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Orlando Figes: "Dudo que el sistema de mentiras de Putin se mantenga indefinidamente"
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Orlando Figes: "Dudo que el sistema de mentiras de Putin se mantenga indefinidamente"

El historiador vuelve con otro gran libro, 'La historia de Rusia' (Taurus), en el que hace un asombroso recorrido por mil años de historia para reconstruir sus mitos políticos y religiosos

Foto: Orlando Figes
Orlando Figes

Desde que empezó la invasión de Ucrania, muchos hemos intentado entender el comportamiento de Rusia. ¿Por qué tiene un presidente todopoderoso al que la élite del país obedece sin apenas rechistar? ¿De dónde sale su retórica antioccidental? ¿Son ciertos los argumentos históricos que esgrime Putin, no solo para justificar la invasión, sino para reivindicar a Rusia como una gran potencia que merece más respeto del que se le ha brindado en las últimas décadas?

Para entender todo esto, la obra de Orlando Figes (Londres, 1959) se ha vuelto imprescindible. Sus libros no abordan la Rusia y el conflicto actuales, sino que reconstruyen la historia del país y su cultura de una manera ágil, narrativa, llena de personajes —poetas, monjes, cortesanos, militares, zares, ideólogos— ricos y contradictorios, como fue el caso de Los europeos (Taurus, 2020), una fascinante historia de la cultura del siglo XIX que se ha convertido en un bestseller, y de El baile de Natasha (2021), una obra maestra del estudio de las ideas políticas y de la cultura en Rusia

Foto: Vista de Jena a finales del siglo XVIII. (Taurus)

Ahora Figes vuelve con otro gran libro, La historia de Rusia (Taurus), en el que hace un asombroso recorrido por mil años de historia rusa para reconstruir los mitos políticos y religiosos que marcan la política del país, desde la invasión de los mongoles hasta la guerra de Ucrania. La extraña relación entre religión y política, el zar como santo omnipotente, un patriotismo basado en el sacrificio de los individuos, la manipulación de la historia como herramienta de legitimidad política… Conversamos en la sede de la Fundación Juan March en Madrid, donde Figes participó en el primer evento de una serie titulada “Diálogos cosmopolitas”.

placeholder 'La historia de Rusia' (Taurus)
'La historia de Rusia' (Taurus)

PREGUNTA: Todas las naciones son fruto de su historia. Pero tal como usted cuenta la historia de Rusia, parece que este país está especialmente atrapado en una serie de mitos, de relatos políticos, que hacen que su sistema de gobierno haya cambiado poco con el transcurso de los siglos. Algunas cosas que dice y hace Putin ahora podrían haberlas dicho Pedro el Grande o Nicolás I.

RESPUESTA: Esa es la idea general que intento transmitir en La historia de Rusia. En Rusia, por norma general, cuando un sistema de gobierno autocrático se desestabilizaba, o era derrocado por una revolución o una rebelión, o incluso por un experimento liberalizador, siempre se restauraba a sí mismo. Eso se debe en parte al tamaño de Rusia. Es un país muy grande, con la población desperdigada, y su élite administrativa era bastante pequeña, de modo que el poder siempre tenía que ejercerlo un gran Estado centralizado, porque no podías fiarte de que los funcionarios locales no se corrompieran. Pero el libro también hace hincapié en otras dos razones que explican la longevidad de la autocracia rusa. En primer lugar, y creo que eso es un legado de los mongoles [que rigieron algunas partes del país entre en siglo XIII y el XV], Rusia es un Estado patrimonial, en el que la aristocracia terrateniente no se desarrolla como fuerza independiente, buena parte de la población se compone de siervos y tiene un sistema tributario en el que los impuestos no los pagan los individuos sino las comunidades. Es una forma de gobierno personal. El poder no reside en las instituciones, está en el cuerpo del gobernante. La historia de Rusia es una de instituciones débiles y hombres fuertes. En ruso, la palabra “Estado” (gosudartsvo) se parece mucho a “zar” (gosudar), porque la idea es que el zar rige Rusia como si fuera su casa, su tierra. Es un modelo muy excepcional de Estado, básicamente asiático.

P. En segundo lugar…

R. Por otro lado está la sacralización del Estado, que procede de Bizancio. Es la Santa Rusia, Jesucristo está solamente presente en Rusia y en ninguna otra parte, Moscú es la Tercera Roma [tras la caída de la propia Roma y Bizancio en manos no cristianas], es la verdadera sede de la ortodoxia, el resto de los lugares son heréticos. De modo que el zar es el último representante verdadero de Dios. Y su persona, y no solo su cargo, son sagrados. Existe un culto al zar y después, cuando se desarrollan los aparatos de propaganda específicos, hay un culto a Lenin y Stalin, un culto de naturaleza religiosa.

P: ¿Cree que eso llega hasta Putin?

R: El régimen de Putin trata de cultivar eso mismo. Después de que su mujer se suicidara, Stalin siempre aparecía en la propaganda solo, como el soltero cuya única preocupación es Rusia. Putin hace lo mismo, no hay primera dama, aparece solo él como el hombre solitario que se ocupa de todo. Es una figura monárquica. El culto a Putin se basa en esas tradiciones. Las élites dependen de él del mismo modo que los boyardos [la nobleza que administraba Rusia] dependían del zar. La clave del poder es estar cerca de Putin. Durante el covid, la gente hacía dos semanas de cuarentena para poder ver a Putin, porque ahí es donde está el poder. Y esa relación creo que es esencialmente la misma. Pero es difícil mantener eso en la época actual. A pesar de la censura, a pesar de la propaganda, a pesar de que la mayoría de la gente no tiene internet, no puedes impedir que la verdad se filtre. No estoy seguro de que este sistema de mentiras y propaganda pueda mantenerse indefinidamente.

P: Su libro también explica cómo los Gobiernos rusos siempre han utilizado la historia para justificar sus acciones, y cuando ha sido necesario la han manipulado a su antojo. Cita un dicho divertido: “El futuro de Rusia como país es indudable, lo que resulta impredecible es su pasado”.

R: Putin justifica la guerra con una historia según la cual Ucrania siempre formó parte de Rusia, nunca había sido una nación hasta que Lenin la convirtió artificialmente en una. En cuanto Ucrania rompe con la dominación de sus hermanos mayores, los grandes rusos, cae bajo la influencia de Occidente y se convierte en una anti-Rusia, dice ese relato. Si en el pasado fueron los polacos, los lituanos y los alemanes quienes intentaron quedarse con Ucrania, ahora lo hace la OTAN. Ese relato nos puede parecer ridículo, pero encaja bien con la manera en que los rusos han aprendido su historia. Es el relato de la Rusia imperial que les han inculcado. Piensa en la leyenda de Alexander Nevsky, el príncipe del Rus de Kiev: los caballeros teutónicos intentaron invadir Rusia para convertirla en un país católico y Nevsky unió al pueblo ruso para enfrentarse a los invasores y expulsarlos. El zar Alejandro I hizo lo mismo al expulsar a Napoleón. Y Stalin al expulsar a los nazis. Y ahora Putin al expulsar a la OTAN. Forma parte de la historia que los rusos aprenden en la escuela; las hazañas de Alexander Nevsky llegaron a convertirse, antes de la Segunda Guerra Mundial, en una película de propaganda soviética que vieron millones y millones de personas. Esa es la historia: Occidente nos atacará, intentará robarnos nuestra existencia nacional y convertirnos a una religión herética, a menos que nos defendamos. Es muy difícil acabar con esa conciencia nacional.

P: El mito predominante en la Rusia actual es la Gran Guerra Patriótica, en la que los soviéticos, bajo las órdenes de Stalin, consiguieron frenar el avance de los nazis y, por tanto, de Occidente.

R: El régimen de Putin vuelve una y otra vez a la Segunda Guerra Mundial, el mito más poderoso para esa generación. Es una herramienta propagandística útil para movilizar a la población rusa contra Ucrania, a la que se presenta como una amenaza para Rusia. No necesariamente porque los ucranianos desafíen a Rusia, porque a fin de cuentas Putin creía que podría convencerles y sumarles a la causa rusa, sino porque Ucrania se puede convertir en un títere de Occidente y, por tanto, del nazismo. Cualquier cosa que sea rusófoba se considera nazi.

P: También está el papel de la religión. Hace poco apareció en la televisión el patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill, pidiendo que Putin y él gobernaran juntos Rusia como se había hecho en el pasado. Estado e Iglesia históricamente han ido juntos, aunque de distintas formas.

R: Es difícil pensar que Putin sea un creyente devoto, que es como se presenta. Fue educado en el marxismo-leninismo y estuvo en la KGB. Aunque, bueno, quizá sí sea creyente. Pero no me lo imagino compartiendo el poder con el patriarca. La visión que tiene Putin del poder es la misma que tenía Pedro el Grande: la Iglesia es la sirvienta del Estado, trabaja para él. El patriarca actual, Kirill, ha sido uno de los grandes impulsores de la guerra, y no es la primera vez que un patriarca empuja a su país a la guerra en Ucrania. En la década de 1650, el zar Alexis era muy reacio a ir a Ucrania para ayudar a los cosacos contra los polacos, pero el patriarca Nikon le empujó a hacerlo, con el argumento de que era una Guerra Santa para unir a Ucrania y Rusia. La situación actual es semejante. Tal vez Putin tuviera objetivos más modestos, pero para el patriarca es una Guerra Santa. Existe un culto al sacrificio que, de hecho, está insertado en la política rusa como objetivo ideológico.

P: Pero esta guerra, más allá de revivir muchos de los mitos políticos y literarios de la historia de Rusia, tiene elementos mucho más actuales y puramente geopolíticos. No se trata solo de nostalgia. Es también una muestra de que Rusia quiere ser un actor global relevante.

R: Rusia ha dejado de ser hegemónica. Esta es una guerra imperial, pero también tiene que ver con que el país quiere ser una potencia hegemónica. Rusia ha llegado a la conclusión de que Occidente no quiere que forme parte de él. Occidente, fruto de la dominación de Estados Unidos y la OTAN, es antiruso, creen las élites. Y Putin ha convencido a mucha gente, con los argumentos de los que hemos estado hablando, de que así son las cosas. En Rusia hay resentimiento contra Occidente. Pero la rusofobia también existe. Existía antes de la Guerra Fría: Rusia había sido considerada una nación bárbara, asiática, y de repente derrotó a Napoleón. De pronto estaba haciendo exigencias y dominando Oriente Medio; acosaba a la Europa Oriental; entraba en el gran juego geopolítico y rivalizaba con los británicos. Era un imperio salvaje, atrasado tecnológicamente y por eso se le convirtió en el “otro”. Eso sigue hasta hoy. Y los ucranianos están jugando esas cartas: “nosotros somos europeos y los rusos, mongoles”, dicen. La Guerra Fría se construyó sobre eso, pero cuando terminó, con la caída del comunismo, hubo una oportunidad para arrastrar a Rusia hacia Europa. Esa era la visión de Gorbachov: una Europa que iba del Atlántico hasta los Urales. Pero Occidente decidió que Rusia tenía que ser tratada como la potencia derrotada, sin reconocer que esta había sido también una víctima del sistema soviético. No hubo un Plan Marshall para Rusia. En su lugar hubo un plan de choque que a Occidente le venía bien. Lo cual provocó que grandes sectores de la sociedad rusa sintieran rechazo por los valores occidentales, la democracia y el capitalismo. Eso dio pie a los oligarcas y a Putin.

Desde que empezó la invasión de Ucrania, muchos hemos intentado entender el comportamiento de Rusia. ¿Por qué tiene un presidente todopoderoso al que la élite del país obedece sin apenas rechistar? ¿De dónde sale su retórica antioccidental? ¿Son ciertos los argumentos históricos que esgrime Putin, no solo para justificar la invasión, sino para reivindicar a Rusia como una gran potencia que merece más respeto del que se le ha brindado en las últimas décadas?

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