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Zuloaga, el pintor que quiso convertir la España folclórica y rancia en moderna
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en la fundación mapfre de madrid

Zuloaga, el pintor que quiso convertir la España folclórica y rancia en moderna

Fuera le pedían 'españoladas', pero el pintor vasco quería ser moderno. Combinó ambos conceptos para crear una exitosa (fuera de nuestras fronteras) identidad nacional

Foto: 'Víspera de la corrida', Ignacio Zuloaga (1898) (Museo de Bellas Artes de Bélgica)
'Víspera de la corrida', Ignacio Zuloaga (1898) (Museo de Bellas Artes de Bélgica)

La España negra y adusta de tonos oscuros, mantilla, abanico, toreros y folclore fue la que hizo famoso a Ignacio Zuloaga. Aquí el tópico encendía el debate, pero fuera esa imagen exótica desprendía modernidad y cambiaba la idea de la espiritual España. Esta bipolaridad envolvió al pintor de Eibar en una polémica que no buscó aunque le acompañó toda su vida: le convirtió un "pintor de españoladas" denostado por sus estereotipos en casa y reconocido a nivel europeo.

Tanto fue así que en la Exposición Universal de París de 1900 su obra 'Víspera de la corrida' fue rechazada con gran oposición por el Gobierno español para representar al país (al final lo hizo Sorolla) porque "perpetúa una imagen estereotipada y atrasada de España" y, según apuntaban las crónicas de la época, por su condición de vasco. "¡Nacionalismo a un lado y otro de los Pirineros!", analizaba el diario 'Le Cri de Paris'. Con esta obra había ganado dos años antes la primera medalla de la Exposición de Bellas Artes de Barcelona y ese mismo 1900 se expuso en Bruselas y fue comprada por el Gobierno belga. Dio igual porque el debate entre la España negra y la blanca ya estaba en una agenda a vueltas, una vez más, con la identidad nacional.

La Fundación Mapfre dedica una interesante retrospectiva a Zuloaga que pretende romper con el "rechazo" hacia el pintor y borrar la idea de que pertenecía a la Generación del 98 —ellos quisieron hacerle suyo porque "le venía bien para explicar sus doctrinas"— para destacar su modernidad y éxito internacional. 'Zuloaga en el París de la Belle Époque (1889-1917)', que se podrá ver hasta el 7 de enero, reúne más de 90 obras del pintor vasco y de compañeros y amigos como Picasso, Touluse-Lautrec, Gauguin, Blanche, Rodin, Bernard, Sérusier o sus admirados Goya, Zurbarán y El Greco, pero sobre todo subraya la figura de un pintor, a medio camino entre España y Francia, que quería combinar el sentido de la tradición y la visión moderna influido por ese París en plena ebullición cultural y por el simbolismo.

​"Tuvo un enorme éxito en Europa y frente a ello nunca expone en España sino que en España hay un rechazo hacia él. Siempre fue víctima de un debate sobre la imagen de España, sobre cómo debe entenderse España. Él nunca estuvo en ese debate, pero sí se le entendió así y quedó como el pintor de la Generación del 98 sin que jamás manifestara interés ni jugara un papel en ella", asegura Pablo Jiménez Burillo, comisario junto a Leyre Bozal de la exposición.

placeholder 'Retrato de Maurice Barrès', Ignacio Zuloaga (1913) (Museo d'Orsay)
'Retrato de Maurice Barrès', Ignacio Zuloaga (1913) (Museo d'Orsay)

"Cinco o seis exposiciones han bastado a la élite francesa para buscar, cuando se abre cada Salón, los cuadros de Zuloaga, con la certeza de encontrar maravillas de pintura, de carácter y de evocación". Así expresaba el crítico Camille Mauclair en 1910 el éxito internacional del pintor vasco. "Él nos ha dado a España tal como la soñamos, tal como aprendimos a comprender su grandeza; con su visión inolvidable hemos sentido una raza, hemos saludado al heredero de los viejos maestros", añadía. Porque el pintor vasco, además de vivir en París en varios periodos durante 25 años, expuso con Gauguin, Toulouse-Lautrec, fue amigo de Bernard y Rodin mientras que en su país su visión de la España profunda no estaba bien vista. "Un pintor español pintando españoladas que nos resulta antipático", resume Jiménez Burillo.

Rodin llegó a decir que Zuloaga "representaba la España real", su verdadera identidad o, como dirían muchos hoy, su marca. "Yo estuve, hace años, en España, con ese pintor que era el mejor de los españoles y no le querían, en España no le querían", afirmó. "Zuloaga conserva la dignidad española", añadió Sickret. Sin embargo este acople de tradición pura y modernidad no tuvo un encaje fácil para Zuloaga. Llegó por primera vez a París en 1889, estudió en la Academia Verniquet y dio sus primeros pasos en un impresionismo "de interior", como lo define Bozal. Quería seguir la moda de sus contemporáneos. Sin embargo, en la capital del arte a finales del XIX le demandaban obras "españolas". Esto le llevó a una crisis personal porque quería ser cosmopolita.

placeholder 'Celestina', Ignacio Zuloaga (1906) (Museo Reina Sofía)
'Celestina', Ignacio Zuloaga (1906) (Museo Reina Sofía)

Volver a España fue lo que reconcilió en él lo moderno y lo español, entender la tradición como necesaria para el progreso, al igual que el descubrimiento de El Greco. El pintor griego influyó claramente en obras como 'Retrato de Maurice Barrès' o 'Mujer de Sepúlveda'. "Fue responsable del revival del Greco junto con Rusiñol. Quizás es porque El Greco encarna la figura del pintor tradicional en sus temas pero también moderno por su libertad, igual que él", añade Bozal. De hecho, Zuloaga fue un gran coleccionista, como se puede ver en la exposición, y todo empezó con el pintor griego. Con 20 años compró uno de sus lienzos y fue uno de los impulsores de su renacimiento internacional. En la muestra se pueden ver 'San Francisco' y 'La anunciación' así como 'Los fusilamientos' y 'Herido en un hospital', de Goya, 'Santa Úrsula', de Zurbarán, y tres bronces y dos terracotas de Rodin que eran del vasco.

Volver a España fue lo que reconcilió en él lo moderno y lo español, entender la tradición como necesaria para el progreso

La obra de Zuloaga cabalga entre la estética más 'española' de esos retratos de mujeres con mantillas negras y rostro áspero, abanicos, claveles, mantones, gitanos y guitarras, como se puede ver por ejemplo en el de Doña Rosita Gutiérrez, a los retratos más modernos con mujeres de la aristocracia en actitud fuerte y seguras de sí mismas, como los de la condesa Mathieu de Noailles y el de Madame Malinowska. Fue un gran retratista y encontró en este género una importante rentabilidad económica... y también polémica. Por ejemplo, con 'El viejo verde' fue criticado por "falta de españolismo" por presentar el lienzo en la Exposición de Roma de 1911 como invitado internacional del comité organizador mientras que su 'española' 'Mi tío y mis primas' fue descrita en Le Figaro como "una de las páginas más originales, más vivas y más nerviosamente pintada de la exposición".

placeholder 'La Celestina (La tuerta)', Pablo Picasso (1904) (Museo Nacional Picasso de París. Donación de Fredrik Roos)
'La Celestina (La tuerta)', Pablo Picasso (1904) (Museo Nacional Picasso de París. Donación de Fredrik Roos)

Esa visión más andaluza de las raíces españolas en su última etapa se torna castellana y se convierte en un claro sucesor de Velázquez o Goya. El 'Paisaje sintentista', 'El reparto del vino', 'Tipos de Segovia', 'El alcalde de Torquemada' (que cambió a Rodin por tres de sus esculturas) o 'El enano Gregorio el botero' dan buena cuenta de este estilo más austero. "Gregorio Botero es un símbolo, si se quiere un mito español", dijo Ortega y Gasset. Además, en esa nueva mirada hacia su país, comparte temas con otros coetáneos como Picasso: enanos, toreros, alcahuetas, bailes folclóricos... Un ejemplo de ello es la sala en la que se encuentra 'Celestina', una imponente y sugerente obra de Zuloaga en la que no renuncia al 'españolismo' con un toque lautreciano. Representa el exotismo a través de esa mujer de corte alargado (muy al estilo del Greco) que posa en un burdel semidesnuda a la espera de que su celestina termine su conversación tras la puerta. Frente a ella, 'La Celestina' de Picasso seria, hierática y de luto admira con su ojo a su comadre convertida en un auténtico símbolo.

Ese viaje a las raíces es en el que Zuloaga se encumbra como paradigma de una identidad nacional que ensalza la dignidad de sus tradiciones pero abordándolas como algo novedoso. Una nueva mirada que funde realismo y simbolismo y tradición y modernidad para labrar su imagen de España. "Precisamente por haber salido de su patria, por haber comparado las distintas escuelas, ha conseguido averiguar lo que fue España, lo que es España en su carácter inmutable", señaló Ramiro de Maeztu. "Zuloaga es tan gran artista porque ha tenido el arte de sensibilizar el trágico tema español", escribía Ortega y Gasset en 'El imparcial' en 1911. El pintor, añadía en 1905 otro diario francés, de la transformación: "el Velázquez del siglo del automóvil, el Goya de los primeros fulgores de la electricidad".

La España negra y adusta de tonos oscuros, mantilla, abanico, toreros y folclore fue la que hizo famoso a Ignacio Zuloaga. Aquí el tópico encendía el debate, pero fuera esa imagen exótica desprendía modernidad y cambiaba la idea de la espiritual España. Esta bipolaridad envolvió al pintor de Eibar en una polémica que no buscó aunque le acompañó toda su vida: le convirtió un "pintor de españoladas" denostado por sus estereotipos en casa y reconocido a nivel europeo.

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