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Basquiat, el pintor adicto a las palabras
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exposición de sus notas íntimas

Basquiat, el pintor adicto a las palabras

El Brooklyn Museum de Nueva York exhibe una selección de 160 hojas arrancadas de ocho cuadernos inéditos, que ayudan a entender el lenguaje en una obra tan mestiza como la suya

Los cuadros de Jean-Michel Basquiat parecen fotografías mentales. Lo incluyen todo: anillas de latas de cerveza, etiquetas de paquetes de Chesterfield, bromas de amigos, una película de Hitchcock, máscaras, fechas de la monarquía francesa. Una vez, mientras llevaba un cuadro por la calle, Basquiat conoció a una mujer. Anotó su número de teléfono directamente en el lienzo.

El Brooklyn Museum de Nueva Yorkacaba de inaugurarla exposición Basquiat: The Unknown Notebooks (hasta el 23 de agosto), una selección de notas hechas por el artista entre 1980 y 1987: 160 hojas arrancadas de ocho cuadernos que ayudan a entender la centralidad del lenguaje en una obra tan mestiza. El fruto de un neoyorquino mitad haitiano, mitad portorriqueño, que pasó de vagabundear en las calles, donde vendía sus camisetas y cromos artesanales, a ser más famoso que Andy Warhol.

“Las notas explican dónde está Basquiat en la historia del arte”, dice a El Confidencial Dieter Buchhart, curador de la exposición. “Es mucho más artista conceptual que neoexpresionista. Las notas dan un buen contexto y son obras de arte en sí mismas; muestran lo importante que para él eran las palabras. No las utilizaba como boceto”.

La mayoría de los apuntes parecen accidentes: una palabra de trazo infantil, frases tachadas, números inconexos. No faltan los fallos ortográficos ni las manchas de grasa, como si la realidad gotease sobre el papel a rayas. “Estaba interesado en el mundo real, en vivir la realidad”, declara Tricia Laughlin Bloom, curadora del museo. “Da la impresión de que siempre tiende al collage”.

placeholder Una de las obras que se puede ver en la exposición
Una de las obras que se puede ver en la exposición

Buchhart y Bloom tardaron cuatro años en montar la exposición, que resulta selectiva y simple. Han optado por dejar fuera la música, otro elemento del mundo Basquiat, y limitar al mínimo los ejemplos de sus diferentes estilos. Las notas forman hileras distinguidas en paredes blancas, ligeramente inclinadas, y van acompañadas de las 30 obras que contextualizan. La exposición entera cabe en una sala del museo, el mismo museo que Basquiat visitaba de niño con su madre.

El caosperfeccionista

Jean-Michel Basquiat destacó desde pequeño en las artes y las letras. A los cuatroaños ya sabía leer y escribir y a los 11 hablaba perfectamente inglés, francés y español. Es en las palabras donde, según los curadores, reside el pilar de su obra. El origen de los grafitis que llenaban las paredes del Bajo Manhattan a finales de los años setenta y de los versos reivindicativos que marcan sus lienzos.

El joven Brooklynite ascendió muy rápido. Su familia se rompió, él abandonó varios institutos y su padre le acabó echando de casa. Con 16 años empezó a pintar grafitis. A los 18 ya salía en televisión. Su originalidad volcánica le ganó un hueco en el Olimpo de los ochenta, donde se hizo amigo de Warhol, trabajó con David Bowie e incluso llegó a salir con Madonna.

A Basquiat le han llamado hasta “primitivista”. Cada obra suya podría ser el diagrama de un científico hechizado por demonios africanos, aztecas y griegos antiguos. Explosiones equilibradas con elementos de cubismo y reflexiones políticas embutidas en jeroglíficos y poemas eufónicos. “Le encantaba la palabra teeth”, dice Buchhart, señalando la predilección del artista por la letra e.

“Si lees los lienzos en voz alta, la repetición, el ritmo, puedes escuchar a Jean-Michel pensando”, reza en una pared la frase del rapero Fred Brathwaite. La exposición incluye homenajes de Basquiat a Mark Twain y Herman Melville, y obras como Tuxedo: una serie de inscripciones en bloque, blancas sobre fondo negro. Una corona de tres picos, marca de la casa para reflejar estatus, flota encima de los símbolos, las flechas, los dientes de Vasco de Gama y otras mil referencias.

Pese al aparente caos, Basquiat era un tipo extremedamente serio, perfeccionista. Sus notas ocupan siempre la hoja derecha del cuaderno, con la línea dentada a la izquierda y “margen para dejar respirar a las palabras”, en opinión de Tricia Bloom. El dosier entregado a los periodistas pide que no se recorte la reproducción de sus obras. A Basquiat no le gustaban los marcos.

El curador Buchhart dice que llegó a Basquiat a través del pintor expresionista Edvard Munch. Asegura que ambos tuvieron décadas comparables en intensidad, con un siglo de diferencia: 1880-1980. Buchhart ha inventado una etiqueta para el autodidacta neoyorquino: “Poesía concreta de hip hop”, un condensador apabullante de la década de Ronald Reagan evocada en un total de 600 pinturas, 1.500 dibujos y algunas incursiones en la escultura y el panorama audiovisual.

La historia termina con el cliché del cadáver hermoso. Un día de agosto de 1988, Basquiat dormía en su apartamento del Soho. Como tardaba en bajar, su novia subió a buscarle. Lo encontró tendido en el suelo, con la mandíbula clavada en un charco de vómito. Heroína. Tenía 27 años.

Los cuadros de Jean-Michel Basquiat parecen fotografías mentales. Lo incluyen todo: anillas de latas de cerveza, etiquetas de paquetes de Chesterfield, bromas de amigos, una película de Hitchcock, máscaras, fechas de la monarquía francesa. Una vez, mientras llevaba un cuadro por la calle, Basquiat conoció a una mujer. Anotó su número de teléfono directamente en el lienzo.

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