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Mi padre fue un espía, templario e independentista flamenco, y lo descubrí tras su muerte
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Mi padre fue un espía, templario e independentista flamenco, y lo descubrí tras su muerte

Carlos Holemans ha dedicado más de diez años a reconstruir la intensa historia enterrada de su progenitor, Karel Holemans. El resultado es el libro 'Los espías no hablan'

Foto: Karel Holemans junto a su hijo Carlos Holemans. Carlos Holemans.
Karel Holemans junto a su hijo Carlos Holemans. Carlos Holemans.

Karel Holesman fue un belga condenado a muerte en su tierra, espía en la Guerra Civil para el bando de los republicanos y doble espía en la Segunda Guerra Mundial para los alemanes y los templarios, militante de la Unión Nacional Flamenca, casado con una aliada de la Resistencia -quien fue la promotora principal de su pena de muerte- y testigo como traductor de uno de los dos últimos ejecutados por el régimen franquista.

Carlos Holemans vivió hasta los 16 años junto a un padre cuya historia no conocía, con misterios y secretos que retumbaban en las paredes de casa. Inició hace 12 años su proyecto vital, Los espías no hablan (Arpa), una novela biográfica que le ha llevado visitas a archivos históricos, entrevistas y reconstrucción de hechos por toda Europa. Un proceso que le ha permitido describir la doble vida que guardó su padre hasta la tumba. Espía, pintor, caballero templario e independentista flamenco son algunas de las muchas facetas que definen al protagonista de esta historia. Los espías no hablan, no al menos en “el idioma de sus pensamientos”.

placeholder Portada del libro 'Los espías no hablan'.
Portada del libro 'Los espías no hablan'.

La intensa vida del belga se encuentra dividida en dos vertientes: como pintor, fácil de rastrear; y como espía y templario, de la que se complica más “tirar del hilo”. Pero tras leer e investigar, su hijo y escritor acabó por descubrir la actividad política de su padre y su afiliación con la Unión Nacional Flamenca, el VNV, partido que terminó siendo financiado por Hitler. Además de su vehemente relación con los caballeros templarios. Toda una vida de la que logró escapar; no fue su condena a muerte, sus peligrosas relaciones o su trabajo arriesgado quien le arrebató la vida a Karel, fue el propio cansancio de todo ello, la vejez.

Le encomendaron sacar los archivos de la Orden Templaria de Bélgica hasta Portugal. Se infiltró como agente en el Servicio Secreto Alemán

Por otro lado, su primera mujer, Rachel, era militante del Partido Socialista Belga, aliada también a la Resistencia. El negocio familiar era el espionaje a dos bandas. Tenían una dinámica de inmunidad y bilateralismo por la que si estaban en territorio nacionalista él era parte del VNV, y en territorio comunista. Ella era miembro de la Resistencia. Sin embargo, ese equilibrio que habían construido en base a la actividad política de cada uno se vio amenazado cuando los alemanes tomaron Bélgica y declararon enemigos del Estado a los masones, templarios y toda organización secreta. Así, le encomendaron a Karel la tarea (o se presentó voluntario, no está claro) de sacar los archivos de la Orden Templaria de Bélgica hasta Portugal; pero como viajar por turismo no era una opción en medio de una guerra mundial, se infiltró como agente en el Servicio Secreto Alemán y consiguió que le asignaran una misión en Madrid para las Fuerzas Aéreas.

El espía se asentó en Madrid mientras esperaba un tiempo prudencial para partir con un pasaporte falsificado a Portugal, donde debía depositar los archivos templarios y evitar que la identidad de 238 miembros de la orden fuese revelada a los alemanes. Luego se regresó a España y se instaló como espía en la Costa del Sol, pues su objetivo de espionaje era el Estrecho de Gibraltar.

placeholder Retrato de Karel Holemans. Carlos Holemans.
Retrato de Karel Holemans. Carlos Holemans.

Mientras tanto, en Bélgica, Rachel, estaba en una relación con el jefe del Servicio Secreto Aleman, un exbelga que había sido nacionalizado alemán y tras perder la guerra iba a ser repatriado y encarcelado; por ello, necesitaba casarse con Rachel para tener la ciudadanía belga. El problema era que Rachel y Karel no se habían divorciado y la única forma de obtener un divorcio unilateral era si él era un condenado en firme. Por ese motivo, siempre según la reconstrucción de Carlos Holemans, la socialista culpó a su marido de dos asesinatos, uno de ellos, el del falsificador del pasaporte que utilizó para entrar en Portugal, y quien había muerto en Mauthausen. Con dichas acusaciones hechas in absentia y sin poder defenderse, fue condenado a pena de muerte en Bélgica. Pese a ello, Rachel no materializó el matrimonio con el agente de las SS: ella había sido declarada heroína de guerra por haber pertenecido a la Resistencia, mientras que él era un criminal de guerra, lo que los situaba en dos estratos sociales opuestos.

El negocio familiar era el espionaje a dos bandas

Debido a su vida bohemia y despreocupada -vivía en el hotel Palace de Madrid, mantenía múltiples relaciones con mujeres y su fama como pintor entre los alemanes- Karel acabó siendo expulsado de la plantilla de espías. "Karel Holemans está quemado", escribió su superior para justificar su salida. No se trató para él de un hecho traumático o preocupante, continuó con su vida tal y como la había llevado hasta entonces. Luego, se mudó a Barcelona, donde conoció a un productor de cava de cuya hija se enamoró y con la que se casó: Teresa, su última mujer y madre del autor del libro.

Finalmente, y por si su vida no hubiera sido suficientemente ajetreada, Karel asistió a una de las últimas condenas a muerte del franquismo, la ejecución del alemán Heinz Ches, de quien hizo de intérprete. "Nunca pensé que los huesos de un hombre pudieran hacer ese ruido. Es como cuando un perro mastica huesos de pollo, pero mucho más fuerte", describió Karel a Teresa. Años después, la ya desaparecida revista Interviú publicó un reportaje sobre la ejecución de Heinz Ches en la que se hacía mención a un "intérprete alemán miembro de las SS" -Karel no era alemán, ni miembro de las SS-.

“Escribir sobre mi padre es una idea que me ha acompañado toda mi vida”, confiesa el autor, quien en su niñez lo seguía donde fuese, lo que significa que la mayoría de las veces se encontraba en cafeterías, restaurantes, bares y distintos lugares de encuentro rodeado de personajes que hablaban todas las lenguas europeas, de las que Karel dominaba seis. Al ser un niño, se entretenía “poniendo la antena” y descubriendo que la mayoría de historias que contaban y debatían, a pesar de ser en lenguas foráneas, eran fácil interpretar que se trataban de la guerra.

“Así me dejó. [...] Yo tenía dieciséis años y lo único que sabía de él a ciencia cierta era que me quería más que a nada, describe el autor en el primer capítulo de su libro cómo fue para él el día de la muerte de su padre y cómo sabía que se iba sin conocer quién era él realmente.

Asistió a una de las últimas ejecuciones del franquismo, el asesinato de Heinz Ches de quien hacía de intérprete

Azul Ultramar, Negro Hueso y Rojo Sangre son algunos de los títulos de los 22 capítulos que componen el libro de la historia de Karel Holemans, todos y cada uno de ellos con denominaciones de tonos de colores, pinturas con las que en su juventud creó muchos cuadros y que posteriormente serían motivo de fascinación para su hijo por los nombres tan potentes que tenían.

Durante más de una década, y a pesar de llevar muchos años muerto, Karel y su hijo se han mantenido en diálogo permanente. “Literalmente no tenía nada mejor que hacer”, explica el escritor tras lamentarse por el vacío personal que ha supuesto para él acabar el libro. Vaticina, también, que la publicación le traerá cosas nuevas de su padre: datos, libros o conocidos, en especial cuando se traduzca al flamenco.

Karel Holesman fue un belga condenado a muerte en su tierra, espía en la Guerra Civil para el bando de los republicanos y doble espía en la Segunda Guerra Mundial para los alemanes y los templarios, militante de la Unión Nacional Flamenca, casado con una aliada de la Resistencia -quien fue la promotora principal de su pena de muerte- y testigo como traductor de uno de los dos últimos ejecutados por el régimen franquista.

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