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'Wild Wild Country': los españoles que vivieron en la loca comuna de Osho
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"TENGO UN RECUERDO EXTRAORDINARIO"

'Wild Wild Country': los españoles que vivieron en la loca comuna de Osho

Luis Martín Santos y Alejandro Maíquez fueron en los ochenta parte de Rajnishpuram, el colectivo hippy que retrata la exitosa serie documental de Netflix

Foto: Sheela y Osho en una imagen de 'Wild Wild Country'.
Sheela y Osho en una imagen de 'Wild Wild Country'.

Luis Martín Santos llega paseando tranquilamente a la plaza de Salvador Dalí, en Madrid, vestido con un pantalón vaquero y una camisa azul. Saluda con un apretón de mano. Nada de túnicas naranjas, ni colgantes estrafalarios, ni reverencias. Es un tipo simpático y hablador, que matiza sus palabras de manera constante porque sabe que el tema que nos traemos entre manos puede resultar polémico. Charna (su nombre espiritual) fue uno de los poquísimos españoles que vivieron en Rajnishpuram, la comuna hippy en medio de Oregón que retrata la exitosa serie documental de Netflix 'Wild Wild Country'.

Dividido en seis partes, el documental narra la creación de una comuna de seguidores de Osho, uno de los maestros espirituales más populares de los ochenta, en medio de Oregón, y el choque con los residentes del pequeño pueblo de Antelope.

Foto: Imagen de la serie documental de Netflix, 'Wild Wild Country' (Netflix) Opinión

"Yo llegué en el 83", recuerda Martín Santos, "vi cómo crecieron muchos edificios y participé en la construcción de una de las carreteras. Estuve hasta el final. Vi cuando Osho abandonó el rancho. También cuando volvió y cuando se volvió a ir a Portland a declarar y abandonar el país". De origen donostiarra, con apenas 23 años, a principios de los ochenta, se había ido interesando por Osho cuando empezaron a llegar a España sus primeras publicaciones. Comenzó a practicar sus meditaciones y le parecieron un salto cualitativo de todo lo que había probado antes.

Tanto le interesó, que acabó cruzando el Atlántico en un velero. A su llegada a Estados Unidos, se fue a Oregón: "Pasé un total de 18 meses en 3 estancias. Presencié todo menos el suceso de los sin techo, en ese momento yo estaba en España. Pude observar el ascenso y la caída de Sheela. Observé la llegada de la seguridad y la paranoia, la transición de un experimento maravilloso en el que lo pasamos fenomenal, con sensación de ser unos privilegiados por participar en algo tan loco".

El contingente español en Oregón era mínimo. Martín Santos, haciendo memoria, recuerda a otros dos más, de los que solo guarda la pista de uno. Es Alejandro Maíquez, 'Avigan', un abogado madrileño que hoy trabaja como practicante de medicina tradicional en el Alentejo portugués (Maíquez, por su parte, recuerda a otra chica catalana, llamada Cándida, que según él pasó varias veces por el rancho).

placeholder Luis Martín Santos fue uno de los pocos españoles que vivió en la comuna de Osho en Oregón. (Jesús Gámiz)
Luis Martín Santos fue uno de los pocos españoles que vivió en la comuna de Osho en Oregón. (Jesús Gámiz)

Alejandro vive hoy a medias entre su casa y Monte Sahaja, una comunidad agrupada en torno al maestro espiritual jamaicano Anthony Paul Moo-Young, Mooji. En los ochenta, pertenecía a lo que él llama "la clase alta española de la época, de derechas". A los 17 años, lo enviaron un curso a Berkeley, en California, con un programa de intercambio. "Me llevaron un día a la Universidad de Berkeley y yo vi a la gente allí en el campus y todo lo que procedía de esa época hippy, que estaba en su auge", recuerda, "aquello fue lo que más me tocó. Me impactó una barbaridad. Algo se quedó ahí que me hizo pensar que había otra cosa".

A diferencia de Martín Santos, Maíquez estuvo de corrido en la comunidad de Oregón, unos veinte meses. Además, había vivido antes en la comuna original en India, a donde había viajado por tierra desde Turquía: "Conocí a un discípulo de Osho que me contó más sobre él. Al día siguiente cogí el tren y me fui para Puna. Era lo que quería hacer".

En aquella comunidad primitiva, Maíquez se topó con un ambiente de "increíble libertad sexual, pero una libertad más consciente, no pornográfica, con la sexualidad fluyendo entre todo el mundo". Su día a día en Puna lo resume de forma gráfica: "Yo vivía en una plataforma, en una palmera, todo el día con una tela alrededor del culo. Trabajaba como jardinero. Era como ir volando por la vida".

placeholder Alejandro Maíquez (izquierda) pasó veinte meses seguidos en la comuna.
Alejandro Maíquez (izquierda) pasó veinte meses seguidos en la comuna.

En 1981, la comuna se trasladó a Oregón, en buena parte por la creciente tensión con el gobierno indio. Maíquez se volvió a España. Medio peleado con su familia, desempeñó varios trabajos hasta reunir dinero para poder viajar a San Francisco. Allí, apañó por su cuenta un matrimonio de conveniencia con una estadounidense y estuvo un año y medio buscándose la vida antes de irse a Oregón. "Cuando yo llegué", dice, " la comunidad estaba, más o menos, en el punto en el que empieza el documental. Un poco antes de que tuviéramos nuestra propia policía. Era una comunidad muy distinta a la anterior, era otro juego completamente distinto, un juego del poder. Trabajábamos mucho, montamos una ciudad desde el principio, era muy ilusionante".

Los dos han visto el documental. Tienen algunas reservas y lamentan cierto sensacionalismo; que se centre más en los aspectos truculentos y en la figura de Sheela. Sin embargo, en líneas generales les ha parecido bien. "Me parece emocionante", apunta Martín Santos, "creo que han hecho un gran trabajo de fijación y recopilación de imágenes". Pero matiza: "creo que le da demasiado protagonismo a Sheela; entiendo que es atractiva mediáticamente, pero no han preguntado suficientemente lo que pasó. A Osho lo sacan de lejos y evitan hablar de él, no tienen tiempo para sus enseñanzas. ¿Cómo consiguió este señor reunir ese grupo de gente guapísima y maravillosa allí? ¿Qué les daba?". Por su parte, Maíquez valora que se haya dado voz a Swami Prem Niren (el abogado de Osho), con cuya posición se identifica totalmente: "que haya alguien que dé esa versión ya me parece un avance importante".

Llegan las armas

Los dos insisten en que para la gran mayoría de los residentes en Rajnishpuram, las maquinaciones del grupo dirigente que se creó alrededor de Sheela eran algo más o menos ajeno. "Yo estuve trabajando en una carretera, también en la panadería", señala Martín Santos, "era muy divertido porque era un lugar con mucha energía, con gente de otros países, un experimento comunitario muy divertido". Aunque apenas hablaba inglés y recuerda sentirse "deslumbrado" por el lugar, sí admite que en cierto punto el ambiente empezó a cambiar: "hubo un momento en el que empezaron los problemas de seguridad y pusieron las armas, aquello empezó a sonar un poquito raro".

Maíquez tampoco trataba de manera habitual con los dirigentes de la comunidad y recuerda más los aspectos cotidianos de la experiencia: "trabajábamos mucho, estábamos montando una ciudad desde el principio, era muy ilusionante. El tema del documental no era nuestro día a día, de los que estábamos allí dentro. Todos los días bailabas con Osho. Pasaba con el coche y se paraba donde tú estabas, si tocabas música, y podías tener un intercambio energético con él". Sí que estuvo implicado directamente en el programa de los sin techo, distribuyendo ropa, y recuerda que "a veces alguno daba problemas y aparecía una de las chicas. Una noche tuve que hacer de traductor para un portorriqueño". De cualquier modo, apunta que "hay una parte del documental que retrata a gente construyendo con ilusión una ciudad, y esta era la energía en la que nosotros estábamos. Riendo y trabajando muchas horas, pero de buen rollo".

Caí con el tiempo en que eso era en la época de la salmonela y que quizás querían infectarnos a nosotros también

Sin embargo, Maíquez también pasó un tiempo en la panadería, y años después ataría cabos entre una anécdota que le ocurrió allí y uno de los episodios más oscuros del documental: la intoxicación con salmonela de más de 700 residentes locales para impedir que votaran en las elecciones del condado de Wasco. "En una cena", recuerda, "yo estaba en la cocina de la panadería y había cajitas con fruta, queso, un panecito, y nos dijeron que las tiráramos todas. Yo las tiré. Luego caí con el tiempo en que eso era en la época de la salmonela y que quizás querían infectarnos a nosotros también para defenderse ante los medios".

Las relaciones entre los seguidores de Osho y los residentes de Antelope se fueron deteriorando hasta que las autoridades estadounidenses intervinieron para cerrar la comuna por todos los medios posibles. ¿Se podría haber reconducido la relación entre las dos partes? Con la perspectiva de los años, Alejandro Maíquez lo ve complicado: "tú pon a un cristiano fundamentalista y a un hippie que esté viviendo en libertad y ya me explicarás a mí adónde va a parar". Maíquez recuerda que, una vez, después de un festival, estaba sentado a la orilla de un lago y dos tipos lo empujaron al agua. "Si fuésemos quienes somos hoy, haciendo una cosa completamente distinta, con menos espíritu rebelde, quizás sí", dice, "pero en aquel momento pasó lo que tuvo que pasar". Hay un punto especialmente tenso en el documental, cuando las autoridades se preparan para entrar en el rancho a detener a Osho y se moviliza a la Guardia Nacional ante la posibilidad de un enfrentamiento armado. Martín Santos no cree que la gente estuviera de verdad dispuesta a luchar y justifica las medidas de seguridad "porque hubo un bombazo en Portland". Aun así, reconoce que "hubo una amenaza real y tuvimos suerte de que Osho escapara a Charlotte, porque de algún modo desvió el foco de atención". Y remata: "yo no estaba allí para defender nada ni me iba a poner a pegar tiros, entre otras cosas porque no tenía ningún arma".

placeholder Adoración a Osho: escena de 'Wild Wild Country'. (Netflix)
Adoración a Osho: escena de 'Wild Wild Country'. (Netflix)

Una de las cuestiones que revolotean sobre el documental cuando las cosas se descontrolan es hasta qué punto Osho era consciente de las ilegalidades que se cometieron o si estaba implicado en ellas. Martín Santos apunta a Sheela ("estoy seguro de que Osho no estaba metido en las ilegalidades, ni se me pasa por la cabeza") y tampoco tiene palabras amables para el gobierno estadounidense: "Yo no tomé parte en ninguna de las intrigas y tengo la opinión personal de que la exsecretaria fue responsable directa de los crímenes por los que fue acusada. La intención principal de las autoridades americanas, aprovechando la invitación de Osho a investigar, fue cargarse el experimento comunitario y acabar con Osho, y en ese empeño se produjeron un montón de irregularidades que pusieron en peligro su vida en el peor estilo al que nos tiene acostumbrados el gobierno americano". De esos últimos días de la comuna, tiene dos recuerdos especiales. Uno, cuando Sheela se fue, y con ella gran parte de la tensión: "la gente de la fuerza de paz tiraba las gorras al aire, como si se hubieran licenciado de la universidad". El otro, cuando empezaron a descubrirse cosas como las grabaciones clandestinas dentro de Jesus Grove, el centro operativo de poder. Describe una sensación de "decepción y rabia", que alguna gente proyectó sobre Osho y otros (la mayoría) sobre Sheela.

"The dream is over"

"Mal que bien, todo acabó con el acuerdo de Osho con las autoridades para abandonar Estados Unidos. Nos estuvo explicando lo que había pasado, nos dijo que nos podíamos quitar la túnica, de alguna manera desmontó aquello. Cuando se fue, hicimos una reunión con toda la comunidad, dijeron 'the dream is over' y ciao, se acabó". Maíquez, por su parte, quita drama a aquellos días crepusculares: "Yo me eché una novia alemana, cogimos un autobús y nos fuimos a Seattle, donde pasé algunos de los mejores años de mi vida". También participó en la segunda parte de la comunidad de Puna y estuvo allí en el momento de la muerte del maestro, y dice que estuvo tres meses con un subidón espiritual como no ha vuelto a tener otro.

"Osho era una especie de caravana", señala Martín Santos, "íbamos de un lado a otro intentando estar cerca de los experimentos que él montaba, pero luego tuve que rehacer mi vida tras volver a España".

Todo acabó con el acuerdo de Osho con las autoridades para abandonar EEUU. Nos dijo que nos podíamos quitar la túnica

Hoy él es traductor de la obra de Osho, agente literario y representante de su obra en castellano, publicada en 13 editoriales diferentes dentro del ámbito hispano. Aunque el maestro indio es una fuente de inspiración para él, un estilo y una forma de vida, insiste en que no le gusta la palabra "seguidor", que tiene, para él, un carácter borreguil con el que no se identifica. Subraya que no habla por nadie más que por sí mismo. También comparte y enseña sus famosas meditaciones activas y organiza eventos. Para agosto, está preparando un festival Osho en la localidad vasca de Artzentales (Vizcaya). Tiene un canal de Youtube que ha experimentado un crecimiento exponencial de visitas con el documental de Netflix y su página de Facebook cuenta con unos 900.000 seguidores.

A pesar de todo, de las maquinaciones, la tensión, los enfrentamientos, tiene un recuerdo bonito de Rajnishpuram, un recuerdo "vibrante y extraordinario, a estas alturas incluso con un cierto tinte romántico". Reconoce que hubo momentos duros, pero insiste en que no da por desperdiciado ninguno de los días que pasó allí. Cuando acabó, se alegró también por el fin de una etapa: "Las historias al final se pudren un poco, yo he aprendido a caminar". Cree que ha pasado mucho tiempo de todo aquello y lo encuadra en el cuelgue general de los años ochenta: "en esa época estaban los punkis, ETA matando en España... el mundo era una locura, no solo los sannyasin. Ver gente por la calle de rojo, con fotos de un señor que parecía Georges Moustaki, no era tan raro. Todo era un disparate y nosotros éramos un ingrediente más. A veces, en España, íbamos al Rastro en Madrid, no teníamos un duro. Nos señalaban y nos decían '¡mira, los orange, los de Baghwan!"

Por su parte, Maíquez también siguió su camino: acabó estudiando medicina tradicional china, hipnosis y otras disciplinas alternativas. Aunque ha tocado más palos, Osho lo ha acompañado siempre de un modo u otro. Al otro lado del teléfono, desde su casa en Portugal, resume su periplo en Estados Unidos mientras intenta, a duras penas, contener las lágrimas: "yo de toda la experiencia de Oregón no puedo estar más feliz. Estoy absolutamente agradecido. Me emociono porque me toca el corazón. Solo siento que fue un privilegio estar con Osho y me siento inmensamente agradecido".

Luis Martín Santos llega paseando tranquilamente a la plaza de Salvador Dalí, en Madrid, vestido con un pantalón vaquero y una camisa azul. Saluda con un apretón de mano. Nada de túnicas naranjas, ni colgantes estrafalarios, ni reverencias. Es un tipo simpático y hablador, que matiza sus palabras de manera constante porque sabe que el tema que nos traemos entre manos puede resultar polémico. Charna (su nombre espiritual) fue uno de los poquísimos españoles que vivieron en Rajnishpuram, la comuna hippy en medio de Oregón que retrata la exitosa serie documental de Netflix 'Wild Wild Country'.

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