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Adiós Ana Santos, editora y navegante
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fallece la cofundadora de el gaviero

Adiós Ana Santos, editora y navegante

No figura en ninguna enciclopedia. Su nombre no pasará por las páginas de los grandes manuales. Los panteones no tendrán su nombre grabado en oro. No

Foto: Ana Santos, fundadora y editora junto a Pedro J. Miguel Torres, de El Gaviero.
Ana Santos, fundadora y editora junto a Pedro J. Miguel Torres, de El Gaviero.

No figura en ninguna enciclopedia. Su nombre no pasará por las páginas de los grandes manuales. Los panteones no tendrán su nombre grabado en oro. No habrá trompetas ni especiales 24 horas. Era Ana Santos Payán, había estrenado los cuarenta hace nada y era una mujer valiente. Muy valiente. Y fuerte, de las fuertes sin soberbia, de las fuertes sin complejos, de las fuertes cariñosas, de las falsas fuertes. Ana nos dejó ayer después de una larga lucha contra la lacra imbatible. Ha dejado dos tesoros por descubrir: diez años de trabajo editorial en El Gaviero, un lugar en el que la poesía amaba el guairo y jugar con los pequeños detalles. La inspiración había partido de Álvaro Mutis, de la obsesión que Pedro y ella mantenían por el colombiano, pero a mí todo me sonaba a Pedro Casariego Córdoba. Una década dedicada al alumbramiento de poetas y escritores desterrados del océano de los mercados. Maite Dono, Alberto Santamaría, Martín Espada, Juan Manuel Gil, Fatena al-Gurra, María Eloy-García, Antonio Portela, Sofía Rhei, Alejandra Vanessa, Ana Tapia, todos ellos y muchos otros aparecieron gracias al ojo de Ana y a su apuesta, porque era su dinero. Ella se lo jugaba todo a la poesía. Me río del arquetipo del emprendedor con maletín y corbata.

Guardo todos esos libros en los que Ana colaba cachitos de una realidad que había que ir juntando con cada nuevo título. Fotografías rotas en mil pedazos que se terminarían uniendo de alguna manera y que nunca probé a hacer. Ahora, esta noche, mientras repaso toda esa materia que ha dejado para nosotros, para siempre, para aquí, veo esos fragmentos como migas que ha colado en un sofrito de amor. De amor, sí, Ana Santos hacía las cosas por amor. Ella preguntaba por los motivos para regalar poesía y yo, siempre amargo, no los encontraba porque no hacían falta. Ella tampoco los necesitaba. “La resistencia ahora sólo se me ocurre desde la palabra”, me escribió en uno de sus últimos mensajes. Es cierto, la poesía siempre debe estar, como Ana. Como Luna. El otro tesoro que nos ha dejado.

En 'La tumba del marinero' (La Bella Varsovia), Luna escribió este poema.

No figura en ninguna enciclopedia. Su nombre no pasará por las páginas de los grandes manuales. Los panteones no tendrán su nombre grabado en oro. No habrá trompetas ni especiales 24 horas. Era Ana Santos Payán, había estrenado los cuarenta hace nada y era una mujer valiente. Muy valiente. Y fuerte, de las fuertes sin soberbia, de las fuertes sin complejos, de las fuertes cariñosas, de las falsas fuertes. Ana nos dejó ayer después de una larga lucha contra la lacra imbatible. Ha dejado dos tesoros por descubrir: diez años de trabajo editorial en El Gaviero, un lugar en el que la poesía amaba el guairo y jugar con los pequeños detalles. La inspiración había partido de Álvaro Mutis, de la obsesión que Pedro y ella mantenían por el colombiano, pero a mí todo me sonaba a Pedro Casariego Córdoba. Una década dedicada al alumbramiento de poetas y escritores desterrados del océano de los mercados. Maite Dono, Alberto Santamaría, Martín Espada, Juan Manuel Gil, Fatena al-Gurra, María Eloy-García, Antonio Portela, Sofía Rhei, Alejandra Vanessa, Ana Tapia, todos ellos y muchos otros aparecieron gracias al ojo de Ana y a su apuesta, porque era su dinero. Ella se lo jugaba todo a la poesía. Me río del arquetipo del emprendedor con maletín y corbata.

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