevar por ella: “Tengo un mapa de 1860 grabado en la cabeza y la visité unas cuatro veces antes de terminar el libro, pero como la han reformado de pronto me topaba con un muro que, en mi plano mental, no debía estar ahí”, cuenta.

La escritora, nacida en Málaga en 1991, hace un homenaje a la historia de la fábrica en su nueva novela La dama de la Cartuja (Penguin Random House), a la venta en librerías desde hoy, en la que cuenta la historia de tres generaciones de mujeres alfareras, del barrio de Triana, que trabajan en la fábrica durante el apogeo de la misma y en tres etapas diferenciadas. Porque el 1 de enero de 1841 se puso en marcha el primer horno de la Cartuja y, poco después, llegaron unos 56 maestros británicos que eran conocedores de la producción de cerámica. No duraron mucho, sin embargo: tan solo una década después todos se habían marchado porque los sevillanos habían aprendido rápido a hacer el trabajo con la loza.

placeholder La autora frente a uno de los hornos-botella de la Cartuja. (Cedida)
La autora frente a uno de los hornos-botella de la Cartuja. (Cedida)

“Con este libro quería devolver de alguna manera el amor que le tengo a Sevilla”, explica la malagueña, que en 2016 recibió el XXI Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla por la obra El aleteo de la mariposa. “Esta fábrica fue un sueño para muchas personas. A mí me encanta leer e investigar, pero también he podido escribirla recogiendo testimonios de los sevillanos y hablando con ellos. Hay algunos que están muy agradecidos con lo que hizo Pickman y otros que no le tienen en gran estima porque vieron la fábrica como algo invasivo”.

Pickman tuvo que adaptar y aprovechar las instalaciones y dependencias existentes en el monasterio para instalar su industria. En los primeros años, las obras fueron mínimas, pero a medida que la empresa crecía se intervino en los edificios tanto en el interior como en el exterior, derribando espacios y creando otros nuevos. Por ejemplo, los imponentes hornos-botella que se alzan, como testigos mudos del paso del tiempo, en las instalaciones de la fábrica.

El entusiasmo con el que Aguilera habla es contagioso, mientras observamos los hornos-botella que ella también ha reflejado fielmente en la novela. “La loza se hace con barbotina —un tipo de arcilla que se usa en alfarería para unir partes de una pieza cerámica previamente elaboradas—", explica. "El procedimiento era muy laborioso, se hacen moldes, se dejan secar —aunque sigan teniendo humedad—, después se les echa polvo, se cuece con lo que llamaban ‘bizcocho’ —es el nombre que se le da a la primera cocción de una pieza— que más tarde se prueba (de manera literal, se lleva a la boca)… dependiendo de cada filigrana se hace un horneado añadido. Cuando algo salía mal había que romper la pieza”, cuenta. “Estos hornos eran muy importantes para el proceso, hasta tenían nombre, habrán visto de todo porque aquí trabajó mucha gente…”.

Mientras paseamos por los jardines del antiguo monasterio de la Cartuja, repletos de limoneros y naranjos que dejaron caer sus frutos tiempo atrás, Aguilera explica qué le llevo a escribir sobre la fábrica de Pickman: “Es un homenaje a la historia de Sevilla pero también al pasado de todos los españoles mediante la vajilla. Quien más y quien menos tiene un plato o una vajilla entera que pertenece a la Cartuja en su casa. Me llamaba mucho la atención ese paso del tiempo y de generación en generación mediante los objetos, a mí me encanta el arte desde que soy pequeña y siempre he estado muy familiarizada con la vajilla de esta fábrica, es algo muy familiar para los andaluces. A veces, viendo una taza, me encontraba con que se había hecho aquí y me llamaba la atención… por la fábrica pasaron no solo alfareros y alfareras (Pickman elegía mucha mano de obra femenina) sino también artistas que se encargaban de dibujar los diseños… yo me he limitado a contar la historia de algunos de ellos”.

"Mucha gente tiene un plato o una taza de la Cartuja en su casa. Me llamaba mucho la atención ese paso de generación en generación mediante los objetos"

Aunque la fábrica ya no exista, después de 200 años el negocio sigue en pie, y los diseños continúan siendo los mismos: estampación, cloisonné, pintura a mano o calcomanía. Esta última es la que más se utiliza en la actualidad. Las primeras láminas se introdujeron en 1910 y provenían de Inglaterra, Francia y Alemania. La técnica consiste en decorar las piezas mediante papeles impresos con un proceso fotolitográfico. El papel se aplica a mano sobre la pieza en bizcocho, resultado de la primera cocción, tras aplicarle el tapaporos. El tapaporos es un líquido plástico aplicado a las piezas que van a ser decoradas, facilitando así el proceso.

placeholder Inma Aguilera fotografiada a la entrada de la Cartuja. (Cedida)
Inma Aguilera fotografiada a la entrada de la Cartuja. (Cedida)

“La novela empieza en 1902 con la fábrica clausurada por una huelga”, señala Aguilera. “En realidad la Cartuja es un personaje más, porque se la puede ver a lo largo del tiempo de la mano de los tres personajes protagonistas: Trinidad, Felisa y Macarena. Tres mujeres fuertes, cada una a su manera, que lo que ansían es su libertad”. Antes de volver, Aguilera quiere ver la puerta de entrada donde da comienzo el libro y en la que hay una inscripción con el nombre de Charles Pickman y el año 1841. Alguien señala que Macarena es un nombre curioso para alguien de Triana, donde la costumbre es llamarse Esperanza. "Es que Macarena es mucha Macarena", se ríe Aguilera.

En otro tiempo monasterio, fábrica de loza o incluso prisión, desde 1997 la Cartuja es museo pues se convirtió en sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, de ahí las particulares esculturas que uno puede encontrarse mientras pasea por sus alrededores. Alberga también el rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía. El nombre de Carlos Pickman, sin embargo, resiste al olvido. En 1873, Amadeo de Saboya le otorgó el título de marqués por la notoriedad que había alcanzado su empresa. No todos los días consigue uno eso.

A principios del siglo XIX, un inglés procedente de Liverpool llamado Charles Pickman acababa de perder a su hermano William. Quizá este parezca un dato irrelevante, pero en un curioso efecto mariposa marcaría la industria alfarera andaluza de aquel siglo. En 1810, William se había establecido en Cádiz, desde donde vendía a toda España loza y cristalería extranjera, a precio asequible, en aquellos años en los que la cerámica y porcelana china causaban estragos en Occidente. Al morir diez años después, su hermano Charles tuvo que continuar con el negocio familiar y viajó a Sevilla, donde puso una tienda en la calle Gallegos.

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