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Ni un neurótico ni sexualmente inmaduro: Kafka nos pertenece más a nosotros que al siglo XX
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centenario de la muerte del escritor

Ni un neurótico ni sexualmente inmaduro: Kafka nos pertenece más a nosotros que al siglo XX

Se publican recopilados sus 'Cuentos de animales' y charlamos con su biógrafo Reiner Stach sobre las singularidades más oscuras y más problemáticas del autor checo

Foto: Franz Kafka. (Getty/Heritage Images/Fine Art Image)
Franz Kafka. (Getty/Heritage Images/Fine Art Image)
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De Franz Kafka (1883-1924) sabemos muchas cosas. Sobre todo que la burocracia —y la vida en general— te podía llevar a un bucle infinito de desesperación, extrañamiento y ganas de tirarte por la ventana. De ahí que lo kafkiano sea un adjetivo tan común en nuestro siglo XXI. Sabemos, sin embargo, mucho menos de su tremendo amor por los animales en una época en la que nadie tenía un gato en casa tan fácilmente como ahora. Pero el escritor los adoraba, como resulta de la lectura de Cuentos de animales (Arpa), en donde aparecen perros, monos, topos, caballos o ratones, y que lleva un posfacio de Reiner Stach, su más conocido biógrafo que despeja para El Confidencial algunas de las singularidades más oscuras, más problemáticas y menos conocidas del gran autor checo.

La primera, la de los animales. Entró en contacto con muchos de ellos, cuenta su biógrafo, mientras estuvo descansando de la tuberculosis con su hermana en el pueblecito de Zürau, donde escribiría, además, sus famosos aforismos entre 1917 y 1918. “No sabemos si tuvo relación estrecha con animales, pero no los despreciaba en absoluto. La descripción que hace de ellos siempre es alegre y muy detallada”, resalta Stach, quien, no obstante, sostiene que en el ámbito literario los animales para él eran sobre todo una metáfora. “Representan una vida que vive al lado de los hombres, pero no con los hombres. Los animales quedan fuera de la vida social de los hombres, y esto era algo que Kafka también sentía frecuentemente”, afirma el biógrafo. Una vez más, el extrañamiento y el sentimiento de exclusión. Ahora bien, como también dice, tampoco es que fuera un defensor de los derechos de los animales. “No, no, eso era algo que en esa época estaba muy lejos y nadie lo pensaba”.

Stach sabe también mucho de otros seres humanos con los que Kafka tuvo algunos problemas para relacionarse: las mujeres. Ahí quedan sus siempre frustrados intentos de matrimonio con la escritora Felice Bauer, su amistad/amor con la periodista Milena Jesenská y la relación más cercana a los cuidados con su última compañera, la actriz polaca Dora Diamant, cuando él ya estaba muy enfermo. Por esto siempre ha habido numerosas habladurías en cuanto a su sexualidad y compromiso.

placeholder 'Cuentos de animales', de Franz Kafka.
'Cuentos de animales', de Franz Kafka.

“Lo que le ocurría a Kafka es que le costaba mucho tomar decisiones espontáneas y, por tanto, asumir grandes riesgos. Por ejemplo, cuando podía casarse con Felice Bauer. Tenía tanto miedo, un miedo que incluso no le permitía concentrarse para escribir, que siempre postergaba la decisión, lo que hacía sospechar con razón a Bauer”, sostiene el biógrafo, quien tuvo la suerte de conocer en los 90 a uno de los hijos de ella, quien también le contó que Kafka tampoco estaba tan entusiasmado con la boda. “Resultó que era más convencional de lo que él esperaba”.

Porque aquí hay una cosa interesante y es que, como afirma Stach, la sexualidad y las relaciones entre hombres y mujeres eran muy diferentes a principios del XX en comparación con ahora. Por una cuestión sencilla: los hombres estaban mejor formados y tenían una mejor educación que las mujeres, puesto que estas apenas iban a la escuela —por las razones que ya todos conocemos—. “Por tanto, cuando un chico conocía a una chica, lo mejor para él era tener una charla amable sin entrar en temas profundos. Lo que le pasaba a Kafka es que con las charlas superficiales e intrascendentes se aburría”, comenta Stach. Es decir, que no estaba para tonterías, y encontrar a una mujer con su formación y sus intereses intelectuales no era tan fácil. Ahora casi es el mundo al revés.

El problema para Kafka es que no estaba para tonterías, y encontrar a una mujer con su formación y sus intereses intelectuales no era tan fácil

Por otro lado, en asuntos sexuales, la cosa tampoco era como ahora cuando hay anticonceptivos y medicamentos. “La sexualidad entonces estaba llena de miedos: miedo al embarazo, miedo a las enfermedades, miedo a la impotencia… Cuando leemos tanto sobre el miedo en los textos autobiográficos de Kafka, tenemos que pensar también en una cosa: ¿hasta qué punto era un miedo realmente neurótico o un miedo normal? Yo no creo que la sexualidad de Kafka fuera la de una persona inmadura, como a menudo se lee. Simplemente, quizá no pudo cumplir con las expectativas habituales”, manifiesta el biógrafo para quien, al contrario, el escritor estaría más cerca de nosotros que de los hombres de su época. “Creo que él deseaba una sexualidad menos 'fálica'. Si esta suposición es correcta, entonces fue un adelantado a su tiempo”, apuesta.

¿Neurótico?

También se ha especulado mucho con la salud mental del autor de La metamorfosis (y con libros así es normal hacer ciertas suposiciones). Una vez más, Stach niega la mayor: “De él se pueden sacar tantos síntomas de neurosis como de muchos hombres burgueses de su tiempo. Yo no veo ningún síntoma de enfermedad mental”. Además, si hubiera tenido algún tipo de trastorno, sus colegas y jefes del Departamento de Seguros de Accidentes en el que trabajaba se hubieran dado cuenta de algo y no habría podido hacer ninguna carrera como funcionario, asegura.

placeholder Felice Bauer y Franz Kafka en el famoso retrato de 1917. (Creative Commons)
Felice Bauer y Franz Kafka en el famoso retrato de 1917. (Creative Commons)

De hecho, más que enfermedad mental, lo que tenía Kafka —utilizando un término muy de nuestro siglo XXI— era una fuerte empatía. “Y eso juega contra el trastorno. No solo era una persona que escuchaba muy bien, sino que era un más que deseable consejero para los problemas personales de otras personas”, explica Stach, que insiste en que no hay que olvidar los tiempos que vivió —una guerra mundial— y la enfermedad de la tuberculosis que sufrió. “Como enfermo mental, no habría podido soportar el enorme estrés que conlleva una guerra y sufrir tuberculosis. Y es increíblemente asombroso lo productivo que fue incluso con esas presiones”, resume. En definitiva, para la época que le tocó vivir, estaba perfectamente.

Judaísmo y la política

Kafka era judío, y, aunque eso no está de una forma muy explícita en su obra, sí le afectó a su vida, sus experiencias y, de alguna manera, a sus textos, según admite Stach. “Él supo muy pronto que la adaptación de los judíos a su entorno no haría desaparecer de ninguna manera el antisemitismo. De ahí sus simpatías por los primeros sionistas, que propagaban lo contrario, es decir, un renacimiento de la identidad judía”, afirma, si bien el escritor nunca tuvo el menor acercamiento con los nacionalismos. Pero, eso sí, “cuanto más fuerte fue el antisemitismo checo-católico, más se interesó por las culturas y tradiciones judías. Incluso intentó aprender hebreo y llegó a pensar en emigrar a Palestina”, sostiene el biógrafo.

En las obras no está tan presente este tema y, de hecho, ninguno de sus personajes es judío. Incluso el protagonista de El castillo es cristiano. Pero, para Stach, sí es significativo que Kafka describiera experiencias que él, como judío, tuvo que vivir más intensamente que otras personas (que no lo eran). “Por ejemplo, temas como el extrañamiento y la exclusión que aparecen en El castillo”.

Políticamente, el escritor tampoco se definió demasiado. Aunque murió joven, por suerte, no tuvo que ver el ascenso de los nazis, su triunfo en Alemania y la posterior guerra mundial. Sus hermanas acabaron muriendo en campos de concentración, una de ellas en Auschwitz, y si Kafka hubiera superado la tuberculosis es muy probable, asegura Stach, que hubiera acabado igual. Su amigo y albacea Max Brod se libró de casualidad al subirse al último tren que los nazis dejaron traspasar la frontera en 1939.

placeholder Los nazis entrando en Praga en 1939, algo que Kafka, por suerte, no tuvo que ver. (Keystone/Hulton Archive/Getty Images)
Los nazis entrando en Praga en 1939, algo que Kafka, por suerte, no tuvo que ver. (Keystone/Hulton Archive/Getty Images)

Todavía a comienzos de los años 20, los nazis eran un grupo minúsculo que nadie se tomaba en serio. Ni siquiera el golpe de Estado de Múnich, que a Kafka le pilló en Berlín, ya que desde la capital alemana se vio como un suceso puramente local, cuenta el biógrafo. Sí que había grupos antisemitas y el escritor escribió a veces de ellos en sus cartas, “pero no se podía llegar a imaginar la voluntad de destrucción y aniquilación de los nazis, como tampoco lo hicieron entonces tantas personas liberales, pacíficas y sensatas”, ratifica Stach.

Y, si estaba más a la izquierda o a la derecha, tampoco queda muy claro. “No militaba en ningún partido. No le gustaba la propaganda e, incluso, cuando comenzó la I Guerra Mundial en 1914, recuperó el control enseguida, como atestiguan sus diarios”. Aquel famoso “Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”, del 2 de agosto de 1914. “Seguramente, los partidos de izquierda le eran simpáticos, pero también los de derechas. Y está atestiguado que en alguna ocasión acudió a reuniones de anarquistas”, manifiesta Stach.

placeholder La tumba de Kafka en hebreo en Praga. (Creative Commons)
La tumba de Kafka en hebreo en Praga. (Creative Commons)

Con todos estos mimbres de la personalidad, su biógrafo nos da el perfil de un hombre que se asemeja más a nuestro siglo XXI que al XX. Su propia obra también lo refleja. “En ella, Kafka describe muchas situaciones en las que los personajes no entienden lo que está pasando realmente. Ellos intentan conseguir información al respecto, pero la información que reciben no les clarifica para nada lo que está sucediendo”, sostiene. Es decir, a lo que nos enfrentamos en el mundo de la política, de las finanzas o de las nuevas tecnologías que, según Stach, genera una aterradora sensación de amenaza, que va a ir a peor con la IA. “Por eso creo que muchos lectores del futuro se van a ver todavía más reconocidos en las pesadillas kafkianas”.

De momento, no obstante, no es probable que aparezca ninguna obra inédita. La Gestapo le robó a su última compañera, Dora, un montón de documentos en 1933 que nunca han sido hallados pese a la búsqueda incesante de los investigadores. Stach ha elaborado ahora una nueva edición de El proceso con un capítulo que habitualmente se quedaba en el apéndice. Pero no hay más. A menos que aparezcan esos documentos confiscados por los nazis. Y esto da para otra novela.

De Franz Kafka (1883-1924) sabemos muchas cosas. Sobre todo que la burocracia —y la vida en general— te podía llevar a un bucle infinito de desesperación, extrañamiento y ganas de tirarte por la ventana. De ahí que lo kafkiano sea un adjetivo tan común en nuestro siglo XXI. Sabemos, sin embargo, mucho menos de su tremendo amor por los animales en una época en la que nadie tenía un gato en casa tan fácilmente como ahora. Pero el escritor los adoraba, como resulta de la lectura de Cuentos de animales (Arpa), en donde aparecen perros, monos, topos, caballos o ratones, y que lleva un posfacio de Reiner Stach, su más conocido biógrafo que despeja para El Confidencial algunas de las singularidades más oscuras, más problemáticas y menos conocidas del gran autor checo.

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