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"No fue ni una santa, ni un símbolo": un viaje a las entrañas de Ana Frank
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"No fue ni una santa, ni un símbolo": un viaje a las entrañas de Ana Frank

En 'Cuando escuches esta canción', la escritora francesa Lola Lafon cuenta la noche que pasó en la famosa casa de atrás de Ana Frank con una tesis: el diario ni es un canto a la vida ni puede ser un musical

Foto: Museo de Ana Frank en Bergen-Belsen, el campo de concentración en el que murió. (EFE)
Museo de Ana Frank en Bergen-Belsen, el campo de concentración en el que murió. (EFE)

De Ana Frank se ha dicho y escrito ya de todo. Han transcurrido ya casi 80 años de su muerte, más de 70 de la publicación de su famoso diario y más de 60 de la apertura de la casa-museo —la casa de atrás— de Ámsterdam en la que vivió escondida junto a su familia durante la II Guerra Mundial. Se han producido tesis doctorales, libros, obras de teatro, películas y hasta musicales (la capacidad de la industria de EEUU para “iluminar” una tragedia y hacerla comercial es increíble). Y, sin embargo, la escritora francesa Lola Lafon acaba de publicar un ensayo novelesco sobre Frank realmente hermoso y diferente: Cuando escuches esta canción (AdN editorial). La premisa, muy novedosa: una noche en la casa de Ana Frank al albur de todos sus fantasmas (que siguen siendo los de Europa y los de todos los genocidios que se producen en el mundo hoy).

Lafon es una autora que tiene una capacidad inmensa para adentrarse en la mente y alma de mujeres que no lo han tenido nada fácil. Y para rescatarlas sin juicios morales. Lo hizo con la gimnasta Nadia Comaneci en La pequeña comunista que no sonreía jamás (Anagrama, 2015), una historia de la vida de la niña de los 10 de Montreal, de la joven que escapó de la Rumanía de Ceaucescu y de la mujer que vivió después en EEUU; lo hizo en Mercy, Mary, Patti (La Caja Books, 2017) con Patricia Hearst, la nieta del célebre magnate de la prensa William Randolph Hearst que fue secuestrada por un grupúsculo armado anticapitalista y al que acabó sumándose para estupefacción de todos; y lo hizo en Zozobrar (AdN editorial, 2020) con todas las mujeres que alguna vez han sufrido algún abuso sexual. Sus retratos de mujeres muestran que hicieron lo que pudieron como mejor supieron en el contexto en el que les tocó vivir. Y no hay que decir mucho más.

placeholder 'Cuando escuches esta canción', de Lola Lafon.
'Cuando escuches esta canción', de Lola Lafon.

“Hablo de mi trabajo, de las muchachas que están en la entraña de mis novelas; todas ellas se enfrentan al espacio que les permiten tener. Todas ellas también han visto cómo sus palabras las volvían a interpretar, las volvían a escribir unos adultos”, se explica Lafon en el mismo libro.

Negación de Frank

Con Ana Frank ha ocurrido. Incluso se ha negado que escribiera su diario como hay quien niega el Holocausto. Se ha llegado a decir que era demasiado bueno. O que era “un canto a la vida”, lo peor que se podía decir, según escribió la periodista y escritora Cinthia Ozyck en un famoso artículo en The New Yorker hace unas décadas: “¿Un canto a la vida? El diario está incompleto, truncado, suspendido; o, más bien, acabó dictado por Westerbork (el infernal campo de tránsito en Holanda desde el que deportaban a los judíos neerlandeses), y por Auschwitz, y por los vientos fatídicos de Bergen-Belsen”. “La historia de Anne Frank se ha expurgado, distorsionado, trucado, traducido, reducido, infantilizándose, homogeneizándose y sentimentalizándose hasta acabar falseada, cursilizada y, en definitiva, impúdica y arrogantemente negada. Entre los falseadores se encuentran dramaturgos y cineastas, traductores y litigantes, el propio padre de Anne Frank, e incluso —o sobre todo— el público, de lectores y espectadores, en el mundo entero. Una obra cargada de una profunda verdad se ha convertido en un instrumento de verdades a medias, verdades sucedáneas o negaciones de la verdad. La pureza se ha hecho impura, a veces pretendiendo justo lo contrario. Cada gesto bienintencionado de aproximarse al diario para difundirlo ha contribuido a la subversión de la historia”. Este texto se puede encontrar en ¿A quién pertenece Anne Frank?, el reportaje rescatado esta primavera por la editorial Alpha Decay en español.

Por eso este nuevo libro de Lafon es interesante: porque desde las mismas entrañas de la habitación en la que durmió Frank durante dos años intenta llegar a lo que pudo sentir ella y cualquiera que estuviera en una situación como ella. Para empezar, la propia madre de la escritora, una niña judía en la Polonia ocupada que permaneció un tiempo escondida y a la que está dedicado el libro.

"La historia de Anne Frank se ha expurgado, distorsionado, trucado, traducido, reducido, infantilizándose y sentimentalizándose"

No es la primera persona que pasa la noche en la casa de Ana Frank. Como relata Lafon, por ese cuarto pasan personas desde hace décadas que dejan cartas, rosarios, velas. Hasta Beatriz, la anterior reina de Holanda, dice, va una vez al año. La escritora se detiene primero en la habitación que ocuparon Otto y Edith Frank junto a su hija mayor Margot, que entonces contaba unos 16 años. Ana compartía cuarto con Pfeffer, el dentista que también se escondió en la casa a partir de noviembre de 1942, cuatro meses después de que se instalaran allí los Frank y los Van Pels tras ver cómo Margot había sido citada para acudir a un campo de trabajo nazi. Después de múltiples prohibiciones —como no poder ir al cine— y obligaciones —como acudir a un liceo judío y dejar la escuela Montessori (pública) en la que estudiaba Ana o llevar la estrella de David—, aquello había sido la gota que había colmado el vaso de la familia (y la chispa del miedo).

Lafon recuerda algunas conversaciones que ha tenido con personas cercanas a Ana antes de entrar en la casa. Como la de su amiga Laureen Nussbau, que sobrevivió a Bergen-Belsen (no lo hicieron ni Ana ni Margot, que murieron allí de tifus), y que insiste, como Ocyzk, en que no se sentimentalice a Ana: “No es una santa. No es un símbolo. Su Diario es la obra de una muchacha víctima de un genocidio perpetrado ante la absoluta indiferencia de todos aquellos que estaban enterados. No use la palabra esperanza, por favor”. De ahí que Lafon recuerde partes del diario en el que Ana relata que pasaban miedo. Que la angustia era continua. A que alguien los delatase, a que los detengan y los fusilen. La escritora se pregunta si a eso se acostumbra una. La respuesta parece evidente.

Identidad judía

Lafon procede de una familia judía que sufrió los campos de concentración. Sin embargo, durante años permaneció ajena a esta parte de su identidad. Este libro también es una búsqueda de la identidad o más bien de abrazar lo que una es, al fin y al cabo. Lafon, de ascendencia rusa, polaca, y que había crecido en Bulgaria y Rumanía, prefería pasar como una francesa rubia para sus coetáneos. No leer nada del Holocausto, no ver nada sobre el genocidio. Hasta que acabas una noche metida en la casa de Ana Frank.

A la vez que describe sus pensamientos, sentimientos y recuerdos, la escritora traza la historia de los Frank, cómo acabaron en Holanda —eran una familia acomodada de Fráncfort— y finalmente escondidos en una casa. ¿Por qué no huyeron a otro país? ¿Por qué no mandaron a las niñas con otras familias? Lafon, como ocurre siempre en sus libros, se contesta: “Anne y Margot habrían quedado totalmente a expensas de desconocidos, unas presas fáciles, unas presas sexuales también… Otto Frank hizo lo que pudo, como pudo”. Más o menos lo mismo que hicieron los protectores de los escondidos, que se jugaron la vida llevándoles comida: “Cuando les preguntaron, después de la guerra, el motivo de su compromiso, contestaron de forma negativa: no habrían podido no hacer lo que hicieron”. Lo que pudieron, como pudieron.

placeholder La famosa estantería que daba lugar a la casa de atrás, donde Ana Frank y su familia estuvieron dos años escondidos. (EFE)
La famosa estantería que daba lugar a la casa de atrás, donde Ana Frank y su familia estuvieron dos años escondidos. (EFE)

Se habla mucho en este libro también sobre la libertad y la escritura. “Escribir es una confesión de impotencia”, afirma Lafon. “A veces se empieza a escribir para darle una continuación a lo que hemos perdido, para inventar una continuación a lo que ha dejado de existir. Para decir, como el circulito rojo en un plano, que estamos aquí, vivos. Aunque la memoria se marchite, las palabras siguen intactas, son nuestra geografía del tiempo”, añade.

Hacia el final, Lafon vuelca su mirada hacia un joven que conoció cuando ella era una niña en 1975. Era un joven camboyano que estudiaba en París, pero tiene que regresar a Camboya tras el golpe de Estado de Pol Pot y sus jemeres rojos el 17 de abril. Su padre, embajador en Bucarest, acaba de ser destituido. Este joven acude a la capital rumana donde vive Lafon y comparten unos días juntos. Después se marcha con sus padres a su país dejándole una foto y un mensaje: “Cuando escuches esta canción, piensa en mí. Pero, de verdad, no me olvides demasiado deprisa”. Es lo único que quedó de él.

Como el Diario de Ana Frank del que tanto se ha escrito. Lola Lafon ha demostrado que se puede seguir contando una historia tan universalmente leída. Y sin ponerle canciones de musical, que tanto le irritan a ella y a Ozick. El libro de Lafon insiste: el Holocausto fue todo menos eso.

De Ana Frank se ha dicho y escrito ya de todo. Han transcurrido ya casi 80 años de su muerte, más de 70 de la publicación de su famoso diario y más de 60 de la apertura de la casa-museo —la casa de atrás— de Ámsterdam en la que vivió escondida junto a su familia durante la II Guerra Mundial. Se han producido tesis doctorales, libros, obras de teatro, películas y hasta musicales (la capacidad de la industria de EEUU para “iluminar” una tragedia y hacerla comercial es increíble). Y, sin embargo, la escritora francesa Lola Lafon acaba de publicar un ensayo novelesco sobre Frank realmente hermoso y diferente: Cuando escuches esta canción (AdN editorial). La premisa, muy novedosa: una noche en la casa de Ana Frank al albur de todos sus fantasmas (que siguen siendo los de Europa y los de todos los genocidios que se producen en el mundo hoy).

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