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Un grupo de amigos cambió el mundo hace 227 años y tú sigues viviendo en él
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Un grupo de amigos cambió el mundo hace 227 años y tú sigues viviendo en él

La historiadora británica de origen alemán Andrea Wulf publica uno de los libros más fascinantes del año: 'Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo' (Taurus)

Foto: Vista de Jena a finales del siglo XVIII. (Taurus)
Vista de Jena a finales del siglo XVIII. (Taurus)

Al alba del 13 de octubre de 1806 las primeras tropas francesas, con Napoleón Bonaparte al frente, entraron en Jena, una pequeña ciudad de cinco mil habitantes que se interponía en su imparable empuje hacia Berlín que acabaría por hundir un poder milenario, ese Sacro Imperio Romano Germánico que, como sentenció irónicamente Voltaire, ni era Sacro, ni Imperio, ni Romano. El temible Regimiento Cabezas de la Muerte de los húsares prusianos, con sus chaquetas negras con la insignia de la calavera y las tibias cruzadas y sus frondosos bigotes que defendía la villa había sido destrozado en apenas unos días y los habitantes de Jena esperaban a los franceses entre el terror a los desmanes de los soldados galos y la esperanza porque la revolución al fin tocara a su puerta. En una casa de la ciudad rendida, un hombre que ya no era joven, que aún no había logrado gran cosa en la vida y que acababa de quedarse sin dinero, intentaba terminar desesperadamente un manuscrito.

A sus 36 años Georg Wilhelm Friedrich Hegel no sabía aún que Fenomenología del Espíritu iba a convertirse en uno de los tratados de filosofía más influyentes de la historia. En aquel momento solo quería salvar aquella única copia para hacérsela llegar a su editor atravesando la línea del frente y cobrarla. Necesitaba aquel dinero. Cuando cruzaba a toda prisa las calles de la ciudad en llamas para despachar el manuscrito en la última diligencia que salía de Jena, Hegel se topó de pronto con Napoleón a caballo y se quedó paralizado. Poco después, escribió a un amigo: "He visto al emperador, esta alma del mundo, patrullando por la ciudad. Es realmente una sensación maravillosa ver a un individuo así, que, concentrado aquí, en un solo punto, sentado en un caballo, abarca todo el mundo y lo domina".

Foto: Edu Galán. (JEOSM)

"Es una escena que te la encuentras en una novela y no te parece verosímil. Cuando supe de ella, me dije, madre mía, este debe ser el final de mi libro". Quien habla es la ensayista británica de origen alemán Andrea Wulf y el libro al que se refiere y que acaba de publicarse en España es Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo (Taurus), una narración fascinante escrita en estado de gracia sobre uno de los movimientos intelectuales más importantes de la historia. Porque lo que llamamos Romanticismo lo inventaron precisamente en Jena hace 227 años, poco antes de la irrupción del emperador corso en la ciudad, un pequeño grupo de amigos que al vindicar el yo, el arte y la imaginación provocaron una convulsión mental gigantesca que dio nacimiento a un nuevo mundo que aún seguimos habitando hoy.

placeholder 'Magníficos rebeldes'. (Taurus)
'Magníficos rebeldes'. (Taurus)

Andrea Wulf se ha sumergido en la Jena de 1795, en aquel Círculo de amigos cuyos apellidos suponen toda una pesadilla nemotécnica (Goethe, Schlegel, Schelling, Schiller, Novalis) después de irrumpir como una nueva estrella en el ensayo internacional histórico y filosófico con su espectacular y multipremiada biografía del científico y polímata Alexander von Humboldt, La invención de la naturaleza (Taurus 2016). Cuando nos encontramos con ella de visita en Madrid nos cuenta que ha trabajado cinco años en este libro y que para ello ha leído muchas novelas y miles de cartas.

PREGUNTA. En una pequeña ciudad universitaria alemana sin importancia prendió una de las mayores revoluciones culturales de la historia: el Romanticismo. ¿Lo de Jena fue un milagro laico?

RESPUESTA. Visto en retrospectiva en realidad no. Piense que la Alemania de entonces no era aún una nación unificada y que estuviera fragmentada en mil quinientos estados hacía mucho más difícil aplicar la censura. Cada estado tenía sus propias reglas y, si en Prusia no podía publicar algo, te movías unas decenas de quilómetros y lo hacías. Las ideas viajaban con mucha facilidad entre los estados alemanes. Y ya finalmente en Jena, su célebre universidad la dirigían nada menos que cuatro duques sajones y, en realidad, no había nadie al mando. Los catedráticos hacían lo que querían. Así, Jena se convirtió en un imán para las mentes más libres, y más interesantes, de Alemania, el caldero donde hervía el pensamiento rebelde.

placeholder Andrea Wulf. (Antonina Gern)
Andrea Wulf. (Antonina Gern)

P. Es curioso el caso de Caroline Schegel. Su intelecto era igual o superior al resto, pero las mujeres entonces debían limitarse a organizar los salones para los filósofos varones...

R: Sí, así era, de hecho a aquellas mujeres se las describía como "musas". Pero, ojo, Caroline Schegel era muchísimo más que eso. Sí, montaba el espacio físico donde se reunían, bebían y conversaban los hombres pero, además de eso, ella era parte principal del núcleo intelectual del grupo. Llevaba la batuta en las discusiones, pedía opiniones, moderaba las reuniones. Su cuñado, Friedrich Schiller admitía sin problemas que fue ella quien le introdujo en la poesía griega antigua, le revisaba los ensayos y le recomendaba los libros que debía leer. También escribía artículos con el nombre de su marido y tradujo dieciséis obras de Shakespeare, pero en ninguna figuraba su nombre.

P. Mientras escribía su libro, ¿quién de estos amigos del círculo de Jena le sorprendió más?

R. El más inesperado para mí, ¡Goethe! Cuando yo era estudiante en Alemania, Goethe era algo así como un Dios, el Dios Poeta, alguien intocable, alguien realmente serio. Y ahora he descubierto a un tipo muy divertido, un padrazo amoroso al que le encantaban los niños, alguien mucho más fácil de querer que su pobre amigo Schiller que siempre andaba enfermo y tenso.

Claramente, hoy vivimos en una sociedad obsesionada por su propio reflejo, todo lo referimos a nosotros, la nuestra es la época del yo

P. Años después, el poeta Heine sentenció con ironía que, mientras los franceses hacían la revolución y cambiaban de verdad la historia, los alemanes, en fin, "revolucionaban el pensamiento". Y, sin embargo, hoy, ¿no somos tan hijos del Romanticismo como de la Revolución Francesa?

R: De ambos, de ambos. La Revolución Francesa cambió el paisaje político de Europa y los jóvenes románticos iniciaron una revolución de la mente igualmente importante, porque da forma al pensamiento de hoy. Pero sí, tiene razón Heine, mientras los franceses alzaban barricadas, los alemanes filosofaban. Tal vez como dijo alguien, a los alemanes no nos quedaba más remedio que hacernos idealistas porque nuestra comida es una mierda y el clima es malísimo, ¡ja ja!

P. Aquellos primeros románticos vivieron todo un pulso entre la libertad y el egoísmo. Casi tres siglos después, ¿qué ganó?

R. El núcleo de mi libro es justamente ese pulso que usted menciona entre las impresionantes posibilidades del libre albedrío y los peligros del narcisismo. Y no hay ganador posible, se trata de un equilibrio dinámico. Claramente, hoy vivimos en una sociedad obsesionada por su propio reflejo, todo lo referimos a nosotros, la nuestra es la época del yo. Y dudo de que esa fuera la intención del Círculo de Jena. Ellos solo pretendían liberar el yo contra el absolutismo para crear un mundo mejor, con el fin de poder pensar por nosotros mismos. Fichte decía que el libre albedrío siempre va acompañado de su gemela que es la obligación moral. Ese deber moral se nos olvida hoy demasiadas veces.

P. Isaiah Berlin defendía que el romanticismo fue una de las mayores revoluciones culturales y también una de las más nocivas al confundir la necesaria libertad política con una libertad del conocimiento que arrasaba con el saber objetivo y con la ciencia. ¿Fue el romanticismo un movimiento reaccionario contra la Ilustración?

R. No estoy de acuerdo. El Romanticismo se ha interpretado de tantas maneras distintas... ¿Un acantilado entre la niebla? ¡Romanticismo! ¿Una cena de amor con velas? ¡Romanticismo! Y sí, hay quien defiende que los románticos se rebelaron contra la razón ilustrada. Y eso, en la primera generación de la que yo me ocupo, sencillamente no es cierto. Para el Círculo de Jena, el Romanticismo era un movimiento sin duda muy radical que ponía la poesía y el arte en el centro pero no como los entendemos hoy, sino como los entendían los griegos: como producción creativa. ¡Un experimento científico también podía ser arte! Su proyecto pasaba por unir las artes y las ciencias, la humanidad y la naturaleza. Elevaron la imaginación como la mayor facultad de la mente pero no para oponerla a la razón sino para complementarla. Novalis, Goethe y Humbolt eran al mismo tiempo artistas y científicos.

Es urgente ver la realidad de otra manera, como un todo interconectado que no podemos dañar sin dañarnos a nosotros mismos

P. Pero ¿no convertimos el mundo exterior objetivo en algo accesorio al poner el yo y la subjetividad en el centro como los románticos defendían?

R. No. Lo que hicieron fue unir ambos mundos con la imaginación. Piense en Novalis, un inspector de minería. Él describe siempre poéticamente su trabajo en las minas, como metáfora de adentrarse en las propias profundidades de uno mismo, como autoconocimiento que expande nuestro saber de la realidad. O piense en Humboldt que describía sus observaciones científicas de una forma muy poética. Esa es la esencia del romanticismo y es muy importante resaltarla. Por ejemplo, ¿no difundiríamos mejor los peligros del cambio climático añadiendo el arte y la poesía a los datos brutos de la ciencia? A veces no solo es necesario, es urgente ver la realidad de otra manera, como un todo interconectado que no podemos dañar sin dañarnos a nosotros mismos.

P. Estoy pensando que, de alguna forma, la neurociencia actual ha validado la hipótesis romántica al negar la separación clásica entre razón y emoción y postular que razonamos mejor gracias a la emoción.

R. Exactamente. Y no solo eso. La biología está descubriendo formas de comunicación naturales insospechadas, los hongos se comunican bajo tierra, los árboles hablan entre sí y cuidan de los árboles más pequeños. Ya no nos burlamos de cosas así que la Ilustración jamás pudo imaginar. No veo el Romanticismo como un movimiento solamente emocional y esotérico sino como la búsqueda de un equilibro entre la imaginación, las artes y las ciencias.

Foto: El pintor español Pablo Picasso y su hija Maya Ruiz-Picasso (EFE Edward Quinn)

P. Además de propiciar el irracionalismo, al Romanticismo se le ha acusado de algo más, de plantar la semilla del nacionalismo: ¿cómo una concepción individualista mutó en pesadilla colectivista?

R. ¡Eso lo hace la siguiente generación! La generación que precisamente creció en la estela de las victorias de Napoleón, cuando las regiones de Europa buscaban una afirmación nacional contra lo francés. Pero los primeros románticos eran cosmopolitas, europeístas, muy viajeros y firmes partidarios de las fronteras abiertas. Querían liberal al individuo, al yo. Fue cuando el yo individual se convirtió en el yo de la nación, como menciona, cuando la idea se volvió peligrosa.

P. Hoy el mundo vive un auge de identidades. ¿Vuelve el romanticismo con más fuerza que nunca?

R. La identidad es una idea definitivamente romántica. Pero la lección de los románticos debiera ser que la afirmación de la identidad, del yo libre, termina donde empieza la libertad del otro, tu libertad no puede aplastar otras libertades. Espero que, como sociedad, este auge de las identidades nos permita vivir nuestras propias aspiraciones sin dejar de ser buenos miembros de nuestra sociedad. Pero la línea es muy delgada y debemos estar siempre atentos para no perder el equilibrio.

Al alba del 13 de octubre de 1806 las primeras tropas francesas, con Napoleón Bonaparte al frente, entraron en Jena, una pequeña ciudad de cinco mil habitantes que se interponía en su imparable empuje hacia Berlín que acabaría por hundir un poder milenario, ese Sacro Imperio Romano Germánico que, como sentenció irónicamente Voltaire, ni era Sacro, ni Imperio, ni Romano. El temible Regimiento Cabezas de la Muerte de los húsares prusianos, con sus chaquetas negras con la insignia de la calavera y las tibias cruzadas y sus frondosos bigotes que defendía la villa había sido destrozado en apenas unos días y los habitantes de Jena esperaban a los franceses entre el terror a los desmanes de los soldados galos y la esperanza porque la revolución al fin tocara a su puerta. En una casa de la ciudad rendida, un hombre que ya no era joven, que aún no había logrado gran cosa en la vida y que acababa de quedarse sin dinero, intentaba terminar desesperadamente un manuscrito.

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