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El productor de cine ayer y hoy: la vocación y el riesgo
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El productor de cine ayer y hoy: la vocación y el riesgo

El productor de cine y el torero se parecen en dos cosas: viven del espectáculo, y tienen que arriesgarse para satisfacer a su público en una cómoda butaca o en la dura piedra de un tendido

Foto: El productor fallecido Elías Querejeta. (EFE)
El productor fallecido Elías Querejeta. (EFE)

El productor de cine debe “morir en la plaza”. Es un decir, claro. No es que los actuales productores de cine tengan que morir físicamente, como les ha ocurrido a algunos grandes toreros, pero sí tienen que estar dispuestos, al igual que aquéllos, a “darlo todo”. Es famoso aquel espeluznante cruce verbal entre un grande de la Literatura, don Ramón María del Valle-Inclán, y un maestro de la tauromaquia, Juan Belmonte.

Después de que el diestro sevillano tuviera una tarde de gloria, el dramaturgo, encendido de admiración por el toreo sublime, le gritó desde la barrera:

- “Ahora, Juan, ya sólo te queda morir en la plaza”.

- “Se hará lo que se pueda, don Ramón; se hará lo que se pueda”, le respondió el “pasmo de Triana”.

El productor de cine y el torero se parecen, al menos, en dos cosas: ambos viven del espectáculo, y ambos tienen que arriesgarse para satisfacer a su público, esté sentado en una cómoda butaca o en la dura piedra de un tendido.

Centrémonos en el mundo del cine, que es cosa de Furtivos.

El productor es todo. Su papel es inabarcable, por más que brillen los directores y los actores, máxime cuando unos y otros se convierten en estrellas.

Cuestión aparte es la notoriedad que tienen los directores que también son productores, caso, en nuestra madre patria, de Pedro Almodóvar, José Luis Garci, Fernando Trueba, Alex de la Iglesia, José Luis Cuerda y algún otro.

Es todo

Es productor aquel que desarrolla un proyecto, que incluye seleccionar al director, actores principales, tomar decisiones sobre el guion, supervisar el rodaje y la postproducción, intervenir en la distribución y la difusión de la película, definir su carrera de presencia en festivales. Lo dicho: el productor es todo. Tanto es así que, para repartir el juego, Hollywood se inventó funciones de menor responsabilidad, como la del productor ejecutivo, el coproductor o el productor asociado.

España ha contado con muchos profesionales históricos y recientes, que han acumulado una producción significativa y mantenida

En la historia de nuestro cine, España ha contado con muchos profesionales históricos y recientes, que han acumulado una producción significativa y mantenida en el tiempo, pero ahí están nombres que han llenado décadas de arte cinematográfico: Cesáreo González, Benito Perojo, Elías Querejeta, Emiliano Piedra, Pedro Masó, José Luis Dibildos, Alfredo Matas y José Vicuña, Jose Sámano, Luis Megino, Andrés Vicente Gómez, Gerardo Herrero, Pedro y Agustín Almodóvar, Julio Fernández o Enrique Cerezo, entre otros.

Hasta hace unos años, estos productores han sido los impulsores de un cine español que en cada una de sus épocas ha sabido ofrecer productos populares y también un cine de calidad artística que ha llevado sus películas a festivales como Cannes, Venecia o Berlín, cuando no directamente a Hollywood.

Ellos han sido el cine español y sus agentes más activos ante la televisión, el ministerio de Cultura, los medios de comunicación y el resto del sector.

En los últimos años se han incorporado productores, algunos de ellos/ellas con una filmografía ya muy notable, que se plantean, en general, un cine con talante más mercantil, quizás como respuesta a la acusación de haber perdido por abandono a nuestro público, a lo que deben añadir la vocación y disposición al riesgo que ha sido siempre la marca de los viejos productores, esos capaces de dejarse el pellejo, de acabar arruinados, de, sí, siempre “darlo todo” hasta morir en la plaza. Es justo reconocer que algunos de los aparecidos en los últimos años han realizado películas españolas que han hecho volver espectadores a las salas, al igual que a directores triunfar fuera de España. Sin embargo algunos de estos nuevos productores han dinamitado instituciones como FAPAE para reducirla a la nada. Han perdido su capacidad de influencia con el Gobierno y, por tanto, su derecho a exigir del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA) y de otras instancias oficiales el cumplimiento de sus obligaciones y una política cinematográfica ambiciosa, a la altura de nuestra potencialidad como país, como ha dejado claro a lo largo de la historia. Y han desaparecido de los medios, siquiera sea (hombrón gordote, cigarro puro en mano, sin llegar a los insanos ejemplos norteamericanos recientes, ¡ahí ni media broma!) en forma de caricatura.

Un equilibrio necesario

La entrada de las televisiones comerciales en la producción de cine no ha conseguido aún el equilibrio necesario entre su papel preponderante, -“yo financio, yo decido”- y el del productor que pone en marcha un proyecto -denostado en su rol por los ejecutivos de las televisiones al ser acusado de no tomar ningún riesgo-. La conclusión es que la mayoría de los proyectos pueden nacer con la sola ambición de un buen recorrido comercial en salas y luego en televisión, como prolongación de la programación tipo de la cadena de turno; abandonando la pretensión de firmar una gran obra cinematográfica para ahora, y para el resto de sus días. Igual problema es la fragmentación cada día mayor: en un total de 211 estrenos de largometrajes en los últimos meses, han participado 450 productoras distintas; esto es, el doble de empresas que de películas.

Hemos pasado de dos grandes centros de producción, como eran Madrid y Barcelona, a ver productoras que, cual hongos, crecen por toda la geografía de país al calor de las televisiones autonómicas. Y de ahí salen películas que rara vez consiguen una cierta difusión nacional, por no hablar del salto al extranjero.

Frente a ellas, productos de televisiones que vienen dados por razones de oportunidad económica, cuya permanencia depende de unos incentivos fiscales muy ventajosos en la actualidad para quien tiene resultados con los que puede desgravar. En este último contexto, el cine pasa a ser un "contenido" al servicio de los programadores en detrimento de su categoría como producto destinado a la exhibición cinematográfica y sin correr los riesgos creativos y financieros propios del productor independiente.

Estamos viviendo el auge de las series “premium”, en las que están recalando buena parte de las gentes de la industria cinematográfica. Las plataformas como Movistar+, Netflix, HBO, Amazon, Fox, y las que vengan, no limitan su papel a la distribución de contenidos sino que se han convertido en productoras de obra nueva, para diferenciar su oferta de la del competidor y así atraer y mantener a sus clientes.

Es importante el papel de las televisiones -de las de antes y de estas nuevas plataformas- con relación al cine, ya que han abierto nuevas ventanas de exhibición inexistentes hace dos décadas. El cine y la televisión , la televisión y el cine están condenados a vivir el uno con el otro, a mirarse a la cara, a no perderse de vista. Pero el papel del productor se ha degradado desde que los propios canales han asumido una función profesional que, a nuestro furtivo juicio, no les corresponde.

Las circunstancias del mercado cinematográfico han cambiado radicalmente. Las ofertas de entretenimiento crecen y crecen pero el cine sigue siendo la locomotora de un tren con muchos vagones.

Lo que no ha cambiado es la naturaleza narrativa del cine. Se sigue necesitando un profesional cualificado a sus mandos. Este es el productor.

Continuará…

El productor de cine debe “morir en la plaza”. Es un decir, claro. No es que los actuales productores de cine tengan que morir físicamente, como les ha ocurrido a algunos grandes toreros, pero sí tienen que estar dispuestos, al igual que aquéllos, a “darlo todo”. Es famoso aquel espeluznante cruce verbal entre un grande de la Literatura, don Ramón María del Valle-Inclán, y un maestro de la tauromaquia, Juan Belmonte.

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