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Música, drogas, sexo libre y fraude fiscal: auge y caída del Studio 54
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Música, drogas, sexo libre y fraude fiscal: auge y caída del Studio 54

Filmin estrena en España el documental de Matt Tyrnauer que rescata imágenes de la época de esplendor de la mítica discoteca

Foto: Un fotograma del documental 'Studio 54' que retrata a los recogevasos del local. (Filmin)
Un fotograma del documental 'Studio 54' que retrata a los recogevasos del local. (Filmin)

Cuando el Servicio de Impuestos Internos irrumpió en la Studio 54 aquella mañana del 14 de diciembre de 1978 los agentes encontraron, además de documentos que acreditaban un fraude fiscal de entre uno y tres millones de dólares, bolsas repletas de quaaludes y restos de cocaína que impregnaban los papeles de Ian Schrager, uno de los copropietarios de discoteca. Y aquello fue el principio del fin de la discoteca más famosa jamás soñada. Una fantasía efímera que apenas duró 33 meses pero que protagoniza su propio capítulo en la historia de la cultura pop como paradigma del hedonismo y del desenfreno de finales de los setenta, de la juventud post píldora anticonceptiva y presida.

El director Matt Tyrnauer, que a lo largo de su carrera ha retratado la cultura americana del siglo XX a través de algunos de sus iconos —el abogado Roy Cohn o la activista Jane Jacobs—, recupera la historia del último tótem de la escena disco neoyorkina en 'Studio 54', un documental que estrena ahora Filmin rescata imágenes de la época y para el que habla, por primera vez y en profundidad, Schrager, que junto a Steve Rubell y Jack Dushey diseñó este ensueño pop en el que se mezclaban 'celebrities', modelos, travestis y modernos sin importar la condición social, pero si el estilo y la provocación. El patio de recreo de Liza Minelli, Andy Warhol, Elizabeth Taylor y Calvin Klein, donde la oscuridad escondía un mercadeo inimaginable hasta entonces de pastillas y fluídos.

La historia de Studio 54 es la de una muerte por éxito. Nació como un edén de libertad en una de las zonas más depauperadas de Manhattan, cerca de la Séptima Avenida, en un antiguo teatro que sirvió como esqueleto para proyectar una sala de baile en la que lo más importante era la 'performance'. Rubell y Schrager concibieron un espacio en el que el requisito para ser aceptado era molar, independientemente del grosor de la cartera. Un lugar en el que Mick Jagger y Keith Richards entraban gratis, mientras el resto de los Stones tenían que pagar.

Nació como un edén de libertad en una de las zonas más depauperadas de Manhattan, cerca de la Séptima Avenida

Rubell y Schrager se habían conocido en la universidad. El primero, extrovertido y encantador de serpientes, salió de la carrera con la idea de montar una cadena de restaurantes. El segundo, abogado, se introdujo en el negocio hostelero para mantener a raya a los acreedores de Rubell. Y después de un primer experimento de club nocturno montado a medias llamado Palladium, Rubell y Schrager se propusieron cambiar ya no la vida nocturna de Nueva York, sino el concepto de local de entretenimiento ajeno a cualquier tipo de norma, más allá de la estética.

placeholder El famoseo habitual en Studio 54. (Filmin)
El famoseo habitual en Studio 54. (Filmin)

Con la ayuda económica de Dushey, Rubell y Schrager tomaron como referencia el éxito de los locales gays, entonces en la clandestinidad, y lo sacaron a pie de calle. La fórmula: los peluqueros homosexuales llevaban a sus amigas modelos de fiesta, y los heterosexuales vendrían detrás persiguiendo a las mujeres. Tanto Rubell como Schrager procedían de la clase media trabajadora —el padre de Schrager estuvo vinculado a la mafia— y concibieron su local nocturno como ascensor social. Si conseguían atraer al famoseo y a la juventud más transgresora el dinero llegaría detrás. El día de la inauguración las colas —más bien la muchedumbre— bloqueó la W 54 Street. La seguridad del interior de la sala tuvo que salir a contener a la masa y la Studio 54 hizo las portadas de varios diarios de primera línea al día siguiente.

Rubell y Schrager se creyeron intocables; no sabían que la discoteca moriría de éxito

Lo que sigue, contado por el propio Schrager y algunos de sus clientes y colaboradores fue tan potente y fugaz como una descarga eléctrica. Borrachos de éxito —y de otras sustancias—, los dueños del local de moda de la ciudad se creyeron intocables: una falsa sensación de impunidad que no combina demasiado bien con una evasión fiscal de más de la mitad de los beneficios —cobraron en negro entre 1,5 y 3 millones de dólares—, enemigos que quieren ver caer al nuevo competidor y un gobierno conservador que no mira con demasiados buenos ojos que el 'libertinaje' salga de la marginalidad.

placeholder Otro momento del documental 'Studio 54'. (Filmin)
Otro momento del documental 'Studio 54'. (Filmin)

La hostia fue de campeonato. La orgía de alcohol, estupefacientes, música disco y sexo libre acabó a la vez que los felices setenta dejaron paso al punk a la época Reagan y a la aparición del sida, que se cebó con la juventud neoyorquina de la época y con la comunidad homosexual, entre ellos con Rubell, que murió en 1989, aunque en su momento no se especificó más allá que por complicaciones hepáticas. Con el cierre de Studio 54 terminó una época de frívola deshinibición, la vuelta a Tierra de una generación de optimismo y hedonismo exacerbado. Los promotores del sueño tuvieron que malvender su local desde las celdas de la cárcel y tardaron tiempo en recuperarse y volver a ponerse en pie con un concepto de hoteles boutique de la que Schrager es dueño en la actualidad. "Fue como agarrarse a un rayo de luz", recuerda Schrager. Porque para convertirse en mito, hay que morir rápido y en lo alto.

Cuando el Servicio de Impuestos Internos irrumpió en la Studio 54 aquella mañana del 14 de diciembre de 1978 los agentes encontraron, además de documentos que acreditaban un fraude fiscal de entre uno y tres millones de dólares, bolsas repletas de quaaludes y restos de cocaína que impregnaban los papeles de Ian Schrager, uno de los copropietarios de discoteca. Y aquello fue el principio del fin de la discoteca más famosa jamás soñada. Una fantasía efímera que apenas duró 33 meses pero que protagoniza su propio capítulo en la historia de la cultura pop como paradigma del hedonismo y del desenfreno de finales de los setenta, de la juventud post píldora anticonceptiva y presida.

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