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La muerte sonríe a los valientes: Boris Vian, genio del mañana
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sesenta aniversario de su fallecimiento

La muerte sonríe a los valientes: Boris Vian, genio del mañana

Un escritor a contracorriente en la estela que murió joven y dejó un bonito cadáver repleto de amargura ante la incomprensión por su hiperactividad

Foto: Boris Vian
Boris Vian

Boris Vian (Ville d’Avray,1920- París 1959) nació en la puerta de una maternidad en huelga y falleció en un cine el día antes de un paro de sepultureros. El inicio y la conclusión de su singladura resumen la heterodoxia de un hombre contracorriente en la estela, en este caso consciente, de morir joven y dejar un bonito cadáver repleto de amargura ante la incomprensión por su hiperactividad, propia de un poliedro con prisa, como si fuera la liebre de marzo con una trompeta en la mano.

Vian creció en el seno de una familia acomodada y su infancia fue idílica hasta la irrupción de la Historia en su camino. Hasta 1929 vivió en el sueño de una prosperidad centrada en el hogar familiar, con un padre rentista y una madre enfocada en procurar la tranquilidad de sus pequeños. El estallido de la bolsa de Wall Street en octubre de ese año arruinó el paraíso y precipitó un infierno maquillado. El clan alquiló su finca a los Mehuín y se trasladó a un dominio más exiguo de la misma para mitigar el impacto del golpe, primera piedra de un calvario surcado por la enfermedad.

El futuro terremoto padeció desde los doce años reumatismo cardíaco, y por si esto no fuera suficiente al cabo de poco tiempo añadió a su colección de males una nada despreciable fiebre tifoidea, forjadora de una personalidad reservada asimismo por la exagerada protección de sus progenitores.

placeholder Boris Vian en su juventud
Boris Vian en su juventud

Estos percances moldearon al adolescente, aficionado al ajedrez y con gran interés por el jazz, adhiriéndose al Hot Club del Hexágono, donde con posterioridad destacaría en la crítica musical por sus escritos sobre la cuestión, remarcables por su nula pedantería y análisis repletos de lucidez y lirismo. El encuentro con la música norteamericana le hizo entender la discriminación de los negros en el país de las barras y estrellas, algo vislumbrado aún con más claridad durante la Segunda Guerra Mundial, cuando tras la liberación descubrió, no sin asombro, el corto bagaje de los soldados en lo relativo a su gran pasión.

Vian se libró de batallar contra la Wehrmacht por su historial clínico. Como contrapartida ingresó en la Escuela Central de Arte y Manufacturas, decisión peculiar argumentada a partir del deseo de ganar dinero para no tener preocupaciones pecuniarias.

Mientras el conflicto asolaba Europa él crecía y configuraba el rompecabezas de su posterior comprensión. Superó su inexperiencia con las mujeres, debido en parte a la jaula de oro donde le encerraron, casándose con Michelle Léglise, su inseparable rubia del período glorioso. El matrimonio se reveló un núcleo de estabilidad en medio de un marasmo contradictorio, con la nación ocupada por los nazis mientras la licenciatura le procuraba un empleo muy bien remunerado como ingeniero en el sector del vidrio. Es en ese instante cuando empieza a escribir sin muchas pretensiones, eufórico por imitar la senda de Alfred Jarry, espejo casi religioso coronado en 1953, cuando fue aceptado en el cuerpo de Sátrapas del Colegio de Patafísica.

Estos referentes permiten comprender la esencia de la escritura de Vian, quien en un principio no pensó dedicarse a la literatura. El punto y final de las hostilidades y el asesinato de su padre en misteriosas circunstancias nunca esclarecidas conllevaron el paso de la afición a la profesión.

El rey de París

Con la llegada de la paz se abrieron nuevos horizontes. A través de una carambola el manuscrito de su primera novela, 'Vercoquin et le plancton', llegó a la mesa de Raymon Queneau, entusiasmado por ese inesperado talento del que se hizo amigo sin pestañear. Ambos paseaban por París a la búsqueda de sus rincones más ocultos mientras alimentaban su conversación de risas y absurdos surgidos de una imaginación desbordante, una voluntad de socavar los cimientos de lo tradicional y el deseo de romper con lo anterior para cimentar realidades narrativas fuera de la norma, con el juego como factor determinante.

El deseo de Vian era romper con lo anterior para cimentar realidades narrativas fuera de la norma

Vian, no contento con encumbrarse al tener asegurada la publicación de su ópera prima en Gallimard, desarrolló una actividad incesante propia de una juventud radical acelerada por el peligro de morir antes de tiempo. Siempre declaró que no esperaba llegar a los cuarenta, y eso explica su pluralidad desenfrenada, sin freno durante la posguerra, cuando se atrevió con el género romántico, siempre a su manera, con 'La espuma de los días', recuperada en nuestro siglo por Michael Gondry en una película desigual con demasiadas ínfulas por aspirar a igualar al creador original.

placeholder 'La espuma de los días'. (Alianza)
'La espuma de los días'. (Alianza)

En el libro, un fracaso en su época, como casi toda la producción de nuestro protagonista, aparece Jean Sol-Partre, parodia del filósofo. Claire Julliard ve en ese personaje el descaro, simple y meridiano, del autor, ansioso por conocer a Sartre, por aquel entonces un ícono transgresor en todos los sentidos, en la cima por sus textos y popular por su reinado en Saint-Germain-des-près. El truco cobró efecto y ambos desarrollaron una amistad enturbiada por el carisma del padre del Existencialismo, quien no contento con tantas veladas compartidas tuvo una aventura con Michelle Léglise, causa de la ruptura del idilio.

Antes de esta quiebra entre sábanas y ocurrencias acaecieron los dos episodios definitorios de la fama de Vian. Entre concierto y concierto, mientras los médicos le advertían de los riesgos para su frágil corazón, Vian cosechó desilusiones literarias, contaba con ganar el Premio de la Pléiade por 'La espuma de los días', y propuestas surrealistas que, como correspondía con su torbellino mental, aceptó casi sin pensárselo, aprovechando dos semanas de agosto de 1946 para escribir 'Escupiré sobre vuestras tumbas'. La tarea le resultó sencilla por su conocimiento del género negro norteamericano.

'Escupiré', afortunado verbo adoptado en lugar de bailaré, fue un puñetazo en la cara de la moral imperante. Vian nunca viajó a Estados Unidos, pues prefería evocarlo a constatar su realidad. En la novela un negro convertido en blanco, un fenómeno más o menos frecuente a partir de la gradación del color de la piel, venga la muerte de su hermano, linchado y colgado, mediante la seducción y asesinato de dos ricas blancas.

'Escupiré sobre vuestra tumba' fue un puñetazo en la cara de la moral imperante; también un triunfo de ventas

La obra, firmada por Vernon Sullivan bajo la supuesta traducción del mismo Vian, devino un triunfo de ventas y una sensacional polémica acuciada por los defensores de la moral. Mientras avanzaba la tormenta Vian se dio el lujo de ser la estrella del club Tabou, pequeño local de Saint-Germain transformado en el sitio de moda entre 1947 y 1948. No lo sabía, pero tanto él como Sartre fueron los precursores del turismo de parque temático. Lo que era una diversión derivó en la identificación del barrio con las caves y un determinado tipo de pensamiento. Los norteamericanos acudían a la zona para ver a los ídolos del museo viviente, figuras de carne y hueso transmutadas en cera para las cámaras.

placeholder Boris Vian tocando la trompeta
Boris Vian tocando la trompeta

El Tabou se quedó pequeño, reemplazado por el Saint-Germain, constelación de monstruos sagrados del jazz como Miles Davis. Vian siguió con lo suyo, indemne, en apariencia, a todos los vituperios de la prensa y con firme obcecación por ir más allá de su máscara pese a publicar tres novelas más bajo el heterónimo Sullivan, 'Todos los muertos tienen la misma piel', 'Que se mueran los feos' y 'Con las mujeres no hay manera', vehículo idóneo para desatar la ira del Cartel de acción social y moral capitaneado por Daniel Parker, quien el 11 de mayo de 1950 logró su objetivo con la condena de Vian a pagar cien mil francos de multa por ultraje a las costumbres. La farsa del seudónimo no se sostenía y el pago del importe supuso un cadalso de gran calibre, casi un ostracismo para el decenio siguiente, cuando la salud flaqueó y la estela legendaria, más visible hoy en día, topó con una sociedad conservadora y en permanente conflicto, poco dada a aceptar la genialidad de composiciones como 'El desertor', incómoda hasta los topes en esa Francia derrotada en Indochina y en la antesala de la crisis argelina.

La muerte puede ser un principio

Vian fue un inusual pionero. Amaba los coches, los reparaba y privilegiaba los antiguos para gastarlos a cincuenta kilómetros hora. Sus ficciones más elaboradas ni siquiera fueron maltratadas. Gallimard las despreció y sólo la irrupción del Nouveau Roman dio alas a 'El otoño en Pekín', considerado por Alain Robbe-Grillet como un precursor de su escuela.

En una de sus actuaciones musicales, breve e inquietante por el silencio de la platea, sólo un joven aplaudió. Se llamaba Lucien Gainsbourg

En los cincuenta Boris, llamado así por la afición materna a la ópera Boris Godunov, se separó de su mujer, se juntó con una bailarina y probó suerte como cantante. Sus actuaciones fueron recibidas con desdén. En una de ellas, breve e inquietante por el silencio de la platea, sólo un joven aplaudió. Se llamaba Lucien Gainsbourg y compartía con Vian ser un bicho raro destinado a quebrar todos los moldes. Sirva esa conexión como muestra del anticipo, de la magia expandida antes de la alarma fijada en el reloj de la convención.

La década se deslizó veloz, con demasiados sinsabores. El único aliciente fue ser director de la sección variedades de Philipps y de su filial Fontana, cargó al que renunció en 1959. Esos últimos meses tienen un poso de amargura al no tener responsabilidad alguna, cosas de no leer bien los contratos, en el guión de Escupiré sobre vuestra tumba. La cinta, dirigida por el novel Michel Gast, se estrenó la noche del 23 de junio de 1959 en el cine Marbeuf de los Campos Elíseos. Poco después de iniciarse la proyección Boris Vian cayó fulminado en su butaca por un infarto de miocardio. Eran las diez y diez. En mayo del 68 su irreverencia fue homenajeada. Tras tanto esputo en vida sonríe desde su sepulcro, ufano por ganar la partida, quizá triste por ser otra bestia domesticada en las premisas del canon.

Boris Vian (Ville d’Avray,1920- París 1959) nació en la puerta de una maternidad en huelga y falleció en un cine el día antes de un paro de sepultureros. El inicio y la conclusión de su singladura resumen la heterodoxia de un hombre contracorriente en la estela, en este caso consciente, de morir joven y dejar un bonito cadáver repleto de amargura ante la incomprensión por su hiperactividad, propia de un poliedro con prisa, como si fuera la liebre de marzo con una trompeta en la mano.

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