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'¡Lumière!'. Los secretos que guardan las películas perdidas de los padres del cine
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'¡Lumière!'. Los secretos que guardan las películas perdidas de los padres del cine

El documental dirigido por Thierry Frémaux ha llegado este fin de semana a la cartelera española

Foto: Fotograma de '¡Lumière!'. (Caramel Films)
Fotograma de '¡Lumière!'. (Caramel Films)

Hace algún tiempo, en medio de una expedición de arqueología doméstica, mi madre encontró enterradas en algún lugar escondido de la casa las cintas beta de la primera cámara de vídeo que se compró mi padre. Después de convertir las cintas a DVD, organizó una sesión de cine casero. El cine tiene siempre algo de eucaristía, de contemplarse a uno mismo a través de las películas como parábolas paganas. Allí estaban mis hermanas, pequeñas, minúsculas, aprendiendo a nadar. Allí estaba mi madre, risueña y payasa. Mi padre, siempre detrás de la cámara, como un ente inmaterial reducido a una voz. Y luego una adolescente, huraña y malencarada, que me había robado el nombre, la cara y los gestos, pero que a mí me resultaba una extraña. Vacaciones, cumpleaños, navidades, excursiones. A los años 90 le siguieron los 2000. La sensación de verlos —¿vernos?— a todos al otro lado de la pantalla fue difícil: sentí tanta curiosidad como ganas de llorar.

Foto: Fotografía de Alice Guy
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Porque el cine, la imagen en movimiento, sobrevive al paso del tiempo en el frágil equilibrio entre la fascinación y la fantasmagoría, en un punto agridulce entre el disfrute y el pellizco en el estómago de un momento robado que jamás volverá a ocurrir. Un pellizco que persiste hoy cuando la pantalla devuelve la imagen de un bebé que fue, hace más de 120 años, y que come durante 41 segundos de la cuchara que le acerca su padre, Auguste, frente a la cámara de su tío, Louis, de apellido ambos Lumière. Ese momento, que ha pasado a la historia del cine como 'Le répas de bébé' (1895), es una de las 108 películas cortas —muchas de ellas desconocidas hasta ahora— filmadas por los hermanos pioneros del invento del cine que recoge '¡Lumière! Comienza la aventura', un documental en el que Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes y director del Instituto Lumière de Lyon, rescata y restaura alrededor de 90 minutos de pura seducción cinemática y que este fin de semana llega a las salas comerciales españolas.

Frémaux hace un repaso de los primeros y vacilantes pasos del cine a través de las grabaciones de los hermanos, desde la primera película mostrada en público el 28 de diciembre de 1895 en el Salon Indien del Grand Café de París, hasta la grabación con la que terminaban la mayoría de sus proyecciones, con el mago francés Félicien Trewey escribiento en un cartel de atrás a adelante y de una tacada "Señoras y señores, nuestro agradecimiento". Porque los primeros años del cine fueron producto de la osadía y la experimentación, desde la propia invención del cinematógrafo hasta el descubrimiento de para qué narices podría ser útil el aparato. Y '¡Lumière! Comienza la aventura' descubre, siguiendo la estela centenaria del viaje de los hermanos, la evolución de un lenguaje en el que ellos mismos construyeron los cimientos. ¿Qué quiero transmitir? ¿Cómo lo quiero hacer? ¿Dónde pongo la cámara? ¿Simplemente ruedo lo que ocurre en la realidad o intervengo y fuerzo que ocurra algo mientras ruedo?

'La salida de la fábrica Lumière de Lyon' el 19 de marzo de 1895 es una radiografía de la clase trabajadora

Conmueven y sorprenden los esfuerzos de Louis Lumière, cabeza creadora del dúo, por descubrir todas las posibilidades de su propio invento. El primer plano fijo, 'La salida de la fábrica Lumière de Lyon' el 19 de marzo de 1895: faldas largas, camisas abullonadas y sombreros, bigotes, alguna boina, alguna pajarita, como una radiografía de la clase trabajadora francesa de finales del siglo XIX. El primer 'remake': la misma posición de cámara, una imagen mucho más contrastada y, ¡oh sorpresa!, un carro tirado por un caballo como prueba para las generaciones posteriores de un mundo previo al monopolio del motor. El primer trávelin, el primer plano corto y la primera puesta en escena, porque el documental defiende que, contra la creencia tradicional y mayoritaria, los Lumière no solo documentaron la realidad, sino que también hicieron 'ficción', aunque fuera de una forma primitiva y rudimentaria.

placeholder Un fotograma de '¡Lumière!'. (Caramel Films)
Un fotograma de '¡Lumière!'. (Caramel Films)

El 30 de diciembre de 1895, el diario francés 'La Poste', le dedicó una columna visionaria al nuevo invento, como la fórmula conocida más próxima a la inmortalidad, según cuenta el escritor Alejandro Montiel en el libro 'Teorías del cine: un balance histórico'. "La fotografía ha dejado de fijar la inmovilidad. perpetúa la imagen de movimiento. La belleza de la invención reside en la novedad e ingeniosidad del aparato. Cuando todos puedan fotografiar a sus seres queridos no ya en su forma inmóvil, sino en su movimiento, en su acción, en sus gestos familiares, con las palabras al filo de los labios, la muerte dejará de ser absoluta".

Antes de convertirse en una industria multimillonaria, el cine nació como una atracción de barraca, como una rareza que despertó la curiosidad de la comunidad científica primero, de las clases populares después y, finalmente, incluso de las clases nobles —bien sabida es la afición de Alfonso XIII por las películas pornográficas mudas—, que vieron el invento como la última prueba de la modernidad. Y también atrajo la atención de los artistas e intelectuales: entre los primeros espectadores, un poco emocionado Máximo Gorki, que en verano de 1936 definía el cine así: "La noche pasada estuve en el reino de las sombras. Si supiesen lo extraño que es sentirse en él. Un mundo sin sonido, sin color. Todas las cosas —la tierra, los árboles, las gentes, el agua y el aire—están imbuidas allí de un gris monótono. Rayos grises de sol que atraviesan el cielo gris, grises ojos en medio de rostros grises y, en los árboles, hojas de gris ceniza. No es la vida, sino su sombra, no es el movimiento, sino su espectro silencioso". Aunque Gorki nunca fue un dechado de alegría.

placeholder Otro momento de '¡Lumière!'. (Caramel Films)
Otro momento de '¡Lumière!'. (Caramel Films)

'¡Lumière! Comienza la aventura' es un documento histórico imprescindible, pero también un canto de amor al cine y a la vida. El espectador es consciente de estar ante una reliquia, pero también ante un paisaje sentimental atemporal con el que todavía es fácil empatizar y, desde luego, emocionarse, 120 años después.

Cartel de '¡Lumière!'."Hemos visto 108 películas rodadas por el cinematógrafo. En total, Louis Lumière y sus operadores de cámara rodaron 1422, lo que deja muchas todavía por descubrir", apunta la voz de Frémaux a modo de epílogo. "Es verdad que antes del cinematógrafo se inventaron muchas máquinas curiosas, pero ninguna después. Cuando Louis Lumière rodó sus primeras películas, el reto ya se había conseguido de una vez por todas. Fue el último inventor y el primer director, y desde el principio convirtió el séptimo arte en algo alegre, tierno e universal".

Hace algún tiempo, en medio de una expedición de arqueología doméstica, mi madre encontró enterradas en algún lugar escondido de la casa las cintas beta de la primera cámara de vídeo que se compró mi padre. Después de convertir las cintas a DVD, organizó una sesión de cine casero. El cine tiene siempre algo de eucaristía, de contemplarse a uno mismo a través de las películas como parábolas paganas. Allí estaban mis hermanas, pequeñas, minúsculas, aprendiendo a nadar. Allí estaba mi madre, risueña y payasa. Mi padre, siempre detrás de la cámara, como un ente inmaterial reducido a una voz. Y luego una adolescente, huraña y malencarada, que me había robado el nombre, la cara y los gestos, pero que a mí me resultaba una extraña. Vacaciones, cumpleaños, navidades, excursiones. A los años 90 le siguieron los 2000. La sensación de verlos —¿vernos?— a todos al otro lado de la pantalla fue difícil: sentí tanta curiosidad como ganas de llorar.

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