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La cultura española, ¿es de izquierdas o de derechas?
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La cultura española, ¿es de izquierdas o de derechas?

El periodista Ramón González Ferriz y el filósofo Alberto Santamaría defienden tesis contrarias

Foto: ¿Quien ha ganado la batalla de la cultura? ¿Es de izquierdas o de derechas?
¿Quien ha ganado la batalla de la cultura? ¿Es de izquierdas o de derechas?

En marzo de 2016, entrevisté a Alberto Santamaría, profesor de Filosofía en la universidad de Salamaca, con motivo de su demoledor panfleto 'Arte (es) propaganda', una crónica de cómo la derecha está ganando la batalla cultural. Sus tesis se ampliaron en otro excelente texto breve, 'Paradojas de lo cool' (2016). Unos meses después, en diciembre, nuestro columnista Ramón González Férriz sostenía justo la posición contraria, afirmando que "la derecha española ha dejado la cultura en manos de la izquierda".

Además de sus afiladas columnas, a Férriz le avala un libro tan solvente como 'La revolución divertida' (2012) ¿Es posible encontrar terreno común entre ambas tesis sin volverse loco? Es lo intenta esta entrevista cruzada. Santamaría publica a comienzos de marzo otro jugoso libro, 'Narración o barbarie. Fragmentos para una lógica de la confusión en tiempos de orden' (Sans Soleil ediciones). Ferriz está preparando un ensayo "sobre la idea de progreso y qué ha significado históricamente y por qué ahora nos hemos hecho un poco de lío con ella". Dos firmas con proyección buscando terreno común.

PREGUNTA. El motivo de esta entrevista es que uno afirma que la cultura está dominada por la izquierda y el otro por la derecha. Me da que hay algo de malentendido, ya que Férriz habla sobre todo de pensadores, mientras que Santamaría se refiere a más a narraciones, patrocinadores y marcos mentales creados por las instituciones y medios. ¿Puede estar ahí la diferencia de veredictos?

RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ: Es posible. Tengo la sensación -no hay datos que lo prueben- de que en España, y en otros países similares, la cultura mayoritaria es de izquierdas, en el sentido de que los cantantes, los escritores o los filósofos de más prestigio -no sé si los más vendidos- suelen ser de izquierdas en un sentido amplio. Por supuesto que hay excepciones, y la idea de izquierdas que yo manejo me la pueden discutir, porque hay mucha gente a quien la socialdemocracia o el viejo socialismo ya no le parece de izquierdas. Pero por alguna razón me parece que la cultura, los trabajadores de la cultura, los autores y la gente del espectáculo o de la universidad tienden a ser más de izquierdas que en otros campos profesionales. Incluso en los periódicos -incluidos los más de derechas-, las redacciones suelen ser más de izquierdas que sus directivos o columnistas.

Los trabajadores de la cultura, los autores y la gente del espectáculo tienden a ser más de izquierdas que en otros campos profesionales

Sobre si las grandes empresas culturales son de izquierdas o de derechas, tengo dudas. No sé si Penguin Random House, Universal Pictures o Columbia Records son de izquierdas o de derechas. Revolucionarias no son, eso seguro. Pero no sé si tienen entre sus propósitos tácitos o explícitos crear una unanimidad ideológica de un sentido u otro. También está el caso, por supuesto, de las grandes empresas -de telecomunicaciones, la banca o los seguros- que tienen fundaciones culturales. También ahí tengo dudas: por supuesto que no son subversivas ni mínimamente revoltosas, y lo intuitivo es pensar que están a favor del sistema establecido, o incluso de uno más proempresas, pero de nuevo no sé si la exposición de la Fundación Telefónica sobre Hitchcock, la de la Fundación Juan March sobre música experimental española o la colección de arte que tiene el Santander son de derechas o de izquierdas.

Insisto, no me hago ilusiones sobre sus deseos de patrocinar una gran transformación social, y sé que la izquierda es mucho más suspicaz sobre el signo ideológico de la cultura, pero ahí no veo problemas tan grandes de ideologización como en sistemas como el estadounidense, donde la política está en buena medida financiada por las empresas y la batalla cultural es mucho más cruenta que aquí.

ALBERTO SANTAMARÍA: Lo que he tratado de señalar en varios textos es que la derecha, desde finales de los años setenta, supo reactivar una nueva relación con la cultura. La cultura entendida como forma de generar narraciones basadas en la subjetividad, en la individualidad, etcétera. Y desde entonces ha controlado las formas, ha controlado eso que Raymond Williams denominaba “la estructura del sentimiento”. Para situarnos hay una frase que me gusta citar. Margaret Thatcher en una muy conocida entrevista publicada en Sunday Times el 3 de mayo de 1981. Decía: “lo que me propongo no son políticas económicas”. Es decir, su objetivo no era hablar de políticas económicas, sino, como ella misma decía “cambiar el enfoque y, no me cabe duda, cambiar la economía es el mejor medio para cambiar el enfoque. Si cambias el enfoque, lo que estás cambiando realmente es el corazón y el alma de la nación. La economía es el método; el objetivo es cambiar el corazón y el alma”. Eso es un posicionamiento cultural, que afecta, por extensión, a toda práctica cultural e ideológica concreta. Y aquí las novelas de John Mortimer sobre la cultura en el thatcherismo son ineludibles.

Desde finales de los setenta, la derecha supo reactivar una nueva relación con la cultura entendida una nueva subjetividad

Si hablamos de, por ejemplo, arte y compromiso, resulta siempre curioso que inmediatamente asociemos esta relación de dos términos con la izquierda. Es la izquierda la que está comprometida, la que es dogmática, la que es doctrinaria, la de la propaganda… Vemos la “alta cultura” tan ineficaz en lo relativo a la capacidad de transformación política que pensamos que esa “alta cultura” está libre de ideología, cuando no es así. Así pues, si nos fijamos bien, el activismo cultural de la derecha no sólo es más fuerte, sino más complejo. La derecha está mucho más comprometida con la cultura de lo que habitualmente creemos. O, dicho de otro modo, existe lo que podemos llamar “paradoja cultural de la derecha” que consiste en lo siguiente: aparentar un marcado desprecio por la cultura (los ejemplos son muchos) a condición de reforzar y apropiarse de relatos culturales más profundos que la izquierda, desde una perspectiva crítica, ha abandonado. La derecha ha colonizado conceptos tradicionales de la cultura, los ha vaciado de todo componente crítico, y nos los ha vomitado fríamente en la boca. Relatos culturales que a su vez hemos aceptado y a los cuales nos hemos amoldado.

El elemento clave de la cultura para la derecha no está en el debate sobre el IVA cultural. Eso realmente no les importa mucho. Creo que su forma de pensar es más compleja y profunda. Lo que le interesa de la cultura es su capacidad de mostrarse, a través de narraciones diversas, de un modo más afectivo y cercano. Esta es la paradoja o la tela de araña cultural de la derecha. “La economía es medio, el objetivo es cambiar el alma”, es decir: la cultura. En definitiva, potenciar la economía de los afectos, a condición de renunciar a una cultura política transformadora. Para la derecha que la cultura potencie la imaginación, la creación, los afectos, etcétera. es algo positivo mientras no tratemos de convertir esas palabras en artefactos críticos. De esta forma la cultura se convierte progresivamente en un sistema de control dentro de una sociedad, un sistema de control que nos habla de lo que es decible y de lo que no lo es, de lo que ha de ser visibilizado y lo que no.

P. Quizá el problema no sea la revolución, sino qué tipo de revolución. El ensayista Thomas Frank (otro izquierdista conservador) dice que "las élites adoran las revoluciones que se limitan a lo estético". ¿Estaís de acuerdo con esta frase? Terry Eagleton afirma algo parecido cuando escribe que "el único arte que no puede soportar la burguesía es que el representa su propios derrota". Traducido: un banco puede colgar un 'Guernica' (conflicto donde ganó la derecha) pero no un cuadro que represente al 15M. ¿Cuál es vuestra opinión? Estoy recordando que la Fundación Rockefeller censuró un mural de Diego Rivera por este mismo motivo.

RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ: Creo que la idea de revolución simplemente ha perdido sentido. La revolución es ahora un concepto mucho más mercantil -unas zapatillas son revolucionarias, una bebida isotópica es la revolución, un coche determinado revolucionará tu vida- que político. Ni siquiera los movimientos políticos más radicales, sean de derechas o de izquierdas, piden ahora una revolución, sino solo que el gradualismo tradicional de la democracia liberal sea un poco más rápido. Cuando un partido revolucionario como Syriza ha llegado al poder, así lo ha demostrado. Lo de esperar una nueva revolución, sea de derechas o de izquierdas, me parece puro fetichismo: es algo improbable, aunque suene muy deseable para algunos y sea indudablemente cool.

Lo de esperar una nueva revolución, de derechas o de izquierdas, me parece puro fetichismo: es algo improbable aunque sin duda cool

Por lo que respecta a Eagleton, esa frase me parece una coquetería falsa. Buena parte de la cultura canónica no ha hecho más que representar la mediocridad y la estupidez de la burguesía. Flaubert es eso, Galdós es eso, Buñuel es eso, las vanguardias son eso: decir que la forma de vida burguesa está secuestrada por convenciones, clichés o abiertas estupideces, y que merece que le vaya mal por su avaricia o su frivolidad. Pero eso no parece haberle quitado las ganas a la gente de ganar un poco más de dinero y, si puede, llevar una vida burguesa. Con la frase de Thomas Frank estoy tan de acuerdo que en cierta medida podría haber sido el epígrafe de mi libro “La revolución divertida”. Pero sea como sea hay algo un poco ingenuo en esperar que todos los actores culturales deben mantener una mirada unívoca frente a la cultura o frente a la representación de la sociedad que hace la cultura.

Entiendo que a parte de la izquierda le guste pensar en términos de dominación y cálculos de poder, y que sea a veces un poco paranoica sobreinterpretando todo en esa clave. Puede que tenga razón en algunas cosas, pero nadie en las altas esferas de un museo público dice “vamos a joder a los obreros con una exposición de un pintor muerto” ni una editorial grande piensa “magnífico, con este nuevo libro de un neoliberal vamos a ganar un poco más de territorio en nuestra lucha por dominar el mundo”. Eso es un poco una fantasía, aunque por supuesto la batalla cultural existe, solo que es más caótica, desorganizada y frívola de lo que parte de la izquierda y parte de la derecha creen.

ALBERTO SANTAMARÍA: No sé. Voy a poner un ejemplo personal que creo que viene perfectamente al caso. Estuve este verano en un curso de verano de la UIMP en Santander sobre coleccionismo. Una semana con coleccionistas, galeristas, y economistas del arte. Y lo que más me sorprendió es que unos y otros, unas y otras, defendían que en donde había que invertir era en arte social y político, ya que era la manera creativa de acceder a los problemas reales de la gente. Aluciné. Existe una forma “normal” de acceder a los problemas y una forma “creativa”. De este modo, los artistas que producen obra social y la venden son surtidores de problemas sociales. Pero me sorprendió escuchar a alguna decir que a partir de ahora (2016) el 15M iba a ser el tema para coleccionistas y sobre todo museos públicos.

A partir de ahora el 15M es ya un tema para coleccionistas y, sobre todo, para los museos públicos

Cuál fue mi sorpresa que, tras salir del curso, visito el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander (MAS) y ahí estaba, frente al retrato de Fernando VII pintado por Goya una obra sobre el 15M. Los discursos se actualizan rápidamente, se despolitizan con urgencia, se reterritorializan. Santander, una de las ciudades más conservadoras (por ser suaves) de España, con el mayor índice de aplicaciones de la ley Mordaza, con un 28% de personas con riesgo de exclusión por pobreza, y con su obra permanente sobre el 15M en el museo. Lo mismo Valladolid y su museo Patio Herreriano. Una ciudad en la que, por ejemplo, se condenó a algún trabajador de su museo por participar en 2011 en el 15M, trató de montar hace un tiempo una exposición y mesas redondas sobre lo que significó el 15M. En fin… Creo que estos ejemplos pueden ser útiles.

P. "El PP parece completamente desinteresado en las ideas", señala Férriz. Estuve hace poco en la sede de Génova y en las paredes colgaban eslóganes motivaciones tipo "Sonríe a la vida y ella te sonreirá de vuelta". Contrastaba fuertemente con un aparato de televisión donde habían sintonizado La Sexta y se podían ver noticias tipo desahucios, miseria energética, personas no occidentales a los que se negaba refugio. Quizá el relato central del PP es el del emprendedor, que asegura que todo en la vida te irá bien si te esfuerzas de manera individual. ¿No es precisamente el emprendedor el paradigma dominante de nuestra época?

ALBERTO SANTAMARÍA: La derecha tiene un concepto de la cultura que podemos llamar agregacionista y de corte consensual. Cultura es todo, desde el modo en el que se fabrican tornillos hasta la última ópera estrenada en Madrid. Todo se desjerarquiza, se incluye en la etiqueta de cultura, se reterritorializa, y comenzamos a hablar de democracia cultural. Alan Brossat en su libro El gran hartazgo cultural decía algo así como que la integración de tipo cultural se produce mediante un proceso de mezcla cuya característica principal es hacer compatibles y equivalentes todas las diferencias y heterogeneidades. El sentido hueco e inofensivo que tiene hoy la palabra cultura es importante. Fijémonos cómo la derecha huye de la palabra historia o memoria y prefiere la palabra cultura, cuando antes era justo al contrario. La palabra historia genera discordia, disensos, viejas rencillas, mientras que la cultura (y sus afectos) escenifica la posibilidad de consenso, es decir, de homogeneización.

Para la derecha la cultura es todo, desde el modo en el que se fabrican tornillos hasta la última ópera estrenada en Madrid

En relación con esto estaría la burbuja de los afectos creada por las grandes instituciones, empresas y corporaciones. Todas quieren tener su lado afectivo y creativo (BBVA, Santander, Gas Natural, Iberdrola, etc). Los afectos, y toda su semántica institucional, se han convertido en fórmulas desde las cuales es posible superar cualquier adversidad. El Banco Santander puede despedir a 1000 personas, pero al mismo tiempo lleva a colegios, y espacios públicos toda una enorme narrativa de los afectos. En el colegio de mis hijos hay muchos compañeros con graves problemas de paro y desahucios en sus familias, pero ese tema se invisibiliza como tal, en su lugar el colegio está repleto de cartelitos sobre la sonrisa para superar todo. Esa “sonrisa” viene directamente patrocinada -y no es broma- por la fundación Botín y sus proyectos de emociones en la escuela.

Es decir, vive emociones, experimenta tus emociones, pero no se te ocurra salirte de ese relato. Salirse de esa narración es de gente que no sabe controlar sus emociones. Se busca la emoción pura, eso venden en sus relatos. La emoción ya no es política sino puramente consensual. Otro problema es cuando cierta izquierda habla de que “los afectos son revolucionarios”, pero ¿de qué afectos hablamos? Los afectos no cambian nada sino cambian las dinámicas que construyen esos afectos. Dándonos abrazos no se hace una revolución. O parafraseando a Franco cuando le mostraron el trabajo de los pintores abstractos revolucionarios: “mientras hagan la revolución así…”, la derecha encantada. Otra cuestión sería el tema de los cuidados, donde se pueden generar nuevos relatos, pero ahí ahora no quisiera entrar.

El neoliberalismo se ha apropiado de los conceptos del "enemigo" de un modo sutil para vaciarlos y convertirlos en peleles

Para llevar a cabo todo este proceso de transformación de los relatos, lo que podemos comprobar es que básicamente lo que ha hecho la derecha neoliberal en España es hacer propios los conceptos del “enemigo” de un modo sutil para vaciarlos y convertirlos en peleles, en marionetas. Sería un error pensar que el capitalismo actual quiere convertirnos a todos en autómatas, en reificados seres. Si así fuera el sistema se vendría rápidamente abajo. O, dicho de otro modo, su sueño sería ese, pero sabiendo que es imposible. La contradicción del capitalismo está ahí: en querer reificarnos pero, al mismo tiempo, necesitar crear instrumentos afectivos que nos hagan sentir que no es ése su objetivo, que no es ése su deseo. He ahí una buena novela capitalista. He ahí una contradicción real del capitalismo. Es en ese eje donde hallamos los relatos del emprendedor o de la creatividad que tanto gustan a la derecha. Frente a todo ello creo que necesitamos una nueva ecología cultural.

RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ: Esto es interesante, en parte porque yo ahora soy un emprendedor. No tiene nada de glamuroso, lo puedo asegurar, pero al mismo tiempo debo reconocer que no tener jefe ni subordinados es de las cosas más agradables que hay. Más allá de mi experiencia reciente en esto, la retórica de autosuperación y de que ser feliz es fácil si sigues diez cómodos pasos es de lo más irritante que se puede concebir. Es cierto que la derecha ha adoptado en buena medida esta retórica, aunque recordemos que la derecha española está formada sobre todo por funcionarios: lo son Sáenz de Santamaría, Cospedal, Dastis, Catalá, Montero, Zoilo, Méndez de Vigo, por limitarnos al gobierno actual, y lo dejo por no aburrir; Rajoy es una clase de funcionario particularmente perversa.

Es cierto que la derecha ha adoptado la retórica del emprendedor, aunque recordemos que la mayoría de ellos son funcionarios

Es una filosofía, si así puede llamarse, enervante, que solo dice a medias lo que es una verdad fácil: que la vida es dura y que es difícil que te vaya bien, sobre todo si no vienes de un entorno privilegiado o de clase media. De hecho, mucha gente que se hace emprendedora lo hace porque no encuentra trabajo, y la retórica de que fracasar está bien solo puedes creértela si tienes un colchón o un apoyo que te ayude cuando fracases. Cuando digo que el PP parece desinteresado en las ideas no quiero decir que su ideario sea neutro. Es, por supuesto, conservador. Ha optado por lo que el presidente llama “sentido común”, y obviamente todo el mundo cree que el sentido común es lo mismo que su ideología. Lo que quiero decir es que no tiene un proyecto a medio o a largo plazo para cuya realización busque ideas, investigue en lo que la gente escribe para ver qué puede sacar de ello. Ni siquiera le importa mucho ahondar en algunas ideas conservadoras que yo creo que son valiosas en sí y que uno podría pensar que querrían utilizar, presumir de ellas.

Hay que dejar de pensar en la derecha mayoritaria actual como una sibilina estructura que pretende, sin parecerlo, transformar el mundo

Es normal que el PP se preocupe básicamente por sus votantes, y como estos tienden a no ser pobres y a ser mayores, es normal que por ahí vayan sus políticas. Pero resulta descorazonador que no tengan ningún interés en pensar en la pobreza o en la desigualdad, ni que sea desde un punto de vista de derechas, porque también hay políticas de derechas para intentar acabar con esas lacras. Entiendo que el sentido de la pregunta es un poco “el PP finge no tener ideas, pero las tiene, y muy radicales”. Tiene un montón de ideas malas, por supuesto, pero básicamente es una maquinaria electoral -muy exitosa, por cierto- a la que le importa poco fijarse ideales o fines que perseguir. Solo quiere sobrevivir. Esa es la principal obsesión de los partidos. En mayor o menor grado, pasa en todos los partidos, ahora muy acusadamente en la izquierda. Pero hay que dejar de pensar en la derecha mayoritaria actual como una sibilina estructura que pretende, sin que lo parezca, transformar el mundo de acuerdo con ideas muy sofisticadas que aparentemente son invisibles. Se lo aseguro: no es el caso

En marzo de 2016, entrevisté a Alberto Santamaría, profesor de Filosofía en la universidad de Salamaca, con motivo de su demoledor panfleto 'Arte (es) propaganda', una crónica de cómo la derecha está ganando la batalla cultural. Sus tesis se ampliaron en otro excelente texto breve, 'Paradojas de lo cool' (2016). Unos meses después, en diciembre, nuestro columnista Ramón González Férriz sostenía justo la posición contraria, afirmando que "la derecha española ha dejado la cultura en manos de la izquierda".

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