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"Soy de las pocas escritoras anglosajonas que no llevan puesto el carné de progresista"
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Entrevista

"Soy de las pocas escritoras anglosajonas que no llevan puesto el carné de progresista"

La escritora estadounidense Lionel Shriver publica 'El movimiento del cuerpo a través del espacio', una novela sobre la crisis de la masculinidad que critica el miedo a envejecer y las políticas 'woke'

Foto: La escritora Lionel Schriver. (Cedida por la editorial)
La escritora Lionel Schriver. (Cedida por la editorial)

Las novelas de Lionel Shriver (EEUU, 1957) son tan afiladas como sus respuestas en una entrevista. Sin complejos, sin medias tintas, sin tabúes. A titular por contestación. Para una periodista da gusto. El lector -tanto de novelas como de sus entrevistas- puede sentirse entusiasmado… u horrorizado. Es un lugar común, pero Shriver, guste más o menos, es de las que no deja indiferente y eso hoy en día ya es destacable.

Conocida mundialmente por Tenemos que hablar de Kevin (2006), en la que desarrollaba la compleja e inquietante relación entre una madre y un hijo y que fue llevada al cine protagonizada por Tilda Swinton, acaba de publicar en España El movimiento del cuerpo a través del espacio (Anagrama), título larguísimo (y trama en ocasiones también) en la que critica el miedo al envejecimiento en occidente y la moda de practicar deporte extremo hasta tener cien años, pero también la crisis de la masculinidad (hetero blanca) y las políticas woke de su país. Ella misma, que siempre se ha considerado de izquierdas (demócrata) afirma ahora sentirse anti woke y escorada a la derecha. No es una cuestión personal: la ideología, como ella misma dice, también influye en la literatura.

Para hablar de todo ello concede esta entrevista mediante cuestionario. Sin pelos en la lengua.

placeholder El movimiento del cuerpo a través del espacio, última novela de Lionel Shriver.
El movimiento del cuerpo a través del espacio, última novela de Lionel Shriver.

PREGUNTA. En esta novela hay una crítica profunda a esta moda de los deportes extremos y el culto al cuerpo que, en el fondo, es también una crítica al consumismo (bebidas energética, el equipamiento, la ropa), lo cual siempre ha sido muy estadounidense. Y de alguna manera también me recordaba a los libros de Barbara Ehrenreich sobre el miedo al envejecimiento de la sociedad occidental. ¿Qué quería usted contarnos?

RESPUESTA. Es verdad que los deportes implican un gasto en equipamiento y los deportes extremos pueden implicar una gran suma en equipamiento. Para la gente más pobre esto es una desventaja, pero la gente rica a menudo está hambrienta de nuevas experiencias en las que gastar su dinero, por lo que este gasto en equipamiento supone además un plus bueno más. En la novela comparo el culto al ejercicio con la religión y el sacrificio financiero sería como el diezmo. Hablando de sacrificio: el barniz de los deportes extremos es precisamente un sacrificio que lo que hace es disfrazar la indulgencia y el narcisismo. Hacer un IronMan completo no significa realmente nada. No creo que dedicar todo tu tiempo a algo tan fundamentalmente infructuoso sea necesariamente inmoral si eso es a lo que quieres dedicar tu vida, pero es mejor que no te persuadas o intentes persuadir a quienes te rodean de que este tipo de deporte tiene algo de altruismo. Los deportes extremos no crean héroes porque el heroísmo radica en poner en peligro tu vida por otra persona y no es el caso.

En cuanto al envejecimiento (y me encanta la obra de Barbara Ehrenreich), el mayor impulsor de la locura por el deporte es el miedo a envejecer, y en un nivel menor de conciencia, el miedo a la muerte. El pensamiento es: si hacemos suficiente ejercicio nunca envejeceremos, nunca enfermaremos y nunca moriremos. Y eso es, por supuesto, una estafa, aunque si soy honesta yo también estaría dispuesta comprar ese mantra.

P. Por otro lado, hay una crítica a la victimización de la mujer -que puede ser una crítica también hacia ciertas consignas actuales de la izquierda-, según las opiniones de la protagonista. ¿Está usted en desacuerdo también un cierto feminismo que procede del ala más izquierdista? De hecho, la protagonista ve este feminismo casi como una moda.

R. Serenata no es una gregaria. Ella no se describiría nunca a sí misma como feminista ni como cualquier otra cosa. Odia las multitudes, evita todo tipo de grupos y rechaza las etiquetas. Es una solitaria que detesta las modas pasajeras y tiene mucho de misantropía. En cuantro al tema del feminismo y el ejercicio ese es un asunto interesante. Al principio, cuando las mujeres empezaron a interesarse seriamente en desarrollar una fuerza física (cuando yo era niña a las chicas no se les animaba a desarrollar sus músculos) parecía que ir al gimnasio con los hombres era un paso político hacia delante. Ya no seríamos débiles y podríamos abrir nosotras solas los tarros de pepinillos. Sin embargo, lo cierto es que a estas fanáticas del fitness lo que en realidad les importa es la apariencia. Por tanto, todo este movimiento tiene que ver con verse más guapas, es decir, más deseables sexualmente y físicamente más atractivas. En otras palabras, es la misma vieja trampa en la que han caído las mujeres toda la vida. Excepto que ahora no solo es suficiente estar delgada sino que tienes que tener unos biceps desarrollados, pantorrillas tensas y abdominales cincelados. ¡Eso conlleva mucho gasto de tiempo! ¡Mucho más que maquillarse! Lo que hemos hecho es elevar el listón: para adquirir un estatus social alto ahora las mujeres no solo tienen que comprar un montón de ropa y dejar de comer hasta la muerte sino pasarse horas y horas a la semana entrenando. No es mi idea de progreso.

"Ahora las mujeres no solo tienen que comprar un montón de ropa y dejar de comer sino pasarse horas en el gimnasio. No es mi idea de progreso"

P. Al mismo tiempo, con el personaje de la hija sí percibimos una crítica al fundamentalismo religioso en su país. ¿Cree que este va a ir a más?

R. La hija, Valeria, sí es una gregaria que lo que busca es esa aceptación social que su madre desprecia. Son casi las perfectas antagonistas. Y Valeria ha convertido su fundamentalismo religioso en una reacción contra el rechazo de su madre a los grupos identitarios. La presencia de esta religiosidad más convencional ayuda a mostrar el culto de su padre al club de triatlón. También disfruté evocando el culto a la victimización que satirizo en la escena de Remington con el tribunal de empleo (dicho esto, el dogma progresista es ahora en EEUU tan autoparódico que es casi imposible de parodiar).

Por otro lado, estoy menos interesada en el movimiento evangélico en EEUU que en este fenómeno generalizado en el cual toda la gente joven parece necesitar mostrarse oprimida o abusada. Todo el mundo aspira a ser una víctima. No me diga que esto no es extraordinario. ¿Qué es deseable de ser una víctima? ¿Cuándo nos hemos jactado de haber sido dañados, de haber sido maltratados? ¿Cómo se ha convertido el haber sido abusado en una insignia de honor? Que uno celebre que ha salido bien después de haberlo pasado mal, lo entiendo; celebrar la resistencia y eso de reírse el último siempre ha sido un tema literario. Pero celebrar que uno está roto y hecho polvo, eso no lo entiendo.

placeholder Lionel Schriver. (Cedida por la editorial)
Lionel Schriver. (Cedida por la editorial)

P. ¿EEUU va en retroceso en cuanto a derechos y libertades? Por ejemplo, fue abolida la ley del aborto…

R. Lamenté la decisión del Supremo sobre el aborto, pero me temo que la mayor amenaza para libertad en EEUU y en Occidente procede ahora de la izquierda. Por ejemplo, Trump puede ser un autócrata que rompe las reglas -en realidad, es casi un anarquista- pero al menos no ha amenazado la libertad de expresión. La reacción a Trump sí es una amenaza a la libre expresión porque él parece justificar la censura de la izquierda. Es la izquierda la que dice qué puedes decir y qué no ahora mismo. Fue la izquierda la que amenazó las tiranías antidemocráticas del Covid-19. Es la izquierda la que persigue a los herejes y no descansará hasta que emita un estricto menú de opiniones a todos los demás. La izquierda estadounidense ya no cree en la libertad de expresión y quiere vigilar internet para limpiarlo de “desinformación”, es decir, todo lo que no sea un pensamiento de izquierdas.

Sin embargo, he llegado a desesperarme por todo este léxico. Durante toda mi vida, la izquierda y la derecha han intercambiado su lugar. Cuando yo era una niña era conservador quien era mandón y rígido (di no a las drogas, no blasfemes, no uses ropa provocadora, ve a la iglesia, no tengas sexo antes del matrimonio…), pero ahora son los progresistas los que son dictatoriales y moralistas, los que intimidan con su catecismo: acepta que las mujeres trans son mujeres, no seas un negacionista del cambio climático, haz volar la bandera del Orgullo, nunca digas “minorías” sino persona de color o cualquier cosa que te digamos que sea lo siguiente… Por tanto, todo el paradigma izquierda/derecha se ha vaciado de significado.

"Todo el mundo aspira a ser una víctima. ¿Qué es deseable de ser una víctima? ¿Cuándo nos hemos jactado de haber sido dañados?"

P. Escribe para 'The Spectator', cercano a posiciones conservadoras, pero también escribió para 'The Guardian', progresista. Y en sus libros también parece criticar cuestiones de una ideología y de la otra. Por eso le pregunto: ¿usted es de izquierdas o derechas?

R. Cuando era más joven me definía a mí misma como liberal y técnicamente todavía estoy registrada como Demócrata. Pero ahora supongo que me llamaría a mí misma libertaria, aunque esa palabra no signifique mucho para mucha gente. Soy bastante “anti-woke”, pese a que la palabra “woke” se ha manoseado ya bastante. Me he jugado el cuello al cuestionar el tema de los niños trans, por defender la imaginación artística, por señalar las desventajas de la inmigración masiva y por oponerme a la discriminación positiva, solo por citar algunas de mis posiciones consideradas desagradables. En estos puntos encajo bien en The Spectator. The Guardian no me ha publicado nada desde 2016. Lo irónico de todo esto es que yo no he cambiado mis opiniones desde hace décadas. Siempre he estado quieta, pero el mundo ha girado hacia algo que llamamos izquierda y que a mí supongo que me coloca en la derecha. Bueno, creo que puedo vivir con ello. Ciertamente ahora no me califico como progresista porque los progresistas se han vuelto locos.

placeholder 'Tenemos que hablar de Kevin' es una de las novelas más famosas de Schriver.
'Tenemos que hablar de Kevin' es una de las novelas más famosas de Schriver.

P. ¿Influye la ideología en la literatura?

R. Seguro, la ideología influye en la literatura. Hay una buena cantidad de política contemporánea en mis novelas. Espero que con un tono juguetón y no sermoneador. La escena del tribunal de empleo es bastante política y ofensiva para el lector progresista. Ese es el riesgo que estoy dispuesta a correr. Una ficción que promueve claramente una determinada posición política creo que es de segunda categoría. Mis novelas abordan temas más grandes y atemporales como el envejecimiento, la muerte o el matrimonio. Pero creo que soy de las pocas escritoras literarias en la esfera anglosajona que no lleva puesto el carné de progresista. Espero que eso signifique un importante contrapeso en el triste balanceo hacia la izquierda de la mayoría de la ficción contemporánea.

"Lamenté la decisión del Supremo sobre el aborto, pero me temo que la mayor amenaza para libertad en EEUU procede ahora de la izquierda"

P. En esta novela toca otro tema: la masculinidad en crisis con ese jubilado que se pone a entrenar para un IronMan. ¿Qué les pasa a los hombres?

R. Esta novela pretende abordar la crisis de la masculinidad. Remington ha perdido su trabajo en unas circunstancias ignominiosas. Aunque no es un idealista y trató de llevarse bien con sus colegas “woke” -nunca buscó pelea- esa ideología le acaba perjudicando. Tenía la esperanza de convertirse en el jefe del sistema de transportes del departamento de Albany con buenos motivos ya que se había ganado el puesto y tenía antigüedad, pero el trabajo acaba yendo a parar a una mujer mucho más joven de origen nigeriano y que no sabe absolutamente nada del transporte urbano. Es un personaje del que desde el principio sabía que no tenía que escribir porque refleja la incompetencia de personas contratadas por cuota de diversidad. Este tipo de incompetencia está por todas partes y es inevitable cuando tu único criterio para contratar a alguien es la raza, el sexo, su orientación sexual y no la capacidad para ejercer ese trabajo.

Esto para Remington es humillante. Le escribí alguna de las mejores líneas en la escena del tribunal laboral pero esto no le sirve para conservar su trabajo, que amaba. Al principio del libro aparece como alguien que está buscando claramente un sentido a su vida. Pero también quería resaltar que su obsesión con el triatlón no solo tiene tintes machistas y es errónea sino que es algo oscuro. Lo hace sin alegría. Su único motivo es el castigo o peor aún, el olvido, la negación de los sucedido, desgastarse tanto que solo quede el cuerpo. Remington está intentando reducirse a sí mismo a un cuerpo. Como se ve sutilmente en la novela, el triatlón para él es un suicidio a cámara lenta. Después de todo la forma física es anti intelectual y él es una persona bien educada e inteligente. Él parece dirigirse hacia el vacío mucho más que hacia el logro de algo.

Al mismo tiempo piensa que puede pasar por esa prueba de fuego y volver a ser un hombre. Me interesa especialmente la crisis de la masculinidad blanca. Los hombres negros americanos tienen un montón de problemas pero uno de ellos no es que no se sientan hombres. Los hombres blancos, sin embargo, se sienten maricas, débiles y perdidos. Recuerda la escena en la que Remington le pregunta a su mujer cómo se sentiría si la siguiera un hombre blanco por la calle y ella le dice que ahora ya no se sentiría amenazada. Los hombres blancos ya no dan miedo porque son patéticos.

"Me interesa especialmente la crisis de la masculinidad blanca. Los hombres blancos se sienten maricas, débiles y perdidos"

P. Otro asunto presente en sus novelas es la relación entre padres e hijos, como también escribió en 'Tenemos que hablar de Kevin'. Usted no es madre, pero, ¿por qué le interesa el tema? Y además, ¿hasta qué punto cree que los padres son responsables de lo que hacen sus hijos?

R. Sí, estoy interesada en las relaciones paternofiliales. No he tenido hijos pero tuve padres con quienes mi relación fue compleja. Por la observación de mi familia y de otras familias creo que la influencia que los padres tienen sobre sus hijos es modesta.

P. Leí unas declaraciones suyas controvertidas en las que decía que la paternidad/maternidad no es un derecho y que la sanidad pública no debería financiar los tratamientos de fertilidad. Sin embargo, cada vez hay más personas mayores que acuden a esos tratamientos.

R. Tengo que ponerlo en contexto: estaba hablando del sistema de salud pública británico, que actualmente se está desmoronando. Creo que sería mejor que el NHS ofreciera una gama menor de servicios concentrándose en enfermedades y disfunciones más que en insatisfacciones. Por eso también sugería que el NHS dejara de financiar los cambios de sexo y sigo pensando que esta dudosa transición no debería financiarse con dinero público. Sin embargo, en cuanto a la financiación de tratamientos de fertilidad es algo en lo que he cambiado de opinión. La tasa de natalidad en Reino Unido es de 1,53, lo que está muy por debajo de la tasa de reemplazo. El país iría mejor con más niños. En general, me he convertido en más pronatalista, lo que obviamente es una contradicción porque yo no tuve hijos. Pero cuando era más joven renunciar a la paternidad era algo más inusual. Ahora es lo normal. Empecé a encontrar un poco inquietante la negativa a no perpetuar la raza humana en occidente. Culturalmente es nihilista.

placeholder Propiedad privada, su primer libro de relatos, fue publicado en 2020.
Propiedad privada, su primer libro de relatos, fue publicado en 2020.

P. Para terminar, los diálogos de sus novelas son siempre muy afilados y creo que son muy buenos. Generan incomodidad. ¿Por qué busca precisamente esta incomodidad? ¿Es fácil para usted?

R. Gracias. Me gusta escribir diálogos y me gustan otros escritores que introducen muchos diálogos. En cuanto a la incomodidad, siempre estoy buscando los tabúes que hay que romper y aquellas cosas que son verdad y que supuestamente no debes decir. Nunca he sido una persona que sigue las reglas, yo sigo mis propias reglas. A veces esto me hace meterme en problemas, pero al menos hace que mi obra sea interesante. También me gustan los personajes que se salen del guion, aquellos que se niegan a usar las palabras especiales que nos dicen que usemos y los que están dispuestos a expresar los malos pensamientos. No escribo para fomentar la virtud. No deseo convertir el mundo en un lugar mejor, más allá de escribir novelas entretenidas y legibles, lo que quizá hace de este mundo un lugar mejor por muy poquito. No considero que mis libros hagan mejor persona al lector. Lo que me gusta es sacudir a la gente. En realidad, algo mejor: hacerles reír.

Las novelas de Lionel Shriver (EEUU, 1957) son tan afiladas como sus respuestas en una entrevista. Sin complejos, sin medias tintas, sin tabúes. A titular por contestación. Para una periodista da gusto. El lector -tanto de novelas como de sus entrevistas- puede sentirse entusiasmado… u horrorizado. Es un lugar común, pero Shriver, guste más o menos, es de las que no deja indiferente y eso hoy en día ya es destacable.

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