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La doble vida del señor R: el desaparecido al que Lobatón prefirió no encontrar
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El legado de 'Quién sabe dónde'

La doble vida del señor R: el desaparecido al que Lobatón prefirió no encontrar

Un cuarto de siglo después de reventar las audiencias televisivas, el periodista sigue buscando desaparecidos desde su fundación y alerta de los peligros del nuevo amarillismo

Foto: Paco Lobatón, con uno de sus libros. (EFE)
Paco Lobatón, con uno de sus libros. (EFE)

Imagine que tiene usted una familia. Un día decide desaparecer sin dejar rastro (por los motivos que sean, reprochables o no, pero que ahora no vienen al caso). Cambia usted de ciudad, de identidad y de vida. Forma una segunda familia (que desconoce la existencia de la primera, y viceversa). Vive con relativa placidez. Pero, ¡ay!, una noche enciende la tele para ver un programa del que todo el mundo habla —'Quién sabe dónde', que busca (con éxito) desaparecidos por toda España— y el corazón le da un vuelco: "¿Y si en el próximo programa vienen a por mí?", se pregunta.

Desde entonces, cada lunes por la noche se produce el siguiente ritual doméstico: 1) suena la melodía de 'Quién sabe dónde'; 2) sugiere usted cambiar de canal; 3) su familia número dos insiste en seguir viendo a Paco Lobatón; 4) ve usted el programa con los nervios crispados, con creciente malestar interno, al borde del telele. Cada vez está más convencido de que su familia número uno se pondrá en contacto con 'Quién sabe dónde' y le acabarán descubriendo. Decide atajar el problema de raíz: llama por teléfono a Paco Lobatón y le suplica que no le busque…

El hombre que me llamó para pedirme que no le buscara estaba realmente angustiado

Hasta aquí, la recreación de algo que sucedió de verdad en 1993, cuando 'Quién sabe dónde' se convirtió en un fenómeno social, y media España perseguía a Paco Lobatón para que buscara a sus seres queridos desaparecidos.

"El hombre que me llamó para pedirme que no le buscara estaba realmente angustiado. Me dijo que cada lunes, cuando empezaba el programa, se quería morir. Tras hablar con él, me di cuenta de que había que proteger a estas personas independientemente de sus motivos para desaparecer", recuerda ahora Lobatón (Jerez, 1951), mientras desayuna en la cafetería de un hotel madrileño.

'Quién sabe dónde' abrió entonces una nueva lista: estaba la de las personas a las que había que buscar, por petición de sus familias, y estaba la de las personas que NO había que buscar, bautizada como la Lista R, la Lista Reservada. Así que al misterioso caballero con doble vida que inauguró la lista le llamaremos el señor R.

Husmear en la vida de los otros siempre es complejo: uno de los desaparecidos encontrados por 'Quién sabe dónde' también había cambiado de vida: giraba por Extremadura con un circo (ni más ni menos). Al saber que su familia le buscaba por un tema de herencias, reaccionó a cámara más o menos así: "¡A buenas horas se ponen a buscarme! ¡Pues que esperen sentados! No pienso volver".

Otro hombre buscado facilitó enormemente el asunto al llamar al programa en directo. Ocurre que al otro lado de la línea telefónica había una mujer, lo que desconcertó a Lobatón: "Perdone, pero su voz no corresponde con alguien que se llame Gregorio". La mujer se explicaría más tarde: antes era un hombre, ahora era una mujer, y había desaparecido porque su familia nunca hubiera entendido el cambio de sexo.

No son anécdotas triviales: demuestran el nivel de complejidad ética de un género periodístico —los sucesos— tratado a veces como menor y con tendencia a la víscera. El propio Lobatón, de hecho, también tenía algo parecido a una doble vida: venía de Informativos —gente autoproclamada seria y rigurosa— y había acabado por casualidad al frente de 'Quién sabe dónde': la primera temporada (en La 2) la presentó Ernesto Sáenz de Buruaga; la segunda (1993), tras saltar a la primera cadena y con Lobatón al frente, reventó la televisión: 12 ediciones de 'Quién sabe dónde' se colaron entre los 20 programas más vistos de 1993, con audiencias de más de nueve millones de espectadores y rozando el 50% del 'share' en ocasiones. Estuvo en antena hasta 1998.

placeholder Lobatón, en el programa
Lobatón, en el programa

La era de la telebasura

El contexto es importante: Lobatón se puso al frente de un programa sobre desaparecidos en un momento en el que los sucesos televisivos estaban en una deriva amarilla crudísima por el caso Alcàsser.

Lobatón no imaginó que la cosa sería tan complicada, que se trataba de "material muy sensible", que "había que hacer las cosas con mucho cuidado" y que se iba a enfrentar a varias encrucijadas. Tanto le afectó la experiencia que ahí sigue un cuarto de siglo después: la semana pasada, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, presentó un informe sobre estos casos y prometió impulsar el Centro Nacional de Desaparecidos (CNSES); asuntos todos ellos dinamizados por Paco Lobatón desde la fundación Quién sabe dónde Global (QSDG).

Pese al exagerado éxito de 'Quién sabe dónde', pese a ser un programa de sucesos y pese a bordear el espectáculo televisivo en varias ocasiones, Lobatón salió bastante ileso de la batalla cultural contra la telebasura que marcó los años noventa, con las cadenas privadas de nuevo cuño experimentando con formatos de amarillismo emocional, y los críticos de televisión subiéndose por las paredes. Las teles privadas se pasaron tanto de frenada (recuerden el inenarrable especial de Antena 3 sobre las niñas de Alcàsser, con los cadáveres calientes y las familias desmoronándose en directo) que Lobatón parecía un apóstol del rigor y la contención en comparación.

El día que un adivino encuentre a un desaparecido, seré el primero en felicitarle; hasta entonces, no creo que deban aparecer en este tipo de programas

"Yo venía de Informativos, pasaba por ahí y acabé presentando el programa", recuerda el periodista, que fue enterándose sobre la marcha de dónde se metía y tuvo más de un roce con sus jefes directos: llegó a dimitir porque le obligaron a entrevistar a un vidente en directo. "El día que un adivino encuentre a un desaparecido, seré el primero en felicitarle y recibirle con una banda de música; pero hasta entonces, no creo que los videntes deban de aparecer en este tipo de programas, porque solo aportan especulación y levantan falsas expectativas en las familias: en lugar de reconfortarlas, aumentan su sufrimiento", razona.

Lobatón entendió, en definitiva, que para cubrir ciertos asuntos es mejor ir con el freno de mano echado. "Hay que tener sentido de la medida, no trabajar de oídas e ir pasito a pasito: un paso en falso puede generar más dolor que otra cosa en los familiares de las víctimas", aclara el periodista.

La fundación de Lobatón ha elaborado una guía de buenas prácticas para la cobertura de desapariciones. El periodista da varios ejemplos de lo que entiende por no pasarse de rosca, basados en su experiencia al frente de 'Quién sabe dónde': su pacto con su realizador para evitar ciertos planos de los familiares de los desaparecidos (no pinchar su cámara en caso de que sufrieran crisis o desvanecimientos en directo). Y otro ejemplo de lo más crudo: 'Quién sabe dónde' buscaba una vez a un desparecido y lo encontró… colgado de un árbol. Las imágenes nunca se emitieron. Cuando informaron del suceso, lo hicieron del modo más lacónico posible: "Su cuerpo ha aparecido sin vida", explicaron a la audiencia.

"La televisión tiene una dimensión espectacular por naturaleza. Quien diga lo contrario, miente. Pero hay espectáculos decentes y espectáculos denigrantes", afirma Lobatón.

La televisión tiene una dimensión espectacular por naturaleza. Quien diga lo contrario, miente. Hay espectáculos decentes y espectáculos denigrantes

Al periodista no le gusta el actual tratamiento de los sucesos en algunos magacines televisivos, habla de "trituradora de actualidad" y critica el "tratamiento desaforado y disparatado del caso de Diana Quer". No le gustó que algunos periódicos llevaran en portada una foto del cadáver de Diana Quer en una camilla: "Fue una extralimitación injustificada que hizo mucho daño a la familia. Lo que hay que preguntarse siempre es qué aporta informativamente el documento y qué efectos puede provocar sobre las familias", resume.

'Quién sabe dónde' no se libró de las críticas, algunas de ellas quizá justificadas —como la sentimentalización del dolor—, otras diluidas por los éxitos de un programa con un alto porcentaje de casos resueltos. Se criticó, por ejemplo, el uso de la puesta en escena (efectos de luz y sonido) del programa especial sobre Anabel Segura —estudiante madrileña secuestrada dos años antes en La Moraleja, cuyos secuestradores habían pedido rescate, pero de la que no se sabía nada de nada—. Dado que el caso estaba en punto muerto, la familia de Anabel Segura decidió jugar la baza de 'Quién sabe dónde'. Tras dos meses de preparativos a tres bandas —el programa, la familia y la policía—, Lobatón realizó un programa especial que hizo hincapié en que los espectadores estuvieran atentos a las voces de los secuestradores (grabadas durante una de las peticiones de rescate, y que habían sido ya emitidas en parte, pero nunca antes con este nivel de ceremonia y preparación).

Se trataba de captar la atención del espectador, aunque fuera recurriendo a la teatralidad: cada vez que se emitían las voces de los secuestradores, el plató quedaba en silencio y en tinieblas. Puesta en escena asesorada por expertos alemanes en resolver este tipo de casos.

Pues bien: funcionó.

Durante la emisión del programa, se recibieron 1.500 llamadas con presuntas pistas, atendidas por teleoperadores de 'Quién sabe dónde' y monitorizadas por agentes policiales. Un espectador reconoció con certeza absoluta la voz de uno de los secuestradores, que resultó ser "alguien muy cercano". El caso se había desatascado de golpe. Poco tiempo después, los secuestradores fueron detenidos. Un éxito "agridulce" desde cualquier punto de vista, según Lobatón, pues mató toda esperanza de encontrar con vida a Anabel Segura, que había sido asesinada horas después de su secuestro.

¿Se podía calificar de 'espectáculo' el programa de Anabel Segura? En cierto modo, sí, aunque yo prefiero hablar de 'ritual' o de 'ceremonia', zanja Lobatón. El fin justificó los medios en este caso.

Imagine que tiene usted una familia. Un día decide desaparecer sin dejar rastro (por los motivos que sean, reprochables o no, pero que ahora no vienen al caso). Cambia usted de ciudad, de identidad y de vida. Forma una segunda familia (que desconoce la existencia de la primera, y viceversa). Vive con relativa placidez. Pero, ¡ay!, una noche enciende la tele para ver un programa del que todo el mundo habla —'Quién sabe dónde', que busca (con éxito) desaparecidos por toda España— y el corazón le da un vuelco: "¿Y si en el próximo programa vienen a por mí?", se pregunta.

RTVE
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