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Los que han movido los hilos de la Historia (y nadie reconoce)
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PUBLICADO POR NÓRDICA

Los que han movido los hilos de la Historia (y nadie reconoce)

'Quién, qué, cuando. Los cómplices olvidados por la historia' recupera las vidas de los eternos secundarios que, tras la cortina, ayudaron a sus amigos o amantes a cambiar el mundo

Foto: Joe Martin y Julia Warhola (Nórdica Libros)
Joe Martin y Julia Warhola (Nórdica Libros)

‘Lolita’ no iba a ser publicada. Al menos esa fue la intención de Vladimir Nabokov cuando arrojó el borrador al fuego. Su mujer, amiga y agente, Vera Nabókova, rescató las hojas de las brasas de la chimenea. Fue la figura invisible detrás del genio que recibió todo el crédito, como tantas otras. Algunas son amigos, otras socios, otras maridos o mujeres. Son los llamados “héroes anónimos” de la historia, aquellos escondidos tras las figuras legendarias de la ciencia, el arte o la política, que ofrecieron su hombro, sus recursos o su ingenio y que se quedaron a la sombra.

placeholder 'Quién, qué, cuándo' (Nórdica Libros)
'Quién, qué, cuándo' (Nórdica Libros)

“El trueno está bien, el trueno impresiona; pero es el relámpago el que hace el trabajo”. Es la frase de Mark Twain que abre el libroQuién, qué, cuándo. Los cómplices olvidados por la historia (Nórdica) y que resume la esencia de estas relaciones entre genios y ayudantes, secundarios o impulsores. “Detrás de cada gran persona hay alguien que posibilita su ascensión. Amigos, parientes, socios, musas, entrenadores, amantes, profesores...”, escriben en la introducción los autores Jenny Volvovski, Julia Rothman y Matt Lamothe. “Este libro es un homenaje a todos ellos”.

Joe Martin, entrenador de Muhammad Ali

“Si quieres hablar con el que me hizo ser quien soy, habla conmigo. Yo me hice a mí mismo”, se vanagloriaba el talentoso Muhammad Ali. Y aunque es cierto que su talento natural jugó un gran papel a la hora de convertirlo en uno de los mejores boxeadores del mundo, no lo fue todo.

Joe Martin era entonces el dueño del gimnasio Columbia, un policía para quien el boxeo era su hobby. Entrenaba a los boxeadores para la competición amaetur Golden Gloves y producía un programa de boxeo aficionado para la televisión local, ‘Los campeones del mañana’. Un día, un joven llamado Cassius Clay llegó entre lágrimas al gimnasio. Había pasado el rato con sus amigos en el Service Club para veteranos que había en el piso de arriba y su bicicleta había desaparecido.

placeholder Ilustración de Joe Martin (Rubber House)
Ilustración de Joe Martin (Rubber House)

“¿Sabes cómo pelear?” le preguntó Martin. Clay había jurado vengarse del culpable pero no tenía ni idea de pegar. “¿Por qué no aprendes algo antes de meterte en disputas temerarias?” Así que Clay acudió al gimnasio para que el entrenador le impartiera algunas clases de boxeo. Aunque cuando empezó “no sabía diferenciar un gancho de izquierda de una patada en el culo”, quedó claro desde el primer momento que tenía un talento natural. Después de seis semanas de entrenamiento, tuvo su primer combate y Martin lo vio claro: “Pronto serás el más grande de todos los tiempos”.

Antes de alcanzar la fama como Muhammad Ali, Clay recorrió todo el país para competir en torneos, llevado por Martin y su esposa, quienes le compraban sándwiches en los bares de carretera en una época en la que se negaban a servir a afroamericanos. Antes de los Juegos Olímpicos de Roma, Martin se pasó horas convenciendo a Clay, que tenía miedo de los aviones, para que cogiera uno y participara. Volvió con una medalla y, en ese momento, supo que debía dejar el circuito amateur y contratar a un entrenador profesional. Martin y Muhammad Ali siguieron en contacto el resto de sus vidas. El mentor falleció en 1996.

Vera Nabokova, mujer de Vladimir Nabokov

Durante los 54 años que Vera Nabokova y Vladimir Nabokov estuvieron juntos, ella fue muchísimo más que su mujer. Empezó a estudiar Ingeniería Arquitectónica pero lo dejó para aprender a mecanografiar y trabajar como escritora y traductora. Vera tenía una enorme sensibilidad artística, era aguda, tenía mucha memoria y sabía varios idiomas. Sumando a ello lo mucho que creía en el genio de Vladimir, terminó convirtiéndose en algo similar a su agente. Similar porque “agente” se queda corto.

Vera se aseguró de que su marido se convirtiera en el gigante literario de su época: fue su amanuense, traductora, corresponsal jefe o agente literaria. Incluso se compró una pistola, por lo que también asumió el papel de guardaespaldas. Muchos sospechaban que también le echó una mano a la hora de escribir y otros aseguraban que ella era la auténtica autora. Como se encargó de todos estos aspectos, Nabokov tenía vía libre para escribir con la libertad que quisiera.

placeholder Vera Nabókova y Vladimir Nabokov cogiendo mariposas (Thomas Doyle)
Vera Nabókova y Vladimir Nabokov cogiendo mariposas (Thomas Doyle)

Si ‘Lolita’ se publicó, también fue gracias a Vera. En uno de sus arranques, Nabokov arrojó las páginas al fuego y ella las sacó de la chimenea. La relación de ambos se resume en el obituario del autor: “La dedicación que se profesaron el uno al otro fue absoluta”.

Julia Warhola, madre de Andy Warhol

Cuando Andy Warhol volvía del instituto a la hora de comer, su madre Julia le preparaba un plato de sopa Campbell. Años más tarde, cuando el artista se mudó a Nueva York para intentar vivir como dibujante comercial, su madre se fue con él. Estaba en la ruina y Julia se ocupó de él y de los asuntos domésticos. Gracias a eso, Andy Warhol pudo preocuparse de crear su arte. En una ocasión, y recordando aquellas tardes en las que volví a casa del instituto, le pidió a Julia que fuera al supermercado y le comprara latas de las 32 variedades de sopa Campbell. Si Andy salió adelante como artista, sin duda fue por la relación tan estrecha que guardaba con su madre.

placeholder Julia Warhola comprando latas de sopa Campbell (Leslie Herman)
Julia Warhola comprando latas de sopa Campbell (Leslie Herman)

“Las flores de hojalata que hacía mi madre con aquellas latas de fruta, de ahí que hiciera mis primeros dibujos de latas. Mi madre siempre tenía montones de latas, incluyendo las de sopa. Era una mujer maravillosa y una artista realmente buena y capaz”, contó Warhol en una ocasión. Junto con su madre, creó dos libros para su colección de gatos domésticos. Con el tiempo, Warhol adoptó su imagen de peluca plateada y ropa espiritual. Muchos de sus amigos comentaron cómo su aspecto se iba pareciendo cada vez más al de Julia.

A medida que la fama del artista creció, la relación con su madre se tensó. Ella no soportaba lo mucho que Warhol derrochaba y se sentía cada vez más sola. Él se avergonzaba ahora de su madre, que hablaba muy poco inglés y ella no tardó en expresar su frustración por la falta de reconocimiento: “¡Yo soy Andy Warhol!”

Cuando Julia murió el 22 de noviembre de 1972, Warhol se sintió incapaz de asumir la pérdida y no fue al funeral.

G. P. Putnam, marido de Amelia Earhart

Para Amelia Earhart, su carrera lo era todo. Aunque su situación económica al principio no le permitía dedicarse a ello, amaba volar, su pasión era el centro de su vida y pensaba que un matrimonio le impediría realizarse como persona. “Es vivir la vida como si fueras un robot doméstico”, decía. Y cuando conoció a G.P. Putnam, lo último en lo que pensaba era en tener una relación.

Putnam era un editor, autor y aventurero que también había sido alcalde de Oregón y servido en la Primera Guerra Mundial. Cuando conoció a Earhart buscaba una mujer para que fuera la primera que cruzara el Atlántico en avión en nombre de un patrocinador. La primera vez que Earhart voló se sintió como “simplemente equipaje” pero esta vez fue distinto. Gracias a Putnam, regresó con un triunfal desfile en Broadway, ya apodada Lady Lindy.

placeholder G.P. Putnam (Bjorn Rune Lie)
G.P. Putnam (Bjorn Rune Lie)

Putnam utilizó sus dotes de publicista y pronto Earhart estaba escribiendo libros, firmando autógrafos o dando conferencias, lo que le permitió ganar dinero y poder comprarse avionetas.

Finalmente, la relación de Putnam y Earhart fue más allá y él terminó pidiéndole matrimonio. La aviadora, que seguía con el mismo pensamiento sobre casarse, le rechazó cinco veces y, aunque aceptó, el día de la boda le mandó una carta pidiéndole un matrimonio abierto en el que no interfirieran en el trabajo del otro. Fue una relación de respeto, “una sociedad razonable”, como ella la definió. El 2 de julio, Earhart desapareció en el Pacífico.

Joseph Dalton Hooker, colega de Charles Darwin

placeholder Joseph Dalton Hooker (Masha Manapov)
Joseph Dalton Hooker (Masha Manapov)

“Ahora se lamentará y pensará ‘Con qué hombre he estado escribiéndome’”. Esta avergonzada frase se incluía en una carta que Charles Darwin le envió a su amigo Joseph Dalton Hooker. En ella, le contaba una de las primeras referencias a sus teorías de la evolución. Para Darwin, compartir esta información era como confesar un asesinato: estas afirmaciones de que las especies evolucionan chocaban con el libro del Génesis. En esta misma carta, Darwin también calificaba su trabajo de “idiota” y “muy presuntuoso”.

Antes de que comenzara su amistad, forjada por 1400 cartas, Hooker ya admiraba el trabajo de Darwin, por lo que no es de extrañar que lo animara a publicar su trabajo antes de que lo hiciera otro naturalista, Alfred Russel Wallace, que estaba a punto de publicar sus propias investigaciones sobre la evolución.

Hooker, con la ayuda del geólogo Charles Lyell, se aseguró de que cuando el trabajo de Wallace se presentó el 1 de julio de 1858, fuera Darwin quien recibiera el crédito por postular la teoría. El íntimo amigo de Darwin falleció el 10 de diciembre de 1911.

‘Lolita’ no iba a ser publicada. Al menos esa fue la intención de Vladimir Nabokov cuando arrojó el borrador al fuego. Su mujer, amiga y agente, Vera Nabókova, rescató las hojas de las brasas de la chimenea. Fue la figura invisible detrás del genio que recibió todo el crédito, como tantas otras. Algunas son amigos, otras socios, otras maridos o mujeres. Son los llamados “héroes anónimos” de la historia, aquellos escondidos tras las figuras legendarias de la ciencia, el arte o la política, que ofrecieron su hombro, sus recursos o su ingenio y que se quedaron a la sombra.

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