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Carlos Granés: "Latinoamérica ha vuelto a escindirse en dos bloques incomunicados"
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Carlos Granés: "Latinoamérica ha vuelto a escindirse en dos bloques incomunicados"

Uno de los mejores ensayistas en lengua española de su generación publica 'Delirio americano', un recorrido por más de un siglo de arte y revoluciones en el continente

Foto: Pancarta contra Jair Bolsonaro en Sau Paulo, Brasil (REUTERS Carla Carniel)
Pancarta contra Jair Bolsonaro en Sau Paulo, Brasil (REUTERS Carla Carniel)

Carlos Granés (Bogotá, 1975), es uno de los mejores ensayistas en lengua española de su generación. En la última década, ha publicado varios libros que estudian los estrechos vínculos existentes entre el arte de vanguardia y el capitalismo; la utilización de la cultura en la creación de las ideologías políticas y los delirios revolucionarios que, en ocasiones, han llevado a los escritores y artistas a entregarse a causas absurdas y peligrosas. Su nuevo libro, 'Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina', que acaba de publicar la editorial Taurus, es un recorrido por más de un siglo de arte y revoluciones en el continente: desde el antiespañolismo a los movimientos antiyanquis, de los primeros dictadores inspirados por el fascismo al peronismo, de los poetas de vanguardia alucinados por Mussolini a la brutal censura cultural de Fidel Castro o la devastación económica del chavismo, hasta desembocar en el populismo actual, que parece reproducir los peores vicios de esta tradición política latinoamericana.

placeholder 'Delirio americano' (Taurus)
'Delirio americano' (Taurus)

PREGUNTA: El tema principal de su libro es cómo, desde hace un siglo hasta nuestros días, las ideologías extremistas latinoamericanas, de derechas y de izquierdas, han utilizado la cultura y los mitos nacionalistas creados por esta. ¿Por qué este fenómeno es tan duradero?

RESPUESTA: A principios del siglo XX empieza una indagación muy profunda de la identidad latinoamericana. De lo que somos, de cuál es nuestro paisaje, de cuáles son las características de nuestras razas. Los poetas y los pintores se vuelcan sobre estos temas y las vanguardias que surgen en los distintos países tienen en el personaje indígena su símbolo principal. El gaucho con el criollismo argentino, el negro con el negrismo caribeño, el indio de la sierra con el andinismo y el futurismo de Puno, el tupí en Brasil… empieza esta explosión de particularismos. El fascismo causa mucho entusiasmo, es una idea muy seductora de renovación, de velocidad, de dinamismo, de virilidad, de juventud, que deslumbra a muchos jóvenes en América Latina. Todavía no se ven las consecuencias perversas que puede tener, y se crean proyectos culturales con referentes muy nacionalistas, que van a serle de enorme utilidad a la generación de caudillos que llega en los años treinta. La cultura nacionalista le ha preparado el terreno a la política nacionalista.

El fascismo causa entusiasmo y deslumbra a muchos jóvenes en América Latina

P: Y eso da pie a la primera oleada de revoluciones latinoamericanas.

R: Estas se producen a partir de 1930, sobre todo después del crac económico del 29, que debilita mucho a las oligarquías tradicionales de América Latina, las deja frágiles. Ese momento de caos lo aprovechan las nuevas élites, que provienen sobre todo del ejército, para cambiar la mano que mueve los hilos del poder. Ocurre en Perú, en Brasil, en Argentina, en El Salvador, en Guatemala, en Honduras… Y supone un brutal reordenamiento de la sociedad. La manera de legitimar todos estos cambios abruptos es decir que lo que se estaba haciendo era una revolución. Pero, aunque producía cataclismos sociales y una reordenación social brutal, no suponía necesariamente un salto adelante en la mejora de las cosas. En el caso de Argentina fue incluso lo contrario, una involución. Esa primera oleada de revoluciones latinoamericanas, además, fue toda de derechas.

Y cuando llegan estos caudillos al poder no pelean con la vanguardia. No pelean con el arte ni con esa cultura que se ha gestado en los años veinte, porque les es muy útil para justificar su caudillismo nacionalista. Por ejemplo, en Argentina, José Félix Uriburu evocaba el mito del gaucho (ganadero aguerrido, hábil jinete, luchador anticolonial) popularizado por el poeta Leopoldo Lugones y establecía una analogía: si en el pasado los gauchos se enfrentaron a los españoles y les hicieron retroceder, ahora los militares como él se enfrentarían a la inmigración anarquista y judía que llegaba de Europa. La idea de que la revolución pudiera ser de izquierdas no llegaría hasta Castro. En realidad, su revolución ni siquiera empezó siendo de izquierdas, era una revolución nacionalista más que izquierdista.

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Carlos Granés

P: España siempre es una presencia en esos procesos, bien se abraza su papel unificador del continente o se rechaza su colonialismo.

R: Es un papel de rechazo y de identificación al mismo tiempo. A partir de 1898, cuando el poder colonial, sobre todo en el Caribe, deja de ser de España y empieza a ser de Estados Unidos, se despiertan una enorme cantidad de nostalgias hispanistas. El modernismo latinoamericano fue muy católico e hispánico, muy antianglosajón. Desde ese momento, sobre todo en la poesía de Rubén Darío, hay una añoranza por retener el vínculo con España, con lo latino, con Grecia y Roma, que llega a través de España, para forjar una unión latinoamericana que frene la invasión de lo anglosajón, que parece algo meramente utilitario y ramplón; lo que les parece vulgar es la democracia, poco elitista y poco refinada.

Pero, más tarde, una nueva generación de intelectuales, que tiene el mismo propósito de frenar el sajonismo, de unir a América Latina, rompe con España. Es la de Haya de la Torre, el filósofo y más tarde político peruano, uno de los primeros que dice que Estados Unidos es una amenaza terrible, que dice que América Latina debe unirse, pero que aquello que nos une como continente no es el vínculo con España ni el hispanismo, sino el elemento raigal, lo indio. Su proyecto latinoamericanista se convierte en la reivindicación de lo popular latinoamericano y de los personajes vernáculos como los verdaderos representantes de lo latinoamericano. Ni España ni el conquistador: ese legado empieza a ser vetusto y de derechas. Ahí surge el latinoamericanismo de izquierdas.

Desde la poesía de Rubén Darío, hay una añoranza por retener el vínculo con España

P: Y, más tarde, el populismo.

R: En 1945, cuando el fascismo es derrotado en la Segunda Guerra Mundial, la dictadura argentina se ve obligada a convocar elecciones. Es ahí cuando Perón entra en escena. Él viene de la tradición nacionalista autoritaria, es un militar formado en Italia, fascinado por los espectáculos de masas de Mussolini, por la manera en que este logró cooptar los sindicatos. Pero el fascismo ya está derrotado, no es legítimo, tiene que reinventarse, y Perón se da cuenta de que no hay más remedio que ser demócrata. ¿Significa que ha dejado de ser un nacionalista autoritario? En absoluto. Simplemente asume que tiene que jugar al juego democrático. Y en cuanto gana unas elecciones empieza a ejercer un mando que da las claves de lo que es el populismo latinoamericano contemporáneo. Llegar al poder no con los tanques, dando un golpe, sino con las urnas, y después de pasar las puertas de palacio, empezar a demoler desde dentro las instituciones democráticas.

Es lo que Perón hace con gran habilidad y con mucho cinismo, y lo hace conquistando, además del poder ejecutivo y el legislativo, el poder judicial mediante una triquiñuela legal. Con los tres poderes en su mano, procede a llevar a cabo el acto populista por definición: cambia un artículo de la Constitución que impide la reelección. Y a partir de ahí se dedica a cooptar al pueblo, a lo que él llama los descamisados, haciéndose con todos los espacios de participación ciudadana, la educación, los espacios deportivos, incluso la religión, y lo peroniza absolutamente todo para que la gente, donde quiera que se mueva, respire peronismo.

placeholder Juan Domingo Perón en 1955 (EFE  Enrique Pavón Pereyr)
Juan Domingo Perón en 1955 (EFE Enrique Pavón Pereyr)

P: Algo más tarde empieza la oleada de revoluciones comunistas, tras la estela de la cubana.

R: El comunismo fue algo muy marginal en América Latina. Hubo movimientos comunistas, partidos comunistas fundados por poetas o militares, hubo incluso una fugaz república socialista en Chile. Pero el poder siempre lo tuvo la derecha nacionalista filofascista. Castro, que es quien abre las puertas al comunismo en América Latina, en realidad no era comunista. Dentro de la revolución cubana había comunistas, como Raúl Castro y el Che Guevara, pero Fidel viene del nacionalismo antiyanqui con tintes un poco izquierdistas, y también con muchos tintes conservadores. Sin embargo, la invasión de bahía de Cochinos en 1961, que es ya una agresión militar, convence a Castro de que tiene que ceder a la influencia comunista y buscar respaldo en una potencia que le proteja de Estados Unidos. Fue una cuestión más estratégica que ideológica. Con ese giro, a lo largo de los sesenta y los setenta el comunismo llega con una gran fuerza a toda América Latina. La izquierda que antes era indoamericanista, que era nacionalpopulista, en ese momento se hace marxista. Ese es el momento. E inspira una lucha armada en toda América Latina, pero principalmente en Centroamérica, donde ese conflicto es más cruel.

La izquierda que antes era indoamericanista, que era nacionalpopulista, en 1961 se hace marxista

P: La siguiente oleada de esa visión de izquierdas la encarnarían dos fenómenos paralelos, ya en los años noventa: el zapatismo y el chavismo.

R: El subcomandante Marcos era un enamorado del Che Guevara, se formó en Cuba, quería replicar sus pasos. Pero la teoría del foco del Che era suicida, todas las guerrillas que la siguieron acabaron muy mal: era absurdo pensar que un puñado de hombres pudieran desatar la revolución en todo un país, era un delirio. Pero Marcos llegó a Chiapas, donde la teología de la liberación ya había activado socialmente a la población indígena, y mezcló el guevarismo con el viejo indigenismo. Eso forjó una ideología seductora sobre todo para el público europeo, debido al momento en el que surge, en 1994, cuando la gran preocupación es la homogeneización del mundo con la globalización. Y el subcomandante Marcos y su revolución parecen una reivindicación de lo autóctono, de lo auténtico, de lo puro, de lo no contaminado. Pero termina siendo una mezcla de indigenismo identitario con tácticas guerrilleras y una estética inspirada en la revolución cubana.

El chavismo, en cambio, viene de una tradición muy venezolana, el militarismo. Si la maldición peruana ha sido la dictadura, y la maldición colombiana ha sido la violencia, la venezolana ha sido la presencia de los militares en la vida pública. Por una parte, el chavismo viene de ahí, de los militares que se sienten legitimados para dirigir los destinos de la patria, y por otra de la tradición peronista de impulsar un nacionalismo antiyanqui y contra las oligarquías vendepatrias. Esa táctica tiene dos rostros. Por un lado son populares, reivindicativos, inclusivos y dicen representar a los que no han estado representados antes. Pero también son autoritarios, verticales y manejan el país en base a una pequeña élite militar. Esa es la habilidad de todos los populistas, lo que les da tanto campo de acción.

placeholder El subcomandante marcos en Chiapas en 1996 (EFE/Jorge Núñez)
El subcomandante marcos en Chiapas en 1996 (EFE/Jorge Núñez)

P: Los últimos años parecen indicar que, en contra de lo que parecía, el continente no ha logrado escapar de ese delirio de ideas radicales y polarización populista.

R: Sin lugar a dudas. Hemos vuelto a reincidir en discusiones que parecían superadas. En Bolivia ha vuelto el choque entre la población más hispanizada y quienes consideran que forman parte de Indoamérica. Lo mismo ocurrió en Perú; en las últimas elecciones se alzaron dos bloques, uno con la bandera de lo popular-vernáculo y otro de una élite más blanca, más en contacto con el mundo exterior y con un legado dictatorial muy fuerte. En Brasil, Bolsonaro representa una mezcla de esa tradición hispanizante con el añadido reciente, muy propio de los nuevos populismos de derecha, de la cosa evangélica. Y en Chile concurrieron un candidato de ultraderecha muy enfrentado con lo mapuche, cuyo electorado era cualquiera que se sintiera amenazado por las reivindicaciones e incluso por la violencia mapuche en la Araucanía, frente a un bloque que representaba ideas como la multinacionalidad. Estamos viviendo nuevamente ese choque de los años veinte del siglo pasado entre el nacionalismo hispanista y el nacionalismo indoamericanista, que vuelve a escindir a la sociedad latinoamericana en dos bloques incomunicados.

Carlos Granés (Bogotá, 1975), es uno de los mejores ensayistas en lengua española de su generación. En la última década, ha publicado varios libros que estudian los estrechos vínculos existentes entre el arte de vanguardia y el capitalismo; la utilización de la cultura en la creación de las ideologías políticas y los delirios revolucionarios que, en ocasiones, han llevado a los escritores y artistas a entregarse a causas absurdas y peligrosas. Su nuevo libro, 'Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina', que acaba de publicar la editorial Taurus, es un recorrido por más de un siglo de arte y revoluciones en el continente: desde el antiespañolismo a los movimientos antiyanquis, de los primeros dictadores inspirados por el fascismo al peronismo, de los poetas de vanguardia alucinados por Mussolini a la brutal censura cultural de Fidel Castro o la devastación económica del chavismo, hasta desembocar en el populismo actual, que parece reproducir los peores vicios de esta tradición política latinoamericana.