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Bob Dylan, una leyenda a medio gas
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el cantante no convence en madrid

Bob Dylan, una leyenda a medio gas

El cantautor estadounidense deja a medias al público y registra una buena entrada en el concierto ofrecido en el Palacio de los Deportes

Foto: Bob Dylan en uno de sus conciertos (Reuters)
Bob Dylan en uno de sus conciertos (Reuters)

A estas alturas de la película, uno ya sabe lo que puede esperarse de un concierto de Bob Dylan. El mito de Minnesota no es un artesano, ni un entretenedor, sino que se considera un artista, es decir alguien que solo responde a sus caprichos e intuiciones. Este estatus semidivino le impide centrarse en sus canciones más populares (eso sería una vulgaridad) y que el público se lo pase en grande.

En vez de eso, se dedica a reivindicar sus álbumes grabados en el siglo XXI (un repertorio tremendamente irregular) y a ofrecer versiones poco reconocibles de sus grandes himnos de siempre (marca de la casa desde hace décadas). Los dos aplausos más grandes de la noche llegaron cuando apareció en escena y cuando pronunció las palabras Tangled Up In Blue, que permitieron al público reconocer este clásico del torrencial Blood On The Tracks (1975).

Desconectado de su tiempo

Nadie duda de que Dylan cuenta con músicos de primer nivel, capaces de crear la atmósfera necesaria en cada pieza. Tampoco se cuestiona que atesora material para tocar dos horas y cuarto con la máxima intensidad. El problema es que anda empeñado en vender que su última etapa es tan buena como cualquier otra y eso no acaba de ser cierto, ya que sus álbumes recientes son dignos, correctos y elegantes, pero bastante inferiores a los que le hicieron grande (Time out of mind, su última obra mayúscula, es de 1997, aunque después ha mantenido un digno nivel).

En los años sesenta y setenta , Dylan era una fuerza contracultural, alguien que cabalgaba en la cresta de la ola social, mientras que ahora solo es un artista prestigioso, dedicado a exhibir sensibilidad en vez de a capturar la energía de la época. Vive totalmente desconectado de su tiempo: después del referéndum de Grecia y el vuelco político en España, seguramente la pieza que más pegaba para la noche era The Times Are A-Changing, traducible por "los tiempos están cambiando". Por supuesto, no la tocó, ahora él es un creador por encima de los problemas políticos cotidianos de la gente, en las antípodas de aquel chico que escribiera Masters of War, The Lonsome Death of Hatie Carroll o A Hard Rain`s a-Gonna Fall.

A medio gas

Tampoco es que no haya nada que rascar: Bob Dylan es un icono mayor de la música popular del siglo XX y resulta imposible que se suba a un escenario sin que surja algún momento disfrutable. Por ejemplo "Full Moon and Empty Arms", "Workin’ Man Blues #2" y Autumn Leaves, la pieza con la que el público de pista se animó a levantarse de sus asientos y arrimarse al borde del escenario.

Son canciones sencillas, evocadoras y románticas, que se van contagiando casi sin que te des cuenta. Dos de ellas pertenecen al reciente Shadows in The Night, disco basada en el repertorio de Frank Sinatra, que sienta a Dylan como un guante a pesar de la enorme distancia en el registro y recursos vocales. La pausa de veinte minutos a mitad de concierto corta demasiado el ambiente, pero es comprensible dada la edad del artista. A ratos fue un Dylan triste, a medio gas, mientras que en otros demostró lo bien que le sienta la media luz.

Prohibido hacer fotos

En general, sonó mucho más sustancioso cuando ocupaba el centro del escenario que cuando se retiraba al piano. ¿Lo más decepcionante? Los dos bises: la tremenda Love Sicksonó inofensiva y el clásico Blowin’ In The Wind quedó descafeinado. Por lo menos, está vez se molestó en cantar el estribillo, no como en aquel concierto en Alcalá de Henares en 2004 cuando dejó ese trabajo al público (y aún así aquella vez sonó con mucha más garra).

A lo largo de la noche, se imponía la pegajosa sensación de que no estábamos allí para recibir una descarga musical, sino para poder decir que habíamos estado en el mismo recinto que una leyenda del Olimpo rockero. Es algo que queda claro desde que entras por la puerta y te encuentras un puesto de merchandising con programas de mano a 15 euros y camisetas de manga corta a 35. O cuando anuncian la salida de la estrella con un sonido de gong. O cuando algunos espectadores se pasan la noche mensajeando a sus amigos para contar donde están y solo dejan de atender a la pantalla para aplaudir sonoramente.

Por cierto, que no estaba permitido hacer fotos, una regla que suena demasiado estricta cuando has pagado precios tirando a desorbitados, por ejemplo entre 45 y 120 euros en Madrid (gastos de gestión no incluidos). En Donostia andan entre 85 y 90 euros y por Andalucía entre 60 y 65. Sin duda una señal de que Dylan no anda especialmente preocupado por sus seguidores con menos recursos, ni siquiera en país con fuerte crisis económica.

Abrieron el concierto Los Lobos, veterana banda de rock latino de los Ángeles. Sin quitar mérito a su excelente repertorio, pierden fuelle cuando se entregan a virguerías instrumentales y contagian cuando se arriman a lo popular, por ejemplo su cita al clásico Volver, volver o el empalme de la tradicional La Bamba (que hizo famosa Richie Valens) con Good Lovin (The Young Rascals). También sonaron preciosas Will the wolf survive?, Ay te dejo en San Antonio y Chuco's Cumbia. No hay duda: mejor cuanto más sencillos y populares.

A estas alturas de la película, uno ya sabe lo que puede esperarse de un concierto de Bob Dylan. El mito de Minnesota no es un artesano, ni un entretenedor, sino que se considera un artista, es decir alguien que solo responde a sus caprichos e intuiciones. Este estatus semidivino le impide centrarse en sus canciones más populares (eso sería una vulgaridad) y que el público se lo pase en grande.

Música Bob Dylan