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Morán: "Lara me dijo que De la Concha era un colaborador muy eficaz de Planeta"
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entrevista sobre el libro maldito

Morán: "Lara me dijo que De la Concha era un colaborador muy eficaz de Planeta"

El periodista analiza las claves de la censura a 'El cura y los mandarines', donde critica a la RAE y al mundo cultural y político surgido de la Transición

Todo apuntaba a que El cura y los mandarines podría ser la obra definitiva de Gregorio Morán (Oviedo, 1947). Para bien. Pero resulta que también lo ha sido para mal: la editorial Crítica, perteneciente al Grupo Planeta, decidió hace unos días detener la publicación del ensayo. Según el autor, los editores le pidieron que purgara el capítulo donde criticaba a Víctor García de la Concha y la Real Academia Española (RAE). Él se negó, como adelantó este periódico. La editorial, por su parte, justificó así su decisión: si publicaban el libro, les “coserían a demandas". Así que se fue con el libro y con el anticipo por sus derechos debajo del brazo.

Este caso de censura vendría a certificar las carencias y los vicios de la cultura española, que Morán lleva estudiando desde la Transición, en una trayectoria culminada ahora en El cura y los mandarines. En plenas negociaciones con varias editoriales para intentar publicar este ensayo maldito, el periodista asturiano nos recibe en su piso barcelonés para explicar las claves de su enfrentamiento con Planeta, desarrollar algunos de los temas más conflictivos de su libro y analizar la evolución política desde la Transición.

¿Por qué no ha querido publicar su libro Planeta?

¿Ha intervenido Josė Manuel Lara, presidente del grupo Planeta, en algún momento de esta crisis?

Le escribí una carta [explicándole la situación] porque nos conocemos desde hace mucho tiempo. Le planteé cómo era posible que hace 35 años hubieran sido capaces de publicarme un libro muy crítico con un Presidente del Gobierno en ejercicio [Adolfo Suárez. Historia de una ambición, Planeta, 1979] y ahora no quieran publicarme un libro por 11 páginas dedicadas a la RAE. Es decir, un deterioro informativo importante. Me contestó que no era miedo a García de la Concha, pero que [De la Concha] era un colaborador eficacísimo de la editorial, y añadió: el problema de tu libro son las 11 malditas páginas. La carta está aquí...

¿No es sorprendente que un libro donde se critica a algunos de los personajes más poderosos de la historia española reciente sea censurado por mencionar a García de la Concha? A priori la RAE no parecía el tema más caliente de su ensayo.

Lo que es sorprendente es la situación. Es un caso único, pero no aislado. Hoy día en los medios de comunicación se puede hablar más claramente de un Presidente del Gobierno que de un banquero o un banco. ¿Por qué? Porque el nivel de deuda o de intereses del grupo editorial con la banca es más fuerte que con presidencia del Gobierno.

Supongamos que alguien le pasó el capítulo del libro a Víctor García De la Concha. ¿Qué podría haberle molestado?

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A García de la Concha le puede haber molestado todo lo que sale en el texto

Todo. Le puede haber molestado todo, desde su simple aparición en el texto. Cuando yo iba por Oviedo en pantalón corto, él ya era un personaje importante en la Catedral. Me han contado que un periodista bisoño le preguntó hace poco por sus recuerdos y su experiencia como sacerdote. A lo que De la Concha replicó: "¿Sacerdote yo? Yo nunca fui sacerdote"... Esto es uno de los rasgos notables de la reciente historia cultural de España: los pasados se pueden cambiar, borrar unas cosas y añadir otras. ¿Qué le puede haber molestado? Pues todo. Su misma trayectoria. De la Concha es un trepa del mundo de la cultura. Forma parte de esa generación de españoles pobres como ratas, de Villaviciosa, que tuvo que ir al Seminario de Valdedios, que entonces era poco menos que un campo de concentración, nada más terminar la guerra.

¿Qué ocurre cuando sale de allí?

¿A qué presiones se enfrentó Planeta cuando publicó su primera biografía de Suárez?

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Su biografía de Suárez fue recibida con el cuchillo entre los dientes por un amplio sector del espectro político y periodístico.

Las reacciones fueron brutales. Suárez era entonces el protegido de un sector de la izquierda y Carrillo reaccionó como una víbora. Estábamos en 1979 y todo era posible.

Pilar Urbano fue una de las primeras periodistas que cargó contra el libro en ABC, antes de su publicación.

En su ensayo 'El precio de la Transición' (Planeta, 1991) menciona lo unidas que estaban esos años la clase política y la periodística. ¿Cuáles fueron las consecuencias de esta unión?

El símbolo más obvio del poder que tomó el periodismo en esa época sería Juan Luis Cebrián, que es al mismo tiempo periodista, intelectual y consejero delegado. ¿Qué papel ha jugado Cebrián en la cultura democrática?

En el libro dedica usted un capítulo a Cebrián y sus medios llamado “El País como parodia del intelectual colectivo”. ¿Qué es eso del "intelectual colectivo"?

El País nace en el verano de 1976, con Carlos Arias Navarro en la presidencia del Gobierno. El nacimiento es muy importante. En el libro analizo el periodo que va desde la fundación del periódico a las primeras elecciones del 15 de junio de 1977. Si yo preguntara ahora a alguien de tu generación, muy posterior a la mía, o incluso a alguien de la mía, quienes eran entonces los dos principales columnistas de El País... No acertaba nadie. Prueba...

¿Ricardo de la Cierva?

Sí. ¿Y el otro?

¿Aranguren?

No, Gil Robles padre... ¿Qué decir a esto?

Que el mito progre de los orígenes de El País se tambalea.

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¿Qué simbolizó José Luis López Aranguren en esa época?

Aranguren fue el referente intelectual de varias generaciones, de la posguerra a El País, entre otras cosas porque Cebrián lo consideraba su maestro. Aunque su padre era un fascista medular, Cebrián estudió en el Pilar y tuvo una doble formación: con la gente de Pueblo, por un lado, y la de Cuadernos para el diálogo, por el otro. El nacimiento de ese intelectual colectivo llamado El País incluyó la liquidación de publicaciones como Triunfo, Cuadernos para el diálogo y otras. Todo esto lo barre El País. Y eso que hasta las primeras elecciones no saben qué baza política jugar. Primero apostaron por la democracia cristiana, porque todo el mundo pensaba que podían ganar, pero se estamparon. Luego dieron el giro hacia el PSOE de la mano de asesores aulicos como Javier Pradera, un hombre clave del felipismo, aunque acabara siendo liquidado por Cebrián.

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Para mi generación fue una derrota sin paliativos, ahora se ve más claro. Pero cuando yo empecé a hablar de esto, no. Los que mejor explican esto son los del otro lado, como las memorias de Martín Villa, por llamarlas de alguna manera. Y las de Robles Piquer, el cuñado de Fraga, que publicó hace poco unas memorias que son absolutamente excepcionales (difíciles de leer y agarbanzadas, pero repletas de datos cruciales). Como traté de explicar en El precio de la Transición, llegó un momento en el que ni nosotros podíamos ganar ni ellos podían seguir como hasta entonces. Se intentó vender que la renuncia de la izquierda fue muy leve comparada con las enormes renuncias de la derecha, pero esto es absolutamente falso. Se mantuvieron los tribunales, la policía, la judicatura e incluso la clase política, incluidos algunos ministros del PSOE, como Paco Fernández Ordoñez, alto cargo franquista, ministro en la UCD y ministro del PSOE, que no tuvo ningún cargo más porque se murió, pero hubiera podido seguir por los siglos de los siglos.

¿En qué falló la izquierda comunista?

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En ‘El precio de la Transición’ dice que ese periodo se convirtió en “un catálogo sobre cómo escamotear la política a la sociedad civil”. ¿A qué se refería?

En la Transición andaban por ahí el rey, Torcuato Fernández Miranda, Carrillo y Suárez. Juan Carlos I sobrevivió políticamente y hasta biológicamente a todos, hasta hace unos meses. ¿Cómo ha vivido usted la caída del rey?

Antes ha mencionado la expresión "trepa cultural". Es un concepto importante tanto en este libro como en otros suyos anteriores. Entre otras cosas porque el salto de la dictadura a la democracia fue una época bisagra apta para esos menesteres. ¿Quién representaría mejor ese rol de trepa cultural entre todos los personajes de 'El cura y los mandarines'?

En la época del franquismo hay un caso de trepa cultural que es magnífico: Camilo José Cela. Pero Camilo tenía un don: además de ser un trepa cultural y un mandarín indiscutible. Sabía escribir, aunque cuando se olvidó de escribir hiciera barbaridades como contratar negros. De la Transición para adelante hay toda una colección de trepas. Rafael Sánchez Ferlosio lo explicó mejor que yo con estas palabras: "Goebbels decía que cada vez que escuchaba la palabra ‘cultura’ amartillaba su revólver, mientras que cada vez que el PSOE escucha la palabra ‘cultura’ saca la chequera”. No era sólo La Bodeguilla, era todo, el PSOE tuvo un apoyo muy dinámico del sector cultural. No lo trato en el libro pero, ¿qué hubiera sido de Zapatero sin los intelectuales y los artistas? En el caso de Felipe González y Alfonso Guerra fue todavía más crucial porque dio lugar a un ciclo más importante, y además había fondos, algo básico para el sustento de una cultura y una inteligencia vinculada a los poderes políticos. Si no tienes fondos dedicate a otra cosa.

Todo apuntaba a que El cura y los mandarines podría ser la obra definitiva de Gregorio Morán (Oviedo, 1947). Para bien. Pero resulta que también lo ha sido para mal: la editorial Crítica, perteneciente al Grupo Planeta, decidió hace unos días detener la publicación del ensayo. Según el autor, los editores le pidieron que purgara el capítulo donde criticaba a Víctor García de la Concha y la Real Academia Española (RAE). Él se negó, como adelantó este periódico. La editorial, por su parte, justificó así su decisión: si publicaban el libro, les “coserían a demandas". Así que se fue con el libro y con el anticipo por sus derechos debajo del brazo.

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