Calígula, el exterminador: un tirano pop al asalto de la luna
Pablo Derqui borda a un tirano completamente lúcido y despiadado en esta versión de la obra de Albert Camus que Mario Gas estrenó anoche en el teatro emeritense
"El mundo, tal como está hecho, no es soportable. Por eso necesito la luna o la felicidad o la inmortalidad. En definitiva, algo que quizás sea insensato pero que no sea de este mundo". Calígula no está loco. No es un emperador enfermo. Es un tirano, un déspota, un hombre autodestructivo, un exterminador plenamente consciente. Por eso, el propio Mario Gas, el responsable de llevar la obra de Albert Camus que se estrenó el miércoles en el Festival de Teatro Clásico de Mérida (hasta el día 16), ha dejado de lado la locura para no eximirle de su maldad. "Si planteas un Calígula enajenado, patológico y con una locura histriónica estás dejando sin analizar las causas profundas de esa escritura torcida que era existencial e idelógica. Es un hombre que sufre una profunda transformación que le lleva a equivocarse y ejecer el poder absoluto con una arbitrariedad absoluta", asegura el director.
Con más de 34 grados y casi 1.800 espectadores, este Calígula lúcido, despiadado y cruel se sustenta sobre los hombros de un impresionante Pablo Derqui, que pisa por primera vez las tablas del milenario teatro emeritense y fue ovacionado en el estreno durante varios minutos por un trabajo impecable. Desde su primera aparición sabe viajar con lucidez por el proceso de autodestrucción del emperador romano poniendo el acento en su tortura interna, su ira, su soberbia, su destrucción despiadada y lógica pero también sus dudas e inseguridades. "No estoy loco. Incluso creo que nunca he sido tan razonable. He sentido la necesidad de lo imposible", dice con una presencia y una dicción perfecta en uno de sus primeros parlamentos.
Mario Gas ha querido que este montaje ponga el acento en ese 'Calígula' poliédrico que pasa de lo particular a lo colectivo. La muerte de su amante y hermana Drusila es el detonante que le hace especular con su propio dolor e infringirlo a los demás con un poder despiadado y sin límites. Es esa reflexión nihilista sobre el absurdo de una vida finita la que le convierte en un exterminador. "Hay una formulación del existencialismo, del horror de la vida. Es mucho más que la destrucción monda y lironda de un tirano. Hay una lucha interior ante esa especie de desamparo existencial que tiene la luna como metáfora, pero que habla del paso del tiempo, finitud y, sobre todo, es una reflexión nada agradable sobre la existencia del ser humano", explica el director a este periódico.
Camus dejó escrito que no quería que 'Calígula' se representara con togas romanas ni se enclavara en la Roma imperial, y en esta función Paco Azorín ha creado una escenografía inclinada inspirada en el Palazzo della Civiltà del Lovoro de Roma que evoca esas construcciones del fascismo italiano de la época de Mussolini. Pero la obra huye del historicismo y no se enclava en esos años treinta sino que esa plataforma de madera, que se convierte ora en tumba, ora en jacuzzi, ora en tribuna, evoca la desnudez del conflicto vital que desquicia a Cayo y se complementa con un vestuario monocromático de Antonio Belart basado en trajes de chaqueta o fracs con el blanco como color dominante.
La maldad objetiva y Bowie
El mayor acierto de Mario Gas es huir del tópico del tirano loco y afinar la mirada en esa maldad objetiva y consciente que ejerce un desesperado Calígula. "Yo soy puro mal", dice el emperador, que también admite que "gobernar es robar" y utiliza el "poder sin límites hasta negar al hombre y al mundo". "Aquí se habla de la corrupción política, de las castas, de los privilegios, de la falsedad y la honestidad. No es que resuene actual, es que estamos inmersos en los abusos de poder. Es un texto ideológica y políticamente incorrecto. Calígula va contra las élites corruptas. Dice que evita la guerra pero que le resulta fácil matar. Es una obra compleja, como su autor, que sigue sobrecogiendo por la magnitud de las preguntas que plantea", añade el director.
Derqui consigue convertir a ese tirano que ejerce el poder "para compensar la estupidez" en un monstruo soberbio que está por encima del bien y del mal, o en este caso de los dioses como único hombre libre del imperio. Y en ese afán, 'Calígula' rompe drásticamente su tono en el ecuador de la obra con una llamativa performance a ritmo de 'Let's dance' en la que La Máscara y Joker aparecen como en una tómbola dando paso a un Cayo (David) Bowie, con mallas de lentejuelas y rayo incluido en la cara. Se contonea fanfarroneando de que es más que Venus para tornar en un tirano pop, uno más de los muchos que han poblado y pueblan nuestra historia y nuestra actualidad a golpe de arbitrariedad. Esta licencia, que sirve para despertar una función que se alarga casi hasta las dos horas, sorprende y descoloca a partes igual hasta el punto de que deja la incógnita de qué deriva hubiera podido tomar la obra por este camino.
Junto a un soberbio Derqui, Mónica López brilla como Cesonia en sus choques con Calígula; Xavier Ripoll como un correcto Helicón; Bernat Quintana como Escipión y Borja Espinosa como Quereas destacan sobre unos corifeos manifiestamente mejorables. Ellos son los otros responsables y culpables del desvío de este tirano al que pueblo alienta y consiente porque, aunque quiera acabar con él, no es otro sino Calígula y su torturada psique el que entra en el bucle de su propia destrucción.
"Los hombres mueren y no son felices", es la conclusión a la que llega este emperador que termina convirtiéndose en un humano perdido ante la nada, esa nada que rige la vida humana con la que abre y cierra esta versión de Gas fiel al texto de Camus. Porque este incestuoso, psicópata y torturado Calígula, mientras es atravesado por los aceros de los patricios, representa la desesperanza de nuestro tiempo cuando entiende que jamás podrá hacer posible lo imposible y asaltar la luna.
"El mundo, tal como está hecho, no es soportable. Por eso necesito la luna o la felicidad o la inmortalidad. En definitiva, algo que quizás sea insensato pero que no sea de este mundo". Calígula no está loco. No es un emperador enfermo. Es un tirano, un déspota, un hombre autodestructivo, un exterminador plenamente consciente. Por eso, el propio Mario Gas, el responsable de llevar la obra de Albert Camus que se estrenó el miércoles en el Festival de Teatro Clásico de Mérida (hasta el día 16), ha dejado de lado la locura para no eximirle de su maldad. "Si planteas un Calígula enajenado, patológico y con una locura histriónica estás dejando sin analizar las causas profundas de esa escritura torcida que era existencial e idelógica. Es un hombre que sufre una profunda transformación que le lleva a equivocarse y ejecer el poder absoluto con una arbitrariedad absoluta", asegura el director.