Es noticia
Madrid no es Ayuso, es el público de un concierto de Sabina
  1. Cultura
Trinchera cultural

Madrid no es Ayuso, es el público de un concierto de Sabina

Qué otro artista hay que reúna delante, exacta, la población completa, ronca, variopinta y chamarilera que es Madrid. ¿Quién tiene un público así?

Foto: Joaquín Sabina en el WiZink Center de Madrid. (EFE/Kiko Huesca)
Joaquín Sabina en el WiZink Center de Madrid. (EFE/Kiko Huesca)

El WiZink, antes del concierto de Sabina, es como una canción de Sabina. Pijos de jersey de lana, viejos verdes, azules, divorciadas en manada, abogados rojos, corredores de seguros, ganadoras de nada; el que te envida otro vaso de tubo, la que no ha tocado varón, el que no tenía nada y retuvo, un niño, un cowboy de salón; calvos con coleta, narigones farloperos, taxistas, ejecutivos, americanos de Vallecas, gacetilleros buscando la rima; y tontos con pose de gánster, y argentinas en chándal, y farmacéuticos, y camareros sin propina. Todos menos tú…

Decidme, vosotros que sois tan sociólogos, qué otro artista hay que reúna delante, exacta, la población completa, ronca, variopinta y chamarilera que es Madrid. ¿Quién tiene un público así? ¿Ayuso? Anda y no me jodas. ¿Quién junta de esta manera al cayetano y al estibador? ¿Al jubilado y el criptobro? Esto es Madrid, y esto es Sabina. No hay público más variopinto, más contradictorio. Sabina junta las Españas más que la Transición. Hace falta ser malaje para ponerle mala cara.

Foto: Joaquín Sabina. (EFE/Juan Herrero) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Sabina y viceversa
Juan José Cercadillo

Me dijeron en el periódico: "Oye ¿y por qué quieres hacer crónica del concierto de Madrid, si Sabina va a Barcelona en septiembre?". Claro, lo preguntan porque no me quieren pagar el Ave. No es personal, son gastos. Pero, coño, primero: ¿quién puede asegurarnos que la garganta de Sabina llegue a septiembre? 70 años, un ictus, mucha coca, tabaco, muy largo me lo fiais. Parte del concierto se la fían los músicos, en plan karaoke. Y, segundo: para verlo en Barcelona estaba Serrat, su amigo, y ya no está. Mediterráneo y cuadriculado, como esa ciudad. ¡En Barcelona no saben tirar las cañas como en Madrid! A Sabina hay que verlo aquí, en su ciudad.

Total, me cogí el tren. Como he visto el documental de Fernando León, supongo que, mientras iba por las vías, Joaquín Sabina se estaría tambaleando al borde de la histeria. Que le daría órdenes a Jimena, la mujer por la que ha dejado de escribir canciones buenas; que andaría por los camerinos soltando toses como ladridos y alaridos como toses, o en su casa se preguntaría qué día cambiaron el sofá por una cama de un faquir. Motivos para los nervios tenía, porque en Madrid pesaba un maleficio contra Sabina. En el WiZink, donde hoy canta, se lo tragó el abismo, y la ronquera, y otro día cayó como diente de yonqui por la boca del escenario.

Pues nada, hoy no hay ruina. No sabéis la cantidad de chicas que creen que Sabina está cantando para ellas. No sabéis la cantidad de señoras que creyeron que, de haber agarrado a Sabina, almas gemelas.

Foto: Joaquín Sabina. (EFE/Fernando Villar)
TE PUEDE INTERESAR
Sabina, un rojo arrepentido
Galo Abrain

En fin, ¿y aquí qué habrá? ¿15.000 personas? No cabe ni el fotógrafo. Sale Sabina con chaqueta Bitelchús y sombrero blanco, mucho mejor que el bombín ese negro que, después de tantos años, parece que nadie le haya dicho que no le hace mucha justicia porque le saca la cabeza gorda. Da igual, porque más gordos tiene los cojones. ¡Cuánto le quiere Madrid! Empieza con la canción con la que yo duermo a mi hijo por las noches, Cuando era más joven. Y, de ahí, sigue sumando. Primero mete nuevas, luego clásicos. Cuando canta Lágrimas de mármol, es la primera vez que el suelo de la grada tiembla.

Sentado en un taburete de alcohólico experimentado, luego un rato en mesa como del café Manuela, luego vuelta al taburete, no baila, no hace guitarra aérea en los punteos de los músicos. Canta y también recita. De pie, dos ratillos. Se dosifica. Y los ojos los echa de vez en cuando abajo y a la derecha, donde entiendo que hay unas pantallas que no vemos, pero le van actualizando ciertos versos de las letras. Las viejas canciones, que le piden cuentas. Y el público, que es Madrid, como una voz, le pone a gritos la voz que a él le falta.

Las canciones de Sabina han hecho más por la natalidad en España que la Iglesia católica

Son deudas saldadas, porque las canciones de Sabina han hecho más por la natalidad en España que la Iglesia católica. La de niños que habrán parido después de ligues con letras de este hombre. Algunas de esas canciones, los críos no saben de quién son, pero las conocen. En México, creen que la de "un pueblo con mar, una noche...", es de José Alfredo. Y no hay pueblo con mar en España donde una señora no trate de convencerte de que, donde estaba su bar, pusieron un Hispano Americano.

Pero espérate, espérate, que entre los periodistas, ávidos, con los ojos en el borde asesino del escenario del WiZink, cunde el pánico: "¡Eh, que está cantando! ¡Está cantando! ¡Se le oye! Se le oye, vaya que sí". Y lo peor, disfruta. Lo peor, digo, para los que vienen buscando su rutina.

No tiene miedo. Dedica canciones a diestro y siniestro, a Jorge Drexler, a Leiva, a su exsuegra recién muerta, a Víctor Manuel. Y, deshaciendo el oleaje sin timón sin timonel, etc., sigue la cosa. Dos horas. Dos y media. Se toma dos descansos, el yayo carrasposo de Madrid. No se quiere ir, parece. El público, nosotros, no quiere que se vaya. Pero Joaquín, que mañana tienes otras 15.000 en el WiZink. Que tienes mucha gira.

Veníamos a despedirlo y nos ha tumbado.

El WiZink, antes del concierto de Sabina, es como una canción de Sabina. Pijos de jersey de lana, viejos verdes, azules, divorciadas en manada, abogados rojos, corredores de seguros, ganadoras de nada; el que te envida otro vaso de tubo, la que no ha tocado varón, el que no tenía nada y retuvo, un niño, un cowboy de salón; calvos con coleta, narigones farloperos, taxistas, ejecutivos, americanos de Vallecas, gacetilleros buscando la rima; y tontos con pose de gánster, y argentinas en chándal, y farmacéuticos, y camareros sin propina. Todos menos tú…

Joaquín Sabina
El redactor recomienda