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Gustave Caillebotte, el pintor que alumbró la Modernidad
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en el Thyssen hasta el 30 de octubre

Gustave Caillebotte, el pintor que alumbró la Modernidad

Gustave Caillebotte nació en París en 1848, el año en que la ciudad de la luz se vio sacudida por la primavera de los pueblos con

Foto: Caillebotte - ''Rue de Paris, temps de pluie'
Caillebotte - ''Rue de Paris, temps de pluie'

Gustave Caillebotte nació en París en 1848, el año en que la ciudad de la luz se vio sacudida por la primavera de los pueblos con dos revoluciones que de la esperanza obrera llevaron al retorno de un Napoleón al poder. El sobrino del corso quiso curarse en su salud y encargó al barón Haussmann una reforma urbanística que despejara la amenaza de más revueltas y refundara la capital francesa mediante grandes avenidas para permitir el control de los ciudadanos, eliminar las callecitas proclives a la construcción de barricadas con la excusa de su insalubridad y exaltar el triunfo absoluto de la perspectiva que a posteriori imitarían desde otra intencionalidad los fascismos de principios de la pasada centuria.

Esta transformación radical propició el nacimiento de la Modernidad, plasmada en versos y paseos por Charles Baudelaire y en los pinceles por Édouard Manet, quien en 1873 la reflejó a la perfección en su lienzo 'Le chemin de fer'. Han pasado diez años desde la Olympia y la misma modelo nos atrapa con una mirada que oscila entre el miedo y la determinación del presente. A su lado una niña observa la bruma del humo del tren, un futuro incierto, la duda del porvenir sintetizada en esa minúscula cuadrícula de la estación de Saint-Lazare, situada a menos de cincuenta metros del domicilio del artista en la rue Saint-Petersbourg.

Buscadores de fortuna

El padre de Gustave Caillebotte fue uno de esos buscadores de fortuna que supo lucrarse con el nuevo contexto político. Montó una empresa para confeccionar los uniformes del ejército francés del segundo Imperio, fue juez de la cámara de comercio de París y lo condecoraron con la Legión de Honor por los servicios prestados al régimen. Invirtió parte de sus ganancias en bienes inmuebles entre los que figuró un palacio de tres pisos en la rue Miromesnil. Cuando la adquirió los aledaños estaban vacíos, pero con el paso de los decenios se llenaron de los elementos característicos de una época que su hijo captó para la posteridad.

Caillebote retrató la modernidad al aire libre para entender las metamorfosis que generaba

La rue Miromesnil se ubica más o menos en la zona de la estación de Saint-Lazare. Una vez Caillebotte se hubo licenciado en la escuela de Bellas Artes se atrevió a dar rienda suelta a uno de sus tantos aciertos. Durante la segunda mitad de la década de 1870 realizó varias obras que coinciden con Manet en la férrea voluntad de retratar la modernidad al aire libre para entender las metamorfosis que generaba.

En 1876 pintó el 'Pont de l’Europe'. Un obrero se apoya aburrido en la ostentosa estructura de hierro mientras por la calzada una mujer camina por delante de un 'flâneur' de manual. Al fondo, en una perspectiva inusual, nuestro protagonista aspiró a englobar todas las avenidas que aun se expanden desde la plaza que lleva el nombre del Viejo Mundo, las mismas que confluyen dispersas en su celebérrimo 'Rue de Paris, temps de pluie' donde una pareja célibe, él no tiene ningún anillo en la mano visible, pasea mientras mira a un punto indeterminado de la calle.

Los paraguas nos someten al clásico engaño de Caillebotte, el de no saber qué divisan los ojos. Un hombre que pasa a su lado aprovecha su distracción para analizarlos en un santiamén, en ese gesto revolucionario de la segunda mitad del siglo XIX consistente en reparar en los desconocidos a sabiendas que quizá no vuelvan a cruzarse en el efímero horizonte, como ya registró Charles Baudelaire en su poema 'À une passante'.

La pesadumbre del cuadro vuelve a reflejarse en su ciclo dedicado a los balcones. Decía Josep Pla que estos carecían de sentido en el centro de las grandes ciudades. ¿Para qué los quieren los burgueses si tienen asegurada la privacidad en el interior de sus domicilios? Caillebotte le da la razón hasta cierto punto. Los hombres que aprecian el exterior desde sus privilegiadas atalayas lo hacen desde el sopor de llenar su tiempo y observar el prodigio de lo construido por su clase mientras, sin saberlo porque son personajes estáticos, se someten al juego que el artista establece con el espectador, repleto de preguntas sobre lo invisible.

¿Un precursor del cine?

En al menos un par de oportunidades el colega y mecenas de los impresionistas, a los que perteneció por afinidad en la ruptura y simpatía personal, quiebra su propia norma. El ejemplo más notorio es 'Boulevard vu d’en haut' (1880), donde desde un plano subjetivo vemos directamente un árbol de una avenida, los paseantes y un hombre anónimo en un banco.

Caillebotte entendió sin muchas complicaciones que en un giro copernicano las horas se habían acelerado y convenía verter la realidad con otras perspectivas

Este tipo de composición y punto de vista han hecho cavilar a muchos especialistas si el francés del que puede admirarse su talento durante estos meses en la Fundación Thyssen-Bornmemisza se inspiraba en la fotografía y hasta se afirma que fue precursor del cine pocos años antes de su aparición. Puede ser, pero no desde luego por influencia de su hermano Martial, quien no cultivó su afición por la cámara hasta 1891. En cambio sí que es posible intuir que Caillebotte entendió sin muchas complicaciones que en un giro copernicano las horas se habían acelerado y convenía verter la realidad con otras perspectivas ya presentes en su lienzo más renombrado.

En 'Les rabouteurs' (1875) vemos tres trabajadores que son uno en el proceso de acuchillar, igualar el suelo y agarrar la lima para afilar su raspador. La indefinición de los rostros y la presencia de un solo vaso apuntan a una simultaneidad pictórica que se anticipa al Futurismo en una pintura de grandes dimensiones, reivindicando de este modo la épica de la cotidianidad como ya hiciera en 1850 Gustave Courbet con 'Un enterrement à Ornans'. Los dioses y los mitos han quedado desterrados al panteón de lo extinto.

Inquietudes de un genio poliédrico

Con motivo de la muestra madrileña se han remarcado las distintas inquietudes de Caillebotte. Extenderse en las mismas requeriría un texto mucho más vasto que el actual. Los acuchilladores del parqué son una estupenda metáfora de la meticulosidad de un poliedro que aprovechó su genio y la herencia familiar para sobresalir en campos muy variopintos entre los que cabe mencionar la filatelia, las regatas, donde se afano en diseñar sus propias embarcaciones, o la jardinería en su propiedad de Yerres. Compartió el gusto por esta actividad con Claude Monet, quien junto a Auguste Renoir fue su gran amigo del grupo impresionista, exaltado hasta la banalización en nuestros días cuando su singladura inicial fue todo menos sencilla por desafiar las convenciones y plantear la necesidad de otro paradigma en la senda de la modernidad.

Sus últimas voluntades demuestran con diáfana claridad una fe absoluta en la nueva pintura y una claridad asombrosa para el futuro

El primero en intuirlo fue Caillebotte. Su muerte el 21 de febrero de 1894 abrió el testamento que había redactado en 1876 tras el fallecimiento de uno de sus hermanos. Sus últimas voluntades demuestran con diáfana claridad una fe absoluta en la nueva pintura y una claridad asombrosa para el futuro: “Cedo al Estado la colección que poseo, pero quiero que mi donación sea aceptada de modo que los cuadros no recalen en un almacén ni en un museo de provincia sino en el Museo de Luxemburgo y más tarde en el Louvre. Es necesario que pase cierto tiempo antes de la ejecución de esta cláusula, hasta que el público admita ese tipo de pintura. Otra cosa es que la comprenda. Este tiempo puede ser de veinte años o más. Mientras tanto mi hermano Martial y otro de mis herederos los conservará.”

Su apabullante legado de incalculable valor, en el que figuraban más de sesenta obras de Paul Cèzanne, Edgar Degas, Éduoard Manet, Claude Monet, Camille Pissarro, Auguste Renoir y Alfred Sisley no aterrizó en los Museos Nacionales hasta veinte años más tarde. Su profecía se había cumplido y con ella plantó la semilla hacia la valoración oficial de los otrora rechazados. Ahora el destino lo incluye con justicia entre sus compañeros.

La exposición podrá visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza hasta el 30 de octubre de 2016.

Gustave Caillebotte nació en París en 1848, el año en que la ciudad de la luz se vio sacudida por la primavera de los pueblos con dos revoluciones que de la esperanza obrera llevaron al retorno de un Napoleón al poder. El sobrino del corso quiso curarse en su salud y encargó al barón Haussmann una reforma urbanística que despejara la amenaza de más revueltas y refundara la capital francesa mediante grandes avenidas para permitir el control de los ciudadanos, eliminar las callecitas proclives a la construcción de barricadas con la excusa de su insalubridad y exaltar el triunfo absoluto de la perspectiva que a posteriori imitarían desde otra intencionalidad los fascismos de principios de la pasada centuria.

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