Es noticia
Las IA, ¿nos quitan trabajo o nos quitan el trabajo?
  1. Cultura
María Gelpí

Por

Las IA, ¿nos quitan trabajo o nos quitan el trabajo?

Desde la irrupción de las IA (en plural, que en singular da conspiranoia), estamos cambiando la forma en la que gestionamos muchas de nuestras actividades cotidianas

Foto: Sam Altman, CEO de OpenAI. (EFE/Jhon G. Mabanglo)
Sam Altman, CEO de OpenAI. (EFE/Jhon G. Mabanglo)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

La semana pasada, The New York Times interpuso una demanda millonaria contra OpenIA por la utilización de miles de sus artículos sin autorización, para entrar en competencia directa con la prensa escrita. El periodismo no es el único sector que ha cerrado filas frente al intrusismo laboral de las inteligencias artificiales (IA), si pensamos en la huelga que el pasado año 2023 paralizó Hollywood durante más de cinco meses. Si a la preocupación generalizada de redactores y guionistas le sumamos la de los diseñadores, ilustradores, analistas de datos o traductores, tenemos la alarma por la preocupación laboral servida, en bandeja de silicio.

A nadie se le escapa que nos encontramos hoy ante uno de los cambios tecnológicos más determinantes de los últimos años y esto provoca un miedo generalizado a que se trate de un salto disruptivo, nos pille en bragas y nuestro trabajo remunerado deje de ser valioso. Aunque solo desde una perspectiva histórica se pueden reconocer lo que serán los umbrales de época, lo cierto es que podemos intuir que, desde la irrupción de las IA (en plural, que en singular da conspiranoia), estamos cambiando la forma en la que gestionamos muchas de nuestras actividades cotidianas: desde la limpieza de casa con una rumba hasta la navegación del coche por satélite, pasando por el diseño automático de textos e imágenes.

Y es que el nuevo modelo de mercado basado en la minería de datos ha impulsado de manera descomunal la oferta de sistemas y aparatejos que son más smart que nosotros, para que las usemos como si no hubiera un mañana y así acaparar nuestras preferencias de consumo y nuestro feedback para su entreno.

Detrás de todo ello se abre un importante debate ético sobre las adicciones, la gobernanza o el utilitarismo salvaje, pero también una preocupación efectiva sobre la usurpación por parte de las máquinas de nuestros puestos de trabajo. Si en el primer ludismo fueron los trabajadores manuales los que temieron a los telares mecánicos, con la irrupción de los sistemas GPT (Generativos, Preentrenados y Transformadores), son ahora las profesiones intelectuales fácilmente computerizables las que se ven en peligro. Si con ChatGPT (Gemini asomando por la puerta) todo el mundo puede ser analista financiero, gestor, planificador empresarial, contable, auditor, programador, escritor o ilustrador, es que ya nadie lo es.

Foto: Los retos de armonizar la inteligencia artificial con los derechos fundamentales (Pexels) Opinión

A lo largo de la historia, muchas profesiones han desaparecido con los avances tecnológicos, especialmente por la automatización de los procesos: Delineantes, telefonistas, copistas, ascensoristas y una gran retahíla de -istas, han visto cómo máquinas más eficientes los apartaban de sus puestos de trabajo. El miedo ahora es que la pérdida sea masiva, aunque es cierto que surgen otros puestos de trabajo vinculados a la supervisión y etiquetación para IA en granjas de entrenamiento, así como los necesarios para la producción masiva de chips.

Eso sí, precarios y mal pagados, que en esto nada cambia. Pero en 2013, dos profesores de Oxford, Carl Frey y Michael Osborne, publicaron un artículo con el título The Future of Employment, citado a día de hoy más de 13 mil veces en otros artículos académicos (esta no cuenta), según el cual, el 47% de los trabajos existentes iban a desaparecer en 2033 por ser altamente automatizables.

Desde la irrupción de las IA, estamos cambiando la forma en la que gestionamos muchas de nuestras actividades cotidianas

A pesar de que los autores ajustaron posteriormente sus cálculos, considerados demasiado optimistas acerca de las posibilidades y autonomía de los sistemas algorítmicos, las narrativas resultantes de este y otros estudios han tendido hacia la distopía. Aunque siempre es positivo anticiparse a problemas potenciales, entregarse por completo a la idea de que las IA son mejores que nosotros en cuanto a las habilidades creativas, la gestión de datos o la toma de decisiones eficientes, podría ser contraproducente. No solo porque abre la puerta a sistemas que pueden generar desigualdades, sino porque puede desalentar o desincentivar a su uso como herramienta y entonces ser efectivamente un peligro de sustitución.

Pero hagamos un poco de reconstrucción histórica. Cada revolución tecnológica ha transformado nuestras capacidades humanas adquiridas. La revolución neolítica cambió nuestras habilidades de caza por la fuerza bruta necesaria para la ganadería y la agricultura, mientras la revolución industrial introdujo la mecanización y redujo la dependencia de la fuerza, aumentando la demanda del trabajo manual e ingenieril para la producción intensiva. Aunque otros factores, como la abolición de la esclavitud en los grandes imperios o la incorporación de la mujer de clase media a la vida laboral (la de clase baja siempre ha trabajado), han producido desajustes importantes en el sistema de producción.

Pero si el trabajo es necesario para la vida humana, esto nos lleva a reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología que lo posibilita. La clásica antropología prometeica explica que, inicialmente, los humanos carecían de las ventajas físicas de otros animales. Prometeo entonces robó el fuego divino para dotar a la humanidad de habilidades técnicas y sabiduría, a pesar de que el mito no aclara por qué esta capacidad tecnológica puede llevarnos a nuestra propia destrucción, lo que Gunter Anders llamó vergüenza prometeica.

Es posible que ciertos trabajos manuales queden para un tipo de consumidor elitista que aprecie el siempre valorado "hecho a mano"

Feuerbach, en El origen del Cristianismo, le dará una vuelta de tuerca más a la distinción entre lo natural y lo artificial, explicando que el ser humano llamó artificial a lo que él mismo podía crear frente a lo natural que era lo que Dios había hecho, para conocer sus propias capacidades.

La IA, considerada por algunos como la máxima creación humana, puesto que la inteligencia ha sido desde antiguo el atributo considerado diferencial del ser humano, ha generado narrativas mesiánicas y apocalípticas en torno a la Singularidad (es decir, una IA que supere y se independice de la humanidad), concebida como un nuevo ser prometeico.

Sin embargo, estos imaginarios colectivos pueden ser peligrosos porque su ejecución implica la inversión de recursos y la implantación de políticas que pueden tener consecuencias profundas en la transformación del mundo y de nosotros mismos. En esa misma línea, Heidegger advertía que la tecnología no es simplemente un conjunto de herramientas, sino que impregna y transforma la forma en que los seres humanos interactúan con el mundo y comprenden su existencia.

A corto plazo, es posible que ciertos trabajos manuales queden para un tipo de consumidor elitista que aprecie el siempre valorado "hecho a mano".

Pero creo que todos aquellos profesionales cuyo trabajo se vea amenazado harían muy bien en conocer las capacidades y límites de estas tecnologías para conocer sus propios márgenes y usarlas en beneficio de su propio trabajo. Sin embargo, a largo plazo, es muy difícil saber lo que puede ocurrir, si vemos lo generalmente ridículas que se ven ahora las previsiones retrofuturistas.

La soñada teletransportación se ha quedado en videollamada y la experiencia en patinetes voladores se parece más a mirar google maps. Como dijo Buzz Aldrin, el segundo astronauta en pisar la Luna a bordo del Apolo 11, en una entrevista que le hicieron en la MIT Technology Review: "Me prometieron colonias en Marte. A cambio, tengo Facebook".

La semana pasada, The New York Times interpuso una demanda millonaria contra OpenIA por la utilización de miles de sus artículos sin autorización, para entrar en competencia directa con la prensa escrita. El periodismo no es el único sector que ha cerrado filas frente al intrusismo laboral de las inteligencias artificiales (IA), si pensamos en la huelga que el pasado año 2023 paralizó Hollywood durante más de cinco meses. Si a la preocupación generalizada de redactores y guionistas le sumamos la de los diseñadores, ilustradores, analistas de datos o traductores, tenemos la alarma por la preocupación laboral servida, en bandeja de silicio.

Trinchera Cultural Inteligencia Artificial
El redactor recomienda