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Cataluña y España, se acabó el consenso
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una revisión de la transición a fondo

Cataluña y España, se acabó el consenso

La autora advierte unos días después de la entrevista, por correo electrónico, “el nuevo Diccionario no incluye soberanía nacional, pero sí mayoría silenciosa”. Esas son esas

Foto: Fotograma del corto de la artista mexicana Denise de la Rue. El 'Guernica' es uno de los símbolos constitucionales de España. (EFE)
Fotograma del corto de la artista mexicana Denise de la Rue. El 'Guernica' es uno de los símbolos constitucionales de España. (EFE)

La autora advierte unos días después de hacerse esta entrevista, por correo electrónico, que “el nuevo Diccionario de la Real Academia de la Lengua no incluye soberanía nacional, pero sí mayoría silenciosa”. Esas son esas contradicciones que Luisa Elena Delgado, filóloga, profesora de literatura española, teoría cultural y estudios de género en la Universidad de Illinios (EEUU), recoge de la España desmigada de estas últimas dos décadas (eternas) en su libro La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011), publicado por la editorial Siglo XXI. La obraes, posiblemente, la mejor radiografía de una prótesis infectada llamada “consenso”.

“No te olvides de la parte material de la cultura de consenso”, recuerda la profesora en referencia a lo de siempre, la economía. “Una cultura con tanto subsidio desde el Estado tendrá unas obligaciones con los que dan el dinero. Todos los artistas han tenido que halagar a sus mecenas. Si tu mecenas es el Estado y el Estado dice que la cultura sirva para cohesionar, lo que será visible son las obras que fomenten esa idea de cohesión”. Lo explica con claridad: la cultura del confort debe asumir sus peajes.

Todavía nos cuesta entender qué tiene de pernicioso el consenso. Han sido tres décadas de consenso vía intravenosa y es difícil quitarse. Aunque ya hay síntomas del final de la adicción. “El consenso es pernicioso en España, porque la obsesión en el consenso implica una negociación a la baja, para conseguir lo mínimo para seguir funcionando”. Para la autora, que eso se hiciera durante la Transición es comprensible, pero que treinta años más tarde el término se equipare a democracia no lo tiene.

“Hay que llegar a un consenso”, se le escucha estos días a Mas. “Quieren hacer entender el litigio social como un problema, pero la democracia entiende los problemas y los resuelve. En España no comprendemos eso, creemos que es un atentado contra la unidad del país. ¡Pero si la democracia es precisamente lo contrario! La democracia son grupos sin representación en la comunidad política, que se quieren hacer oír y reclaman su lugar”, explica. La primera reacción contra estos grupos es considerarles ruido y decirles no, luego llega la violencia y la amenaza o viceversa. Pero es así como consiguieron sus derechos civiles mujeres, negros, etc. “La democracia es ocupar un espacio que en teoría no te corresponde”.

El consenso caduca

De ahí que preguntarle por la Constitución Española sea Perogrullo: “La democracia tampoco es votar un documento hace treinta años y a dormir, no. Si tienes que proteger el Congreso con una barrera, y eso no ha pasado nunca, será por algo: porque la ciudadanía no se siente incluida en ese todo. El consenso es limitado. Se puede comprender que funcionase en 1978, pero hoy no podemos seguir defendiendo el consenso”.

Nuevo correo electrónico. “Increíble lo del premio del buen rollo… No sólo necesitamos cohesionar, sino que la gente esté encantada de vivir en lo que vivimos. Qué barbaridad”. Se refiere a la noticia de la creación de un premio literario cuya intención es “impulsar el optimismo entre escritores y lectores”, porque “vivimos en un mundo donde existe demasiado pesimismo”. “Ha llegado el momento de cambiar la situación”…

La cultura desideologizada le costó al socialismo duplicar la inversión en cultura, porque la reconciliación sólo era posible en la cultura desideologizada. “La reconciliación no podía ser por la política, así que se promocionó la cultura. Era un tipo de cultura de la normalidad. No había ni una arista”, cuenta Delgado. De preguntarse por la “normalidad” es de dónde surgió este libro, aguijón contra la indiferencia.

“Hay arte que no es propaganda, pero que es narcotizante y ansiolítico. El ejemplo perfecto es Soldados de Salamina, una gran obra de sutura. No creo que el objetivo de Javier Cercas fuese este, pero la obra se ha leído así y se siente así. Porque está escrita de una manera que evita ahondar en ciertas cosas y define la guerra civil como una causalidad de la historia. Una narrativa de sutura en la que caben todos los extremos ideológicos”.

En La nación singular, Delgado destaca la desesperada reclamación de una “conciencia de nosotros”. Para conseguirlo hay que invertir en educación, en proyectos colectivos y no sólo en individuos. “El arte no siempre sirve para calmar el desasosiego o la incertidumbre. Pero el buen arte sí ayuda a entender mejor esas condiciones, no a anestesiarlas”. Pone dos ejemplos de obras que le parecen modelos de lo que debe ser una “literatura compleja”, “cuyo efecto no es meramente narcótico”: Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, e Intemperie, de Jesús Carrasco.

Para la autora, el éxito de Cercas es perfecto para un país al que se le quiere proteger de las contradicciones. Por eso echa en falta una obra literaria que contenga una reflexión dura sobre la culpa: tus padres, tus abuelos, participaron en cosas que encuentras criminarles, explora esas contradicciones, muéstralas. “Hay miedo a ahondar en la genealogía familiar”. Miedo a España. Miedo a Cataluña.

La gran ilusión

Como ya habrán entendido, la autora pretende cuestionar la idea de que sea el Estado el encargado de definir lo que constituye “lo común” y los intereses de la comunidad. La democracia es debate sobre eso y el consenso logra aparentar una unanimidad de opinión sobre asuntos complejos y diversos. Pero “la fantasía de normalidad democrática ha empezado a mostrar sus propias fracturas estructurales”. La España democrática se ha caracterizado por su verticalismo, la desproblematización de la realidad y la obsesiva preocupación por la cohesión. Todo elemento ajeno que amenace la estabilidad debe ser desarticulado, como los nacionalismos.

“La cohesión requiere adhesión. Y la política entendida como control del enemigo siempre necesita de ese enemigo identificable para mantener la cohesión de su discurso”, apunta. Para Delgado el reconocimiento de las fantasías de la identidad histórica es la base para asumir la disidencia nacionalista, para que el reconocimiento de litigios y antagonismos se interpreten, no como lo que lastra la construcción del estado de lo común, sino al contrario, “como lo que lo sostiene e impulsa”.

La autora advierte unos días después de hacerse esta entrevista, por correo electrónico, que “el nuevo Diccionario de la Real Academia de la Lengua no incluye soberanía nacional, pero sí mayoría silenciosa”. Esas son esas contradicciones que Luisa Elena Delgado, filóloga, profesora de literatura española, teoría cultural y estudios de género en la Universidad de Illinios (EEUU), recoge de la España desmigada de estas últimas dos décadas (eternas) en su libro La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011), publicado por la editorial Siglo XXI. La obraes, posiblemente, la mejor radiografía de una prótesis infectada llamada “consenso”.

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