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La peste negra y el error del 'Decamerón'. ¿Es buena idea irse al pueblo en una epidemia?
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La peste negra y el error del 'Decamerón'. ¿Es buena idea irse al pueblo en una epidemia?

La tecnología y la ciencia son hoy nuestras mejores armas contra el coronavirus, pero ¿qué podemos aprender de la Antigüedad y su lucha contra enfermedades mucho más mortíferas?

Foto: 'El triunfo de la muerte'.
'El triunfo de la muerte'.

"En su comienzo, nacían a los varones y a las hembras, semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo, empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes. Y así como la buba había sido y seguía siendo indicio certísimo de muerte segura, lo mismo eran estas a quienes le sobrevenían. Y para curar tal enfermedad, no parecía que valiese ni aprovechase consejo de médico o virtud de medicina alguna; así, o porque la naturaleza del mal no lo sufriese o porque la ignorancia de quienes lo medicaban no supiese por qué era movido y por consiguiente no tomase el debido remedio, no solamente eran pocos los que curaban sino que casi todos antes del tercer día de la aparición de las señales antes dichas, quien antes, quien después, y la mayoría sin fiebre alguna u otro accidente, morían".

Florencia, 1348: la peste negra desangra la ciudad. Siete mujeres y tres hombres de la alta sociedad florentina se encuentran fortuitamente después de misa en la iglesia vacía de Santa Maria Novella y deciden huir de la ciudad escapando de la enfermedad y refugiarse en una villa abandonada en las afueras, en Fiesole. Allí pasarán 10 días contando relatos procaces y anticlericales, aislados, a salvo. ¿A salvo? Las últimas investigaciones sobre la mayor pandemia que haya sufrido jamás la humanidad en su historia arrojan una luz nueva e inquietante sobre aquella peripecia narrada por Giovanni Boccaccio en el 'Decamerón', obra cumbre en los albores de la literatura italiana y que tanto se ha citado estos últimos días de vertiginosa eclosión del coronavirus.

placeholder 'La peste negra' (Akal).
'La peste negra' (Akal).

El mejor libro al respecto es sin duda 'La peste negra (1346-1353): la historia completa', del noruego Ole J. Benedictow, traducido al español por José Luis Gil para la editorial Akal hace unos años y que ha vuelto a distribuirse estos días. Una exposición excepcional que relata el origen y difusión de la peste por Asia Menor, Oriente Medio, norte de África y Europa, el modo, el ritmo y la estacionalidad de la propagación, sus alucinantes tasas de mortalidad —aún más altas de la percepción habitual— y sus peculiares y nada obvias vías de transmisión. Y es este último asunto el que da la clave del mencionado error del 'Decamerón'.

Del Mar Negro a Mallorca

En el invierno de 1347, las hordas mongolas recién convertidas al islam asediaban el puesto mercantil italiano de Caffa (la actual Feodosia), en la península de Crimea en el Mar Negro, cuando la peste prendió entre los infieles exterminándolos a toda velocidad. Según crónicas de la época, antes de retirar el asedio, los tártaros colocaron los cadáveres amontonados en catapultas y los lanzaron al interior de la ciudad en lo que parece la primera operación de guerra bacteriológica conocida. Según explica Benedictow, esto es probablemente una noticia 'fake'. En cualquier caso, la enfermedad sí saltó de alguna forma las murallas de Caffa y, cuando los bubones empezaron a brotar, los italianos huyeron en sus barcos llevando consigo la peste a los principales puertos de Europa. El horror acababa de comenzar.

En el verano de aquel año, 12 galeras genovesas arribaron al puerto de Messina con su inesperado pasajero y se desató la catástrofe: los supervivientes huyeron de la ciudad diseminando el mal por toda Italia. En diciembre, había llegado a Marsella, y de allí saltó a Mallorca, empotrada en los ejércitos invasores que tomaron entonces la isla. Poco después recorría la península Ibérica como un reguero de pólvora. Ya en 1348, invadió el resto de Francia, Bélgica, Suiza... En junio tocaba tierra en las Islas Británicas y al año siguiente arrasaba el Sacro Imperio Romano Germánico.

placeholder Víctimas de la peste, con los característicos bubones, en una ilustración de la Biblia de Toggenburgo.
Víctimas de la peste, con los característicos bubones, en una ilustración de la Biblia de Toggenburgo.

"Muchos interpretaron la situación como una señal del fin del mundo", escribía el historiador inglés Peter Frankopan en su también excepcional 'El corazón del mundo'. "En Irlanda, un monje franciscano concluyó su testimonio acerca de los estragos causados por la peste dejando un espacio en blanco 'para continuar la obra, en caso de que quede alguien con vida en el futuro'. Existía cierta sensación de apocalipsis inminente; en Francia, los cronistas relataban que 'llovían ranas, serpientes, sabandijas, escorpiones y muchos otros animales venenosos similares'. Del cielo brotaban señales que evidenciaban con claridad el descontento de Dios: piedras de granizo enormes cayeron sobre la tierra, matando a docenas de personas, mientras que hubo ciudades y pueblos que quedaron arrasados después de que les prendieran fuego unos rayos que producían 'un humo nauseabundo".

Recuento macabro

Volvamos al libro de Benedictow sobre la peste negra. En sus últimas páginas, toca el macabro recuento de las muertes, siempre difícil pero que los trabajos historiográficos de los últimos tiempos han mejorado mucho. Y las cifras son aún peores de lo que pensábamos. Si hace apenas unas décadas se aceptaba que durante la peste negra había perecido entre una cuarta y una tercera parte de la población europea, la cifra real podría ser aterradoramente superior: en aquellos lugares donde tenemos mejores registros, los historiadores han observado una mortalidad de alrededor del 60%.

Si la población europea rondaba los 80 millones, según se cree, el número de muertos en la peste negra habría sido de 50 millones

Concluye el autor: "Si esos datos son representativos de los estragos producidos por la peste negra en otros lugares de Europa, y si la población europea rondaba en aquella época los 80 millones de personas, según se cree comúnmente, el número de muertos en la peste negra habría sido de 50 millones. Se trata de un resultado verdaderamente alucinante, aterrador y hasta desconcertante para quienes posean una sensibilidad emocional intacta. Eclipsa, incluso, los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y afectó al doble de las personas asesinadas por el régimen de Stalin en la Unión Soviética".

¿Campo o ciudad? Fin del enigma

Recordemos, para resolver el enigma apuntado al comienzo, el método de contagio de la peste. El enemigo es un bacilo, la Yersinia pestis, y el portador es la pulga de la rata negra. Se trata por tanto de una zoonosis, esto es, de una enfermedad que ataca básicamente a un tipo de animal y que, solo en ocasiones, se desborda al ser humano hallando en él una tierra promisoria para la infección. Como nuestro actual coronavirus —o Covid-19, por cierto—. Lo asombroso es que, en el caso de la peste, el contagio entre seres humanos es irrisorio, solo un tanto mayor en una de las modalidades de la enfermedad, la llamada peste neumónica. Es esencial que haya ratas. Las pulgas contagian a las ratas, las ratas mueren a montones —como en el inolvidable comienzo de 'La peste', de Albert Camus— y, cuando se quedan sin ratas, las pulgas saltan a nuestra especie.

Cuando los investigadores fueron conscientes del todo de esto, pudieron explicar al fin la desconcertante anomalía que se repetía registro tras registro: contra toda lógica, el índice de mortalidad de la peste negra era mucho mayor en zonas rurales, con menor densidad de población, que en las metrópolis densamente pobladas. Sencillamente, por los pueblos pululaban muchos más roedores que por las ciudades. Concluye Benedictow: "Este modelo epidemiológico explica de manera básica cómo la peste puede causar estragos tras su llegada a una unidad residencial de pequeño tamaño, y por qué la gravedad de su impacto sobre una población humana no aumenta con la densidad del asentamiento. La importancia de este descubrimiento es crucial; a mediados del siglo XIV, alrededor del noventa por ciento de la población de Europa, Oriente Medio o el norte de África vivía en el campo con una densidad que no era más que una pequeña fracción de la actual; y solo una enfermedad epidémica que poseyera esas propiedades de diseminación pudo haber causado la espectacular caída demográfica de la Baja Edad Media".

Así, como el infausto protagonista de 'Cita en Samarra', cuando los jóvenes adinerados del 'Decamerón' creyeron burlar a la parca en la ciudad escapando al campo, en realidad, se entregaron irremediablemente a ella sin saberlo.

"En su comienzo, nacían a los varones y a las hembras, semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo, empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes. Y así como la buba había sido y seguía siendo indicio certísimo de muerte segura, lo mismo eran estas a quienes le sobrevenían. Y para curar tal enfermedad, no parecía que valiese ni aprovechase consejo de médico o virtud de medicina alguna; así, o porque la naturaleza del mal no lo sufriese o porque la ignorancia de quienes lo medicaban no supiese por qué era movido y por consiguiente no tomase el debido remedio, no solamente eran pocos los que curaban sino que casi todos antes del tercer día de la aparición de las señales antes dichas, quien antes, quien después, y la mayoría sin fiebre alguna u otro accidente, morían".

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